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8

Tal como imaginé, la despedida de soltero de mi cuñado fue insoportablemente aburrida. Estuve rodeado de diez tipos que interactuaban entre sí, tomaban Macallan, fumaban puros y hablaban de negocios en la sala de la estancia de Cañuelas. Diez tipos que ni siquiera me participaban de sus charlas o sus tragos.

En la otra punta, un grupo de mujeres, sus novias y/o esposas, cuchicheaban sobre qué se pondrían para la ceremonia, los nombres de los diseñadores y las últimas vacaciones en el exterior.

Cuando tocaron las doce y como si me convirtiera en Cenicienta, busqué mi abrigo y me disculpé con los presentes, haciéndole extensivo mi saludo a mi cuñado, quien se había retirado a atender una llamada telefónica minutos atrás.

No toleraba pasar un minuto más.

Hice una parada estratégica en el baño de la primera planta puesto que el de abajo estaba ocupado, cuando unos susurros y gemidos provenientes de uno de los cuartos contiguos llamó mi atención.

Avanzando sin hacer ruido, la puerta entreabierta de esa habitación despertó mi interés voyerista.

Sí, estaba mal espiar, al menos sin ser invitado.

Sí, no era mi estilo sentirme atraído por ese morbo.

Sí, debería haber seguido largo...sin embargo, me paré frente a la hendija libre y miré.

El asco y la decepción subieron por mi garganta en forma de gran bocanada ácida.

Una de las esposas de los amigotes de Pedro estaba chupándosela a mi cuñado, quien estaba sentado en el extremo de la cama con las piernas abiertas, mientras que la rubia de cuerpo esbelto se mantenía de rodillas y con la cara hundida entre los muslos masculinos.

El espanto me mantuvo cautivo de la situación por un segundo, sin saber cómo proceder. ¿Abrir de golpe y hacer una entrada triunfal arruinando el momento?¿Agarrar una de las lámparas Tiffany del corredor y rompérsela en la cabeza al malparido por estar engañando a mi hermana?¿Asesorarme legalmente antes de matarlo con mis propias manos?

Todas las soluciones conducían a una sola cosa: quería que muera.

No obstante, mi lado cauto me dijo que no era la mejor opción, aunque si lo pusiera a votación del público, sería la más elegida sin dudas.

Bajé las escaleras perdiéndome entre el tumulto, el humo y la cháchara. Así como nadie registró mi visita, nadie registró mi salida.

Ahora mismo me pican los dedos alrededor de mi celular. Quiero llamar a mi hermana, impedirle que se case, pero no puedo. Algo me detiene. Le debo lealtad, pero tampoco quiero romper su corazón.

Sé que no lo demuestra, pero Pedro ha sido su pareja por dos años y está ilusionada con su boda a pesar de que no le permiten elegir ni siquiera el color del mantel. Ha entregado las decisiones relevantes del día más importante de su vida a la familia del novio, simplemente porque es una chica desinteresada y odia el conflicto.

¿A quién llamo?

Probablemente Sebastián esté despierto, sobre todo teniendo en cuenta que su esposa está en la despedida de soltera de Marisol. Lo mismo ocurre con Valentín, otro que está de niñero.

Mi amigo José viajó a Trenque Lauquen el fin de semana pasado y no sé si tiene buena cobertura telefónica. Además, ¿qué podría hacer al respecto desde la lejanía más que putearme porque lo desperté?

Cuando entro a mi departamento arrojo las llaves en la mesa y me siento con una botella de cerveza en la mano. Tengo un hombre a quien acudir, un hombre al que amenacé con romperle la mandíbula si hacía sufrir a Marisol otra vez.

Leandro Polsky es el primo de Sebastián y también fue jefe de mi hermana hasta poco antes de la muerte de mi papá. Me consta que Marisol estaba más que enamorada de él y el sentimiento era mutuo, excepto por un detalle: la expareja del Gringo quedó embarazada en el mismo momento en que decidió que se arriesgaría a blanquear su romance con mi hermana.

El fallecimiento de mi papá y la necesidad de marcharse del estudio de abogados para no verlo más, convencieron a Marisol de que lo mejor era escapar. A los cinco meses conoció a Pedro y el resto, es historia.

Leandro es socio del gimnasio donde trabajo y sin bien somos cordiales el uno con el otro, la amistad que había nacido entre nosotros se rompió inmediatamente cuando supe que sería padre.

Entonces, ¿por qué pienso en llamarlo?

El "Gringo" no volvió ni tuvo nada con su exnovia a pesar de haber tenido un niño con ella y eso me confirmó, contra mi pronóstico, que nunca la amó. Me lo juró por la memoria de su madre recientemente fallecida.

En plena puja por los derechos parentales sobre su hijo, su ex, Romina, no le dejaba ver al niño.

―¿Esteban? ―pregunta del otro lado cuando por fin me decido a llamarlo.

No tengo en claro por qué tengo la necesidad de decirle la inmundicia que vi. Luego, sospecho que lo estoy haciendo porque sé que no hay otro ser humano que ame a Marisol tanto como yo.

―Sí, soy yo.

―Es...tarde...

―Lo sé. Perdonáme si te desperté.

―No, estaba mirando la repetición de la clasificación de la Fórmula 1. Realmente me resulta extraño que me llames, sobre todo después de...

―Sí, después que me acerqué poco sutilmente en el velatorio de mi viejo para decirte que ni se te ocurra volver a tocar a mi hermana.

―Esteban, después de ese día no tuvimos muchas oportunidades de hablar de lo que pasó con tu hermana, pero...

―Gringo ―lo interrumpí ― lo hice y lo volvería a hacer porque mi hermana es lo más importante que tengo en la vida y odio verla sufrir. Vos, en ese momento, eras un barril de quilombos.

―No puedo creer que me lo dice el que dejó plantada a su novia en el altar. ―Acusó en su defensa.

―No estamos hablando de mí ahora ―Resoplé con esa condena sobre mis hombros ―, de todos modos, tampoco te llamé para discutir sino porque...no sabía a quién acudir.

―No entiendo, Sebas es mejor en esto de escuchar. ―Largó una sonrisita.

―Gringo, no se trata de mí, se trata de mi hermana.

Como si activara un interruptor dentro de él, comprobé que su amor por ella continuaba intacto.

―¿Le pasó algo? ―Lo imaginé saltando de su cómodo sofá, acá, a quince cuadras, y viniendo en pantuflas.

―No, no le pasó nada. Bueno, quizás esté en pedo ahora, pero está acompañada ―Pensé en Candela y la cantidad de hombres que se le estarían tirando encima.

―Ah, claro. Hoy es la despedida de soltera.

―Sí. ―Un silencio sepulcral residió entre nosotros. Leandro había sido invitado a la boda dada la relación estrecha que había tenido con ella y con los chicos del bufete. El romance clandestino que mantuvo con mi hermana solo era conocido por mí y para evitar preguntas maliciosas, habían decidido hacer de cuenta que todo estaba bien entre ellos.

Marisol dijo algo como "mantener las apariencias" y me fue imposible objetarle algo.

―...esto es difícil...―exhalé ―...vi a mi cuñado...vi a mi cuñado teniendo sexo oral con una mujer que no era mi hermana, precisamente.

Por un instante me asustó no escuchar nada del otro lado. O bien se había cortado la comunicación por problemas con la empresa telefónica o Leandro habría arrojado el celular por la ventana.

―Che, Gringo...¿seguís ahí?

―Hijo de re mil puta ―gruñó. Evidentemente había estado procesando mi confesión ―. ¿Te vio?

―No, me fui con ganas de vomitar y me vine para casa.

―Tu hermana no se merece un tipo así. ¿No le vas a abrir los ojos?

―No sé cómo...no puedo...en una semana se casa, boludo...―Caminé de un lado al otro frotándome la nuca. Tenía una bomba en mis manos y no sabía qué hacer al respecto.

―¿Cómo puedo ayudarte? La última vez que vi a tu hermana fue de casualidad, cerca de tu casa, cuando coincidimos en el mercado chino. Digamos que no se puso muy contenta de verme.

―Leandro, sé que no tengo derecho a preguntarte nada, pero...

―La amo, doc...la sigo amando como nunca amé a nadie en mi vida. ―Su voz cayó en un pozo, la confesión era real y cruda.

―¿Para qué vas al casamiento?

―Porque necesito sacármela de la cabeza, Esteban, y creo que la única manera es cuando la escuche decir "sí, quiero". ―lo entendía, yo aún tenía a Candela fijada en mi mente.

Caí desplomado en el sofá con un gran dolor de cabeza.

―¿Y si vas a buscarla y le decís ahora mismo lo que viste?―Sugiere.

―Va a ser una catástrofe ―yo había vivido en carne propia el desprecio de los padres de Guadalupe cuando anunciamos la suspensión de la boda y todo lo que se especuló alrededor de la decisión. No solo se trató de perder dinero, sino también el respeto de muchos amigos y familiares cuando se supo que yo la dejé porque tuve una aventura de una noche con otra.

En ese momento parecía lo correcto, pero con el tiempo, la condena social por ser el culpable de la ruptura del noviazgo me pesó.

―No puedo destrozar su autoestima...―asumí al teléfono.

―Creo que peor será que se lo ocultes. ¿Cómo te sentirías si ella escondiera que tu futura mujer tiene un romance con otro?

Oh, no tenés idea de lo que estás hablando, Gringo.

Dándole vueltas al asunto, me sentí en un callejón sin salida. No podía permitir que se casara con él, no con un mentiroso. ¿Qué clase de matrimonio tendrían?

La revelación de que quizás mi hermana supiera de sus infidelidades me azotó con fuerza. Solo había una persona capaz de sacarme de dudas y tenderme una mano.

―Leandro, creo que sé lo que puedo hacer.

―¿Y me lo pensás decir?

―No...pero si de casualidad te llamamos para avisarte que el sábado próximo no te tenés que poner el smoking, ya sabés por qué.

―No te das una idea lo que daría por ese llamado.

Sorteando la incomodidad de ahondar en el tema, hablamos brevemente sobre mis pacientes y la delicada situación judicial que lo mantenía en guerra con su expareja, la madre de Ciro, su hijo.

Cuando colgué, bebí un vaso de agua fresca y me cambié de ropa. Me sentía sucio por haber sido un fisgón y necesitaba estar lúcido para lo que vendría.

Conduje por Avenida Libertador hasta que di con el lugar en el cual estaba celebrándose la despedida de mi hermana. Estacioné mi coche y tras abonar la entrada – carísima, por cierto – entré al boliche.

El ruido y el aire viciado me impactaron directo al pecho. No recordaba la última vez que estuve en un lugar como este: repleto de gente moviéndose de un lado al otro y con la música llenando cada rincón libre.

"I gotta feeling", de The Black Eyes Peas, me hizo viajar unos cuantos años atrás. De ser reggaetón seguramente no sabría ni como pronunciar el nombre de la canción.

Me abrí paso entre la multitud protegiéndome de ser víctima de los vasos en alto con bebidas. Alguna que otra chica desinhibida me tomó de la mano, invitándome a unirme a ella o a su grupo. Me negué con la cabeza amablemente, mi objetivo era otro.

Ahora era "Uptown Funk", de Bruno Mars y Mark Ronson la que saturaba mis oídos con sus acordes. No me sentí tan fuera de lugar, aunque los motivos para venir hasta aquí no eran nada divertidos.

Aprovechando la ventaja de ser más alto que la media de la gente que deambulaba, imploraba ver a mi hermana o a sus amigas. Necesitaba hablar con Candela seriamente, ella me ayudaría a resolver este despelote moral en el que me encontraba.

Bueno, podría ayudarme con muchas cosas también, pero las desestimé.

Respiré hondo, la gente me chocaba aun estando de pie sin moverme; como un faro, miré a mi alrededor, intentando divisar entre las luces parpadeantes y las manos en alto, la figura de Marisol.

Usando mi lógica, supuse que esperar cerca de los baños era una buena estrategia: las mujeres solían ir setecientas veces, ya sea para hacer sus necesidades o para chusmear.

Sí, llámenme machista, pero quien lo niegue, miente.

Apostándome cerca del bloque de sanitarios donde salían y entraban de a tres o cuatro chicas, mi estrategia dio sus frutos cuando vi a una tambaleante Candela a unos metros de allí; dudaba si fuera a llegar sana y salva por lo que me adelanté y en un impulso, la tomé de la muñeca.

―¡Hola! ―Saludó. Mi piel reaccionó a la suya y considerando que ni siquiera hizo el ademán de arrancarme la mano cuando la toqué, supuse que el reconocimiento fue mutuo.

―Cande ...mmm...¿estabas yendo al baño? ―¿Esa era mi mejor línea de abordaje?

Enfocáte Esteban, no viniste de levante, viniste a que te ayude.

―Sssssí...y...¿vos que hacés acá?

―Escucháme, no quiero que te hagas pis encima, sé que sos de retener hasta último momento así que te debe estar explotando la vejiga y...

―No perdiste tu toque, ¿cierto? ―Se echó a reír de mis payasadas, yo era un desastre andante ―. Bueno, ya que te importa mi vejiga a punto de explotar, dejáme ir al baño y esperáme afuera. ¿Te parece?

―Dale...―La solté, echándola de menos y esos dos minutos en que permanecí de pie como un granadero fuera del baño se sintieron como quinientas horas.

Me sudaban las manos y agradecí que en mi camisa negra no se notara mi transpiración; ella siempre me ponía nervioso.

De repente, sentí que dos manos me cubrieron los ojos y se me erizaron los vellos de la nuca cuando la cálida voz de Candela rozó el pabellón de mi oreja.

―Ya estoy lista...¿vos?

Si me dejaba guiar por mi entrepierna, sí, estaba listo. Si en cambio escuchaba a mi cabeza, tenía mis dudas.

Tomé sus manos y las bajé con lentitud, giré sin dejar de sostenerlas y nos aparté de la entrada de los baños, buscando otra clase de privacidad.

Me llevó un minuto recorrerla con la mirada, hambriento por ella. Su vestido era corto y se ajustaba en todas esas curvas de mujer que el tiempo se había encargado de tallar.

Ambos habíamos cambiado en el aspecto físico, pero mi reacción a su cuerpo continuaba siendo inevitable.

―¿Te gusta lo que ves? ―fue coqueta, hablándome muy de cerca, poniendo sus manos sobre sus caderas.

Es tu momento, Esteban, no lo arruines.

―Por supuesto. ―Admití lo más compuesto que pude. Ella dejó de lado la provocación y abrió sus ojos más grandes ―. ¿Qué? ¿No esperabas que lo reconociera?

―Sinceramente, no ―Su mano tomó la mía, la electricidad corriendo por mis circuitos internos.

―Ahora soy un hombre más sensato, aunque no lo creas. ―Su sonrisa es pícara.

Por un instante nos mantuvimos en silencio, sumergidos en nuestros propios divagues mentales; ella avanzó un paso hasta que su perfil desafiante y altanero estuvo a unas céntimas del mío.

―Todavía no me dijiste para qué viniste, pero ahora mismo, no sé si quiero saberlo. Quiero...mmm...otra cosa ―Su aliento dejó un rastro de alcohol en mi nariz, lo suficiente para nublar mis sentidos. Sus ojos color caramelo estaban encendidos, sus fosas nasales buscaban más oxígeno y su mirada se mantenía fija en mi boca.

―¿Y qué otra cosa querés? ―Mi mano se deslizó por su rostro, mis dedos se enredaron en un mechón de su cabello suelto, solitario.

―¿Pretender retroceder en el tiempo y terminar lo que arrancamos diez años atrás es demasiado pedir? ―preguntó, todas mis fantasías y recuerdos pujando por cobrar vida.

Pero no, ya no éramos los dos pendejos inmaduros de antes. Como le dije, era un hombre y eso implicaba tomar decisiones drásticas.

―No quiero que terminemos nada de lo que empezamos ―su labio inferior comenzó a temblequear. Genial, estaba cagándola en grande ―. Cande, no quiero terminar nada porque quiero empezarlo todo...―susurré, mis labios a un nanosegundo de estrellarse contras los suyos.

El color regresó a sus mejillas, cubiertas con un polvillo satinado que la hacía brillar como la diosa olímpica que era.

―¿...empezar...todo?... ―La chica segura de sí misma que conocía vaciló.

¿Fui demasiado lejos, demasiado sincero, demasiado brusco?

―Candela, no sé cómo es tu situación sentimental ahora mismo, pero yo estoy solo y no soy de los que apuestan por una aventura.

―Abandonaste a tu novia por una aventura...―El clima se enfrió, ¿cómo mierda sucedió esto?

Ah, sí, porque me quise hacer el romántico y no me da el cuero.

―Es una larga historia, ahora no quiero que hablemos de eso.

Candela retrocedió un paso, su mechón de pelo se estiró a medida que se alejaba.

―Esteban, yo...no puedo...―Apartándose definitivamente de mi lado, se tomaba la cabeza con ambas manos. No sé si el alcohol la hizo más atrevida o quiso medir hasta dónde llegaba mi determinación, pero no era buena señal lo que estaba pasando.

La atrapé entre mis brazos antes que la multitud la arrastrara como una ola a los granos de arena de la costa; tomé el toro por las astas y en un rápido giro, dejé su espalda contra el rígido muro de concreto pintado de gris.

Enjaulé su cabeza con mis brazos. Su pecho subía y bajaba en una danza conocida por ambos: el nerviosismo y la expectación.

El perfil de mi nariz recorrió la vena pulsante de su cuello, su perfume dulce con mezcla de feromonas disolvía mi juicio. Un gemidito apenas audible salió de mi boca.

Si eliminaba el paso de separación entre ambos, ella sentiría cuán duro estaba y podía ser contraproducente.

Quité el peso de unos de mis brazos y acaricié su mejilla brillosa. Encapuchó sus ojos, su boca entreabierta era una invitación a ser tomada.

Y no desaproveché la oportunidad.

Esta vez, no.

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Blanquear: echar luz.

Quilombo: lío.

Despelote: lío.

Dar el cuero: tener resistencia/ poder hacer algo.

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