21
Esa noche tuvimos nuestro primer "sexo de reconciliación", pero lejos de ser caliente y pasional, fue tierno y amoroso.
A partir de esa discusión, con la promesa pendiente de hablar de nuestra situación después de tener la primera cita con la obstetra, los días siguientes fueron idílicos.
Candela estaba cachonda y cada vez que llegaba a casa del consultorio, teníamos un rapidito, por lo general, en el sillón de casa. Tendría que cambiarlo pronto porque tenía sus años y como que siguiéramos dándole ese uso, su vida útil corría peligro.
Nos duchábamos juntos por la noche, algunas veces más traviesamente que otras, y hablábamos de mis pacientes. Ella era un gran oyente; tenía facilidad para retener los nombres y las situaciones particulares de los niños.
También demostró cuán celosa la ponía Florencia, la chica de recepción: todos los días, llamaba al centro pediátrico y pedía por mí solo para preguntar si me faltaba mucho para terminar, algo que, claramente, podía hacer vía celular.
No me importaba en absoluto.
Como todos los miércoles, acordamos ir a casa de su abuela Bea. Candela no se sentía muy bien, estaba nauseosa y con jaqueca, pero quiso ir de todos modos.
―¿Estás segura? Sabés que no es obligatorio que vayamos, tu abuela entendería si le decimos que estás descompuesta.
―Mi abuela no se tragaría "mi descompostura" ―Hizo comillas al aire.
―¿La gente no se descompone para ella?
―Mi abuela no es tonta ―insistió ―. Va a sumar dos más dos. Va a empezar a preguntar por toooodos mis síntomas. Tranquilamente pudo haber sido reclutada por el FBI. Es mejor que cualquiera obteniendo información. ―Nos reímos dentro del auto, a unas calles de la casa de Bea.
Candela comió unas tic tac de menta para ocultar su languidez y el mal gusto del vómito que precedió nuestra salida del departamento. Me miró y bajamos.
Por fortuna, la cena transcurrió tranquilamente. La abuela Bea no cabía en su asiento de lo contenta que estaba por nosotros. Nos miraba con una sonrisa enorme, dándonos su bendición.
Apenas arrancamos nuestra partida de ajedrez, Candela cayó rendida en el sofá. Un leve ronquido nos hizo sonreír a su abuela y a mí.
―Vení, acompáñame a la pieza.
―Bea, ¿me estás por hacer una propuesta indecente? ―Recurrí a un chiste, ganándome un golpecito simpático en el brazo.
―Tonto, me hubiera aprovechado de vos en otro momento, no ahora que estás de novio con mi nieta. No soy una rompe hogares ―Volteó los ojos exageradamente mientras caminábamos por el corredor rumbo a su habitación.
Realmente desconocía qué tenía en la mente esta bella viejecita.
Cuando encendió la luz y la bombita parpadeó, lo primero que supuse fue que necesitaba cambiar el foquito. Era peligroso que se quedara sin iluminación.
―¿Tenés otra lamparita?
―No es por eso por lo que te traje.
―P...pero necesitás cambiarla...
―Mañana, pasado...ahora tenemos que aprovechar que estamos solos. ―Tomó asiento en su cama y dio una palmadita al colchón.
―¿Viste? Yo sabía que me trajiste con segundas intenciones. ―Me acerqué, gracia tras otra.
Cuando finalmente me puse junto a ella, abrió el cajón de su antiquísima mesa de luz y agarró una cajita de terciopelo azul. Antes de dármela, aclaró:
―Es una de las posesiones más importantes que conservo. Nunca tuvimos riquezas como para tirar manteca al techo, pero el valor sentimental es inalcanzable ―su arrugado labio tembló ―. No quise que el papá de Candela se lo de a Guillermina, no lo iba a valorar. Así que tomá, hijo, quiero que lo tengas vos y se lo des a mi nieta cuando creas preciso.
Inmediatamente supe a qué se refería: abrí la cajita y vi un hermoso anillo, un solitario de platino con un diamante engarzado sobre grifas. No era un experto joyero, pero días atrás había estado consultando en internet sobre algunos modelos.
Comprometerme con Candela estaba en mis planes cercanos, pero con la noticia del embarazo no quise aturdirla y darle más cosas para pensar.
―Bea, es maravilloso.
―No me voy a enojar si querés dárselo y comprarle otro más moderno o costoso, es muy austero y...
―¡Es perfecto Bea! Es...simple, brillante, hermoso como lo es tu nieta. ―Una lágrima se deslizó sobre su piel curtida.
―Sos el indicado para ella. Tenéle paciencia, es terca y obstinada como su padre, pero te ama.
―Lo sé.
―Y los felicito ―Se arrastró las lágrimas con la falda de su delantal de cocina.
―Todavía no le pedí compromiso.
―No por eso, es por el embarazo.
Petrificado, mi boca quedó entreabierta. ¿Cómo mierda lo sabía?
―No hace falta que digas nada, lo sé. Apenas entró la vi diferente. Cansada, presumiblemente por los vómitos, pero con un aura especial.
―Que...queríamos esperar a los tres meses...―Justifiqué.
―Está muy bien. Su secreto está a salvo conmigo ―Me guiñó el ojo y me tomó de las manos.
Una vez en la sala, Candela comenzó a desperezarse. Me miró mientras daba un gran bostezo y estiraba los brazos hacia arriba.
―¿Terminaron?¿Qué hora es?
―Es tarde ―le di un beso en la frente ―, y no, no terminamos.
―Le pedí a Esteban que viera la lamparita de mi pieza que parpadea. La va a tener que cambiar. ―Bea mi miró, pícara.
―Oh, bueno, entonces ¿ya nos vamos?
―Sí, preciosa, nos vamos.
***
El viernes pedí a Florencia que suspendiera mis turnos. No era responsable de mi parte reprogramar la agenda, pero estaba muy nervioso por nuestra cita médica con Adriana, la esposa del Dr. Ferro, el nutricionista infantil que trabajaba conmigo en el centro pediátrico.
Candela prácticamente no quiso almorzar. Adujo dolor de panza, pero intuí que eran nervios. El día anterior había estado con dolores molestos en la zona del abdomen y las náuseas habían regresado. Hizo reposo durante todo el jueves hasta que volví temprano a casa y miramos TV en la cama.
Consiguió dormirse sobre mi hombro, su respiración serena y sus rasgos laxos.
¿Cómo sería nuestro bebé? ¿Tendría su temperamento indomable o mi cautela? Sonreí al imaginar una niña jugando hockey y a un niño sosteniendo un estetoscopio entre sus manos.
―Tranquila, va a estar todo bien. ―Le dije, disfrazando mis propios nervios. La primera ecografía era determinante: escucharíamos la frecuencia cardíaca, veríamos si su tamaño era acorde al tiempo de gestación y si se trataba de un solo bebé o nos llevaríamos una sorpresa.
No sé por qué siempre imaginé siendo padre de mellizos o gemelos.
Quizás mi afán de ser padre o mi búsqueda de caos. No lo sé.
―Adriana es un sol. La conozco y tiene muy buena reputación. Es especialista en embarazos de alto riesgo. Es una grosa.
―Me alegra que hayamos podido encontrarla. ―Yo ya me había encargado de contratar un cobertura prepaga que cubriera sus gastos médicos, pero con ella ya embarazada, todo era mucho más burocrático.
―Atiendo a sus chicos así que ahora soy yo el que pone lo que más amo en la vida en manos de ella.
―Te amo tanto ―me acarició la quijada, la sombra de barba apareciendo en mi piel ―, me gusta así, que te dejes un poquito de barba.
―Te raspo.
―Aumenta los puntos de placer...
―Oh...entonces no paro hasta ser un leñador.
―Mmm...mi leñador...―nos besamos dulcemente, entre sonrisas y promesas.
Abril llegó con algo de frío, una pequeña muestra de que el otoño finalmente estaba entre nosotros. Candela se había surtido de un vestuario más adecuado a esta época del año. Mi armario estaba abarrotado con sus cosas.
La habitación más pequeña, futuro cuarto del bebé, estaba siendo planificada por Candela. Ya había pensado en el color de las paredes y confesó haber navegado en la web buscando qué muebles comprar.
Adoraba que estuviera pendiente de su panza, que consultara portales de madres y que esperara con ansias el momento en que sentiría sus piecitos pateándola.
Cuando llegamos al consultorio de la Dra. Torchia, en Recoleta, sus dedos no abandonaron los míos. Prácticamente estaba clavando sus uñas en mis palmas. En la sala de espera muchas parejas aguardaban su turno: algunas con embarazos más avanzados que el nuestro y otras, con la esperanza, como nosotros, de que todo estuviera bien.
―Comé una barrita de cereal.
―Tengo un nudo en el estómago.
Llevé su cabeza a mi boca y posé un suave beso en ella, esperando.
―Candela Torrento ― Adriana nos llamó desde el consultorio y nos recibió con un gran abrazo. Invitó a Candela a pasar detrás de un biombo para quitarse la parte inferior de su vestimenta y para que se colocara una de las batas descartables encima.
Tomé asiento junto a la camilla y hablamos de sus hijos, uno de quince y el otro de diez, quien aún era mi paciente.
Candela apareció tímidamente y se ubicó según las indicaciones de Adriana.
―¿Cuál fue la fecha de tu última menstruación? ―Candela le respondió exactamente lo que pensé: unos diez días antes de su viaje a Buenos Aires.
―¿Náuseas?¿Vómitos?¿Desmayos?
―Vómitos a repetición, algunas náuseas matutinas.
―¿Sangrado o algún dolor que te llamara la atención?
―No...en realidad, hace unos días que me duelen los hombros, pero lo aduje a una vieja lesión de mis años como jugadora de hockey. Ah y algunos calambres en la zona pélvica, lo normal según leí en internet...―Sonrió con sonrojo, restándole importancia.
Mis ojos se posaron en Adriana.
Oh, oh.
La doctora tragó duro y siguió sin alertarnos, preguntándole sobre el deporte, hablando de Las Leonas y cayendo en maniobras distractoras.
Yo no era capaz de formular preguntas, solo quería que pusiera el transductor en el útero de Candela y sacarnos de dudas.
Adriana terminó con algunas preguntas de rigor y le advirtió sobre la próxima maniobra.
―¿Vamos, papis? ―Nos miró a ambos, deteniéndose en mí.
―Sí ―Candela asintió animada.
Yo, por el contrario, estaba aterrado.
Cuando el pequeño latido se hizo sostenido, invadió la sala. Candela me agarró fuerte de la mano, pero al ver que yo no decía nada, que me mantenía inmóvil frente a la imagen que reproducía la pantalla, balbuceó.
―Esteban...Teté...¿está todo bien? ―Inclinó un poco su torso, la mano de Adriana presionándole la pelvis.
―Candela, no te muevas por favor. ―le dijo suavemente.
―¿Qué está pasando? ―Candela chilló, buscando respuestas.
No podía estar pasando esto.
Me quería morir.
Adriana tomó la palabra, tal como correspondía.
―Chicos, estamos frente a una situación tan común como indeseada. ― Me sostuvo la mirada ―. Efectivamente, hay un embarazo, pero... es ectópico.
Candela parpadeó, confundida. Como si le acabaran de pegar un puñetazo en el pecho, quedó boqueando hasta que sus palabras pudieron salir.
―¿Eso significa que el bebé no está alojado donde corresponde? ―Su atinada pregunta recibió una tibia afirmación de Adriana, consternada. No tanto como yo, por supuesto.
―Estos embarazos son frecuentes e inviables. Los síntomas son los mismos que para cualquier embarazo común, otros no tanto, y no es sino con esta clase de ecografías que podemos detectarlos y confirmarlos.
―Entonces...Esteban...¿entonces? ―sus ojos avellana eran dos mares profundos, adoloridos.
―Entonces hay que extirpar el feto y rogar que no esté comprometida tu trompa o tu útero, amor. ―Mi tono era monocorde, sin expresión, aunque por dentro quería romper todo y gritar con furia.
Candela comenzó a llorar desconsoladamente. Adriana le quitó el transductor de su cuerpo y ofreció dejarnos a solas por unos minutos.
Nos abrazamos fuerte cuando la doctora se marchó. Quise ser fuerte, quise capturar cada una de sus lágrimas y transformarlas en besos y esperanza, pero yo también estaba devastado.
Quería a ese bebé.
―No va a vivir...―dijo Candela en una afirmación, gimoteando descontroladamente.
―No tiene chance, mi amor.
―¿Voy a poder tener bebés después? ―Su pregunta me sorprendió y apelé a mi conocimiento médico.
―La mayoría de las mujeres no presenta inconvenientes para volver a concebir, las posibilidades dependerán del estado en que quede la trompa una vez que se quite el embrión.
―¿Eso es un sí?
―Sí, mi amor. Sí...
Nos besamos un minuto más, intentando calmarnos y procesar este drama.
Adriana ingresó, pidió que Candela se vistiera y luego comenzó a completar su ficha médica.
Datos, fechas, antecedentes familiares. Candela respondía desanimada, sin fuerzas.
―Tenés un DIU. ―afirmó la obstetra.
―Sí, me lo cambié unos días antes de venir a Buenos Aires.
―¿Es de cobre?
―Sí.
―¿Utilizaron otro método anticonceptivo?
―...no...―Candela respondió avergonzada.
―Es probable que, para cuando tuvieron relaciones, todavía no hubiera hecho efecto. Por lo general, estos dispositivos necesitan de un par de días para eliminar el cobre y por eso quedaste embarazada.
―Entiendo ―Candela sorbió su nariz, autómata. Nuestras manos unidas sobre mi muslo.
―Hay algunos estudios que demuestran que el uso del DIU puede favorecer el desarrollo de esta clase de embarazos extrauterinos. No digo que este sea el caso, pero es bueno que lo tengas en cuenta al momento de tratar de quedar embarazada nuevamente.
Asentimos, un nuevo intento parecía muy lejano ahora, casi impensado. Bordeando lo imposible.
―Acá tenés una orden que vas a presentar en la recepción. El lunes a la mañana, si acaso no tuviste sangrados o calambres abdominales de consideración antes, te venís a internar. Vas a tener que hacerte una intervención laparoscópica.
―¿Eso es peligroso? ―Candela nos miró a ambos, pero se apoyó en mí para saciar su duda.
―Es una práctica sencilla, poco invasiva y la cicatriz es mínima. ―Afirmé, su labio siendo asesinado por sus dientes superiores.
―Cuando el cirujano intervenga no solo deberá quitar el tejido ectópico, sino que tendrá que ver el estado de la trompa en general, puede que no se haya comprometido como que sí.
―¿Puede que tengan que quitarme la trompa? ―Su aullido retumbó en el silencio del consultorio.
―Llegado el caso, sí. Pero ahora, solo pensemos en que será una maniobra sin complicaciones. ―Adriana bajó la tapa de su notebook y se quitó los anteojos, empatizando con nuestra desgracia ―. Lo siento mucho, chicos. Odio dar esta clase de noticias.
Candela guardó la orden médica en su bolso cruzado y tras un saludo desganado, salimos del consultorio.
El regreso a casa, como era de esperar, fue devastador.
Su silencio, mi dolor, la desilusión de los dos...
―Me voy a acostar un rato. ―dijo apenas entró al departamento.
―¿No querés que hablemos de lo que pasó? ―Sugerí con el alma en quiebra.
―¿De qué cosa querés hablar?
―¿Cómo de qué cosa? ¡Del bebé que estamos por perder!
―¿Para qué? Ya no hay nada más que hacer. ―Su indiferencia resultó dolorosa. Lidiando con mi propia angustia, reconocí que se había puesto una máscara para hacer del sufrimiento algo menos punzante.
Esa noche, ambos lloramos, rompiéndonos en los brazos del otro.
Mi hermana nos envió un mensaje preguntándonos dónde estábamos; dispersos, abatidos, olvidamos su invitación a cenar tras su llegada de la luna de miel.
En tanto que Candela dormía de a ratos, yo salí de la cama e hice un llamado a Marisol.
―¡Hola, desaparecido en acción! ―exclamó, jocosa. Al menos uno de los dos estaba de ánimos para chistes.
―Hola Maru.
―¿Qué paso? ―mi tono oscuro fue elocuente y ella lo detectó de inmediato.
―Necesito que me dejes hablar ―mi voz tembló, tragué saliva y resignación ―, necesito que no me hagas muchas preguntas y que solo me escuches.
―Ay Esteban, no me asustes...
Caí como bolsa de papas sobre el sofá.
―Lo perdimos...
―¿Qué cosa?¿A quién?
―Al bebé...está ahí pero no va a estar más. ―Le arrojé las piezas del rompecabezas.
Mi hermana hizo un pesado silencio, uniendo mentalmente mis palabras.
No hizo falta ahondar en detalles, rápidamente comprendió de lo que estaba hablando.
―No...no...¡no! ―Comenzó a llorar.
―El lunes le van a hacer una laparoscópica para extirparle el embrión de la trompa.
―Esteban, ¡no sabés cómo lo siento! ¿Cómo está ella? Ahora entiendo por qué ninguno de los dos me respondió en toda la tarde. ―En efecto, tenía cinco llamadas perdidas y mensajes pendientes de lectura.
―Se durmió hace un rato. Es una montaña rusa de emociones.
―¿Cuándo se enteraron de que estaban embarazados?
―Hace poquito, apenas empezó a tener vómitos y detectó que no le había venido la regla ―Arrastré las gruesas lágrimas que invadían mi cara ―, prácticamente la obligué a que se hiciera un test en el baño de casa. Estaba aterrada.
―Ella siempre dijo que no sabía si quería hijos, no habrá sido fácil admitir que estaba embarazada.
―Lo sé, aunque se encariñó rápidamente con la idea.
―¡Dios, Esteban! Estuve algunas semanas afuera y pasa todo esto...
―Queríamos anunciarte el embarazo esta noche, pero no...no...―mis cuerdas vocales se ajustaron como si mil nudos marineros me hicieran presión sobre el cuello.
―Está bien, no te hagas problema. ¿Vos crees que podría ir mañana a verlos?¿Ella está en tu casa?
―Sí, se mudó conmigo apenas supimos que estaba embarazada.
―Waw, sí que no perdieron tiempo.
―¿Para qué perderlo? La amo desde que la vi al lado tuyo y casi me vuela las bolas. Cuando el test dio positivo, no dudé.
―No es un crítica, grandullón. Por el contrario, me alegra que estés a su lado. No existe otro hombre en el mundo que pueda acompañarla como vos.
―No estoy seguro ―los fantasmas sobre Mike rondaron mi cabeza.
―¿Qué decís?
―El imbécil de su ex viene llamándola desde hace rato.
―¿En serio? No me dijo nada.
―Y aunque te lo hubiera dicho no creo que me lo confesaras.
―Tenés razón...
―Maru, si me deja...si me abandona...me va a romper el corazón. ―Pasé una mano por mi rostro, barriendo dolor, llanto y futurologías.
―No te va a dejar, ella te ama desde siempre. Puede que esto la haga replantearse muchas más cosas que antes, pero sos el hombre de su vida, no creo que sea tan estúpida como para no darse cuenta de que su felicidad está a tu lado.
Hablamos de cuestiones técnicas de la intervención del lunes y los riesgos que corría. Prometió venir a casa mañana y le agradecí que lo hiciera, le haría bien a Candela hablar con su mejor amiga e incluso, abrir su corazón por completo.
Regresé a la cama tras beber un poco de agua y me acurruqué contra su espalda.
―¿Adónde te fuiste? ―Gimoteó.
―Sonó el teléfono. Era Maru preguntando por qué no fuimos a cenar con ellos.
―Ufff...Maru...me olvidé de responderle...
―Tranquila, mi amor. Ya...ya le hablé...
―¿Lo sabe?
―Sí y quiere venir mañana ―Candela solo respiró profundo y asintió con la cabeza, sin fuerzas siquiera para responder con palabras.
Con el alma rota y mil dudas acumulándose en mi cabeza, caí rendido en brazos del sueño, rogando que todo lo vivido el día de hoy fuera una pesadilla.
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Grosa: experta.
Tic tac: pequeñas pastillas de menta con forma de píldora.
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