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6

―Perdón, pero me cayó un paciente a último momento y se me hizo tarde. ―Levanté una mano disculpándome, en tanto que con la otra sostenía un pack de seis Corona.

Aunque por lo que vi, o mejor dicho a quién vi cuando levanté la vista, hubiera sido mejor traer un tequila así me olvidaba de todo.

―Candela...―Su nombre salió de mi boca en un suspiro ahogado. Como si no hubiera sido suficiente tortura haber pensado en ella las últimas horas, ahora compartiríamos una cena que resultaría abrumadoramente eterna.

Ella estaba doblando servilletas detrás de la mesa del comedor y cuando me vio quedó momificada.

Bueno, somos dos.

―Hola, ¡tanto tiempo!¿No? ―Sonrió, quitando la presión de sentirme como un tarado. Avancé en su dirección como si nada sucediera cuando en realidad, me sucedía de todo. Nos dimos un beso en la mejilla y me arrepentí, como tantas otras veces, de no haber sido su primer hombre.

Lo cierto es que no deseaba un polvo rápido en un baño; yo quería tomarme todo el tiempo del mundo con ella. Quería conocer cada cicatriz que el deporte le había causado, cada tramo de piel dorada por el sol y las marcas blancas de la bikini que usaba cuando iba al club con mi hermana. Quería tocarle el pelo y dedicarle mis mejores estrofas de amor.

Diez años después de la última vez que la vi, todavía no había podido borrar de mi mente cómo se sintieron mis dedos clavados en su culo redondo, la mezcla de nuestros sabores cuando nos besamos, el ron de los daiquiris y el Gancia, uno de mis preferidos. Tampoco sus gemiditos en torno a mi boca y su insistencia porque entráramos a unos de los cubículos del baño de mujeres.

Un segundo de cordura me alejó de cometer una imprudencia, no solo porque estaba de novio y aunque Guadalupe no había ido esa noche seguía debiéndole mis respetos, sino porque Candela era virgen y yo no tenía preservativos a mano.

No por curioso, pero yo sabía que ella no tomaba anticonceptivos orales por un rechazo hacia el estrógeno; la pared entre mi habitación y la de mi hermana era de papel pintado.

Quedé cerca sosteniéndome con el respaldo de la silla y sintiendo un cosquilleo en mi estómago.

―Esteban, ¿podés venir a ayudarme? ―El grito de mi hermana rompió mi burbuja. ¿La mataba por eso o no?

Decidí que no, no iba a hacer nada por avanzar con Candela. Pedí disculpas a la invitada de honor y fui al socorro de mi hermana menor, quien sostenía una humeante fuente de vidrio.

―Mmm, mi preferida...―Le dije agarrando dos trapos y llevándola a la mesa. Marisol me siguió por detrás con un vino y una botella de soda, mezcla que mi papá consideraba "un pecado" y a ella le encantaba.

Marisol se ubicó en la cabecera, en tanto que Candela y yo nos enfrentamos.

Durante unos minutos, todo giró en torno a la delicia que estábamos comiendo. La lasaña de verdura y carne era una de las especialidades de mi hermana y siempre la elogiaba.

―¿Dónde está Pedro? ―pregunté por su novio.

―Se quedaba en la estancia de Cañuelas, tenía unos asuntos que atender ―Minimizó con la mirada hundida en el plato. Por ser una pareja a punto de casarse, no mostraban la más mínima emoción.

Ya le había preguntado mil veces si creía que era lo correcto casarse con él y siempre decía lo mismo: que sí. Que era el hombre indicado para unirse en matrimonio.

¿Era su hombre indicado?

Contra su afirmación, ¿qué más podía hacer yo?¿Quién era para juzgar las decisiones ajenas?

Me serví una segunda copa de vino sabiendo que sería la última; tenía que manejar a casa y los controles de alcoholemia estaban a la orden del día a estas horas. No fue el caso de mi hermana y su amiga que, aprovechando sus vacaciones, no parecía afectarle la cantidad de copas que bebía.

Al terminar, nos sentamos en el sofá de la sala, un compilado con canciones de rock nacional resonando en el ambiente. Comimos helado y nuevamente, fui víctima de las provocaciones de Candela: sus ojos avellana me miraban con cada lamida de su cuchara. ¿Lo hacía adrede?¿Buscaba llamar mi atención o yo estaba fabulando?

Sea cual fuera el caso, me puse de pie con mi copa con dulce de leche tentación y sabayón en la mano y me acerqué al equipo de música, sintonizando la próxima canción.

―¡Voy al baño! ―Marisol correteó hasta el fondo del pasillo dejándonos a solas.

"Mujer amante" de Rata Blanca era un clásico con una letra más que significativa.

No por casualidad, era la canción que sonaba cuando Cande me abordó en el boliche. Tragué fuerte con el recuerdo picándome en el centro del pecho, el cuerpo entero vibrando. Discretamente la miré por sobre mi hombro para descubrir que estaba con sus ojos clavados en mí.

―¿Vos también te acordás? ―Le susurré con mi voz espesa, baja.

―¿Cómo no hacerlo? ―Aseguró, desenredado sus largas piernas cruzadas y viniendo en mi dirección.

Yo era un hombre de 31 años, un tipo profesional, experimentado en muchos aspectos, pero cuando se trataba de Candela toda mi seguridad se rompía. No había nada sobre lo que pudiera afirmarme, no existía superficie que evitara mi caída.

Sus caderas pronunciadas y sus pechos más llenos eran un pecado; con más curvas que a sus diecisiete, era una bomba de relojería y yo deseaba ser quien la hiciera detonar.

―¿Tan fea te parecía que me rechazaste? ―Su aliento con un dejo de alcohol me emborrachó de anhelo. Miré sus labios con fijeza y le respondí ensimismado con la humedad de su puchero.

―No tenés idea lo que estás diciendo ―contesté. Nos separaba medio paso, su blusa era abierta al frente, lo suficiente para ver las diminutas pecas que decoraban la cima de sus pechos y el color borgoña de su corpiño.

―Entonces, ilumináme.

―Cande, es tiempo pasado...además ya te expliqué que tenías menos de dieciocho y yo tenía novia.

―Novia que después terminaste dejando plantada en el altar ―Su arrullo era como el canto de las sirenas ―. No puedo creer que lo hubieras hecho ―Con voz sedosa y apenas arrastrada, murmuró en mi oído, causando un cortocircuito para mis cables mentales.

―¿Qué hubiera hecho qué?¿Que te hubiera dicho que no era nuestro momento o que fui infiel a mi novia?

―Ambas ―Separó su boca de mi oreja para ponerla cerca de mis labios, compartiendo la respiración. Presioné mi mandíbula, conteniendo el ardor que me entumecía los músculos y endurecía mi pene.

―Algún día vas a entenderlo.

―¿Cuál de las dos cosas? ―Fue su turno de enredarme en su sensual telaraña.

―Ambas ―respondí, sus mejillas encendidas y su pecho subiendo y bajando.

―¿Y ahora?¿Ahora me rechazarías? ―Mordió su labio con fingida inocencia, nada de lo que ella hacía era sin estudiarlo.

Mis palabras se atascaron en mi garganta como los autos en pleno horario pico en la autopista y fui salvado cuando Marisol apareció en la sala opacando las palabras que "Los Tipitos" con su canción "Silencio" decían por mí.

Hoy que mi corazón, se aturde en silencio
hablando solo cuando es tarde
y ya no hay nada más que hablar.
Hoy que mi corazón, se agita en silencio
por los gritos del amor.

¡Cuánta verdad en esa estrofa, cuánto amor retenido en mi pecho por tanto tiempo! Rasqué mi nuca y fui hacia la mesa ratona al mismo momento en que mi hermana nos convocó para jugar al "Juego de la vida".

―Jodéme que todavía lo tenés ―Candela puso su mejor cara y se unió a nosotros. Otra vez mis palabras pendiendo de la lengua sin salir. La cobardía o el miedo por salir lastimado me detuvieron.

Solo dos personas sabíamos la verdad detrás de mi casamiento trunco.

Solo yo, sabía el por qué le dije que no a dejar mi huella en su cuerpo.

Mi hermana sacó el ajado tablero de cartón y nos dio un autito de plástico a cada uno. Jugar a esto me devolvía a una etapa muy feliz de mi infancia y alguna que otra noche de lluvia en la que nos juntábamos con mi hermana aquí mismo a tomar una cerveza o hablar de la vida.

―Yo no quiero jugar ―Cande se cruzó de brazos ―, eso de que te den plata por estudiar en la universidad, por casarse y tener hijos no es lo mío. ―Protestó como si habláramos de la vida real.

―Dale, boluda, es un juego ―mi hermana la codeó en las costillas ―, ¿o tenés miedo que sea como Jumaji y nos termine chupando el tablero? O lo que es peor: ¡que todo esto se transforme en verdad!―Ambas dieron una carcajada sumamente estruendosa y contagiosa. Me reí de sus locuras, aunque pensar en que el deseo de Candela no era formar una familia, me causó un mal sabor de boca.

No la culpaba ni la juzgaba, era una mujer con todo el derecho del mundo de hacer lo que quisiera, pero era necio si no reconocía que muchas veces había imaginado qué hubiera pasado si ella no se marchaba a Londres y si mi relación con Guadalupe terminaba mucho antes.

¿Hubiera dejado a mi novia si Candela decidía quedarse en Buenos Aires?¿Qué posibilidades reales teníamos de ser una pareja, de proyectar un futuro que incluyera bebés?

Otra pregunta surgió en mi mente: ¿podría apostar a estar con alguien cuyo propósito no fuera tener hijos?¿Renunciaría a mis propios sueños por estar con la mujer por la que mi corazón palpitaba aun tanto tiempo después?

―Esteban, tu turno.

―Sí, sí, perdón. Me colgué. ―Giré la ruleta y comencé desplazando mi autito avanzando los casilleros indicados.

Si fuera tan fácil en la vida misma.

Al cabo de unos minutos, Marisol estaba en bancarrota con dos hijos, yo era, casualmente, un doctor adinerado con un par de mellizos y un niño más, en tanto que Candela vendía obras de arte, se había divorciado y no tenía hijos.

Bostezar cada dos segundos era señal de que debía partir. Aunque tuviera consultorio por la tarde, apreciaba dormir unas cuantas horas de corrido.

―Ustedes dos también tendrían que ir a la cama. ―Las señalé mientras se descostillaban de la risa. Claramente, habían superado su límite de alcohol.

―No seas aguafiestas, Esteban ―chilló mi hermana ―, hace mucho que no nos vemos. ―Se abalanzó sobre una achispada Candela.

―Bueno, es una sugerencia. Por lo que recuerdo a ninguna de las dos le sienta bien la resaca al día siguiente.

―¿En serio nos vas a echar en cara que volvimos rotas después de la fiesta de egresados? ―Marisol resopló.

―Al menos a vos esa noche solo te persigue por ese motivo. Imagináte a mí, que me le tiré encima a tu hermano, me lo chapé y reboté como una campeona. ―Candela largó sin filtro y para cuando todos reaccionamos, ya era tarde.

Abrió la boca y la cerró de golpe. Yo miré hacia el piso sin saber cómo salvarnos del incendio, en tanto que mi hermana gritó un "¿Qué mierda?" que, de casualidad, no rompió las ventanas.

―Nada Marisol, cosas de pendejos ―Minimicé.

―Exacto: cosa de pendejos. ―Candela no parecía borracha en absoluto, sino que, por el contrario, toda esa indignación retenida por tantos años, ese reproche que había surgido minutos atrás, me pasaba factura.

―Mejor me voy, mañana tengo que trabajar. ―Me di la vuelta, evitando las explicaciones. Con suerte, en un par de horas podrían olvidarse del gran papelón del siglo.

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Gancia: aperitivo elaborado con mezcla de cítricos y hierbas, con alcohol.

Mesa ratona: mesa baja.

Colgarse: perderse.

Chapar: besar.

Video de Mujer Amante: 

https://youtu.be/UIl27cgpKaw

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