22
La intervención fue un éxito.
Bueno, al menos dentro de lo que se esperaba en esta clase de casos, obviamente. No hubo tejido extra que retirar, lo que significaba que mi trompa derecha, donde se había alojado el embrión, no se había visto afectada más de la cuenta.
La única manera de saber inmediatamente si todo estaba en orden, era quedar embarazados nuevamente.
Te lo agradezco, pero no. Como diría Shakira.
Una semana más tarde, ya no era secreto para nuestras amistades ni para mi abuela lo que sucedió; todos habían venido a verme al hospital o al departamento a expresar cuánto lo sentían. Trini me contó su traumática experiencia: una expareja suya, casualmente el hermanastro del hasta entonces desconocido Valentín, atentó contra su vida, provocándole un aborto.
Ella no supo que estaba embarazada hasta que su madre se lo contó cuando salió del hospital donde estuvo internada con múltiples lesiones.
Su relato fue realmente conmovedor, mucho más cuando manifestó lo difícil que fue concebir al pequeño Alejo.
¿Yo quería intentarlo nuevamente?¿Sería capaz de no pensar en las posibilidades de que otra vez fuera ectópico?¿Estaba dispuesta a sumergirme en semejante vorágine?
Me dolía la cabeza y preguntas como esas no me ayudaban en lo más mínimo.
La abuela no quiso hablar al respecto, respetó mis silencios y se lo agradecí.
En el departamento, fui un fantasma. Ya no encontraba mi sitio, ni siquiera pensar en pasar a buscar a Esteban a su trabajo era motivador.
No lo esperaba dispuesta a tener sexo, tampoco me quedaba despierta para hablar de su día laboral.
Las horas pasaban sin más.
Los días eran solo números en el calendario.
Nos acercamos a fines de abril y mis padres ya no toleraban mis excusas para no comunicarme con ellos. "Desamorada, irresponsable, inmadura..." eran algunos de los adjetivos con los que me calificaban.
Mis hermanas supieron de inmediato que algo extraño me sucedía: en una videollamada con ellas, no fingí más. Detallé desde el momento en que bajé en el aeropuerto hasta que obtuve el alta en el hospital.
No me guardé nada.
Sus rostros de sorpresa fueron épicos.
Para cuando conocí a Esteban, ellas tenían 10 y 8 años. Lo recordaban como el hermano flaco y desgarbado de mi mejor amiga. Tiempo después, lo vieron en un par de publicaciones en las que Marisol lo etiquetó y admitieron que se veía diferente.
―Nunca me importó su aspecto ―reconocí ―siempre se trató de su interior.
En tanto que Nuria se puso de mi lado Melina insistió en que, ahora que ya nada me ataba a él, debía recuperar mi vida.
La vida que no estaba aquí sino allá, con ellas, con mis amigas inglesas y con Mike. Mike era muy amigo de su pareja y mi hermana menor era la más apegada a mi madre. Lógicamente, hablar con Meli era casi como hacerlo con mi madre.
Mike dejó de llamarme desde que lo evité el día de mi cumpleaños.
Tampoco le devolví sus mensajes y me encontré mirando su contacto.
Era un hombre escandalosamente guapo, intelectual de la primera hora y con un futuro asegurado. ¿Qué mujer no querría eso?
Adivinen quién: yo.
Entonces, si él no era el hombre que yo quería, ¿por qué estaba pensando en él?
Porque él nunca permitiría que te quedaras embarazada.
Por momentos, eché la culpa a Esteban por exponerme a tener sexo sin protección. Debería haberme convencido de no hacerlo sin preservativo, me repetí, minimizando mis responsabilidad. Otras veces, me sentí estúpida por desconocer el funcionamiento de un mísero DIU.
Llevé las manos a mi vientre vacío.
La canción de Silvina Garré y Juan Carlos Baglietto, "Era en abril" tan exacto para este instante, me arrancó el alma.
Lloré como hacía varios días no lo hacía. Siempre había algo que despertaba ese cosquilleo de tristeza; físicamente estaba repuesta, mis dolores premenstruales, lógicos y esperados, me avisaban sobre lo que estaba por venir.
Pero, ¿qué más estaba por venir?
Revisé mi correo como siempre cuando el nombre de Ava White, la directora del colegio donde dictaba mis clases de hockey en Londres, apareció en mi bandeja de entrada.
Lo abrí desesperadamente rogando porque no fuera un virus o un mensaje erróneo.
No lo era en absoluto.
Iba dirigido a mí. A su profesora estrella. A la única, según sus palabras, "capaz de enseñar con tanta pasión y conocimiento". Ava me invitó nuevamente a la reflexión. Quería, me imploraba, que regresara a mitad de año para ser parte de la plantilla educativa del semestre entrante.
Me daba una semana para pensarlo.
El corazón me bombeó con fuerza, excitado.
Ella no había aceptado mi renuncia; dijo que tomaría mi decisión como una simple pausa laboral. Reí cuando se aferró a la esperanza de que yo regresaría.
Adoraba enseñar, pero en el afán de perseguir aquello que faltaba en mi vida, decidí que empezar de cero en todo aspecto era lo mejor.
Sin embargo, ese anhelo estaba allí, palpitante.
Escribí numerosas respuestas. Escribí y borré sin saber qué contestar.
Finalmente, solo le dije que lo pensaría y que agradecía que continuara teniéndome en cuenta para el cargo.
Amaba a Esteban, pero yo no estaba conforme conmigo misma.
Él querría tener bebés en un futuro, él querría formar una familia...pero yo no podía forzarlo a esperar que yo estuviera segura ciento por ciento.
No esta vez.
No después de esta experiencia.
No podía decepcionarlo, no más.
Con todo el dolor del mundo comencé a armar mi valija; obviamente, tenía más ropa que la que había traído a Buenos Aires.
Lloriqueando de a ratos, torturándome con lo que no pudo ser, redacté una nota que dejé sobre la mesa y me pedí un taxi.
Me preparé mentalmente para el sermón de mi abuela.
Estaba cansada de que señalaran mis errores. ¿Nadie se ponía en mi lugar?
***
Decir que Bea casi se desmaya cuando me vio con mi valija a cuestas fue un eufemismo. Me abrazó fuerte y pidió explicaciones que no le di.
―Vos sabes que él también perdió un bebé, ¿no?
―La que puso el cuerpo fui yo. ―dije mientras desempacaba.
―Por supuesto, pero estoy segura de que, si él hubiera podido elegir llevarlo en sus entrañas, lo hubiera hecho.
―Claro que sí, él es el perfecto y adorable Esteban, el señor correcto. Pero sabes qué, no, no es todo perfección. Él también tiene defectos ―Injusticia brotando por mis poros, hormonas hablando por mí.
―Estás enojada y dolorida, no voy a seguir hablando con vos mientras sigas arrastrándote en tu autocompasión.
―¿Yo?¿Autocompasión? Pst, ¿y quién se puso a pensar en mí? ¡Yo no quería hijos y él me embarazo!
―¿Él lo hizo? ¿Te drogó?¿Te emborrachó? ¿O ahora hay métodos modernos que desconozco? No sé, algo así como que te miran y te plantan la semillita. ―Rayando lo gracioso, despotricaba ―. Todos nos pusimos en tu lugar, contrariamente a lo que pensás. Todos dijimos "pobrecita Candelita" cuando nos enteramos de lo que te tenían que hacer. Nadie dijo "pobrecito Esteban debe estar desgarrado". Sí, pensamos en él, pero nadie se compadeció del padre, de ese hombre que también estaba ilusionado. Así que dejá de ser tan egoísta y de pensar en que solo vos sufriste con esta pérdida.
Cerré la puerta de mi habitación siendo una completa maleducada. Mi abuela no se merecía que me comportara así.
Gruñí y clavé mis puños en la almohada.
No la destripé de casualidad.
***
En algún momento de la tarde el sonido del teléfono asesinó mis sienes. El nombre de Esteban junto a su foto de contacto, en la cual estábamos ambos, sonaba una y una vez.
De seguro, estaba con mi nota en su mano.
Unas líneas frías me habían despidieron de él en ese papel.
Un "Lo siento, necesito pensar a solas. Estoy en lo de Bea, pero por favor, no vengas a buscarme", le puse.
No respondí a su mensaje de "Cande, ¿por qué?".
Minuto más tarde, un mensaje suyo apareció en mi pantalla.
Esteban: Al menos decime que llegaste bien. No quiero perderte.
No quería preocuparlo más de la cuenta y aunque sospechaba que mi abuela le habría dicho que llegué bien, merecía unas palabras de mi parte.
Yo: Llegué bien. Estoy bien.
Esperé por una respuesta que no llegó. ¿No le acababa de pedir tiempo? Bueno, él estaba dándomelo, ¿por qué debería ofenderme o sentirse extraño?
Por la noche, mi abuela vino a buscarme para la cena. Continuaba enojada conmigo y no la culpaba. Las tripas me sonaban y tenía hambre así que no me negué.
Sentadas en la mesa de la cocina, fue inevitable pensar en el momento en que Esteban y yo tuvimos sexo allí mismo. Tosí, evaporando mis recuerdos.
―Vas a hervir el agua si seguís revolviendo la sopa así ―Bea dijo en tono determinado, apenas mirándome por sobre sus gafas empañadas por la sopa de verduras.
Corrí el plato hacia adelante dando por terminada mi comida.
―Gracias, no tengo más apetito.
―¿Vas a seguir con esa cara de ogro hasta que decidas tomarte el primer vuelo que tengas disponible? ―Fruncí el ceño, evitando la respuesta ―. No soy tonta, abandonaste a Esteban porque estás pensando en escapar.
―Primero que nada, no abandoné a Esteban. Le pedí un tiempo y pensé que acá lo tendría ―acusé, voz en alto ― y, en segundo lugar, no me voy a escapar a ningún lado.
Bueno, eso no sonó convincente a juzgar por mi tibio tono de voz.
―No tengo ochenta y tres años al cohete, nena. Te estás escapando. Huyendo. Por cobarde.
―Abu...a ver...―Presioné el puente de mi nariz, agotada de ella y de todo el mundo que me cuestionaba ―, soy adulta, sé las consecuencias de mis actos y si me voy, es porque no quiero arrastrar a Esteban a una vida miserable por mi culpa.
―¿Te volviste loca?
―Bea ―¿por qué siento que esto es un dejá vú? ―, creéme que lo mejor es que me vaya y Esteban se consiga a alguien mejor.
―Sos una tonta. ¡Tonta, tonta!
―Gracias, no sé por qué no me sorprende lo que decís. Como si no fuera la primera vez que me lo hacen ver. ―Me puse de pie y soportando mi peso sobre el respaldo de la silla anuncié mi retiro ―. Si no tenés nada más para retrucarme, que tengas buenas noches.
La abuela se cruzó de brazos sin emitir sonido. Di por sentado que era su buenas noches.
***
Las cosas no mejoraron a la semana siguiente; apenas nos dirigimos palabra con Bea, habiendo hecho algún que otro progreso. Juntas, preparamos algunos gajos de plantas que ella quería reproducir y me pidió que la ayudara a bajar de su viejo armario la ropa de invierno y clasificar la de verano.
No supe nada de Esteban desde aquel lejano mensaje. Tampoco recibí llamadas. Era como si la tierra lo hubiera tragado o, mejor dicho, como si me hubiera superado por completo.
La idea de verlo con otra mujer se gestaba como un fuego que quemaba mis vísceras. No quería que nadie pusiera sus manos en su cuerpo, que otra lo besara.
No quería que nadie lo tuviera más que yo.
Gruñí de impotencia.
Marisol vino a casa de mi abuela dos veces; desde que se instaló en Cañuelas nuestras charlas se redujeron a videollamadas de pocos minutos. Obviamente, estaba del lado de su hermano, pero era sutil en el modo de hacérmelo saber.
Lo entendía, pero cada día que pasaba yo afirmaba mi postura.
Releí el correo de Ava. Tenía menos de veinticuatro horas, si era estricta con el plazo, para definir mi regreso a Londres. Con dudas, le pedí hasta el fin de semana.
Y así llegó el miércoles. Día de ajedrez.
¿Vendría Esteban a jugar con mi abuela?¿Haría de cuenta que no pasaba nada? Para la tarde, a la hora de su habitual llegada, ya no me quedaban uñas por morder.
No quería preguntar a mi abuela, su sermón sería interminable y todavía estábamos enojadas.
En el baño, el principio de una nueva etapa dijo presente. Me miré en el gran espejo de volutas que colgaba de la pared sobre el lavatorio.
Mi primer período post embarazo.
Respiré hondo y me quité el protector con sangre. La horrible sensación de pérdida regresó por un momento. Me repetí lo fuerte que era, que estaba frente a otra montaña por superar.
Tomé un ibuprofeno para calmar el dolor pélvico y envié un mensaje a Adriana anunciándole que mi cuerpo estaba respondiendo según lo esperado. Ella respondió a la media hora con un "es una buena señal".
Señal de que mi vida era un completo desastre.
Sola, sin el amor de mi vida, rota de una manera indescriptible y peleada con la única persona de mi familia de sangre que me era incondicional, todo parecía arrastrarme de regreso a un país frío en el que nunca echaría raíces reales.
Cuando el timbre sonó, salté de la cama de un brinco. Llevé la mano a mi pecho deseando que fuera Esteban.
Busqué el pequeño espejo de mano dentro mi bolsito y acomodé mi pelo. Contenta con el resultado, pasé un poco de laca por mis labios.
¿Qué imagen quería proyectar?¿Qué buscaba con que me viera de buen semblante?¿Por qué lo torturaba con mi indiferencia?
Cuando escuché voces en la sala inspiré profundo y salí con la confianza que no tenía, dispuesta a enfrentarme a Esteban y decidir si me iba o me quedaba para siempre.
*************
"Era en abril": Canción interpretada por el dúo rosarino conformado por Silvina Garré y Juan Carlos Baglietto, en la cual se retrataba la pérdida de un bebé en el vientre materno.
https://youtu.be/VmNUERLcwq8
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro