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25

Todo terminó.

Y cuando digo todo, es todo.

Pero todo de todo del mundo de los todos.

Resumido en cenizas, dolorido en el alma, saber que Candela saludó a su abuela porque se marchaba a Londres fue el último clavo en mi ataúd.

Obviamente, Bea llamó para contármelo, para decirme que su nieta se volvió loca de atar.

¿Qué iba a decirle?¿Que yo tampoco la entendía?

No tenía ni ánimos ni fuerzas para lucubrar una teoría.

Si antes fui una sombra, cuando la mínima luz de esperanza aun titilaba en el fondo de mi cabeza, ahora que la ilusión se desvaneció por completo, ni siquiera entraba en el catálogo de fantasma.

Trabajar fue mi sustento, el único combustible de mi motor interno. Los niños me daban esa energía vital, esa bondad y esa pureza mágica en la que todo era posible.

La nueva secretaria que contraté se adaptó rápidamente al ritmo del centro pediátrico; era una mujer experimentada, una señora que bien podía ser mi madre. Supuse que a Candela le gustaría que no fuera una chica que quisiera coquetear conmigo.

Cada mínimo pensamiento la traía a mí como un imán y me odiaba por eso.

Ni siquiera el Gringo o Sebastián lograron calmar con alcohol tanto dolor.

Leandro se pasó casi todas las noches cenando conmigo, como si pensara que iba a cometer una locura. Detesto mi vida tal y como está hoy mismo, pero, aunque no tenga proyectos propios que me motivan, saber que hay niños que me quieren como profesor y como médico, me alienta.

Y por ahora, es suficiente para hacerme respirar.

Era una persona durante mi horario y laboral y otra cuando llegaba a casa y la descubría vacía, sin esas risas grotescas de Candela.

―Por más que engordes veinte kilos más y te dejes esa barba de nenita, no vas a parecerte a mí. ―Leandro cayó un martes a casa con dos pizzas y un pack de seis cervezas. Señaló mi barba de algunos días. A decir verdad, eran unos pocos vellos desparramados en mi cara. Nunca tendría esa barba profusa ni esos músculos enormes, aunque naciera otra vez.

―Gringo, gracias por el aguante, pero sigo sin ser buena compañía para nadie. Quiero dormirme es este mismo sillón, despertarme el sábado que viene empapado por mis babas y bañarme una semana más tarde. ¿Es mucho pedir un poco de intimidad? ―Pedí, sin éxito. Él bajó unos platos de la alacena y agarró el rollo de papel de cocina.

―No voy a permitir que te ahogues en tu autocompasión. No vos.

―¿No tengo derecho?

―No.

―¿No?

―No. ―Si no fuera porque lo conozco y sé que es un pan de Dios, su mirada intimidante me haría cagar en las patas.

―¿Y por qué no? Si se puede saber.

―Porque vos sos noble, el tipo más buenazo del mundo. Adorás a los bebés, disfrutás de sus cacas, nada te molesta nunca y andás por la vida haciendo el bien a todos. Por eso.

―Son las cualidades perfectas para convencerme de anotarme al monasterio franciscano mañana por la mañana. Gracias.

―No seas boludo, che. Lo que digo es que la vida es difícil y lo que pasaron ustedes es una mierda. ¿Pero quién no pasó por una mierda alguna vez en la vida? Perdiste a tus viejos, loco, y a pesar de todo, lo superaste. ―Sus palabras crudas y directas me golpearon fuerte ―. Sé que ella era, es y probablemente será el amor de tu vida, la madre de tus futuros hijos, de tus hijos imaginarios y la musa de todas tus noches solitarias ―Rolé los ojos acompañado de una media sonrisa ya que él tenía la virtud de aflojar la tensión hasta del drama más pesado sobre la faz de la Tierra ―, pero tenés que seguir adelante. Enfrentar la vida. Tenés una profesión que amás, unos pacientes que no lloran cuando te ven, que no es poca cosa, y amigos que te bancan. Además, sos un rico pibe ―otra vez la broma ―. No te dejes caer...si no, ¿qué nos queda para el resto de los mortales que tenemos menos de la mitad de tus atributos y condiciones?

El Gringo tenía razón, no en los elogios, sino en decirme que la vida no era lineal y que debía concentrarme en las cosas valiosas que tenía. Tanto él como los chicos del club, José con su actitud de colgado y Maru, con sus quilombos de pareja y todo, siempre estaban pendientes de mí.

Olí mi remera, podría estar peor. Mis pantalones habían conocido tiempos mejores y mi intento de barba era un desastre. Podría ocuparme. Necesitaba hacerlo.

―¿Me aguantás un rato? Me voy a dar un baño. ―Expresé, determinado, y antes de marcharme rumbo a la ducha, le di un gran abrazo. El hijo de puta me llevaba un cuerpo de ventaja. Era un fucking Thor.

Veinte minutos más tarde, después de que el agua caliente me aflojó los músculos y barrió mi autocompasión, me afeité como siempre y me sentí un hombre...limpio. Exorcizado.

No olvidaría ni quitaría de mi sistema el ritmo vertiginoso con el que se dieron las cosas, mucho menos el amor que sentía por Candela, pero intentaría sobrellevarlo.

Los aplausos del Gringo me dieron risa. Era tosco, de hierro. De repente, recordé cuando me puse en pedo y hablé sobre mi hermana en presencia de Sebastián.

―Che, ahora que me acuerdo y parece que el agua me hizo renacer, ¿hice cagadas al mandarte al frente con Marisol?

Leandro levantó los hombros y bebió un trago de cerveza. Inclinó su torso y clavó los codos sobre la mesada de la cocina.

―Le dije que habíamos tenido un...algo... ―entrecomilló con sus gruesos dedos ―. Historia vieja. Sebas se quedó conforme a medias, pero hasta hoy, no volvió a preguntarme nada porque sabe que lo saco cagando.

―Bueno, al menos me quedo más tranquilo. No fue con mala intención.

―Tranquilo. Igual Sebas es mi primo, no es que vaya a chismosear al club con los chicos de boxeo.

Pasamos un buen rato; en tanto que yo comí la mitad de una de las pizzas de jamón y queso, clásica, él se devoró la restante y lo que dejé yo de la mía.

―¿Cómo están las cosas con tu ex?¿Y con Ciro?

Se limpia la boca con la servilleta y toma un sorbo del pico de la botella.

Noté la resignación en sus ojos, el dolor de la impotencia.

―Ciro es lo más. Es el nene más hermoso y tierno del mundo. Mirá. ―Excepto cuando hablaba de mi hermana y su amor por ella, nunca lo vi tan blandengue. Me pasa su celular y reproduzco el video de su hijo.

Sentado en su regazo, parecía un niño minúsculo, aunque yo bien sabía que era más alto y pesado que lo que correspondía a su talla. Teniendo un padre de la contextura física de Leandro, era imposible que el chico fuera un pigmeo.

Su melena dorada casi blanca y sus ojos azules eran ensoñadores. El pequeño succionaba el chupete a más no poder y sostenía una pelota de rugby de tamaño infantil entre sus regordetas manitos.

―No me digas que no es hermoso.

―Por supuesto. Ahora límpiate la baba, maricón. ―le dije, chicaneándolo.

―Romina no quiere que me acerque a él hasta que no firme por la guita que me pidió. Me mandó la factura de la guardería que lo lleva, los gastos de ropa y otras boludeces de primera marca. Una locura. Conste que le doy el mundo a mi hijo y sé, como abogado, los derechos que me corresponden. Me repugna que lo tenga de rehén, Luis me está dando una mano.

―Menos mal que entendés del tema y tenés a uno de los buenos de tu lado. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en tu ex. Es una yegua.

―No puedo negarlo, pero es la madre de mi hijo y por el bien de Ciro tenemos que firmar un pacto de no agresión.

Bordeando la medianoche, en mitad de nuestra partida de truco, el timbre de mi departamento sonó rabiosamente.

―¿Esperás a alguien? ―Ladró Leandro.

―¿Yo?¿Me estás cargando?

―Capaz que contrataste una stripper o Sebas te mandó a una.

―Calláte, boludo ―me acerqué al intercomunicador y la desesperada voz de mi hermana me heló la sangre. Francamente, no la esperaba. Presioné el botón de acceso.

―¿Es Marisol? ―Leandro se tensó, él esperaba menos que yo que apareciera sola en la noche.

―Eso parece.

―¿Vino sola? ―Se puso de pie, incómodo.

―A juzgar por el tono de su voz, sí.

Abrí la puerta de entrada para esperarla en el corredor. Leandro corrió hacia la cocina, limpiando la mesada, juntando la cajas de pizzas y las botellas de cerveza.

Mi hermana se arrojó a mis brazos apenas salió del ascensor.

―Hey, Maru, ¿qué pasa? ―Cuando ve la mesa ratona con el mazo de cartas y unas cervezas a medio beber se queda quieta en el umbral.

―Uy...no pensé que estarías ocupado...tendría que haber llamado antes, ¡perdón! ―El ruido de la canilla de la cocina cede y Leandro, secándose las manos, aparece en escena ―. ¿Gringo? ―Marisol frunce la nariz.

―Dale, pasá ―Le insisto, pero ella recula y busca escapar.

―No, no...dejá, vuelvo mañana.

―¿Estás loca? Es casi medianoche. ¿Qué pasó? ―Tímidamente se muerde el labio y sé que la presencia de Leandro no le resulta grata. Inmediatamente, como si nuestras mentes estuvieran conectadas, él levanta las manos y recoge su abrigo.

―Me voy. Ya tengo relevo. ―Nos guiña el ojo y para cuando está a punto de salir, mi hermana lo frena, sujetándolo del codo. Bueno, sujetarlo es una forma de decir, su mano apenas le hace cosquillas a sus músculos gruesos.

―Gringo, quedáte. ―Su voz es pura súplica y con lo que conozco a Leandro sé que se acaba de mear encima. Él está profundamente enamorado de mi hermana y si ella le pidió que no se vaya, lo va a hacer.

―Por supuesto.

Se los anticipé.

Le ofrezco un té a Marisol, sentada en el sofá mientras roba miradas hacia Leandro, pasivamente sentado en la banqueta alta junto a la barra de cocina. Ella se rodea la sortija de matrimonio, mira hacia el techo y de nuevo, regresa la vista hacia nuestro amigo. Cuando nota que la descubro, hunde su mirada en sus pies.

Sirvo la mesa extendiendo un pequeño individual de cuerina negra y coloco la azucarera.

―¿Tenés edulcorante? ―pide.

―¿Desde cuándo usás esas mierdas poco saludables?

―El azúcar no es tan sano que digamos.

―Esta es mascabo.

―...mmm...bueno...no debería de todos modos.

―¿Por qué?

―mmm...porque tengo que hacer dieta.

―¿La vas a hacer por vos o porque el idiota de tu esposo lo pide?

Maru fulmina al Gringo, sus ojos inyectados en rabia.

―No es tu asunto.

―Pero sí el mío ―contraataco ―: ¿Por qué estás de vuelta con el tema de tu cuerpo? Lo habías superado.

Ella traga duro, sin querer responder.

―Si en algún momento quiero quedar embarazada tengo que cuidarme.

―¿Hijos? ¿Con ese Pantriste? ―Leandro salta de la banqueta como un león al que acaban de abrirle la jaula.

―Sí, hijos. No te importa con quien. ―Marisol levanta la mirada, desafiándolo. Sé que sus dientes le van a dar una mordida a la yugular ―. ¿O acaso vos no tenés uno con una mujer que deja bastante que desear?

Mierda. Lo dijo sin pelos en la lengua.

Desconozco qué es lo que quiere responder Leandro, pero se contiene por respeto a Marisol.

―Mi caso es distinto. ―Gruñe.

―Oh, sí claro, la dejaste embarazada mientras estabas coqueteando con tu secretaria. Muy maduro. ―Mi hermana desplegó su arsenal. Esto no está tomando un rumbo agradable ― .Yo, al menos, estoy casada. ―Exhibe su dedo con el anillo de oro.

Boom.

Directo al corazón.

―Chicos, todo bien, pero si tienen temas pendientes, que sé que los tienen, no creo que un sábado a la noche y en mi casa, sea el momento y el lugar para solucionarlos. ―Fui determinante y justo.

Ambos retrocedieron verbalmente. Leandro ajustó sus manos en dos puños, aun sin saber el motivo por el cual mi hermana le pidió que se quedara si lo iba a agredir.

―Maru, ¿qué te trajo a mi departamento? ―La tomé de las manos, sentándome junto a ella. Leandro continuaba distanciado, presumiblemente bajando sus revoluciones.

Ella inspiró profundo, sus ojos color del tiempo angustiados.

―Pedro me engaña...―Incliné la cabeza, con un silencioso "¿en serio?" más grande que una casa ―...me engaña con la esposa de su primo.

Bueno, eso era revelador. Sin embargo, sus primos no estaban en la despedida de soltero y, por ende, tampoco su mujer. ¿O sí?

―Oh...

―Sí...―Miró a Leandro, buscando una reacción desmedida de su parte. No la encontró porque él sabía, gracias a mí, que su esposo era un infiel consumado ―. Leandro...vos...

―No me sorprende que sea un tipo de doble moral ―Se apresuró a decir, salvándome del cadalso ―. Nunca me gustó y aunque suene horrible, me alegro de que muestre la hilacha y que conozcas su verdadera cara.

―No me ayuda demasiado que digas eso, pero gracias. No puedo esperar otra cosa de tu parte. ―Puse los ojos en blanco, presenciando otro capítulo entre el gato y el ratón. Tom y Jerry eran un poroto.

―No pretendo que lo hagas. Dejaste de esperar cosas de mí hace rato.

―¿Pueden cortarla, carajo?  ―miré a mi hermana ―Maru, enfocáte, porque si no Leandro se va. Que, dicho sea de paso, no quiero que lo ofendas más. Bastante con que fue a tu casorio y se la bancó como un duque.

―Podría no haber venido. Tenía esa opción.

―Quería ver con mis propios ojos las consecuencias de mi estupidez.―Al Gringo solo le falta espuma en la boca cuando lo dice.

Maru tragó, digiriendo el peso de lo dicho por el Gringo. Miró su anillo de bodas y regresó a mí.

―Descubrí a Pedro cogiendo con la esposa de su primo. Apenas me vio salió corriendo atrás mío.

―Hijo de puta ―Murmuré rastrillando mi cabello hacia atrás.

―¿Qué? ―Ese fue Leandro.

En los próximos diez minutos mi hermana procede a contarnos su "estrategia", un descabellado y novelesco plan al estilo Agatha Christie que, dudo, salga bien. Marisol es demasiado buena como para soportar sostenerle la vela a un tipo que la va a engañar constantemente sin que esto la afecte. Dice que se vio obligada a firmar un acuerdo prenupcial, un trato que jamás pensó que se convertiría en una herramienta tan poderosa de extorsión.

Mi hermana no es una mujer materialista, por lo que no entiendo para qué quiere el dinero. ¿Filantropía?¿Apuestas clandestinas?¿Viajes de placer? No lo sé y no me lo dice. Me sulfura que me lo oculte.

―Sé que va a estar esperándome en la casa de San Vicente, se va a deshacer en disculpas y necesito estar preparada, que vea que no me doblegó. Lo quiero comiendo de mi mano. ―Sus ojos brillan con un sentimiento renovado, algo de revancha que jamás vi.

Inmóvil, incapaz de hilvanar una frase coherente, es Leandro quien, con su cabeza de abogado, le brinda ayuda.

―¿En ese contrato prematrimonial quedó establecida la infidelidad? ―sus palabras son cautas, pero sé que le repugna hablar de esto con mi hermana.

―En efecto, por un año ninguno de los dos puede serlo. Sobre todo, teniendo en cuenta que su familia es muy creyente. ― Une graciosamente sus manos en un rezo y se persigna dramáticamente.

―Probablemente, él quiera negociar con vos lo que viste.

―Lo mismo pienso. ―Leandro se acaricia la mandíbula acolchonada con su barba rubia y mullida, los mecanismos de su cerebro ejercitándose más que sus brazos ―. ¿Se te ocurre algo? ―Maru es pura dulzura ahora mismo.

―Negociar es la única salida que veo por el momento. ¿Realmente te interesa su dinero?

―No es lo que creen...

―No creo nada ―afirma el Gringo ―. ¿Qué crees que creo? ―Se envuelve en el enredo de palabras.

―Que soy una frívola interesada y que me casé por dinero. ¿Qué otra cosa podrías creer?

―No es mi caso y supongo que tu hermano tampoco lo piensa de ese modo ―el Gringo continúa―, supongo que tendrás un motivo lo suficientemente fuerte para querer el dinero y no lo discutiré. Solo creo que estás haciendo un sacrificio enorme.

―Lo sé y estoy dispuesta a seguir adelante.

―No entiendo...―dice mi hermana.

―Maru, ¿lo amás? ―Sé que se puso el traje de abogado implacable y avezado, pero también, que la pregunta nació desde lo más profundo de su corazón. Está quebrado y espera un no que, por suerte, llega a tiempo.

―No. Nunca lo hice. Nunca lo haré. ―Pone sus ojos a la altura de los de Leandro, un mensaje subliminal entre ambos, una intimidad de la que me mantengo ajeno.

―Entonces no te dolerá que él se acueste con esa mujer o con otras...

―Duele en mi orgullo, pero no en mi corazón.

―Ponéle un precio a cada una de sus aventuras, armá tus propias condiciones. A cambio, lo amenazas con delatarlo con sus padres quienes, evidentemente, son los que tienen la soga en su cuello.

Mi hermana parpadea, las fichas cayendo en su cabeza como en un video juego.

―Podemos instrumentar un acuerdo sin valor jurídico, aunque lo suficientemente sentimental como para someterlo a tu voluntad. Estipulá una cifra por cada vez que descubras que está siéndote infiel. Con suerte, si no tiene ganas de esconderse, reconocerá abiertamente la situación y te pagará sin chistar. Podés tener una cuenta bancaria independiente donde te puede depositar el dinero. Que te pague con bitcoins, yenes, cupones de descuento, no lo sé. Eso lo definís vos.

Maru comienza a sonreír como el Guasón. Es un poco...espeluznante, pero divertido.

El cazador, cazado.

Me gusta y se lo merece por hijo de puta.

―¿Puedo pedirle que no me obligue a tener sexo con él? ―pregunta con naturalidad y Leandro casi muere atragantado con su saliva. Hicieron falta más de un golpe en su espalda para desatorarlo.

―Mmm...si...si...vos estás en ventaja. Él va a estar desesperado por aceptar tu propuesta.

―Entonces, también querría incluirlo en el acuerdo. Ah, y que no me obligue a dormir con él, en su habitación.

―Bueno...

―Y que done dinero al refugio de perritos de San Vicente ―A estas alturas parecía una nena escribiendo su carta a Papá Noel.

―¿Cuándo volvés a tu casa? ―Le pregunté.

―¿Me estás fletando?

―No, hermana, sabés que no. Pero quizás te convenga anotarlo todo, estar segura y armar ese documento antes de verlo.

―No ―se anticipa el Gringo ―, si ella aparece con un listado, él puede suponer que ya lo tenía premeditado y estaba al acecho esperando esta oportunidad ―la mira intensamente ―. Necesitamos jugar con su desesperación e improvisación. Si ella muestra cierta espontaneidad en lo que pide, él cederá rápidamente y no podrá volver atrás. Puedo ir armando algo mientras tanto, no necesita de formalidades legales porque sabemos que en realidad es algo entre ustedes dos, pero de momento, sugiero que te quedes a dormir acá y por la mañana regreses a San Vicente. Te aseguro que él estará desesperado por verte y accederá a cualquiera de tus caprichos.

Mi hermana se arroja a los brazos de Leandro y puedo ver las chispas que me negué a reconocer por tanto tiempo. Él no la rodea de inmediato; espera sus movimientos, inspira su cabello castaño mientras que ella se aferra a él como un salvavidas.

Yo no tendría que estar acá presenciando esto, pero no puedo moverme. Nunca vi a mi hermana así de contenta. Finalmente, la enorme mano del gigante rubio se posa sobre la mitad de su estrecha espalda, con miedo a quebrarla.

―Gracias ―Ella le susurra al oído, él encapucha sus ojos.

―De nada...―Le suspira en la sien y la magia los desconecta.

Toso y me propongo hablar con Nicholas Sparks para que escriba una novela sobre la historia de amor de estos dos.

Se han ganado tener un final feliz en algún momento.

***

El miércoles por la noche, Maru me llama exultante diciendo que su plan funcionó y que Pedro, tal como previó Leandro, pasó despierto la noche, esperándola, con los ojos enrojecidos y el nerviosismo alterando su cuerpo. En respuesta, ella admitió haber estado en mi casa, llorando en mis brazos y sufriendo por él.

Preso de la dependencia económica a la que lo somete el padre y el temor por dañar su imagen frente a sus pares empresarios, pidió a mi hermana llegar a un acuerdo. Marisol mostró sus cartas, poniendo en marcha su estrategia.

Bien jugado.

No quiero alegrarme, pero nos ganamos esta pequeña victoria. Ruego porque no salga malherida y puedan bancarse un año así.

Caliento mi pieza de lomo al champiñón con papas, cortesía de mi rotisería amiga, y a punto de comer un trozo, mi celular suena.

Son las nueve y media de la noche, ¿quién llama?

El número desconocido me desconcierta, mucho más cuando la característica no es nacional.

Mi cuerpo se entumece.

Hace casi una semana que no sé nada de Candela y a pesar de mis altibajos, sé que debo arrancarla de mi vida si quiero seguir siendo un hombre cuerdo.

Lo dejo sonar una primera vez, sin atender.

¿Cambió su número? No estoy preparado para hablar con ella.

¿Y si le ocurrió algo?, me pregunto y al instante me respondo que ahora tiene otro novio a quien acudir.

Un nuevo alarido de mi teléfono quiebra mi voluntad de mantenerme firme. No puedo ignorarlo por más tiempo.

―Hola ―me quejo sin importar quién esté del otro lado. O sí, pero finjo que no.

―¿Esteban? ―Una voz que no reconozco pregunta por mí e insiste cuando mi silencio no responde ―. ¿Esteban? Soy Nuria, la hermana de Candela. Perdonáme por la hora, pero necesito que dejes de lado tu enojo y hablemos de ella.

El miedo me paraliza, la incertidumbre también.

¿Le corto o continúo la conversación? ¿Me interesa lo que tenga que decirme o Candela es asunto terminado?

******************************************

Pibe: chico.

Blandengue: blando.

Chicanear: provocar.

El truco es un juego de cartas muy popular de Argentina.

Canilla: grifo.

Mear: hacer pis.

Pantriste: Se emplea para definir a alguien tonto, quedado. El término hace referencia al dibujo animado homónimo y se popularizó luego un célebre caso de bullying en Carmen de Patagones (Bs. As.), a comienzo de los 2000. Allí un chico, a quien apodaban Pantriste, mató a sus compañeros de escuela.

Fletar: echar.

Bancar: tolerar.

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