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29

Hunter Cox no se deja amedrentar. Es un abogado conocido por el público y ferviente defensor de los derechos de las mujeres. Los cargos que presenta en contra de Mike son irrefutables, a pesar de las protestas de su equipo de notables abogados.

Nuria me había llamado desesperada mientras estaba reunido con el abogado, ultimando los detalles del allanamiento que pidió al juez horas antes; rogando que fuera a rescatar a su hermana no lo dudamos y corrimos hacia el departamento de Mike.

Cuando la vi en mitad de la sala, golpeada y triste, me quedé duro de la conmoción; el sátrapa de Trenhall le había puesto más que un dedo encima. Y quise matarlo. Literalmente.

Inmediatamente la llevé hacia mi habitación de hotel, a cinco minutos de allí.

Una vez dentro, la desnudo con suavidad, la beso con ternura y le preparo la ducha más reparadora del mundo. La enjabono, borrando las huellas de su dolor y me asegura por milésima vez que Mike no abusó sexualmente de ella.

Agradezco al cielo, caso contrario, el daño hubiera sido irreparable.

Formo espuma con el shampoo mientras refriego su cabello y lo lavo con esmero. Luego, hago lo propio con la crema de enjuague.

Candela se entrega a mi tacto, es dócil en mis manos. Sus pezones se yerguen sobre el nivel del agua y contengo mis ansias por mordisquearlos.

―...Esteban... ―susurra. Yo trato de distraerme arrastrando restos de producto de su cabello.

―¿Sí?

―Vení conmigo. Hay lugar acá. ―Se mueve y extiende sus brazos sobre el lateral de la bañera, su mentón sobre la loza y sus ojitos implorándome porque me una a ella.

No puedo negarme y es por lo cual que, en menos de dos minutos, me encuentro desnudo y colocándome por detrás de ella. Su espalda se apoya en mi pecho, mi inevitable dureza masculina contra sus riñones.

―Disculpála, te extrañó mucho durante este tiempo. ―Me excuso entre risas de la rigidez de mi verga. Ella también ríe y eso es suficiente para sentirme bien.

―Disculpas aceptadas. ―Inclina su torso hacia adelante y frota la línea de su culo contra mi pene.

―Cande, amor...era una broma, no hace falta que hagamos nada...―mis brazos cuelgan de la bañera, mi pecho agitándose al ver su trasero en primer plano y esas alitas de ángel tatuadas en su espalda moviéndose endiabladamente.

―Sí, me hacés falta. Te necesito.

―¿Estás segura?

―Por supuesto.

―No...mmm...no tengo forros.

―No importa. Quiero formar una familia con vos y si empezamos ahora, mejor ―dice por sobre su hombro, sus pestañas oscuras y húmedas pivotando seductoramente.

Con esa simple aceptación y entregándome la respuesta que más deseaba, anclo mis manos en la curva de su cintura y la ayudo a absorberme. La visión de su cuerpo adaptándose al mío, tomándome, devorándome, es excitante.

Sube y baja, llevando el ritmo. Soy un humilde servidor.

El agua comienza a desbordarse y me importa una mierda tener que usar quince toallas para secar o llamar al servicio de habitación con la excusa de un pequeño accidente doméstico.

Ahora se trata de nosotros dos.

Su cabello oscuro cae como una cascada sobre su espalda, su cabeza hacia atrás se retuerce de un lado al otro y el chasquido de nuestros cuerpos es íntimo.

Ella ronronea y es un disparo en mi sien. Se contiene de gritar fuerte y sé que está haciendo un gran esfuerzo. Intervengo y paso mis manos amasando sus tetas pequeñas y perfectas; atraigo su torso hacia atrás, una mano rodea su boca, escondiendo sus gemidos cada vez más fuertes en tanto que la otra aterriza en su clítoris, provocando el despegue de su nave interior.

Bombeo con fuerza, quiero llenarla, quiero hacernos felices por completo.

El agua chorrea por la loza, me patino un poco y no interesa, me recompongo entre risas y jadeos, pero no bajo el ritmo.

―Te amo ―Gime entre mis dedos, los mordisquea mientras mi miembro se desliza dentro de ella y puja por no escaparse con los movimientos.

―Yo también te amo. No sé cómo iba a seguir viviendo sin vos. ―Le confieso, dándole más y más fuerte.

Candela se retira de mí y gira para enfrentarme. Me introduce en su vagina y calzo como un guante. Ya hay poca agua dentro de la bañera, lo suficiente como para molestar y causar un accidente. Si me muero desnucado, será con una sonrisa de éxtasis en la cara.

Su nariz se pega con la mía y nuestra conexión es electrizante. Mis gemidos se mezclan con los suyos; sus dedos agarran mi rostro a la altura de mis orejas mientras que los míos se clavan en su culo, separando sus glúteos y yendo más a fondo.

Sus pechos se estampan contra mi tórax, no cortamos el hilo visual que nos mantiene alertas.

―¿Lista? ―pregunto, sintiendo que sus músculos internos comienzan a comprimirme y a latir.

―Lista. ¿Vos?

―Más que nunca ―Respondo y con gran sincronismo estallamos, ella sobre mí y yo dentro de ella. Nos devoramos la boca, entregándonos todo.

Reconociéndonos inequívocamente.

***

Dos horas más tarde, ella comparece ante la policía. Mike fue detenido tras un gran escándalo en su trabajo. Fue una pena no haber estado presente en ese momento, pero estaba ocupándome de mi mujer.

Mi mujer.

No veo la hora de declarármele y pedirle casamiento como es debido.

Ella cuenta a Hunter Cox y al juez todo lo que sucedió y se me retuerce el estómago al escucharla. Trago mis comentarios, ocultando mi furia.

Obviamente Mike niega todo, pero cuando una chiquita de diecisiete años aparece en la estación de policía asegurando que presenció la agresión hacia Candela y admite que Mike y ella se conocieron en un bar y que este la llevó a su casa con la promesa de tener sexo a cambio de una beca universitaria, los cargos en su contra no son moco de pavo.

Con suerte, se va a pudrir unos cuantos años dentro de la cárcel.

Una noche después, nos reunimos en la casa de Nuria para cenar. Ella y su futuro esposo nos dan un gran recibimiento.

William es un tipo muy agradable y es tan protector con su novia como yo lo soy con la mía. Hablamos de fútbol, del mundial 86, de la mano de Maradona y esas cosas que trascienden el tiempo por más que ni siquiera las hayamos vivido en carne propia.

El clima es distendido, estamos cómodos y realmente sentimos que las cosas mejoran.

Al día siguiente, la acompaño al colegio donde trabajó hasta un par de meses atrás. La propuesta laboral fue una farsa y quiere dejarle en claro a la directora que sabe que fue estafada emocionalmente.

Su discurso ante la señora es determinado. Habla de valores, de corrupción, de Mike y sus influencias. La mujer se sonroja hasta el pelo, pero sus disculpas son huecas.

Nos marchamos, ella con la frente en alto y yo, con el pecho inflado de orgullo.

―¿No querés ver a tus padres antes de regresar a Buenos Aires?

―No, ellos ni siquiera me llamaron cuando se enteraron del escándalo de Mike. Deben estar pensando que hice lo posible para dejarme agredir y que me lo tenía merecido.

Me entristece que la relación parezca no tener vuelta atrás.

―Entonces, ¿volvemos a casa? ― pregunto mientras le quita la etiqueta a la ropa nueva que acaba de comprarse. No es mucha, sabe que el resto fue puesto en unas cajas dentro de mi armario porque jamás podría haberme deshecho de ellas.

―Claro que sí.

***

Cuando aterrizamos en Buenos Aires, no deja de sonreír y es así como la quiero: plena, feliz, llevándose el mundo por delante.

Hablamos mucho durante el vuelo y también formamos parte del club de la milla aérea.

Sí, tachamos uno de nuestros deseos de la lista.

Casi nos cuesta ser expulsados del avión y de la compañía, puesto que una pasajera tocó la puerta mil veces hasta que desistió de entrar y nosotros aprovechamos a escabullirnos haciendo de cuenta que no pasaba nada.

Esa noche y las siguientes, hacemos el amor. Constante y enamoradamente.

De momento, nos convencemos de que tenemos que usar algún método anticonceptivo; necesitamos planear nuestro futuro y un bebé en este preciso momento no es lo prioritario.

Ella quiere estudiar y sanar.

En eso nos enfocamos, en nuestra sanación individual y como pareja.

Los miércoles continuamos reservándonos para cenar con su abuela, incorporándolo como una rutina. En privado, Bea me agradeció tenerla de vuelta y haber guardado su secreto.

Las noticias desde Londres son alentadoras semanas después: Mike fue demandado por hostigamiento, abuso de confianza y agresiones. Sus abogados apelaron, como era de esperar, pero Hunter es un hueso duro de roer que no solo abordó los daños sino también los derechos de autor del material explícito. También tiene pendiente la denuncia por estupro, en manos de los patrocinadores de los padres de la menor de edad que lo demandó.

Somos conscientes que en cualquier momento querrán cerrar un acuerdo; como el material no ha llegado a las redes, aunque sí consta que sus amigos lo vieron, la suma por la extorsión y por la agresión física, junto al reclamo de los derechos de autor sobre los videos, es considerable.

A ninguno le importa el número, sino que se conozca qué tipo de lacra es Michael Trenhall.

Septiembre comienza a estar más cálido y armamos la mesa para comer en el patio de la casa de Bea. Es un bello oasis, sobre todo, para aquellos que vivimos en un departamento en plena ciudad sin siquiera tener disponible un balcón.

Añoro el patio de la casa de mis padres donde pasábamos nuestras tardes con mi hermana. Pienso en que debemos vender la propiedad cuanto antes ahora que Marisol ya no vive allí; continúa casada con Pedro y si bien llegaron a un arreglo extrajudicial con el tema del casamiento, el reloj corre.

La ubicación de nuestra casa familiar no es la mejor, pero podemos sacar un dinero que nos ayudará a ambos con nuestros propósitos.

El mío, es ahorrar para comprar una casa, quizás a remodelar, y tenerla lista para cuando decidamos agrandar la familia. La suya, supongo que poner una guardería canina o algo así. Mientras menos sepa de su historia con mi cuñado, mejor.

La cena es agradable; los tallarines con salsa a la boloñesa de Bea son imbatibles. Nada puede fallar, al menos eso espero cuando tomo por sorpresa a Candela y me arrodillo a su lado mientras está distraída mirando las estrellas.

Comienza a gritar agudamente y lleva las manos a su boca, exaltada.

Me río, creo que la respuesta será afirmativa.

Bea nos mira, cómplice de este momento.

―Cande, amor mío, pasamos mucho más de lo que la mayoría de las parejas pasa. Luchamos contra los molinos de viento, los superamos y aquí estamos. No solo quiero compartir este presente, quiero tenerte en mi futuro. Quiero que seas la madre de mis hijos por venir y la dueña de mis canas por salir ―me da una bofetadita en el brazo y no se da cuenta que está rebotando en su silla como si tuviera pulgas en el culo ―. Te amo con mi corazón, con todo mi ser. Desde lo profundo y en lo profundo de mi alma. ¿Me harías el honor de casarte conmigo?

―¡Pensé que te habías arrepentido y nunca me lo pedirías, salame! ―Reclama entre risas sollozantes ―. ¡Sí, sí, quiero casarme con vos una y mil veces! ―Le coloco el anillo que me dio su abuela y se arroja a mis brazos, haciéndome caer sobre mi espalda. Me llena de besos y se los devuelvo en un espectáculo bizarro.

Cuando nos levantamos del duro piso de baldosas, incluimos a la abuela en nuestro festejo. Ella nos bendijo con su anillo, con sus palabras y con su obra. La apretamos entre nosotros y le encanta que la hagamos parte de eso.

En sus ojos oscuros y vidriosos vi emoción sin nombre; no sabíamos cuánto más nos quedaba de ella, pero la íbamos a disfrutar.

Atrás quedó la noche en que le confesó a Candela la verdad sobre su madre. Su nieta se enojó como cabrona que era, pero la perdonó al minuto; Bea le dejó en claro que no era algo que ella tuviera que develar.

Bea era una de las pocas personas que conoció a Alfonsina Conde, la madre biológica de Candela. La describió como una morena atractiva y un "poco hippie" con la que su padre novió informalmente por un tiempo hasta que comenzó la facultad, consiguió un trabajo y se mudó a Capital.

Para ese entonces él conoció a Guillermina y el romance furtivo entre vecinos se dio "en algún momento desconocido para ella". Rodolfo visitaba poco y nada a su madre, por lo que los encuentros entre amantes veían la luz en otro lado.

Bea conocía a la familia de la chica, a sus hermanas y a sus trabajadores padres. Cuando se enteró de su embarazo, preguntó a su hijo. Este lo negó...hasta que la chica apareció en su casa y quedó a vivirse con ellos como una reclusa.

Evitando el escándalo social en torno a los contactos del matrimonio Torrento y la familia Ferrán, padres de Guillermina, dijeron que esta finalmente había quedado embarazada y atravesaba una gestación riesgosa. Fue el plan perfecto para no ver a nadie hasta que Alfonsina diera a luz y se alzara con una pequeña fortuna por entregar a la niña que no quería si no era para criarla junto a Rodolfo. Él jamás pensó en divorciarse de su esposa de ley.

Sí, todo parece salido de una telenovela mexicana de las 4 de la tarde.

Cuando Candela nació, la familia vecina se mudó de la noche a la mañana. Nadie volvió a saber nada de ellos; se los tragó la tierra misteriosamente.

O no tan misteriosamente pensando en el papel político del padre de Candela.

Bea no ha estado teniendo unas semanas muy buenas últimamente y es por lo cual Candela se mudó casi a tiempo completo con ella. Ambos nos preocupamos por la abuela y estamos atentos a todo lo que sucede a su alrededor.

***

Los días pasan, es una noche de viernes lluviosa de octubre y estamos en casa de la familia Alcorta.  Santino ha llegado dos meses atrás y no podemos dejar de admirar lo tranquilo que es. Su pelo negro azabache resalta sobre su piel blanquecina.

Es el consentido de su hermana mayor, aunque no tanto de la pequeña Serena, quien siente que su reinado como la menor ha terminado.

―Estuvo con unas líneas de fiebre por la vacuna ―Confirma Dani después de darle la teta.

―Es muy normal, pero son muy necesarias. ―Apunto desde mi rol médico.

―¿Querés tenerlo? ―Dani ofrece a Candela el privilegio.

Por la mañana, Cande habló con su hermana Nuria: su sobrinita Rose tiene dos semanas de vida y todos los días se comunican por videollamada.

Candela extiende sus brazos aceptando mi pequeño paciente, sin obligación. Empieza a mecerlo y le toca la naricita con la punta del dedo. Le susurra apenas el bebé se siente molesto, probablemente, identificando otro aroma que no es el de su madre.

Advertí a Candela que no utilizara su fragancia favorita para no invadir el olfato del bebé; yo tampoco vine perfumado.

Cuando el bebé comienza a lloriquear, lo arrulla y le reubica el chupete con un dibujo de un par de guantes de boxeo como decoración. Sebastián lo mandó a fabricar especialmente.

―¿Cómo te sentís con esto? ―Murmuro a su oído, enfocándome en el hermoso y regordete bebé que me agarra el dedo.

―Que estoy lista para uno.

―Pero apenas arrancaste a estudiar... ―Le corro un mechón de flequillo de la frente.

―No me importa, puedo hacer las dos cosas. Además, algunas clases son virtuales ―habíamos decidido que no trabajara, al menos hasta que no terminara la universidad. No fue una imposición de mi parte, sino que fue una decisión consensuada.

―¿Estás segura?

―Más que nunca. ―Sonríe mostrando sus hermosos dientes, entusiasmada.

―Mirá que no todos son así de mansos, ¿eh? ―Acota Sebastián, posando sus grandes manos sobre los hombros de su esposa.

―De eso se trata tener hijos, ¿no? De los desafíos diarios. ―Cande continúa enamorada del bebé en sus brazos.

―Por supuesto. ―Dani brilla con su nueva maternidad, a pesar de quejarse por los kilos que le quedaron ―. Igual, yo ya cerré la fábrica. Te lo estoy avisando y cuento con dos testigos presenciales, Alcorta ―Advierte con gracia a su esposo, que, estoy seguro, no está del todo convencido.

―Sí, tres es un buen número. ―Asiente Sebas de mala gana.

―Tres es un buen número. ―Me repite Candela, mirándome, y comprendo el significado de inmediato.

***

De regreso a casa de su abuela, acuerdo quedarme en lo de Bea para no lidiar con el tráfico y la lluvia incesante. Sin embargo, cuando notamos que las luces no están prendidas en el interior, nuestras alarmas se encienden.

Dejo el coche en la calle y bajamos a toda prisa. Entramos a la vivienda, encendemos todas las bombitas a nuestro paso y corremos hacia la habitación de Bea.

Bea duerme.

Bea duerme y su piel está pálida.

Candela se detiene en la puerta y yo debo esquivarla para corroborar lo que médicamente ya intuyo: que la abuela nos dejó "sin querer darnos dolores de cabeza", tal como ella quería irse.

A partir de ese momento, el llanto lo tiñe todo de dolor, de resignación.

Bea se fue, tranquila, en su cama y vistiendo su batón preferido.

Adiós Bea. Que descanses en paz.

***

Candela está sentada en el sofá de la sala mortuoria recibiendo las condolencias, las palabras de afecto y los saludos de los vecinos que van a darle el último adiós a la abuela.

Abrazo a menudo a mi prometida e intento no dejarla sola, pero cuando llega Rodolfo Torrente, tomo distancia.

Es un momento entre padre e hija del que no debo participar.

Quiero reprocharle muchas cosas a mi futuro suegro, pero no es oportuno hacerlo ahora; murió su madre y lo respeto, aunque ellos jamás tuvieron la mínima deferencia con mi padre, quien trató a su hija como a una más.

A la distancia, veo que Candela se resiste a recibir sus palabras, pero finalmente cede. Es valiente y obstinada, terca como una mula, y la amo con todo mi ser.

Cuando el horario del velatorio llega a su fin, nos informan que debemos esperar afuera para que el cajón sea ubicado en el coche fúnebre y que, a continuación, podremos seguirlos con los nuestros hasta el cementerio local.

―Esteban, buenos días. ―Rodolfo extiende su mano. Se lo ve afectado y no lo culpo.

―Buenos días, Rodolfo, lamento su pérdida.

―Gracias, supongo que pensé que la vieja era eterna ―dice con una sonrisa ladeada que pretende distender el drama. Candela se retiró al baño por un segundo, lo que nos deja a su padre y a mí manteniendo unos minutos de cortesía.

―Bea era una mujer excepcional.

―Y orgullosa. No supe sino hasta que me llamó, la semana pasada, que estaba atravesando esto.

―Era muy independiente, no quería molestar a nadie.

Se muerde el labio y detecto remordimiento. Está bien que lo sienta: desde que se marchó a Londres, más de diez años atrás, pocas veces vino a visitarla y según las propias palabras de Candela, ni siquiera le hablaba por teléfono.

―¿Sabés? Me arrepiento de muchas cosas en mi vida ―me dice. Sus ojos oscuros parecidos a los de su madre titilan con las lágrimas a punto de salir ―, y no haber venido antes, es una de ellas. Mis viejos me dieron todo y acepto que fui un ingrato al dejarla acá, a su suerte.

―Yo estuve junto a Bea y puedo decirle que, si bien lo extrañaba mucho, lo seguía amando y no le reprochaba nada. Sostenía que son los padres, quienes nos dan alas para volar lejos y alto.

Traga duro y arrastra la mirada de sus zapatos extrañamente deslucidos hasta mis ojos. Noto que está avergonzado por algo que excede la relación con su madre. Tras un pesado silencio, me lo dice.

―Quiero agradecerte por estar junto a mi hija cuando más te necesitó y expresarte mi lamento por el bebé que perdieron ―dice sentidamente. Lo acepto, sintiendo que pasó una eternidad desde aquel mal trago ―, y también agradezco que la hayas rescatado de las garras de Michael. He cortado negocios con él, no quiero saber nada con esa mierda de tipo.

―Es lo mejor. Probablemente usted se hubiera visto ligado a un asunto turbio tarde o temprano. ―expreso como si me interesaran sus finanzas.

―Esteban, sé que ya están comprometidos y que el anillo de mi madre está en la mano de mi hija. Incluso, quizás ni si quiera tenga derecho a decírtelo, pero tenés mi aceptación.

―Gracias, para serle sincero no la esperaba, pero es bueno saber que cuento con eso.

―Sos el hombre perfecto para mi hija.

Hago una mueca satisfactoria y medida para cuando aparece Candela y nos avisa que en cinco minutos debemos partir con el cortejo fúnebre. Nuestros matrimonios amigos están fuera, mi hermana y Pedro en el otro extremo de la sala y Leandro acaba de salir de la sala, evitándola.

―Esperá, hija ―Rodolfo la detiene por el codo ―. Antes de irnos quiero decirles una cosa.

―¿Sí? ―Ambos nos vemos sorprendidos.

―Ya arreglé con mis abogados para que la casa de tu abuela sea suya. De los dos. ―Me incluye en su relato y eso es realmente inesperado.

―¿Perdón?¿Qué? ―Candela se muestra confundida, pero yo no.

―La casa de tu abuela, legalmente, es mía. Soy el único hijo y, por ende, el único heredero. Debido a que no es un bien conyugal puedo hacer de la casa lo que quiera. Hablé con tus hermanas y las dos estuvieron de acuerdo en que debía ser de ustedes. De ambos. No importa si la quieren vender, demoler o restaurar. Es suya. ―Anuncia mirando a su hija.

―¿En serio? ―pregunta mi futura esposa, incrédula ante su bondad.

―Fui un padre de mierda, dejáme al menos que te lo recompense un poquito.

―A mí nunca me importó lo material, papá. ―Candela rezonga con justa razón.

―Lo sé y si pudiera, volvería el tiempo atrás para reparar eso como tantas otras cosas ―Le enmarca el rostro y le besa en la frente. Candela cae en sus brazos, sin darle tregua a sus ojos.

Cuando se apartan, le brindo mi sentido agradecimiento.

―Vos también te la ganaste, chico. Fuiste el hijo que mi madre hubiera querido tener en lugar de este tipo que lo único que hizo fue preocuparse por su billetera.

No puedo decirle abiertamente que tiene razón, pero lo pienso.

Una vez que él está dentro de su coche y Candela decide ir conmigo al cementerio,  ella me sujeta la mano antes de arrancar.

Leo su mente y descifro la pregunta que no hace, la que está retumbando en su cabeza.

―Sí, mi amor. Nos la quedamos. ―Ella sonríe al recibir la respuesta que desea y con la imprevisibilidad constantemente entrometiéndose en nuestros planes, vamos camino a darle nuestro agradecimiento eterno a Bea.

********************

No es moco de pavo: que tiene más valor que el pensado.

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