11
De más está decir que no solo nos duchamos bajo el agua.
En absoluto.
Nos salpicamos adrede, nos besamos bajo el chorro mientras caía entre nosotros y volvimos a tener sexo resbaladizo, peligroso y risueño.
No pude resistirme a tomarla mirándole la espalda; el tatuaje sobre sus vértebras lumbares me dio la mejor visión del mundo, junto al primer plano de su culo. Candela era ruidosa, probablemente la señora Hernández mañana estará golpeando mi puerta para pedirme, con todo respeto, que la próxima vez le tape la boca a mi amante.
Por suerte nunca vino a quejarse por esa clase de ruidos, porque tal como dije a Cande, jamás traje a una mujer acá después de Guadalupe. Incluso, a ella mucho no le gustaba este departamento. Se quejaba de la cama incómoda, del ruido del ascensor que se filtraba por las paredes y también por el chirrido de las sillas del piso de arriba.
Mi relación con ella, sin embargo, no era tan molesta. Nos conocíamos mucho y éramos muy parecidos en el carácter y en nuestros puntos de vista. Según mi hermana, era muy aburrida. Como yo.
El compromiso se dio como algo...natural. Llevábamos muchos años de noviazgo y su padre, exmilitar y ultracatólico, a menudo me tiraba la patada para que "sentara cabeza".
Ese precisamente no era el problema. Yo siempre supe que en el momento en que encontrara mi alma gemela, la mujer por la que perdería la cabeza, le pediría casamiento. No importaría si la conocía en una noche o me tomaba diez años convencerla.
Con Guadalupe, lo hice solo por hacer lo correcto.
En ese entonces tenía 28 años, una carrera como pediatra y ganaba un salario aceptable. Alquilaba, sí, como muchísimos argentinos, pero eso no era un problema. Vivir juntos tampoco fue una opción: si bien habíamos tenido relaciones extramatrimoniales, ella era persuasiva con los pasos a seguir: casamiento, mudanza, hijos...
Ambos estábamos en la misma sintonía y yo realmente la quería...pero me faltaba algo. Ese hechizo. Ese bombeo frenético de mi sangre cuando la veía.
Sí, me excitaba con ella. Me atraía físicamente...y nada más: era la reacción lógica ante una mujer bonita y con un cuerpo muy agradable.
Nuestro sexo era vainilla. Guadalupe no sugería experimentar fuera de lo tradicional y yo no me sentía cómodo proponiéndoselo.
Nuestra relación era rosa, desde todo punto de vista.
Hicimos la lista de invitados para la boda, me endeudé hasta las manos tratando de complacer gustos que no sabía que tenía y lo que se planeó como un proyecto sencillo e íntimo para que la pasemos bien, terminó siendo una cosa monumental, con el doble de invitados que los originales y con un vestido traído del exterior porque los de acá eran muy "cachis".
Yo cedí creyendo que, si eso la hacía feliz, yo también lo estaría...
Sin embargo, desde que vi a Candela en el aeropuerto, desde que escuché sus risotadas nuevamente y desde que le di un beso diez años después de aquella noche en el boliche, supe que mi felicidad plena se encontraba junto a otra persona.
Junto a esta persona.
Ella siempre había ocupado mi corazón y ahora estaba en mi cama, acurrucada sobre mi torso y murmurando de dormida.
Yo estaba muerto de sueño y extenuado, pero no quería cerrar los ojos por miedo a despertarme sin ella a mi lado o creyendo que lo había soñado todo.
La ciudad comenzó a despertarse; las bocinas sobre la avenida Santa Fe, el ruido de los colectivos arrancando y desacelerando, bañaban de ruido las calles.
Me levanté con cuidado de no despertar a Cande, quien roncaba como chanchito. En puntas de pie fui hacia la cocina. Diez años atrás, ella desayunaba café con leche y pan con manteca y dulce de leche.
Ahora, ya no era la estudiante provocativa que me miraba por sobre sus pestañas buscando mi reacción. Ahora era la mujer con la que había tenido el sexo más interesante de mi vida y el sexo que jamás olvidaría, dada las circunstancias.
Preparo unos panquecitos, tuesto unas rebanadas de pan con semillas y armo una bandeja presentable con unas cucharadas de dulce de leche y otras de Nutella, algo que en muchas latitudes lo reemplaza.
Aunque el dulce de leche argentino es irreemplazable.
También pongo a su disposición un poco de queso crema y unos rulos de manteca.
Me angustia no conocerla lo suficiente: tengo dos meses para redescubrir la mujer en la que se convirtió y pondré mi mejor esfuerzo.
¿Quiero que se quede?¿Voy a luchar para convencerla?
No lo sé. Ella tiene todas las respuestas.
Sé que rompió el compromiso con su novio. Cuando me lo dijo en el boliche, mi cuerpo se sintió aliviado y yo, menos culpable de meterme entre sus piernas.
Si era tan dormilona como la recordaba, no despertaría hasta pasado el mediodía.
Siendo las 9, me sentí en deuda con su abuela y mi hermana.
Tomo mi teléfono y llamo a Bea.
―Hijo, ¿cómo estás? Por favor decime que sabes dónde está mi nieta...
―Tranquila Bea, ella está bien y en mi casa. ―Intenté normalizar mi tono, puesto que me transpiraban las manos.
―¿En tu casa? Bueno...supongo que era hora que se dijeran las cosas cara a cara...―Sonreí de lado, ella y su propósito de Cupido.
―No fue así. ―Miento ―. Bebió mucho y se descompuso. No quiso alarmarte y me llamó. La pasé a buscar y la traje para acá.
―Oh, ¿en serio?¿Ella está bien?
―Sí, está descansando. ―Después de una maratónica madrugada de sexo genial.
―Gracias Esteban, puedo quedarme en paz si sé que está con vos.
―Perdonála que no te llamo antes, pero estaba...ocupada...―Arriba mío, abajo, de costado, de espaldas...
―Lo sé, querido. ¿La traés a la hora del almuerzo?¿Te quedás a comer?
―En realidad no sé a qué hora se va a despertar, pero no nos esperes. Yo te la llevo cuando se sienta mejor.
―Sos un ángel, Esteban. Todavía no entiendo cómo ustedes dos no son novios.
―Bea...
―Bea, ¡nada! ―me regañó ―. Ustedes se aman desde hace años y ahora el destino quiso que se vuelvan a ver. No sigan evitándose.
―Adiós, Bea...―La detengo, de continuar, el puñal se me clavaría más a fondo.
Al cortar, el crujido de las tablas del piso me hizo girar la cabeza. Era Candela.
¿Cómo se suponía que teníamos que saludarnos?
―Buen día ―Se refriega los ojos con insistencia y toma asiento en una de las banquetas junto a la barra de granito, la cual dividía la sala del lugar de cocina.
No recibí un beso ni una palabra que me iluminara.
Empezamos bien...
―¿Con quién hablabas tan temprano un domingo? ―pregunta al pasar.
―Con tu abuela.
―¡Mierda! Me olvide de Bea.
―Relajáte, usé la misma excusa que le pusiste ayer a Maru: que me llamaste porque te sentías mal y te pasé a buscar.
―¿Se creyó el cuento?
―Estaba fascinada con que te tuviera acá.
―¡Esta Bea! Nos quiere enganchar a toda costa ―A punto de preguntarle cómo se sentía con eso, empezó a olfatear exageradamente.
―Estaba preparando el desayuno. Sé que te gustaba dormir hasta tarde, pero te iba a despertar en un rato, por si querías aprovechar el día. ―Ojalá lo quisieras aprovechar conmigo.
―Se ve rico...―Le acerqué la bandeja prolijamente acomodada ―¿Armaste todo esto para mí? ―Parpadea. Su cara de dormida, marca de almohada incluida, y su cabello revuelto son hermosos.
―Sí, te la iba a llevar a la cama, pero me ganaste de mano...―Toca los cuencos de porcelana y las cucharitas ―. Bueno, no sabía qué te gustaba y pensé que...dejá no importa. ¿Café?¿Leche? ¿Agua?
Puedo notar en su duda y en su falta de palabras, que la sorprendí y no para bien. Evidentemente para ella, lo que sucedió anoche fue como un tónico para olvidar a su prometido y evadirse de todos los problemas que la agobian. Fui su válvula de escape y no puedo negar que no me gustan los motivos por los que pudo acercarse a mí.
Aunque no reniego de lo que pasó.
―Cuando quieras puedo llevarte a lo de tu abuela. ―Me apresuro, haciéndome el superado.
―Oh, no. No, tomo un Uber. No hay problema ―Amontona sus palabras y no me mira.
Todo es frío como un glaciar. No me gusta como están transcurriendo los hechos.
No soy un macho alfa, ni un tipo dominante. No me gusta presionar ni obligar a la gente a hacer lo que quiero por lo que le doy espacio y tiempo y me sirvo un café con leche para mí, dejo la cafetera entre ambos y una taza para ella, vacía.
El silencio es incómodo, pesado y parece que lo de ayer fue resultado de tanto alcohol en sangre. No quiero preguntarle si mis suposiciones son ciertas, así que ignoro que apenas termina de servirse café, hunde sus ojos en el líquido oscuro.
―Esteban, ayer te dije que bueno...yo me voy en dos meses...como mucho tres y...―dice, finalmente.
―Candela, no tenés que darme explicaciones. Es tu vida, somos adultos y ya. Tu vida está allá y la mía acá. ―expongo mi contrapunto, quizás más rudamente de lo que debería. Me duele no ser correspondido.
―Sí, es exactamente así. ―Como un globo que se pincha, va largando el aire de a poco.
Terminamos de desayunar o, mejor dicho, ella come dos tostadas y a mí no me pasa alimento sólido por la garganta. Regresa a la habitación de mi hermana, presumiblemente, para buscar algo de ropa que le quepa. Me visto con unos jeans y una chomba para cuando ella está lista en la sala y agita su celular.
―El taxi llega en dos minutos.
―Pensé que te llevaría ―Llaves del coche en mano me acerco a ella.
―No, ya hiciste mucho por mí. Gracias, por lo de anoche.
―Suena como si te hubiera hecho un favor ―mis labios se retuercen, mi estómago da vueltas. Puede que el masaje en sus pies haya sido un "favor" a sus adoloridos pies, pero el resto nada tuvo de "favor".
―No quise decir eso. ―Estampa el canto de su mano en su frente, reprochándoselo.
―Está bien, Candela. Quizás fui muy lejos y te arrastré a hacer algo que no hubieras hecho de haber estado sobria. ―Dejo salir mi frustración antes que mi razón.
―¿De qué hablás? ―Gruñe y conozco bien ese tono.
―De que estabas en pedo y por eso cogimos. Te sacaste las ganas, Cande. Está bien, yo también. Ahora ya está, oficialmente, terminamos lo que empezamos.
―No...¡yo no quise...!¡Esteban! ―No termina la frase, sus labios temblando y sus ojos a punto de llorar. No patalea como una niña, pero está cerca de hacerlo.
―Candela, nos rascamos la comezón. Perdonáme si creí que podíamos aprovechar tus días con algo más.
―Esteban ―se acerca y me acaricia, no soy tan fuerte como para apartarme de su mano tibia ―, nunca fuiste un capricho. Nunca fuiste una revancha. Simplemente, creo que no puedo darte lo que vos querés. ―Derramó su verdad para cuando la alarma en su celular le avisó que su auto estaba abajo.
―Cuando llegues a planta baja, tocá el botón número cinco que te abro desde acá arriba. ―Tragué y me alejé de su lado con todo el dolor del mundo.
―Esteban...
―Gracias por lo de anoche Candela, lo único que espero que esto no se transforme en algo raro. Sos la amiga de mi hermana y es más que probable que volvamos a vernos.
―Veníte el miércoles a jugar ajedrez, no quiero que faltes a tu cita con mi abuela. Ella está contenta de verte.
―Lo sé y lo voy a hacer, no te preocupes. Si a vos no te molesta, claro.
―¡No! ―su negativa sale rápido. Otro pitido en su teléfono la alerta.
―Tenés que irte.
Candela baja la cabeza y llega hasta la puerta. Su ropa de noche está en una bolsa que le di ayer.
―Siempre fuiste importante para mí, Esteban, me gustaría hablar con vos más...tranquilos.
―Bueno, sí. Además, tenemos el tema de cómo abordar a mi hermana. ―Enfrié la conversación.
Ella asintió y se marchó.
Como hace diez años se fue llevándose, por segunda vez, mi corazón.
***
El lunes y el martes pasaron como un borrón. Trabajé hasta tarde en el consultorio y también en el club, ocupándome lo suficiente como para evitar mandarle un mensaje.
Apenas llegó a su casa el domingo, avisó que estaba bien.
Un frío e impersonal "OK" fue mi respuesta.
¿Qué derecho tenía a reclamarle algo? No era mi novia, no era mi...nada. Era una mujer con la que había tenido sexo fabuloso.
Es la dueña de tu alma, ¡tarado!
Bueno, mi cerebro era un poco rudo al decirme exactamente lo que no quería escuchar, pero sé que, en el fondo, estaba en lo cierto.
A las siete de la tarde del miércoles, me aposté en la puerta de la casa de Bea y toqué timbre. No sonó, por lo que supuse que debía agendarlo como un próximo arreglo.
Fue entonces que insistí golpeando la puerta y me preparé para toparme con Candela en unos minutos. Sin embargo, no estaba en mis planes que ella me diera la bienvenida y mi padecimiento arrancara desde tan temprano.
―Esteban, ¿cómo estás? ―se puso en puntas de pie sorteando la diferencia de alturas y me dio un beso en la mejilla. Inspiré su perfume y aquieté mis latidos.
Bien, puedo lidiar con esto.
―La abuela ya viene. Está terminando de ponerse el vestido. ―Los batones de Bea eran históricos. Todos cuadrados, con dos grandes bolsillos sobre sus caderas y botones del cuello hasta el fin de la falda, pasando la rodilla, eran un clásico en su vestidor.
―Le traje los remedios que no estaba consiguiendo. ―En la cocina, dejé la bolsa de papel con las cajas.
―No sabía que te pidió medicinas.
―Lo hago cuando no los consigue en su farmacia de cabecera. ―Elevé mis hombros, minimizando el esfuerzo.
Candela descomprimió su pecho, una mirada angustiada dominaba su cara.
―Soy un desastre ―se ocultó detrás de sus manos y sentí la imperiosa necesidad de avanzar sobre ella.
―¿Qué decís?
―Soy una nieta pésima y encima a vos te trato como algo descartable. ―Lloraba a mares. Era extraño en ella, nunca la vi tan desarmada.
La abracé con todas mis fuerzas y le arrullé contra el oído que no se preocupara por nada.
―No seas tonta, yo me ocupé de tu abuela por mucho tiempo, lo que no quita que a vos te adore. Y con respecto a mí, sé cuáles son tus prioridades y entiendo que terminaste con una relación importante hace poco.
Ella sorbió su nariz y arrastró las lágrimas de su cara.
―Te mojé la camisa ―Señaló la tela blanca, con una aureola de agua.
―Nada que no pueda arreglarse ―mi voz fue picante, ella sonrió y se mordió el labio. Había dejado de llorar, su mirada con un dejo de tristeza.
―¿Cómo podría arreglarlo?
―¿En serio querés saberlo? ―Traviesa, me dio un beso en la comisura de mis labios tras preguntárselo.
―¿Qué te hace pensar que no?―Toda mi sangre viajó hacia el sur como un tren bala. Un solo susurro, una solo jadeo cerca de mi oído y esta chica me hacía pasar de 0 a 100km/h.
Lamentablemente, Bea apareció en la cocina con una tos indiscreta y el coqueteo terminó, al menos eso creí hasta que terminamos de cenar y comenzó el verdadero martirio.
Beatriz era de esas personas a las que no le gustaba perder a nada. Ni al ajedrez, ni a la canasta, ni a la bolita.
Concentrada, sus movimientos eran insoportablemente estudiados. Habíamos pasado muchas noches hasta las 4 de la mañana sin terminar los partidos, los cuales nos asegurábamos de seguirlos a la semana siguiente o bien, cuando yo pasaba por aquí en algún otro momento y ella no estaba cuidando a sus plantas.
El tablero se mantenía inamovible en una mesita cerca del teléfono, en la sala, hasta que lo desplazábamos a la mesa principal y continuábamos jugando.
Tras la cena, Candela se encerró en su dormitorio a ver una serie en Netflix. No la culpaba, no era divertido ver a dos personas jugando ajedrez sin participarla.
Pasada la medianoche, el disco de Rita Pavone reemplazó el de Nicola Di Bari. La vieja era muy nostálgica y lo suficientemente cabulera por lo que ponía siempre los mismos cantantes y en el mismo orden.
El juego estaba trabado y a juzgar por los insistentes bostezos de Bea, probablemente haría una maniobra incorrecta a causa de su sueño. Sin embargo, los pasos a nuestro lado, rompieron la monotonía de la partida.
―Ya vuelvo a mi pieza, no se preocupen. ―anunció Candela con las manos en alto. Acto seguido, se escucha la puerta de la heladera y el golpeteo de la cubetera contra el mármol de la mesada. Luego, la nieta de mi contrincante apoya sus caderas sobre el marco de la puerta de la cocina, a espaldas de su abuela.
Cubito en mano, comienza a chuparlo. Sus labios gruesos, su lengua perfecta, rodean el cubo transparente sin abandonar mis ojos.
Bajo mi vista hacia el tablero, esperando la maniobra de Bea.
La muy condenada de Candela pasa el hielo por su cuello, por el filo de su clavícula y la columna de su cuello. Cuando lo lleva a su boca, lo mastica.
Paso saliva y hago mi movimiento sobre el tablero sin pensar.
La abuela frunce el ceño.
―¿En serio?
―En serio ¿qué? ―pregunto con naturalidad.
―Esteban, el caballo no se mueve así. ―En efecto, había movido en línea recta y no en "L" ―. Creo que es mejor que nos vayamos todos a dormir, ya estás haciendo cualquier cosa ―La señora se rio y para cuando giró encontrando a su nieta, le dio un beso en la mejilla ―. Gracias, querida, pero no me sirve que este chico se distraiga con vos. ―Arrastrando las pantuflas se marchó rumbo a su habitación dejándonos solos a Candela y a mí...y a un par de cubitos más en el vaso de agua.
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Tirar la patada: tirar una indirecta.
Cachis: baratijas.
Queso crema: queso untable.
Chomba: polo.
Bolita: canicas.
Cabulera: que obedece a las cábalas.
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