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Capítulo 0


El final para un nuevo comienzo.

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La gente tiene más temor a la muerte que al dolor. Es extraño que ellos teman a la muerte. La vida duele mucho más que la muerte. Cuando la muerte llega el dolor termina...

—Jim Morrison

Jules.
Dos meses atrás

El dolor punzante y el olor metálico me hacía saber que seguía viva.
Sangre
Mi sangre.
¿Alguna vez terminaría esta larga agonía que se llama vivir? Quería que el dolor desapareciera, que dejara de doler para siempre, pero solo quería irme yo, sola, como un ave libre, no quería llevarme a nadie más conmigo.

Los árboles que sobresalían por encima de mi empezaban a verse borrosos y distantes. El frío sudor que empapaba mi cuerpo me daba escalofríos y pequeñas convulsiones.

Las ramas seguían meciéndose de un lado a otro, como si estas tuvieran vida propia, no pude evitar sonreír como estúpida al verlas.

Un estallido ensordecedor fue lo que me hizo regresar a mi realidad. A la realidad en la que estaba muriendo y no me importaba, en la realidad en la que Jasón venía conmigo. Ladee la cabeza mirando hacia el lugar de donde provino el estallido, esperando a que no fuera la camioneta color blanco en la que habíamos rodado por el acantilado, pero los milagros no existen y era esa misma camioneta... la camioneta en la que Jasón venía manejando a mi lado.

La desesperación recorrió mi cuerpo y hice lo que se me vino a la mente; Gritar.

—¡Jasón! —grite sintiendo el dolor desgarrante en mi garganta, grite con todas mis fuerzas esperando una respuesta que jamás llegaría, pero me aferraba a hacerlo como si mi vida dependiera de ello y tal vez lo hacía.

—¡Jasón! —grite nuevamente con fuerzas intentando que el dolor no sucumbirá a mi cuerpo y desfallecer aquí mismo. —¡Por favor, Jasón! —llore sin fuerzas esperando un milagro que nunca llego, que nunca llegaría. Incluso en ese momento rece todo lo que nunca había rezado en mi vida, le rogué y suplique a dios que Jasón estuviera vivo, que no hubiera estado en la camioneta cuando exploto.

Es increíble como cuando deseamos tanto algo nos aferramos a una idea como si nuestra vida dependiese de eso, como si no fuera una hipocresía pedir algo a una divinidad a la cual nunca le había tenido algún tipo de respeto o pasión, pero aun así rece, rece por morir y porque Jasón viviera.

Me aferré a esa idea de que el milagro podía suceder, pero mientras más intentaba arrastrarme a la camioneta más lejana parecía la idea.

Mi cuerpo dolía y ardía de dolor, sabía que en cualquier momento iba a dejar de lucha e iba a sucumbir al dolor y quedarme aquí a morir. No quería morir aquí, pero la idea de dejar de moverme comenzaba a seducirme.

Nunca he sido fuerte, nunca había hecho algo bueno por la humanidad, no era el orgullo de mis padres, mi novio me detestaba y ahora había perdido a mi otra mitad ¿Por qué seguía luchando si ya no había nada más?

Deje de moverme en cierta parte del bosque, deje soltar una bocanada de aire y me gire quedando boca arriba, mirando el cielo nublado. Mis ojos se llenaron de lágrimas y una extraña felicidad recorrió mi cuerpo haciéndome sonreír.

Si este era mi final... morir adolorida y en un bosque donde seguro cualquier animal se alimentaría de mí... pues peor condena era vivir como yo vivía.

Así que, con lágrimas en los ojos, el cuerpo adolorido y una sonrisa en mis labios tomé mi última bocanada de aire y recibí a la muerte.

────•: ☽ ∙✦∙☽:・────

El cantó de las aves no me dejaban dormir con tranquilidad, así que abrí los ojos lentamente acostumbrándome a la luz natural que amenazaba con encandilarme.

Las aves no eran los únicos animales que escuchaba, también había ardillas y grillos que atraían la atención y se sincronizaban como si en realidad fuesen un coro o algo por el estilo.

Las corrientes de aire no causaban frío, no tenían frío ni calor.

Miré a todos lados en busca de saber donde me encontraba, pero solo era un bosque cubierto por espesas capas de arboles y plantas de distintos verdes brillantes. El cielo estaba despejado, con un azul hermoso cubriéndolo.

Terminé levantándome del incómodo y húmedo suelo, miré a cada lado, era hermoso, todo tenía colores vibrantes y llenos de vida, ¿Acaso esto era el cielo?

Pues si lo era por mi genial, no quería irme.

—¿Qué haces aquí? — la voz de Jasón llamo mi atención. Me giré para verlo de frente, su cabello se ondeaba con el viento que corría, la claridad dejaba ver las pecas en su rostro, pero sus ojos, esos hermosos orbes verdes estaban sin vida alguna, no había felicidad, ni tristeza no había nada.

Llevaba su camisa favorita, aquella camisa de béisbol color blanca que le regalé en nuestro cumpleaños.

—Jasón— sonreí brevemente y me acerqué a el con intenciones de abrazarlo, pero el me alejó bruscamente.

Lo miré confundida.

—No puedes, no debes abrazar a un muerto, ¿Qué haces aquí? —soltó de repente sin nada de tapujos, tan directo como siempre.

Me quedé en blanco unos segundos.

La palabra muerto resonó en mi cabeza y tragué duro.

Si habíamos muerto por lo menos estaba con él, ya no tendría que volver a sufrir el dolor alguna vez en mi vida.

Estaba bien, había muerto, no iba a regresar, no iba a volver al infierno, estaba bien.

—Esta bien— murmure y antes de que el pudiera decirme algo todo empezó a desmoronarse, el cielo se estaba agrietando dejando ver un cielo gris oscuro, los árboles tenían ramas secas y algunas hojas ya caían al suelo por lo secas y viejas.

Él rostro de Jasón empezó a distorsionarse frente a mis ojos y un destello blanco llamo mi atención.

—No joder, no— escuché otra voz masculina, más ronca y cargada de una preocupación alarmante. Miré a todos lados buscando al dueño de aquella voz que habíamos escuchado, pero no había nada ni nadie.

Todo se estaba desmoronando a mi alrededor... otra vez.

No quería irme, quería quedarme aquí con Jasón, no quería regresar, no quería volver a sufrir, no quería dejar a Jasón.

—Debes irte, mi pequeña Lisse —susurró Jasón tomando mi rostro entre sus manos y limpiando las lágrimas traicioneras que habían abandonado mis ojos. Negué con la cabeza repetidas veces.

No, yo no era capaz de vivir sin Jasón, no sería capaz.

—N-no puedo— mi voz se quebró y Jasón me sonrió, fue una sonrisa pequeña y la última.

—Si puedes, siempre lo has hecho Lisse no me necesitas, yo ya cumplí —susurró uniendo su frente a la mía y seguí llorando mientras negaba con la cabeza.

No, no quería, me negaba a aceptar una vida sin Jasón.

—Quiero quedarme— sollocé entre lágrimas.

—Aún no es tiempo, algún día volveremos a vernos, mi pequeña Lisse, te amo y vive por mi— susurró eso último.

Esas fueron sus últimas palabras antes de dejarme, antes de que el dolor se expandiera por mi cuerpo y recorriera cada partícula en mi cuerpo hasta que se instalará en mi corazón y no solo habló del dolor físico.

Como dije el dolor se instaló en cada parte de mi ser, sentía ardor, era horrible quería llorar y gritar más sin embargo no podía, estaba sumida en una oscuridad, pero tomaba bocanadas de aire de vez en cuando, aunque en realidad no era consciente de lo que pasaba, ni siquiera sabía donde estaba.

Lo único que sabía era que estaba viva.

Desgraciadamente viva.


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