5
Mientras desarmaba mi valija para poner las cosas dentro del armario de la habitación de invitados, la abuela me miraba de lado conteniendo su ametralladora de preguntas. Me divertí viendo el modo en que enfundaba sus dientes - postizos, claro -con el labio superior y se frotaba las manos entre sí.
―Dale, dispará. Te morís de ganas de molerme a preguntas.
―Para nada ―Me mostró su palmas levantadas, fingiendo inocencia que claramente perdió ochenta años atrás en alguna colina de los Pirineos.
―Bueno mejor así porque no tengo nada para contar. ―En tono intrigante, la dejé con la duda corroyéndola. Comencé a colgar algunos pantalones en perchas para cuando chasqueó su lengua, anticipándome el aluvión que venía.
―¿Cómo lo encontraste a Esteban? ―Giré, evaluando la pregunta.
―¿Qué cómo lo encontré? Parado como un poste en el sector de llegada.
―No me refiero a eso, tonta ―zarandeó su repasador ―. Quiero decir, si no lo viste más guapo. ¿Viste que ya no usa anteojos?
―Los dejó de usar poco antes de irme de acá, cuando se operó la vista.
―Ah...cierto...pensé que fue después...―suspiró, reprendiéndose por su mala memoria ―. ¿Y viste que ahora está más...hombre? ―Elevó sus cejas.
―Sí, tiene más de treinta. Por supuesto que es un hombre ―le di la espalda con la intención de que no viera el color remolacha de mi cara. Acomodé unas remeras más de la cuenta, ganando tiempo.
―¿Te parece atractivo?
―¡Bea! ―gruñí ―. Yo...yo tengo novio...―No era del todo cierto, pero usar a Mike como escudo era lo mejor para esquivar sus balas.
―¿En serio seguís con ese marmota? ―Puso sus ojos en blanco.
―Marmota o no es el hombre con el que estoy compartiendo mi vida.
―¿Y por qué no está acá con vos, entonces?
―Porque...porque tuvo un viaje de negocios que no pudo posponer. Un asunto de último momento. ―¿Qué le iba a decir?¿Que el muy imbécil olvidó el casamiento de mi mejor amiga?¿Que se cagó en las ganas que yo tenía de venir acá?¿Que demostró una vez más que se miraba el ombligo desde que se levantaba hasta que se acostaba?
―Eso no le quita lo marmota. ―Resumió con sabiduría.
Su cuestionario no se extendió para mi alivio, por lo que las siguientes horas pasamos hablando de sus juegos de ajedrez con Esteban, mis amigas de Londres y mis clases de hockey. Evité decirle, también, que había renunciado de un día para el otro porque algo en mi vida continuaba sin tener sentido.
―Esteban no está más de novio, ¿te lo dijo? ―Sacó el tema de la nada misma, mientras comía unas milanesas de pollo que compraba a su granja vecina. Me puso contenta ver que tenía la alacena llena de productos y la heladera surtida. Esteban la ayudaba con las compras y una emoción especial ajustó mi corazón.
―No hablamos de cosas personales en el auto ―Mentí, ¿qué más personal que hablar de mi virginidad no tomada en un baño diez años atrás?
―Oh...bueno...
―De todos modos, no me importa. ―Minimicé.
Mentirosa.
Por supuesto que sabía que no estaba de novio o al menos que no tenía una relación formal con alguien. El compromiso roto con su novia de muchos años, Guadalupe, la misma rubia insípida que conocí yo, fue la comidilla de Marisol. Ella estaba contenta cuando me lo contó, aunque triste porque sabía que Esteban sufría.
Aparentemente, él fue quien confesó que tuvo un "desliz" antes de la boda el cual su novia no perdonó.
Debí reconocer que me sorprendió lo suficiente como para mantenerme escéptica. Esteban se había rehusado a tener relaciones conmigo cuando apenas comenzó a salir con la chica. ¿Y resulta que la engañó antes de casarse? Algo en esa historia no me cuadraba.
Por dichos de Marisol, su hermano nunca había llevado una chica a su casa hasta Guadalupe, lo que supuse que era virgen o su experiencia sexual era limitada y ocasional, ya que permanecía encerrado estudiando todos los días.
―Nos quedamos de una pieza cuando cancelaron su casamiento, ¿sabés?
―Me imagino, tendrían todo organizado y de golpe...¡zas! Le adorna la cabeza a la novia.
―Vos y yo sabemos que Esteban no hizo eso.
―¿Yo? ¿Por qué tendría que saberlo? ―La voz me traicionó, quebradiza, con la sospecha del gato encerrado ajustándola ―. Es hombre después de todo y quizás se dio cuenta que estar con alguien para toda la vida no era lo que quería. Tal vez se asustó, ¡qué se yo! ―Me puse de pie más rápido de lo necesario y recogí los platos vacíos. Fui hasta la pileta sintiendo a la abuela analizar mis pasos.
―Esteban es un hombre de los que apuesta a la vida eterna con alguien. Es el esposo ideal.
―¿Por qué no te casás con él, abu? ―Bromeé, no queriendo pensar en el hermano de mi amiga como el hombre perfecto al que amé por tanto tiempo.
―Si pudiera, seguro que lo haría.
―¿Por qué no podrías? ¿Te rechazó? ―Continué con el hilo chistoso.
―Porque creo que solo hay un amor para cada uno de nosotros y el mío fue tu abuelo. No podría traicionarlo ―Me alcanzó los guantes de látex y comencé a lavar.
¿Existía un solo amor para cada uno de nosotros?¿Cuál era el mío entonces? Estaba claro que Mike no.
Minutos más tarde tomé una ducha, saludé a mi abuela y fui a mi habitación a acostarme. Estaba acostumbrada a dormirme a las 9 de la noche, algo que en su momento me llevó algo de tiempo teniendo en cuenta que en Buenos Aires a esa hora en muchas casas recién se prepara la cena.
Me puse mi enorme remera de Tweety y el shortcito con corazones, lejos del conjunto de Victoria's Secret que me compré para añadir algo de pasión a mi convivencia con Mike.
Hacía casi dos años que vivíamos juntos. Yo lo había aceptado después de dar muchas vueltas y pregonar por mi independencia. Fallé terriblemente.
Su casa estaba ubicada en pleno centro de Londres, era un departamento en una torre super moderna. Amplio y elegante, cristales desde los que veía el London Eye, y quedaba a solo tres cuadras del colegio donde trabajaba.
Mi lugar, en cambio, era un monoambiente a quince minutos en auto, un departamento que costeaba yo misma. De mi padre no recibí un peso más desde que decidí no estudiar en la universidad y en cambio, aplicar como profesora de hockey. Devolví cada euro que me prestaron para ingresar a ese lugar y por cinco años, fue mío.
Miro mi celular e ignoro otros mensajes de Mike mientras me deslizo por el contacto de mi amiga.
Por la tarde agradecí a Marisol su favor, pero ahora era tiempo de hacerle una videollamada.
―¡Bienvenida! ―Su sonrisa eterna era contagiosa.
―Gracias.
―¿Ya estás en pijama?
―Obvio, mi abuela se fue a dormir hace media hora y yo estoy muy cansada. No dormí casi nada en el avión. ―Bostecé, un fiel reflejo de mi situación.
―Entonces supongo que quedará para mañana mi invitación a cenar.
―¡Uy, sí! ¿Popeye sigue estando cerca? ―Era nuestra pizzería favorita, a poco de su casa.
―Cande, cerraron hace como cinco años. El barrio cambió mucho en este tiempo ―Se la oyó resignada. Yo no estaba al margen de la inseguridad reinante en Argentina, siendo uno de los tristes motivos que me tenían en vilo.
Ese y que tenía que enfrentarme al amor de mi adolescencia.
―Oh, bueno, no importa. Ya pediremos algo.
―¡De ninguna manera! Voy a preparar una lasaña casera que te vas a chupar los dedos.
―¿Aprendiste a cocinar?
―Obvio, nena. ¿O quien pensás que lo esperaba a Esteban con la comida lista cuando volvía de la facultad o del trabajo?
―Pensé que convivía con la novia.
―No, solo lo hizo conmigo hasta que papá se puso mal y yo volví para acá. Después estuvo solo hasta que se separó. ―Eso dato me reconfortó, sin saber por qué.
―¿A qué hora querés que vaya? ―Me repuse, evitando caer nuevamente en la vida de su hermano.
―Termino en la veterinaria a las 7 más o menos. ¿Querés pasar a buscarme? No queda lejos de casa y además puedo presentarte a la dueña y a mi otra compañera.
―Bueno, dale.
Conversamos alegremente por unos minutos más, a menudo mis bostezos se colaban entre mis palabras, haciendo que el sueño fuera algo evidente. Convinimos en que me pasaría la dirección de su trabajo e iría a buscarla, con la promesa de divertirnos mucho.
***
Miré el papel con el teléfono de Esteban más de una vez durante el día siguiente, ansiando agregarlo a mis contactos. Sin embargo, hice algo menos "directo" y le solicité amistad en Facebook.
Si era de los que estaban alerta a las redes, me aceptaría de toque.
Como supuse, eso no pasó y estuve toda la mañana y parte de la tarde chequeando constantemente que me diera "aceptar". Tampoco sucedió.
Entonces me preparé para pasar a buscar a mi amiga. Pedí un taxi, saludé a mi abuela y configuré mi número en su viejo telefonito, que por suerte tenía WhatsApp, poniéndolo como contacto de emergencia.
Discretamente pasé mi dedo por sobre el número de Esteban. Me entretuve más de la cuenta viendo la foto de su perfil: su rostro resaltaba tras una puesta de sol. Estaba sentado sobre una enorme roca con ropa de senderismo y anteojos oscuros.
Me azotó la nostalgia.
¿Quién habría captado esa imagen? ¿Fue feliz en ese lugar? ¿Alguna vez pensó en mí del mismo modo que yo en él?
A las siete en punto estuve en la puerta de la veterinaria. Ubicada en pleno barrio de Martínez, próxima a la estación, estaba situada estratégicamente.
El ir y venir de la gente era incesante sobre todo en esta época del año; al lado, había una heladería que ocupaba toda la esquina. Abarrotada a causa del calor, los chicos corrían de un lado al otro y las mesas en la vereda estaban completamente ocupadas.
Abanicándome con un folleto de la heladería, toqué el timbre en el trabajo de mi amiga. Cuando la cortina de la puerta se corrió y la vi, le agité la mano.
―¡Amiga! ¡Te extrañé tanto! ―Nos colgamos una de la otra, sumamente emocionadas. Apenas terminé de pasar, cerró la puerta con llave y dio vuelta el cartel, pasándolo de "Abierto" a "Cerrado" ―. Esperáme cinco minutos por favor, que termino de llenar una ficha del último cliente, bajo la cortina y nos vamos. ―aclaró pasando detrás del mostrador de atención al público y ubicándose frente a una PC.
―¡Me voy! ―Una chica salió de los cubículos traseros y apenas me vio, me señaló ―: ¡A que vos sos Candela! ―Simpáticamente, la pelirroja con una larga cola de caballo acertó.
―Sí, soy yo.
―Mucho gusto, soy Yamila, compañera de Marisol. Hoy estuvo diciéndonos cada cinco minutos que ibas a venir a buscarla y que no te veía hace un año y medio.
―Un año y cinco meses. ―Corregí graciosamente y nos dimos un beso de cortesía.
La chica, que estaría recién en sus veinte, nos saludó y se marchó a toda prisa porque estaba por pasar el tren y no quería perderlo.
Al minuto, una mujer super embarazada apareció en escena. Supuse que era la jefa de mi amiga.
―Gigi, ella es mi amiga Candela. ―Nos presentó. La dueña del local, de impresionantes ojos turquesas y cabello renegrido y pesado, avanzó con notable molestia.
―Es muy lindo tenerte acá, tengo entendido que vivís en Londres y viniste especialmente para su casamiento.
―Exacto, no me lo hubiera perdido por nada del mundo. ―Mi amiga se sonrojó y sinceramente, no la vi muy contenta con el hecho de que en menos de una semana estuviera del bando de las casadas.
―Espero que esta noche la convenzas de que no venga estos días, tiene que prepararse para su boda.
―Gigi, ya te dije que, precisamente, no estoy ocupada con los preparativos. ―Torció la boca en desaprobación, ya tendríamos tiempo de hablar al respecto.
―Bueno, bueno, está bien, ya me voy. Joaquín tiene a los chicos en casa y no sé cuánto más resista a solas con ellos. Son dos terremotos. ―Guiña el ojo, prometiendo vernos en la despedida de soltera y lanzando un "hurra" al aire.
Tomé asiento en una banca de la zona de recepción hasta que mi amiga terminó con su archivo electrónico, se quitó la bata, la dejó en un casillero de chapa en la parte de atrás del consultorio veterinario y agarró la cartera, guardada bajo la mesa de atención.
―Parece simpática tu jefa. ―Señalé.
―Es una ídola. Esta veterinaria era de una amiga suya, Paula, pero le vendió el fondo de comercio cuando se fue a vivir a Uruguay. Virginia se hizo cargo y dio la casualidad de que yo buscaba trabajo en la zona. Pegamos onda enseguida.
―Es una mujer muy bonita también.
―Preciosa. Sus hijos son de publicidad. ¡Y no sabés lo que es el esposo! ―se abanicó con unos papeles ―. Después de su nena dijo que cerraría la fábrica, pero se ve que quedó un operario dispuesto a hacer horas extras ―las dos rompimos en carcajadas, pues Marisol era graciosa ―. En un mes y medio empieza su licencia y me apena no poder estar aquí full time para colaborarle, pero al menos arreglé que hasta que vuelva a su horario completo, yo estaría yendo y viniendo desde San Vicente. ―Levantó sus hombros y presiono el botón para bajar la persiana de chapa microperforada que cubría la fachada.
―¿Tenés un reemplazo?
―Sí, ya estuvo entrevistando algunos veterinarios. La semana que viene comienza un doctor nuevo.
Conocía lo suficiente a mi amiga como para saber que extrañaría mucho este trabajo y la relación con su jefa. No era una chica acostumbrada a pasar horas y horas dentro de la casa jugando a la ama de casa; en cierto punto, el planteo de Pedro de tenerla encerrada o viendo los animales de su chacra, no era un buen plan.
Marisol y yo llegamos a su casa, previa escala en la heladería. Hablando como dos cotorras, no recordaba cuándo fue la última vez que me reí tanto. Y todo gracias a estar aquí, en Argentina y con mi hermana del alma.
Pusimos el helado en el freezer y rápidamente comenzamos a preparar la mesa para la cena. Encendió la TV con un noticiero de fondo, simplemente por el hecho de hacer más ruido del que aportábamos.
―¿Vino, cerveza, agua? ―preguntó con las puerta de la heladera abierta. Era la misma heladera que tenían cuando me fui.
―¿Sigue funcionando este cacharro? ―Le di una palmadita a la Siam con congelador.
―Es una reliquia y como tal, parte del patrimonio de la casa. Nunca podría deshacerme de ella.
Lo cierto es que toda la casa era una antigüedad.
Se conservaba tal como la recordaba: las paredes beige, las molduras de madera en el techo, los pisos de granítico oscuro...era como estar dentro de una cápsula de tiempo.
Sin embargo, que no estuviera Marcos Rossini le quitaba familiaridad.
―Se lo dije a tu hermano y sé que hablamos mucho de esto, pero no me perdono no haber estado acá cuando más me necesitabas. ―Le froté la espalda, sabía que su padre era su mundo. Ella cerró la heladera y niveló sus hombros a la altura de sus orejas.
―La vida es así, Cande. Vos estabas de viaje, tenías compromisos en la otra punta del mapa, no había modo que llegaras.
―Era mi deber estar a tu lado.
―Lo estabas a la distancia.
―Sos muy buena, no sé si te merezco como amiga. ―La voz me tembló. Ella puso sus brazos en jarra, lloriqueando.
―Ni se te ocurra empezar con eso. Humanamente era imposible que estuvieras acá y punto. Ya está.
Meneé la cabeza pensando en esa cuenta pendiente cuando el timbre me sobresaltó.
―¿Esperás a alguien? ―Miré la mesa con dos platos, dos copas y dos juegos de cubiertos.
―En realidad no, pero sí. ―Parpadeé, confundida con su respuesta ―. No sabía si iba a venir, por eso ni lo conté.
―¿A quién invitaste? ―Sinceramente, había pensado que estaríamos solo nosotras dos recordando viejos tiempos, tomando un poco de alcohol y divirtiéndonos como cuando éramos chicas.
Marisol me miró por sobre su hombro y caminó con sus enormes pantuflas de peluche a la puerta, develando la incógnita cuando la abrió.
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Remeras: sudaderas.
Marmota: lento, sin luces.
Pileta: fregadero.
De toque: al instante.
Cartera: bolso.
Cacharro: aparato viejo.
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