10
Escuchar el sonido del agua cayendo en mi bañera despertaba toda clase de pensamientos maliciosos en mi cabeza. Tuve que controlar mis impulsos por entrar en el baño y reclamarla como un Neanderthal.
Debíamos hablar de la monstruosidad que descubrí y fue hábil al deducir que estaba ganando tiempo. Aunque en realidad no me molestaba ganar tiempo si eso significaba estar más cerca de ella.
Bebí otro café previendo que la noche no se acabaría tan rápido; en dirección a mi habitación me sobresalté al chocar de lleno con Candela.
Con la toalla a modo de turbante envolviéndole el cabello y el toallón rodeándole el cuerpo, las gotas sobre su piel me invitaban a besarlas una a una. Tragué duro.
―Mmm...olvidé agarrar la ropa del cuarto de tu hermana ―Con una mano se sostenía el centro de la toalla, ajustada en un dudoso nudo en tanto que, de la otra, colgaba un retacito pequeño de encaje negro.
―Oh, bueno...si...ejem...andá nomás, yo iba a cargar mi celular...―Rasqué mi nuca, las palpitaciones a mil y mis huevos tensos como dos Kinder de chocolate. Si los tocaba, puede que saliera una sorpresa de ellos también.
Cada uno fue hacia su destino sin decir una palabra más. Una vez en mi habitación, intenté calmarme, bajar las pulsaciones y controlar mis ganas por abrir la puerta contigua y someter a la mejor amiga de mi hermana a esa necesidad carnal y desesperada de tenerla como nunca.
Pensé en el miércoles de ajedrez con su abuela, en que debía ponerle agua al sapito del auto, en las compras del supermercado...cualquier cosa que me quitara de la mente sus pies con sus delicadas uñas pintadas de rojo, el tatuaje de corazón en su hombro izquierdo y la gota de agua que se deslizaba desde la base de su cuello hacia el valle de sus pechos.
Controlado, regresé a la cocina y refregué las tazas como cien veces.
El aroma a manzana del shampoo me alertó de su cercanía.
Maldito fuera mi buen olfato. O no.
―Perdón por salir así del baño, pensé en pedirte que me alcanzaras la ropa, pero resultaría incómodo.
―Bueno, lo que pasó tampoco fue muy cómodo que digamos. ―Giré, una remera holgada tapaba su delicioso cuerpo y un pantaloncito corto cubría sus piernas.
―La parte de arriba bien, pero la otra me corta la circulación ―Mi hermana y ella tenían distintas tallas, sobre todo, en lo que respectaba de la cintura para abajo.
―¿Querés alguno de mis pantalones de deporte? Digo, quizás te sientas más cómoda con algo menos apretado. Ehhh, no quiero decir que te quedan mal, pero no...―Empecé a divagar, nervioso.
―Dale, sí, prefiero un pantalón tuyo. No quiero que el elástico de este short me parta en dos.
Reír de sus bromas o de las mías se sentía orgánico, natural y la familiaridad en el trato hacia todo aún más difícil de evadir.
Rebusqué en uno de mis cajones y llevé a la sala una de mis bermudas de ejercicio. Ella lo agarró y fue a la habitación de mi hermana. Regresó en un santiamén.
―Gracias, ahora puedo respirar ―Le quedaban sobre la rodilla. Nunca más lavaría esa prenda después de hoy.
¿Eso me transformaba en un pervertido?
Candela se sentó nuevamente en el sofá en la posición de indio, su cabello mojado humedeciendo la remera de Marisol. Si la tela seguía absorbiendo agua, pronto se adheriría a su pecho.
Mierda, tendría que tomarme la fiebre.
―Ya me trajiste café, me hiciste masajes en los pies, tomé un baño y tengo un pantalón holgado que me deja respirar. Tu turno Rossini. Desembuchá.
―Supongo que ya no puedo eludir más la cuestión ―me froté las manos y tomé asiento en el otro extremo del sofá, imitando la postura de Cande ―. Es algo bastante delicado que no sé cómo manejar.
―Adelante.
―Como sabés, hoy también fue la despedida de soltero de Pedro. La verdad que resultó un embole: sus amigos y él chupando bebidas caras de gente con guita, fumando habanos marca Cohiba y hablando de sus nuevas propiedades ―Revoleé los ojos. Candela venía de una familia de alta alcurnia y a pesar de no haber estado aquí en diez años, seguía conservando su humildad. Podría vestir Praga y comer un choripán en la Costanera sin alterarse ―. La cuestión es que sus amigos fueron con sus parejas. En un momento, cuando ya no pude aguantar tanto caretaje, me levanté y pasé al baño antes de volver para acá ―mi mirada estaba fija en la suya, tranquila, ansiosa por mi declaración ―. Descubrí, por casualidad, a Pedro con otra mina.
―¿Qué? ―Sus ojos, naturalmente pequeños, parecieron salirse de sus órbitas.
―La puerta de una de las habitaciones de la planta superior del caserón de Cañuelas estaba abierta y salían unos ruidos...raros
―Gemidos. Decí gemidos, no seas tan puritano.
―Bueno, sí. Salían gemidos...y me dio...curiosidad ―Enfundé mis labios, mis mejillas eran color granate.
―¡Sos un mirón! ―gritó divertida, señalándome con dedo acusador.
―¡Candela! No estamos hablando de mi voyerismo ―a punto de tentarme de risa, recuperé la compostura ―. Pedro estaba recibiendo una mamada de una mina.
―Basura...¡hijo de re mil puta! ―Gruñó, sus puños impactando en el acolchado respaldo de mi sofá ―. ¡Yo sabía que no era bueno para ella! Pero tu hermana lo tiene en un pedestal.
―Lo sé, me consta.
―¿A vos tampoco te dio bola?
―No. No sé si te contó la que le hizo en su último cumpleaños.
―No, no me lo contó, pero me enteré justo hoy porque Vanina, su amiga, me lo dijo en el boliche.
―Me vine a casa asqueado, con ganas de vomitar. Lo primero que se me vino a la mente fuiste...vos.
Ella rigidizó su espalda y una tímida sonrisa salió de su cara.
―¿Me asociaste con un vómito?
―No...¡no! ―Refregué mi cara como un idiota ―. No, quiero decir...
―Sí, tranquilo, entendí. ―A punto de largar una carcajada se detuvo.
―Sos la mejor amiga de ella, ibas a saber manejar una situación así.
―Sí, claro. Soy...la amiga y por eso pensaste en mí. ―¿Era desilusión lo que ajustó los músculos de su cara? ¿Quería que piense en ella de otro modo?
Arrastré mi culo acercándome a Candela, quedando a un metro de separación.
―Cande, te juro que no sé qué hacer. Quiero impedir la boda, pero si abro mi boca le voy a destruir el corazón.
―Yo tampoco sé qué decirte. Es difícil estar en tu lugar. ―Mordisqueándose el labio, pensaba.
―Dos cabezas carburan más que dos...
―¿Vos crees que si se lo decimos los dos juntos lo va a considerar? Digo, si actuamos como un bloque unido.
―Lo desconozco. Es demasiado obstinada y muy sensible. No sé cómo pueda salir todo.
―Ahora mismo no se me ocurre nada ―Pellizcó el puente de su nariz; sinceramente, eran las 4 de la mañana y a mí tampoco se me cruzaba una puta idea sobre cómo solucionar este embrollo.
―Tal vez lo mejor sea ir de frente. Si la invito a comer un día de estos ¿me hacés la segunda?
Abrió y cerró la boca varias veces, y para cuando pensé que se negaría, finalmente accedió. Mi pecho se oxigenó en señal de alivio.
―Le va a venir una complicada, no es solo decirle lo que viste. Es confrontar con Pedro, con su familia ―Aseguró.
―Creéme que tengo experiencia ―Me desinflé con cada palabra dicha y también, con la verdad oculta.
Por la mirada desconfiada de Candela, sé que no cree que yo haya sido quien canceló el compromiso con Guadalupe. Sin embargo, efectivamente, fui el que lo canceló, pero no por las razones de público conocimiento.
―Lo siento, no quise apuntarte con el dedo.
―Disculpas aceptadas, es algo con lo que tuve que lidiar por un buen rato, pero ya estoy curtido.
―Esteban, realmente no entiendo por qué...cómo es que...dejá...no importa ―sus dudas salieron a la luz antes de lo previsto. ¿Estaba listo para hablar de mi engaño amoroso?¿Estaba preparado para contarle el motivo por el cual cancelé mi boda?
―¿Te importa?¿O no importa?
Sus ojos brillantes se fijaron en los míos. Su gesto mudo e imperturbable no me ayudó. Extendí mi mano y capturé la suya, llevándola a mi boca y besándola suavemente. Luego, me acaricié la mandíbula rasurada con la seda de su piel.
―¿Te importa saberlo?
―¿Importa? ―Susurró, su respiración salió entrecortada.
―No me encierres con tus jueguitos de palabras, Cande.
Para cuando reaccioné, ella estaba sentada a horcajadas sobre mí. No supe en qué momento tironeé de su brazo o bien, si ella se arrastró hasta mi regazo. Sea quien fuera el que dio el primer paso, nos acoplamos rápidamente.
Mis manos encuadraron su rostro, las suyas se posaron sobre mis hombros. Sus piernas caían a ambos lados de las mías. Su centro caliente empezó a molerse contra mi dureza alojada bajo los joggings. Aun así, podía sentir su canal surcándose sobre mi dura vara.
―Sos tan lindo ―dice ahora, toda tímida y caliente.
―Vos sos linda, también. ―respondo, hundiendo mi boca necesitada en la suya, rellenando cada espacio de mi ser con besos afiebrados.
El ruido de nuestras salivas, el chasqueo de nuestros besos es lo único que musicaliza el ambiente.
―Tocáme...tocáme ―Suplica.
Mis palmas grandes se escabullen bajo su remera y comienzan a trabajar sus tetas. Nunca fueron grandes, pero ahora mismo, son justas para mis manos. Pellizco su carne, rozo sus pezones regordetes y excitados. El aliento de sus besos no dados arropa mis gemidos, los envuelve y salen en forma de plegaria de sus labios ―. Así, me encanta que me toques las tetas...―confiesa, su entrepierna frotándose contra la mía, húmeda y cociéndose en sus propios jugos.
―Estamos jugando con fuego.
―Quiero quemarme con vos ―acota, su cabeza hacia atrás cuando subo la tela, muerdo sus pezones y uno sus tetas para pasar mi lengua por entre medio de ellas. Apurada, se quita la prenda, quedando desnuda de la cintura para arriba. No solo veo el tatuaje sobre su hombro, sino que hay un texto sobre sus costillas.
Bordeo las letras, sin tiempo para leer y descifrar lo escrito.
―No quiero ser precoz, pero me estás llevando al borde, Cande.
―No creo que mis pantalones estén mejores que los tuyos. ―Mi sonrisa queda a mitad de camino cuando su boca me engulle. Sus manos van rápidamente hacia mi remera blanca, la tironea y nos deshacemos de ella, aunque eso implique que separe mis palmas de su cuerpo por un momento.
Pecho contra pecho, piel con piel, mi vello rubio se frota contra su tierna carne. Mis manos se disparan hacia su culo acolchado y la empujo más adelante.
―¿Me sentís Cande ?¿Sentís lo duro que me pusiste?
―Sí, muy, muy duro ―Exhala, sus uñas rojas clavándose en mis escápulas. Es alta, lo que me permite quedar a la altura de su cuello y chuparle la piel. Cedo en mis ansias, no quiero dejarla marcada y que tenga que enfrentarse a explicaciones injustas. Le mordisqueo el lóbulo de su oreja. Nunca le gustó usar aros grandes, así que delineo el pequeño diamante que la decora. Es el primero de una línea de cuatro que suben por su pabellón, tal como hace mi lengua.
―Te quiero adentro mío, Esteban ―susurra. No hay nada que quiera más en la vida. Apoyo mi frente con la de ella.
―No tengo forros, no pensé que esto pasaría.
―¿No tenés?
―No, Cande. Nunca traje a nadie acá después de Guada y a lo sumo, compraba de camino a una cita.
―No importa. Hagámoslo sin nada entre nosotros.
―No, no quiero que hagamos nada de lo que puedas arrepentirte.
―Esteban ―su voz mandona me puso más a tiro ―, tengo un DIU no hormonal, me lo cambié justo antes de venir. Estoy cubierta y sana. Nunca lo hice con nadie sin protección. ―Sus ojos son determinados, tiene tantas ganas como yo de hacer esto.
Nunca estuvo con otro hombre sin protección.
No fui su primer compañero sexual, pero seré el primero en sentirla en todo su esplendor y me siento honrado.
Eso me desarma y sé que quizás me tenga que conformar con este momento; es probable que me arruine para el resto de las mujeres y termine siendo un monje tibetano, no me importa. Voy a cumplir mis fantasías con ella.
―Entonces, ¿lo estamos haciendo? ―Le peino el cabello y arrastro el filo de mis dientes por su barbilla.
―Sí, lo estamos haciendo, pero no vayamos a tu cama. Te quiero ahora, ya.
―Siempre tan sargentona vos.
―Y vos tan razonable.
No discutimos más. No hizo falta porque ella se puso de pie y tomó mis pantalones por el elástico hasta que quedaron en el piso, donde descansaban su remera y la mía. Inclinada hacia mí, sus pechos bamboleando cerca de mi cara, le atrapé un seno y se lo chupé sin dejar de mirarla.
Mis bóxer siguieron el camino del resto de la ropa. Mi pene listo, duro como una tubería de hierro.
―Dios, Cande ...―mi voz salió en un borbotón desde mi garganta, ella acababa de rodear mi miembro con sus manos.
―Dios tendría que decirte yo a vos...¡mirá lo que es esto! ―se echó a reír.
―No es bueno que te rías de las partes íntimas de un chico, Candela. Nos intimida. ―Bromeé, como solo nosotros lo podíamos hacer.
Sus ojos lujuriosos se encapucharon y su boca viajó a mi pene rígido.
Trago conteniendo un gruñido, su humedad y calor cubriéndome. Mis dedos se entrelazan en torno a las hebras de su pelo, sin empujarla ni exigirla. Mi mandíbula cruje, mis músculos duelen y mi corazón está desbocado.
―Cande, dale, venite acá arriba. ―Esta vez es mi turno de ordenar y evidentemente, eso la enciende. Se pone de pie, limpia la baba cayendo de su boca y se deshace de mis pantalones manchados.
¿Se los puso sin bombacha?
Mierda, finalmente decido que nunca más los voy a lavar.
―Sos una diosa. Me encantan tus caderas, tu culo...tus tetas...―Me deshago en elogios.
―Y a mí me encantás todo vos, tontito ―como si fuera un nene de diez años, nada más lejos de serlo a pesar de sentirme así con ella, me da un toquecito con la punta de sus dedos.
Atrapo su muñeca en el aire.
―Dejá de hacerte la viva y montáme a pelo. ―Exijo. Sus fosas nasales se ensanchan, lo que me permite descubrir que le gusta este sesgo imperativo de mi tono.
Sin protestar ni imponerse con otra idea, comienza a acomodar mi pene en su abertura resbaladiza. Va a fondo y no pasa mucho tiempo hasta que me veo lubricado con sus jugos nacarados.
Es tan sexy e íntimo ver el modo en que nuestros cuerpos se unen, el punto en el cual no sabemos dónde empieza uno y termina el otro, que mi piel se eriza. Toco su clítoris, ella grita como una condenada y me encanta hacerla gemir.
―Mmm ―Ronronea y como una vaquera, sube y baja. Se cansa por un instante y es cuando me reacomodo para ser quien empuje en sentido contrario. Ella apoya la planta de los pies en el sofá y empuja en la dirección opuesta a la mía para hacer del impacto algo más rudo y profundo.
―Mierda ―Exhalo con el poco oxígeno que aún quedan en mis pulmones. Sus manos se aferran a mi cuello, mis dedos están clavados en su carne blanca. Espero no marcarla por mi contacto, aunque sé que no le molestaría.
―Dale, más, más ―me pide, implora. Mis manos viajan hacia su generoso culo y le separo las nalgas. Mi dedo largo va hasta su ano y comienza a tantearlo ―. Ay...siiií ― Admite que le gusta y lo hundo un poco más. Sus caderas golpetean contra mis huesos, se siente fabuloso ―. Ya...ya acabo...siiiiií ―y explota genial y malditamente como una catarata. Sus fluidos me mojan, su estallido me pertenece y comienzo a bombear un poco más fuerte hasta que también soy un desastre pegajoso abajo y dentro de ella.
Candela comienza a reírse desaforadamente, los músculos de su vagina contrayéndose y dilatándose, terminando de exprimirme.
Cae desplomada sobre mí y me da un beso en el cuello. Yo le corro el cabello mojado por la ducha y la transpiración.
―Creo que...ufff...tendría que volver a bañarme...―dice, conmigo semi duro en ella.
―Yo también. ¿Qué tal si te paso la esponja?
―Esperaba que me pidieras eso.
Inspiré profundo, tomé aire y sin despegarnos, nos levanté del sofá.
―¿Qué haces? ―chilla a pura risa.
―Llevarnos a la ducha. ―A grandes zancadas atravieso la sala con ella a cuestas, sus largas y fuertes piernas enredadas a mi cintura.
―¡Peso un montón, soltáme! ―Obviamente, no hace nada para que la baje más que gritar.
―Calláte, no seas tonta. ―Le doy un beso y cuando llegamos al baño, la saco de mí y la deslizo hasta que apoya los pies en el piso ―. No te escapes, voy a traer dos toallones.
―Tranquilo, no hay otro lugar donde quiera ir.
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Desembuchar: largar sin pelos en la lengua.
Embole: aburrimiento.
Guita: dinero.
Choripán: sándwich de chorizo.
Caretaje: en lunfardo, "que tiene careta", que trata de aparentar algo que no es.
Dar bola: prestar atención.
Hacer la segunda: apoyar, acompañar.
Estar curtido: estar fortalecido.
Forros: preservativos.
Bombacha: braga.
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