27
Es viernes y saludo a mis colegas hasta la semana que viene. Hago lo propio con las secretarias y cruzo la calle rumbo a la cafetería de siempre. Elevo la mano hacia Laura, la camarera, y me siento en una mesa próxima a la ventana.
Realmente estoy intrigado por lo que Nuria Torrento tiene para decirme.
La hermana del medio de Candela fue quien misteriosamente llamó el miércoles por la noche, anunciando que tenía algo urgente que decirme y que tomaría el primer vuelo hacia Buenos Aires apenas le fuera posible.
Las hermanas Torrento son impulsivas, de eso no cabe duda, como así tampoco su nivel de persuasión; ni siquiera me permitió advertirle que no quería saber absolutamente nada de Candela y que cualquier cosa que me dijera sería como un puñal.
Colgó su teléfono apenas solté que hoy salía a las 6 de la tarde del consultorio.
Digo a Laura que estoy esperando a alguien y frunce su nariz, desconcertada, como si quisiera preguntarme quién ocupará el lugar de Candela ahora que ya no estamos juntos.
¿Desde cuándo me convertí en un sex symbol? O, mejor dicho, ¿desde cuándo no soy invisible para el género femenino?
Quizás se trataba de una cuestión de percepción: tener un romance con Candela, la chica que me parecía imposible de conquistar, hizo que me "la creyera".
Desde mi posición, diviso a una rubia bonita y espigada entrando a la confitería y de inmediato la identifico como la hermana de Candela.
Alargo mi brazo haciéndole señas. Ella me ve y camina en mi dirección con una maleta pequeña de mano.
―¿Esteban? ¿Sos vos?―pregunta lo que a estas alturas es una obviedad.
Asiento, me pongo de pie y nos damos un beso doble. Uno por mejilla. La invito a tomar asiento y convoco a Laura. Yo pido un café y un tostado mientras que Nuria pide un té y alfajores de maicena.
―Tengo muchos antojos últimamente ―Desliza su mano sobre su barriga y cuando termina de decirlo, su boca queda abierta ―. Ay...lo siento...es que...perdón...
―Tranquila, ya pasó...―con un hombro en alto trato de convencerme. A ella sí le habló de nosotros ― . Felicitaciones.
―Gracias. Llevo muchos años de novia. De hecho, Will me pidió matrimonio dos veces y lo rechacé. Ahora, no tuve escapatoria. ―A partir de ese momento, la hermana de Candela es un libro abierto. Cálida, risueña, no se parece mucho físicamente al amor de mi vida, pero sí en algunos gestos.
Es entonces cuando lo menciono como una curiosidad y su semblante se turba. Parece que acabo de tocar un tema que, finalmente y gracias al cielo, detona el motivo de su visita.
―Sé que te cité por una razón, más precisamente por mi hermana, y no para contarte sobre mis planes de casamiento. ―Una sonrisa tira nerviosamente de su boca mientras juguetea con la cuchara dentro de la taza.
―Y aquí estoy. ―Terminé mi café y mi tostado de jamón y queso al que me hice adicto gracias a su hermana mayor.
―Volé hasta acá porque Candela es lo suficientemente orgullosa como para hacerlo y pedirte ayuda.
―¿Ayuda?¿Candela? ―hago un ruido reprobatorio con la boca ―, no son palabras que sean compatibles. Es la mujer más obstinada que conozco.
―Por eso mismo vine en persona: ayer se ha enterado, en un incómodo contexto familiar, que no es hija biológica de mi mamá. ―Estupefacto, mis ojos no fueron capaces de parpadear.
―Que, ¿qué? ―Estridente, la pregunta salió de mi boca por inercia.
―Papá terminó confesándole que ella fue producto de un amorío con una vecina de mi abuela Bea, y que cuando la chica apareció embarazada "la compraron" hasta que tuvieron a Candela. Fue un relato espeluznante.
―Dios santo. Sé que es tonto preguntarlo, pero ¿cómo esta tu hermana?
―No sé si devastada o aliviada de saber que no lleva la sangre de mi madre ―puso los ojos en blanco como si ella quisiera estar en su lugar.
Froté mi barbilla áspera por los dos días que llevaba sin afeitarme, poniéndome en sus zapatos. Una verdad incómoda de asumir, una identidad sin poder definir. Realmente quería estar a su lado, ser su paño de consuelo...pero no era posible. Inspiré profundo y las palabras brotaron de mí.
―Siento mucho lo que está sucediendo, Nuria; lo que no entiendo es por qué te molestaste en venir hasta acá y no aclararlo por teléfono.
―Porque esa no es la única realidad develada y espero seas sumamente comprensible en este aspecto. ―Su tono extremadamente serio me erizó el vello de los brazos, tapados bajo una gruesa capa compuesta por mi camisa y sweater de hilo. Eché mi espalda contra el respaldo de la silla, invitándola a explayarse.
Entonces lo hizo.
Contó hasta el último de los detalles que motivó a Candela a marcharse de aquí y romperme el corazón: lo hizo para protegerme de una potencial mala reputación a causa de unos videos íntimos con los que el muy bastardo de Mike la extorsionó. Cada palabra me generaba un asco mayor; incluso la oportunidad laboral con la que se ilusionó fue un engaño.
Nuria gimoteaba mientras me ofrecía su relato.
―Ella te ama. Lo sé. Me lo dijo. ―La generosidad de Candela me conmovió.
El labio inferior me tembló de ira, ella estaba lejos de aquí, atrapada con un canalla del que no podía escapar.
―Mike conoce a los mejores abogados de Londres y alrededores. Su padre es un renombrado político, dudo que alguien quisiera ayudarla sin pensar en represalias.―Desinfló su pecho.
Todo el dinero familiar era una pantalla, un símbolo de estatus mal aplicado. Su padre siempre había sido una lacra; lameculos de todos los gobiernos, siempre salía bien parado. Su madre, o la que la crio como tal, sin madera claramente para desempeñarse como una, era una mujer artificial a la que le interesaban las apariencias y que toleró la infidelidad de su esposo a cambio de continuar a su lado por dinero y por mantener un nombre.
Me froté las manos, pensando cómo podía ayudarla. Ofrecerme directamente a Candela no era una opción.
No. Debía pensar y actuar rápido.
―No es una opción que siga con Mike. ―Deslicé.
―Lo sabemos, pero no puedo hallar una solución. Todo se reduce a una denuncia sorpresa o algo así. Él no puede estar preparado.
Súbitamente, recordé el plan- estúpido pero aparentemente efectivo- de mi hermana y el Gringo: tomarlo desprevenido, siendo capaz de aceptar una tregua.
Aunque Mike no era Pedro y tenía influencias en las altas esferas, la ecuación era similar.
Cuando llegué a mi casa, los dedos me cosquilleaban de expectación. Ofrecí a Nuria quedarse en la habitación de visitas, la que en un momento fue considerada para albergar a nuestro bebé, pero ella ya había reservado una habitación de hotel.
Por la memoria de ese chiquito sin nacer y el amor que jamás podríamos borrar entre Candela y yo, era tiempo de ponerme en acción.
―Apareciste. ―Sebastián se burló del otro lado de la línea.
―Sí y, obviamente, es porque necesito un gran favor. Un favor internacional.
―Oh, quiero escuchar eso.
Le cuento cada punto y coma de la situación legal que afecta a Candela. El peso del padre de Mike. La amenaza que cae sobre ella si lo deja al imbécil y todo lo demás.
―Waw, eso se conoce como pornovenganza ―Le da el nombre técnico que, sinceramente, suena tan espantoso como claro ―. Es un delito cibernético que tiene precedentes recientes en Inglaterra ―confirmó con un gran conocimiento en materia penal ―. Con tu consentimiento, puedo hablar con Valentín. Es muy avezado en derecho internacional y si bien su especialidad es tributaria y empresarial, conoce a muchos tiburones europeos que le deben algunos favores. ―Sonrío y por primera vez, el miedo abandona mi cuerpo.
Era mi momento de hacer sacrificios, era mi oportunidad de remar a su lado y soñar con ese futuro juntos que siempre se veía interrumpido.
No tomé esto como una mala señal, lo tomé como un desafío.
Y ella valía más que eso.
***
El fin de semana Valentín me recibió en su bella y acogedora casa. El pequeño Alejo trepando y haciendo lío por todos lados.
―Te pido disculpas por el desorden, pero tuvimos que sacar todos los adornos de los muebles, tapar los tomacorrientes y la sala es un Kosovo de juguetes. ―Advirtió Trini apenas entré.
No me importaba en absoluto.
Pocas veces había tenido la oportunidad de ir a su casa ya que, por lo general, nos reuníamos en lo de Sebastián o en el club.
―¿Cómo estás? ―preguntó Valentín anclando al nene en sus caderas.
―Bien, entusiasmado con el panorama que me pintó Sebas.
―Es un vende humo. ―Reímos fuerte.
Dejando al niño con su madre, me invitó a pasar a una luminosa habitación en la cual se desplegaba su oficina. Muchos libros de Derecho, retratos de Trini y de su bebé y algunos cuadros que me dijo que pintó Trini mientras atravesaba un complicado embarazo, llenaban de calidez el lugar.
―Nunca perdimos la esperanza de quedar embarazados. Ambos lo queríamos y cuando el anhelo es tan grande, el deseo se cumple. ―murmuró al verme tan absorto en la fotografía de ellos tres en la habitación de la maternidad.
―Ahora mismo, semanas más tarde de lo que nos sucedió, entiendo que no estábamos preparados.
―Uno nunca está preparado para esa clase de bofetadas, pero estoy de acuerdo en que, a veces, esos golpes sirven para reafirmar o no, nuestras prioridades y sentimientos.
Filosofando sobre la vida, él me habló de su familia, del vínculo tenso que mantuvo con su hermanastro, ya muerto, y el modo en que conoció a Trinidad. Valentín era muy silencioso, un tipo circunspecto y profesional que se había sumado al estudio de abogados de los chicos unos años atrás, cuando dejó todo en España para apostar a un futuro con su esposa.
Acto seguido hizo un par de preguntas con respecto a la situación de Candela. Sebastián había sido explícito con él y agradecí no tener que relatar nuevamente los hechos.
Valentín me hizo entrega de una tarjeta elegante con un nombre y un número telefónico.
―Él es Hunter Cox, un reconocido abogado de Londres con el que hice muy buenas migas mientras estuve trabajando en Europa. Estuvo un poco alejado de los tribunales porque fue padre, pero está dispuesto a hacerme este enorme favor.
―Valentín...no sé...no sabría cómo agradecerte.
―Trayéndola de vuelta al grupo y manteniéndola feliz a tu lado. Creo que es un precio justo. ―Me guiñó el ojo, demostrándome el valor de la verdadera amistad.
Durante los siguientes minutos me habló de Cox y los casos resonantes que ganó, sobre su intachable reputación y su lucha contra el ciberdelito puesto que su esposa había atravesado una situación similar a la de Candela, también con una expareja.
―Me anticipé y hablé con él. Te espera el martes. ―Anunció serenamente con los dedos entrelazados sobre su escritorio ―. Sé que estás ocupado con tus pacientes y el club pero...
―Estaré allí. En donde me pida y a la hora que pida. ―No dudé, ya me encargaría del resto.
―Supuse que no tendrías problema en empacar y volar cuando fuera necesario. ¿Tenés el pasaporte al día? Puedo ayudarte, tengo unos amigos en Migraciones. ―Ofreció.
―Tengo todo, solo me resta sacar el pasaje y...
―No, no te hagas problema por eso ―Valentín abrió un cajón y sacó un billete fechado para mañana al mediodía ―. Hacé de cuenta que es un regalo de bodas anticipado de nuestra parte. ―Trinidad entró al despacho cuando tomé el pasaje y se sentó sobre el muslo de su marido.
―Háganlo mierda, que no le queden ganas de joder a nadie más. ―dijo ella, con sororidad.
―¡Esa es mi chica! ―Valentín la miró embobado, preso del enorme amor que se tenían.
Preso de un amor que, en mi caso, esperaba tener en mis brazos cuanto antes.
***
Tenía el boleto de avión, la valija preparada, pero me faltaba solo una cosa.
Llamé a Bea y se puso contenta ante mi decisión. No le comenté sobre los pormenores de los asuntos por resolver, pero sí, que no podía continuar lejos de su nieta.
En resumen, era lo más importante de toda la historia.
―Ustedes me hacen sufrir más que una novela turca. ―Protestó al dejarme pasar a su casa, esa misma noche.
La acompañé a la habitación que Candela usó hasta que decidió, intempestivamente, marcharse sin dar explicaciones.
Ya no me interesaban las excusas, solo ansiaba recuperarla. Prometí a Bea que la traería a Buenos Aires, que la haría mi mujer y viviríamos felices por siempre.
La abuela se emocionó como nunca.
―Lo dejó sobre la mesita de luz. Ni lo toqué. ―Señaló la caja azul con su anillo de compromiso. Esta vez no se iba a escapar de mí.
Inspiré profundo y me hice de esa valiosa joya. Mis ojos no podían dejar de contemplarla. Esta historia podía ser como un maldito laberinto, pero la salida era una sola: Candela Torrento y yo debíamos estar juntos.
Era nuestro destino.
Le di el gusto a Bea de aceptar su cena cuando una confesión me dejó sin habla.
―Sé que no me queda mucho tiempo de vida, nene.
―Bea, tenés ochenta y tres años y estás mejor que cualquiera de nosotros ―Bromeé, pero en ella no hubo ni una pizca de buen humor.
―Hijo, tengo un tumor en la cabeza que los médicos prefieren ni rozar. Dicen que está en una zona complicada del cerebro. Francamente, yo tampoco quiero que me toquen allá arriba.
―Bea, ¿por qué no me dijiste nada?
―¿Te acordás de mi caída?¿La que derivó en mi fractura de cadera meses atrás? Ese mareo no fue casual, esa semana estuve con náuseas y una vez que descarté el embarazo ―ahí estaba su espíritu chistoso a pesar de su mirada vidriosa ― llamé al Dr. Pérez. Me mandó un montón de estudios que confirmaron el diagnóstico.
―Abuela...―La tomé de las manos, esquivando los vasos y los platos sobre la mesa.
―Siempre me gustó que vos y tu hermana me llamaran así. Gracias a ustedes no me sentí tan sola durante estos años. ―Suspiró y el llanto fue inevitable para ambos.
Salí de mi silla y de rodillas, me aferré a ella, a sus delantales con eternas manchas de salsa y a sus batones con aroma a desodorante Veritas.
―Bea, yo soy el que tengo que agradecerte porque fuiste mi familia, nos quisiste a pesar de no tener tu sangre.
―Por favor, querido, traé a mi nieta antes de que me muera. ―Deduje que Nuria ni siquiera había pasado a saludarla y eso me quebró el corazón. ¿Quién no querría tener una abuela como Bea?
―No digas eso...―Lamenté en un sollozo doloroso. Ella me acariciaba la cabeza.
―Traéla y cásate con ella. Denme bisnietos. Muchos en lo posible. ―Sonrió, ojalá pudiera jurarle que le daría eso y mucho más ―. Y córtate el pelo, le gusta más cuando no pareces un estudiante tragalibros de secundaria.
Arrancándome una carcajada, juré no defraudarla.
―Es hora de que me vaya de este mundo. La gente se preocupa demasiado por cosas insignificantes y no lo soporto. Mi esposo debe estar esperándome en algún lado, ojalá sea en el cielo y si no, me buscaré a otro viejo menos atorrante. ―Ubiqué mi cabeza de forma que pudiera ver mi expresión. Una sonrisa plena, su cabello canoso como la espuma y un corazón de oro, hacían de ella una mujer entrañable con la fuerza arrolladora de un huracán ―. Andá a descansar, mañana tenés una importante historia que seguir escribiendo.
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Alfajores de Maicena: Maicena es una marca comercial de almidón de maíz, elemento que reemplaza a la harina tradicional.
Vende humo: que engaña con promesas.
Veritas: desodorante. En lo personal, era el que usaba mi abuela.
Tragalibros: nerd.
Atorrante: desvengonzado.
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