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Capítulo 03




Raíza

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No voy a mentirnos:
Te echo tanto de menos que tengo miedo de pronunciarlo en voz alta y que dentro de mí no pare de llover nunca—Daniel Arcos

Raíza

Una semana después

Una vez tuve un sueño, un sueño que duro ocho años. Tenía la familia perfecta o por lo menos eso pensaba hasta que papá se fue.

Lo extrañaba, pero dolía demasiado cada que recordaba todas esas noches que iba a la habitación de mí madre a preguntarle si papá iba a tardar mucho en llegar y a pesar de que ella me decía que no lo haría que seguramente estaba con alguna mujer en algún hotel yo me quedaba esperándolo hasta que se hacía muy tarde y mis parpados pesaban del cansancio. También lloraba, lloraba porque lo extrañaba, lloraba cada vez que olvidaba ir por mí a las clases de ballet y mi madre mandaba a algunos de las sigmas que cuidaban la casa.

—Raí ¿Me estas escuchando? —preguntó Lucy pasando su mano por enfrente de mi rostro haciéndome salir de mis pensamientos.

—Sí, claro— respondí con una sonrisa fingida. Claro que no la había escuchado, pero tampoco podía prestarle atención cuando otros pensamientos rondaban mi mente.

—¿Qué dije? —pregunto cruzándose de brazos y yo me quedé en blanco.

¿Qué dijo?

Ella me miró furiosa.

—Lo siento, Lu, es que tengo otras cosas en la cabeza— me excuse. Ella negó con la cabeza y se levantó de la banca tomando su mochila para irse.

—Siempre es lo mismo contigo, Raíza— se quejó para después salí de la cafetería.

Tensé la mandíbula molesta. No hice nada, no iba a ir a perseguirla si eso era lo que pensaba que haría. Me caía muy bien, incluso diría que la aprecio, pero no soy estúpida como para no darme cuenta que solo buscaba un desahogo emocional en mí, ya que las demás chicas con las que la pasaba no la escuchaban, y no me quejo, ¡Pero yo también tengo problemas!

No siempre puedo ser la persona que escucha, que aconseja y da apoyo emocional, porque no siempre estaba bien, pero no lo notaban porque no les importaba solo buscaban con quien desahogarse y luego desaparecían. Quería que por alguna vez en su vida dejaran de minimizar mis sentimientos, que en realidad se preocuparan de lo que me pasaba o no se burlaran, quería que fueran recíprocos conmigo.

¿Acaso era mucho pedir?

—¿Puedo sentarme? —la voz de un hombre hizo que saliera de mis pensamientos. Alce la cabeza encontrándome con él. Su olor fue lo primero que llegó a mis fosas nasales. Su olor fétido era asqueroso, era un vampiro.

No pude evitar hacer un mohín. Aunque si dejábamos de lado su asqueroso olor era guapo. Su cabello era rubio oscuro, su piel tenía un tono aceitunado, he de admitir que sus ojos eran lindos en un color verde oliva y cabe recalcar que estaba perfectamente rasurado.

Parecía tener algunos veintitantos en edad humana.

—Supongo que lo hará de todos modos—respondí irguiéndome en mi lugar. El rio y se sentó frente a mí.

No sabía que era lo que quería, tal vez conocía a Max o algo.

—Tu amiga te dejo sola —habló con un acento alemán demasiado marcado mientras le sostenía la mirada. No me intimidaba a pesar de que seguramente podría matarme con un solo movimiento, pero no era la chica que le temía a los hombres, había pasado mucho tiempo en la manada viendo a Max imponer sus reglas, su orden, aprendí a pelear y a defenderme con los mejores guerreros de la manada, este tipo no me intimidaba.

—¿Es pregunta o afirmación? —cuestione con un tono algo tosco. Él me sonrió abiertamente, sus ojos estaban llenos de diversión.

—La fierecilla tiene agallas— se burló y yo le sonreí con molestia.

—¿Quiere ver mis garras? Son igual de grandes que mis agallas— ahora yo le sonreí con dulzura fingida. Él ni siquiera se inmuto, tampoco borró su sonrisa.

—En otra ocasión será, fierecilla, por ahora solo quiero saber cuál es tu nombre—respondió con tranquilidad. Lucía muy tranquilo y despreocupado. Yo fruncí el ceño.

¿No sabe quién soy? Yo no soy alguien que pasa desapercibida fácilmente, si las personas saben quién soy porque Max es el alfa de la manada o porque me heredo su para nada raro cabello blanco.

—¿No sabe quién soy? —pregunté algo confundida, esperé que por lo menos lo supiera porque Max es un alfa, de los mejores alfas y de los peores padres.

—¿Debería? —inquirió y yo entrecerré los ojos por el tono borde en el que lo dijo—No soy de por aquí, así que no sé quién eres— fruncí el ceño. Aun así, se me hacía raro. Era alemán, claro está, pero no sé había algo que no me convencía.

—Raíza, Raíza Cross—respondí y él asintió

—Lindo nombre, fierecilla— respondió con algo de arrogancia.

—¿Y usted? ¿Cuál es su nombre? —pregunte al ver que se iba a levantar de la silla dispuesto a irse.

—Evren Reese, Auch bekannt als die Liebe deines lebens— (Alias el amor de tu vida) —Hasta luego, fierecilla— concluyo posándose a mi lado y dándome un leve apretón en el hombro que hizo que todo mi cuerpo cosquilleara.

No le dije que había entendido lo que dijo, deje que se fuera mientras respiraba con tranquilidad.

Mordí mi mejilla ahogando un grito y minutos después solté el aire que retenía.

Tome unas cuantas bocanadas más de aire asimilando lo que había pasado.

Agradecí a la diosa que Max me haya obligado a ir a clases de distintos idiomas durante años, por fin estaba rindiendo frutos.

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Max

La última semana había sido más difícil de lo que pensé. Miré el reloj en mi muñeca y vi la hora. Solté una maldición cuando vi que pasaba de la seis. Me levante y tome mis cosas para irme. Se suponía que hace una hora iría por Raíza de la práctica de animadoras.

Mierda, mierda, mierda.

Hace un rato que todos se habían ido, yo era el único en la empresa. Había tenido demasiadas cosas que hacer estos días.

Entre entrenar a los lobos que iría a Aragón con Kris —quien se había ofrecido para ir—la empresa y el divorcio no era nada fácil, menos cuando Lizbeth no me facilitaba las cosas.

Había estado yendo a Wildwood por las tardes y regresando al día siguiente por la mañana. Algunas noches llegué a sentir el dolor de Jules, otras noches me mantenía lo bastante ocupado como para detenerme a sentirlo y lamentarme, eso era mejor, a decir verdad. No es porque no me importe, lo hacía, pero en este momento necesitaba centrar mi atención en qué seres demoniacos no cruzaran a este mundo a destruirlo.

Casi siempre charlaba con ella a la hora de la comida, cuando ella y Alex venían a comer conmigo, dos o tres días Alex me dejo solo con ella y pudimos convivir más, aunque de temas triviales no pasábamos por lo menos ya charlábamos más que al principio.

Me había enterado de algunas cosas sobre ella en estos días con la poca convivencia que teníamos.

Como que le gustan las flores, pero es alérgica a los claveles, que le gustan los perros, aunque no puede tener en su casa, que su fruta favorita son las moras azules, su color favorito es el rojo y le gustan los atardeceres.

También me había enterado de que aplico a las mejores universidades del mundo y decidió quedarse aquí, aunque no sabía él por qué. Prefería el día de la noche igual por alguna extraña razón y también me enteré de que su gemelo falleció el día que yo la encontré en el bosque.

Eso ultimo no lo supe por ella, Alex me lo contó, resultó que ahora él y ella eran casi mejores amigo y aunque me sacaba un poco de quicio en que hablara mucho más con él que conmigo estaba tranquilo porque por lo menos él la alejaba de lo que sea que fueran sus problemas, lo podía sentir. Y como Alex no iba a hacerlo, él era la persona más ideática y optimista que conocía, aunque a veces tenía sus ratos malos como todos, pero él lograba sacarte una sonrisa en el peor momento, es esa dosis de felicidad de tu día a día o por lo menos eso es para mí.

Ha estado conmigo siempre, en las malas y en las peores nunca me ha dejado caer.

Llame a Raíza mientras iba de camino a la escuela, pero no respondía mis llamadas.

Maldita sea, no. Le llame más de diez veces, pero no obtenía respuesta y ya empezaba a preocuparme.

Afloje el nudo de mi corbata ya que comenzaba a sentirme algo ahogado.

Max, ¿Dónde está, Raí? ¿Por qué no responde? —preguntó Malik preocupado, yo disminuí la velocidad cuando llegué a la escuela, esta estaba desierta, no la vi por ningún lado. Mi corazón latía muy rápido.

—No lo sé, Mal—murmure mirando a todos lados. Le envíe un mensaje a Kelly para que la buscara del otro lado mientras yo la buscaba aquí.

Maldita sea. Pasaron unos diez minutos cuando vi a una chica caminando por la acera, su cabello me hizo saber que era mi hija. Solté un suspiro aliviado y aceleré un poco para alcanzarla. Las pequeñas gotas de agua empezaban a caer del cielo, ¿enserio? Si estábamos en noviembre.

Solté un suspiro y Raíza volteo en cuanto se dio cuenta de que la seguía. Se detuvo y yo termine por acercarme. Abrí la puerta y ella subió enseguida, no tenía que ver su expresión para darme cuenta que estaba molesta, no la culpaba, tenía motivos.

—perdón— dije mientras encendía la calefacción.

—¿Lo olvidaste? —interrogó en un tono tan distinto y frío que calo en todo mi ser, ni siquiera me miraba, solo miraba al frente. —Ni siquiera te atrevas a mentirme, Max—murmuro. Yo tensé la mandíbula mirando al frente.

No pude responderle, ni siquiera podía mirarla sin sentirme mal.

—Si fuera otra persona te diría que me sorprende, pero creo que viniendo de ti nada más lo hace— soltó. Yo me quedé en silencio y comencé a conducir, no podía contradecir lo que ella decía, no cuando ella tenía la razón, menos cuando la hice sufrir durante tanto tiempo.

Le mandé un mensaje a Kelly para decirle que ya la había encontrado y luego seguí manejando. Las palabras estaban atascadas en mi garganta, no podía decirle algo, de verdad no tenía la decencia para hacerlo.

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Raíza

El nudo que había en mi garganta me estaba asfixiando. Quería decirle tantas cosas, quería gritarle, quería abrazarlo y a la vez quería odiarlo, sin embargo, no podía hacer ninguna.

Las ganas de llorar eran inmensas, pero estaba en ese estado en el que no puedes llorar porque las lágrimas se han secado ya. Mi corazón dolía, dolía mucho, pero no sabía cómo expresarme, como decirle todo lo que sentía.

La opresión en mi pecho me ahogaba, el silencio que había en el auto era abrumante, había tantas cosas que decirnos, pero ninguno decía nada.

¿Tan difícil era admitir su error? ¿Acaso yo no merecía una disculpa sincera? ¿Alguna vez se preocupaba por mí? ¿Pensó en el daño que me causaba aquellas noches que me quedaba despierta esperándolo? ¿Si quiera se preguntaba si ya estaba dormida?

Apreté la mandíbula con ira.

Quise decirle tantas cosas en ese momento, pero ni siquiera encontré mi voz. Pensé en todas esas veces que me dejo plantada, en cuantas veces no ha olvidado que tiene que venir por mí o aquellas noches que llore sintiéndome miserable por su culpa.

Max nunca llego a decirme cosas hirientes, todo lo contrario. Muchas personas creían que era el padre perfecto, amoroso, cariñoso y dedicado.

Pues si lo fue, hace siete años. Ya no había rastro de aquel hombre comprometido con la paternidad que cuidaba de mí en cada momento, que se preocupaba tanto. Ya no había nada de ese Max.

Muchas veces he llegado a escuchar los comentarios sobre él, de que seguramente es un buen padre y todas esas mierdas, más sin embargo las personas no sabían lo mierda de padre que es, que intenta reparar su ausencia con cosas materiales que no valen nada cuando todo lo que necesite fue que estuviera ahí, conmigo diciéndome que todo iba a ir bien, que me amaba.

El vació que me había dejado no tenía arreglo, ni, aunque quisiera repararlo no podía, porque era algo que me había afectado demasiado, me había hecho desconfiar de todos, tener miedo al abandono incluso a sentirme insuficiente para alguien cuando se supone que no debe de ser así.

Yo solo quería un padre, a mí héroe.

Y ni hablar de mi madre, ella también era igual que Max, pero ella había sido así desde siempre, por lo menos ella fingía más interés que Max, bueno solo cuando le convenía.

Ambos son una mierda, mi madre tan hipócrita como para echarle en cara a mí padre su ausencia cuando ella me dejaba sola en casa cuando papá trabajaba para irse de compras.

Y Max tan sinvergüenza como para decir que me ama después de haberme dejado por tanto tiempo.

Ambos eran unos hipócritas, uno más que él otro.

Siempre he tenido envidia cuando veo a alguien con sus padres conviviendo tan amorosamente, ver como un padre trata tan bien a su hija, como le demuestra interés, o como una madre le dice a su hijo que está orgullosa de él eran cosas que me causaban gran dolor y ciertamente me daba rabia, envidia y dolía, dolía como el infierno porque yo quería eso, yo quería que mi padre fuera a mis concursos de animadoras y que mi madre me dijera que estaba orgullosa de mí o que me cocinara el desayuno. Esa mujer en su miserable vida ha entrado a una cocina.

Quería odiarlo, necesitaba odiarlos, pero no podía.

Así que quería irme lejos, no verlos y dejar de sufrir, empezar una nueva vida lejos de ambos, pero si me iba ahora Max me buscaría y no se detendría hasta encontrarme.

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Max

Me detuve frente a la casa de Raíza. Esa casa en la que alguna vez vivimos los tres y fuimos felices. Había tantos recuerdos en esa casa que me ponía algo nostálgico.

Raíza bajo del auto sin siquiera despedirse, tampoco me dejo hablar. Solté un suspiro y esperé a que entrara a la casa para irme.

Mientras iba de regreso a casa tuve que respirar profundamente para que nada de lo que pensaba me afectara, no podía dejar que algo así me afectara tanto, tenía muchas cosas en las que enfocarme y dejarme caer por la tristeza no era una de ellas, pero dentro de mi había una tormenta, una opresión en mi pecho que me asfixia y me dificulta el habla, la culpa está incluida en esa sensación y la soledad solo me hacía pensar más de lo que debería.

Pero yo debía de parar estos sentimientos, tenía que pausarlos de alguna forma o por lo menos ignorarlo, no tenía tiempo para esta mierda, no quería sentir eso.

Iba a salir de esto, siempre lo hago.

Buenooo, ahora una nueva perspectiva, ¿Qué les parece Raíza?
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