19
Marzo se instaló junto a Candela. Me gustaba tenerla en casa, que me pasara a buscar por el consultorio y que también se hubiera anotado en las clases de defensa personal que daba Trini.
Como era de esperar, rápidamente compatibilizó con los chicos de mi grupo; entendía sus bromas y ya era una más, respondiéndoles con su estilo particularmente sarcástico. Dani la adoraba, tratándola como a una hermana menor y Trini no se quedaba atrás.
Sin embargo, no conseguir trabajo la tenía inquieta. Me contó que había estado enviando CV a algunos clubes de hockey, pero la situación actual del país hizo que las cosas no le fueran fáciles. A menudo notaba su frustración; intentaba ocultar su lloriqueo y su malestar encerrándose en la habitación y padeciendo por un rato.
Sus cambios de humor no eran tan manejables; así como se derrumbaba de golpe, al cabo de cinco minutos, estallaba en carcajadas.
Aun no habíamos tenido tiempo para probar los tapones que le compré; ese mismo lunes nos habíamos acostado temprano porque tuve una reprogramación de citas médicas y unos turnos a primera hora del martes que cambiaron mis planes.
Hacia mitad de mes, un virus estomacal la dejó hecha una piltrafa; aparentemente, el sushi que pidió no estaba en buen estado, lo que la tuvo tres días a puro vómito.
Siendo médico, mis alarmas se encendieron.
Ella sostenía que no quería ir al doctor porque tenía uno en casa. o sea, yo.
Además, la presión de saber que debía reportar a Londres que no pensaba volver era un tema que la angustiaba.
Ya habíamos tenido nuestra primera discusión como novios: ella repetía que aún no estaba preparada para enfrentar la desaprobación de sus padres.
Conocí sus gritos enojados.
Prefería los de sus orgasmos.
Agitamos bandera blanca: convinimos en que hablaría cuando se sintiera segura de hacerlo. El reloj era siniestro puesto que, para su familia, ella volvía a fin de mes y para mí...bueno, yo no estaba seguro ciento por ciento de que se quedaría a mi lado.
"Tengo un nudo en la panza", era la excusa para evitar las últimas cenas.
Aunque no me lo había dicho, supe que su ex Mike la había contactado. Una vez, mientras se duchaba, fui testigo del parpadeo en su celular y su nombre escrito en el aparato. Cuando salió y vio la llamada perdida, se excusó diciendo que era su hermana.
Como si nada, asentí y le di un beso.
¿Ella también me engañaba?
No volvimos a hablar del tema hijos, era tabú.
Lo respeté, juré esperarla.
―Nena, ¿necesitás que te lleve un vaso de agua? ―No me permitía entrar cuando vomitaba, alegando que era asqueroso. Yo le recordaba que era pediatra, que la caca, el pis, los vómitos y los mocos de los pequeños eran una constante en mi vida.
―Dale, por fa. ―Aceptó con la voz quebrada.
Llené un vaso y miré la prueba de embarazo que había comprado de regreso del consultorio. No me fiaba de una intoxicación, mucho menos teniendo en cuenta que comí lo mismo y no me dolía ni una pestaña.
Deambulando por el baño, se limpiaba la boca con la toalla. El olor a menta delataba que se acababa de cepillar los dientes.
―Gracias. Voy a denunciar a estos chinos de mierda. ―Amenazó. Aun sintiéndose mal era una pólvora.
―Escucháme Cande, sentáte un minuto ―Bajé la tapa del inodoro y la llevé a que tomara asiento allí arriba ―. ¿Cuándo fue la fecha de tu última menstruación?
―¿Perdón?
―¿Cuándo fue tu último periodo?
―No...no...―Sonreía nerviosa.
―Linda, las intoxicaciones son peligrosas. Si seguís vomitando podés deshidratarte y...
―Ya se me va a pasar, hoy me siento mejor que ayer.
―Ya vomitaste tres veces hoy. ―La había escuchado, obviamente ella no lo admitió ―. Te traje esto ―del bolsillo trasero de mis jeans saqué el empaque abollado con la prueba de embarazo.
―¿Qué es esto? ―Gritó al leer la caja ―.¿Un test de embarazo?¡No puedo estar embarazada! Tengo un DIU.
―Cande, el único anticonceptivo cien por ciento efectivo es el celibato. Y precisamente, no fue la práctica que adoptamos. ―Bromeé, sin causarle gracia ―. No perdemos nada. Lo ideal es que tengas tres horas de retención y que sea el primer pis de la mañana, pero salgamos de dudas. No es aconsejable tomar ciertos medicamentos si estás embarazada y...
―¡No estoy embarazada! ¿Lo entendés? ¡No estoy embarazada! ―Rozando lo agresivo, arrojó la caja al bidet y salió del baño como loca.
La seguí hasta el dormitorio con toda la paciencia del mundo.
―Es muy probable que tengas razón, pero no quiero que corras riesgos, Cande. ―Me acerqué y le quité las manos de la cara ―. Prometo que, si es negativo, le digo a Sebas que mande a cerrarles el local a los chinos y nunca más trabajen en el país.
―Y...¿si da positivo? ―preguntó, su voz en un hilo, por primera vez pensando en una posibilidad semejante.
―Nos sentaremos a charlar del futuro como dos personas adultas.
―No llevamos ni un mes juntos.
―Te amo desde hace doce años. ¿Ese tiempo sí es suficiente? ―Se lo dije sin rodeos. Su cabeza se clavó en mi pecho como una bola de demolición. Estaba asustada, sumamente aturdida y probablemente guardándose información que yo desconocía ―. Cande, amor ―Recuperé la visión de sus ojos ―, ¿cuándo fue tu última menstruación? ¿Tenés un atraso? ―Sus hombros de aflojaron, su silencio momentáneo siendo un indicio de su respuesta posterior.
―Tendría que haberme venido hace una semana. ―Mi corazón empezó a latir desaforado. Algo dentro de mí, orgullo, amor, miedo, desconcierto, o todo eso junto, revolvía mis entrañas de la mejor manera posible. Pero no se trataba de mí, tener un hijo y con ella era lo que más deseaba en el mundo, sino se trataba de Candela, de sus inseguridades, de sus objetivos incumplidos, de su miedo constante a fracasar y decepcionar a todos los que la rodeaban.
―Bueno, con más razón. Estuviste bajo mucha presión también.
―¡Sí, eso mismo!¡Estuve muy nerviosa! ―Trató de convencerse de lo que, para mí y a esas alturas, era un hecho consumado.
―Hagamos una cosa: no te hagas el test ahora. Esperemos hasta mañana. De todos modos, por más que sea una intoxicación, es bueno que te hagas un chequeo general. Puede que hayas perdido muchos minerales, líquidos...
―Está bien, tenés razón. Soy una mujer grande.
―Tenemos que escalar esta montaña. ―Ella sonrió como no lo hacía desde varios días. Me dio un beso fuerte, echaba de menos que me besara así. Desde que comenzó con sus náuseas no quería ni tocarme ni ser tocada por miedo a vomitarme encima.
No dormí en toda la noche, sino que fingí hacerlo, sobre todo cuando escuché que, a hurtadillas, en la mitad de la madrugada, fue al baño a vomitar de vuelta.
Regresó a los cinco minutos sin decirme nada.
Por la mañana, la desperté como siempre. Lucía ojerosa y cansada y ambos conocíamos las razones.
―Preparé un té y tosté unas rodajas de pan. ¿Te sentís bien como para comer algo más sólido que los calditos de los últimos días?
―Mas o menos ―Gimoteó.
―Cande, si no te hacés el test, voy a tener que llamar a un médico.
―Vos sos médico, dame un ibuprofeno o un paracetamol. Todos recetan lo mismo.
Ladeé la cabeza, riendo por su adorable apreciación.
―Si estás embrazada, cosa que no puedo determinar con solo mirarte, un ibuprofeno no es recomendable. Si es una intoxicación, tampoco.
―Ufa ―Se cubrió la cabeza con las sábanas, encaprichada.
―Es tu salud, sea una cosa o la otra, ¿no te preocupa saber qué tenés? ―Lentamente bajó las telas, dejando al descubierto los mechones de pelo enredados entre sí.
―No me hagas sentir culpable.
―No es esa mi intención, amor. ―Le besé la sien ―. Sea lo que sea, estoy con vos. Ahora, dale, te acompaño al baño y terminemos con esta tortura.
Finalmente se puso de pie y se colocó mis chancletas, varios números más grandes que las suyas. Como el canario Tweety con las raquetas de tenis para andar sobre la nieve, arrastró sus pies hasta el baño. Caminé por detrás con la caja que ayer revoleó.
―Lo único que te pido es que me dejes hacer pis a solas. Mi vejiga no trabaja bajo presión. ―Estaba de mejor ánimo, considerando las respuestas irónicas que no dejaba de dispararme.
―Por supuesto, pero cuando termines, me abrís la puerta y esperamos juntos.
―Oooookkkkkeeeyyyyyy ―A punto de cerrar la puerta por completo, asomó su linda cabeza ―. Esteban.
―¿Sí?
―Si estoy embarazada...¿me vas a seguir queriendo o vas a estar conmigo solo por el bebé? ―su preocupación me enterneció.
―Cande, te acabo de decir que te amo desde que te conocí. El único error que cometí fue no habértelo dicho antes de creer que podríamos estar esperando un hijo. Desde que casi me dejás estéril con el palo de hockey que no puedo sacarte de mi cabeza.
―¿Estás seguro de que no te dejé estéril? ―Ganaba tiempo repreguntando cosas.
―Sí, me hice análisis hace unos años. Mi recuento dio perfecto y mi esperma goza de buena salud así que, técnicamente, mis nadadores están en forma.
―Oh, eso es...bueno...
―Para mi propósito sí, claro.
―Bueno, ahora creo que tengo ganas de hacer pis.
―¡Aleluya! ―Llevé mis manos al cielo, agradeciendo estar más cerca de la verdad.
Un minuto más tarde la puerta del baño se abrió con un tenue chirrido. La prueba estaba sobre el lavatorio; no miré para no estar en ventaja. Candela se sentó en el inodoro y yo a sus pies.
―Te amo Cande. Con todo mi ser. Pase lo que pase.
―Yo también te amo, Teté...―Me pellizcó las mejillas aliviando la tensión. Mi corazón estallando de alegría, mi sonrisa anudándose en mi nuca.
―¿Me amás?
―Desde que te quise agarrar las bolas para calmar tu dolor.
―Siempre estuviste ligada al dolor de mis bolas. ―Esta conversación se tornaba surrealista.
―¿Estás sugiriendo que soy una rompebolas?
―Puede que sí...―La alarma de su celular indicó que los tres minutos de la prueba de embarazo acababan de cumplirse.
Nos miramos fijamente, compartiendo el momento más intenso y revelador de nuestras vidas, el que cambiaría nuestro futuro de un modo radical y complejo. El que nos pondría a prueba cada puto minuto de nuestra existencia.
―¿Lista?¿Lo agarro yo?
―Vamos los dos.
Nos pusimos de pie con las manos entrelazadas, acercándonos al lavatorio.
Apenas vi las dos rayas, quedé mudo.
Positivo.
―¿Y? Dos rayas. ¿Qué mierda significa esto?¿Por qué no compraste el que dice la palabra embarazada y ya? ¿No pensaste en que estoy nerviosa y mi capacidad de interpretación se...?―Un beso rudo de mi parte la silenció.
―Estamos embarazados. ―Afirmé, extático.
―Embarazados. ―Su respuesta fue sin reacción.
―Sí.
―Un bebé. ―No pestañeaba.
―Sí. O dos. No lo sabemos.
―¿Es una broma? ―su cuerpo se tensó, sus manos se cerraron en puños.
―Lo de que sean dos, sí. Lo del embarazo, no.
Candela retrocedió, apartándose de mí.
―Cande, vení. No te escapes, no me dejes afuera de lo que te pasa...
―Necesito un segundo ―sus ojos vagaban por el baño. Estaba pálida. Cualquier rastro de humor desapareció. Literalmente, el horror vistió cada músculo de su rostro.
―Candela...
―¡Necesito un maldito segundo!¿Estás sordo? ―Giró sobre sus talones y caminó como soldado hasta la sala. Tomó asiento en el sofá, muda y sin expresión.
La miré de lejos, tratando de interpretarla. Mientras que yo era puros fuegos artificiales y quería tocar la puerta de cada vecino para decirle que mi mujer estaba embarazada, ella no reaccionaba.
¿Y si no quería tenerlo?¿Si deseaba abortarlo?
Se frotó las manos y ubicó sendos mechones de cabello tras sus orejas.
Sus gestos planos me estaban consumiendo vivo.
―Por favor Cande ―susurré, su indiferencia quemando mis entrañas ―. Decime qué está pasando por tu cabeza. Solo...eso...
Tragó fuerte y me miró. Un minuto eterno entre nosotros, una agujero en mi pecho ante la noticia más importante de mi vida.
―¿Voy a ser capaz de hacerlo?¿Voy a ser una buena madre? ―Su pecho se descomprimió de golpe, lágrimas comenzaron a rebalsar sus ojos del color del dulce de leche fundido.
Me arrodillé a sus pies y la llené de besos suaves y pequeños.
―Vas a ser una madre excelente. Vamos a ser unos padres grandiosos. Aunque cuando lo concebimos no sabíamos que lo estábamos creando, nos amamos desde siempre. ―Le acomodé el pelo, hecho un revoltijo, casi como en el interior de su cabeza.
―Mamá...mi mamá va a delirar cuando le diga que me quedo acá y voy a tener un bebé con vos.
―No sé si eso debería halagarme, pero estoy tan feliz que no me importa nada más que vos y este bebé.
Instintivamente puse mi cabeza en su vientre sin evidencia externa de embarazo. Ella enredó sus manos en mi cabello, llevándolo de un lado al otro.
―Vamos a ser papás, Esteban. Juntos.
―Mi sueño hecho realidad.
―Aunque no lo sabía hasta recién, puede que también sea el mío.
Una profunda emoción me llenó el pecho.
―¿Hablás en serio o son tus hormonas? ―pregunté, nuestras miradas conectadas en un alto nivel.
―¿Ambas? ―Exhaló y nos besamos más fuerte, más decididos.
Nada era más fuerte que nuestro amor.
Estábamos embarazados.
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Piltrafa: Despojo.
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