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20. Nueva vida.






Tema: Contigo/ By Maite Perroni



Todo es blanco, hay mucha paz. Puedo oír los pájaros cantar, risas, voces y también una dulce melodía, pero todo a gran distancia. Aquí parece respirarse sosiego y puedo jurar que se percibe el aroma al amor.

Cerca veo un banco y decido ir a sentarme. No sé que es todo esto ni donde estoy pero no me preocupa, algo en mi interior me impide sentir dudas o miedos dando paso únicamente a este maravilloso sentimiento de tranquilidad.

Miro a mi alrededor, no hay nada. Sólo escucho su voz a lo lejos.

—Adela, hija.

—¿Mamá? —la miro sorprendida— estoy...¿muerta?

—No mi amor, tranquila — se sienta a mi lado y acaricia mi rostro.

—No entiendo. ¿Dónde estoy? ¿Qué haces aquí? ¿Qué me pasó?

—Son demasiadas preguntas —sonrió— que te ocurrió no sye, pero si estás aquí es porque necesitabas desconectarte un poco del mundo porque este sitio es para eso, ¿estás sufriendo por algo?

—Sí ma, mucho. Te necesito tanto.

—Yo estoy contigo, sólo debes aprender a buscarme, en tu corazón. Dejé mi esencia en ti mi amor, una parte de mi vive en ti.

—¿Por qué no puedo ser feliz mamá? ¿Por qué todos me abandonan o me cambian por alguien más? ¿Por qué mi vida es tan triste?

—Eso está cambiando. Me contó un pajarito que vas a ser mamá y eso lo transforma todo de gris a multicolor. Allí tienes la razón por la que cada día te pondrás en pie, el motivo de tus sonrisas, quien te robará el aliento y detendrá tu corazón, la persona que con solo una mirada o una sonrisa te hará sentir que todo ha valido la pena, y eso te lo juro. Ahora debes volver y seguir tu camino, aún te queda mucho por andar.

—No, quiero quedarme aquí contigo, para siempre.

—No es tiempo, ahora tienes que vivir. Y ten fe porque te aseguro que serás muy feliz.

—¿Estás bien aquí?

—Sí. Aquí no existen los dolores ni el llanto, tampoco la maldad. Estoy en paz. Te amo mi niña.

—Y yo a ti.


Abrí mis ojos con mucha dificultad estaba en un lugar desconocido. Giro a mi derecha y veo a una señora sentada, con un rosario entre sus mano. Parece que reza.

—¿Dónde estoy? —pregunto cuando logro hablar.

—Adela. ¡Gracias a Dios despiertas! Iré a buscar al médico.

Salió prácticamente corriendo de allí dejándome desorientada. Un médico volvió con ella y comenzó a hacer preguntas mientras me revisaba.

—Adela, ¿qué es lo último que recuerdas?

—Pasé varios días deambulando en una plaza sin comida ni donde dormir porque me robaron. Nadie me ayudó. ¿Cómo llegué aquí?

—Te desmayaste en la plaza, estabas débil y tenías un principio de anemia pero lo solucionamos a tiempo con unas transfusiones. No caíste al piso cuando te desvaneciste gracias a un señor que pasaba por allí y te sostuvo. Hicimos una denuncia ya que no traías documentos y fue allí cuando tu tía Ester llegó y ha permanecido a tu lado todo el tiempo.

—¿Cuánto tiempo llevo aquí? ¿Cómo está mi bebé?

—Bueno, llevas aquí tres días y tu bebé está bien, así que tranquila. Ahora mandaré a que te traigan algo liviano para que comas ya que después de tantos días sin ingerir nada podría caerte mal. Y por el resto no te preocupes, si todo marcha bien en un par de días te irás a casa.

Salió de la habitación y la mujer, que ahora se que es mi tía, se acercó a mi llorando.

—Perdoname por demorar tanto corazón. Creí que te habrías vuelto a tu casa con tu mamá. Cuando me avisaron de ti la llamé varias veces pero nadie atendió en tu casa y tu padre...bueno, él sólo cortó la llamada cuando le dije que era yo.

—No te preocupes tía. Estás aquí y eso es ahora lo importante. En cuanto a mi mamá...ella falleció hace poco más de un mes.

—¿Cómo? —su rostro se tornó sorprendido

—Como lo oyes. Tenía cáncer. Ya luego te contaré todo.

—¡Ay mi amor!

—Con permiso — pasó una enfermera—el doctor mandó a que la señorita se coma todo, despacio pero sin dejar nada.

—Gracias — respondió mi tía.

Miré la bandeja, había gelatina de naranja, una manzana asada y agua.

—Esto es comida para enfermos. Yo quiero churrazco con papas a la crema.

La enfermera rió.

—Cuando estemos en casa te preparé todo lo que se te antoje, pero ahora debes comer eso o no te dejarán irte de aquí nunca.

—Tienes razón.



Dos días después ya estaba en casa de mi tía. Antes de darme el alta me habían realizado varios análisis y también una ecografía. Ver a mi bebé por primera vez fue una experiencia alucinante, única y oír su corazón latir se sintió la cosa más mágica del planeta. Diez semanas de gestación y mide 1.7 hermosos milimetros, gracias a Dios todo está bien. Tengo que volver en quince días para otros análisis de rutina y una nueva ecografía. Ya en casa de mi tía le conté todo lo sucedido con mamá, lo de mi trabajo, lo de Camilo y el tema de mi papá. Lloramos mucho y prometió cuidarme y ayudarme.




El tiempo pasa volando y el invierno pega con rudeza. Como mi tía cobra una pequeña pensión por enfermedad y obviamente no nos alcanzaría decidí trabajar, claro que ella se opuso pero no me importó. Era por los tres así fue que conseguí un puesto de cajera en una farmacia, eran sólo seis horas diarias, cinco días a la semana y la paga no era mala.

El quinto mes de embarazo me ha sorprendido con siete kilos de más y los pies hinchados. Cada patadita la siento como una muestra de amor y me emociona profundamente sentirlo. Hoy sabremos su sexo.

Mi tía me acompañó como en cada consulta solo que esta vez era diferente.

—Bien. Veinticuatro semanas. Diámetro parietal 62 milímetros, perímetro del cráneo 216 milímetros, longitud frontal 51 milímetros... —y así continuó— bueno, todo está perfectamente bien. Ahora, ¿quieres saber el sexo?

—Si, por favor. —La ansiedad recorría mi cuerpo.

—Pues es una niña. ¡Felicidades!

—¿De veras? — el llanto fue inmediato, pero era llanto de felicidad.

—Sí, de veras —rio la doctora — Y dime ¿ya tienes nombre para ella?

—Aja —dije secando mi rostro— se llamará Renata.

—Es un hermoso nombre.

Salimos de allí felices, mi tía estaba como loca diciendo que ya estaba vieja porque sería tía-abuela. La realidad es que yo quería que fuera más que eso, pero aún no se lo diría.

Mis compañeras de trabajo se convirtieron en buenas amigas, aunque no les conté todo sobre mi vida, sólo lo de mi mamá y que el papá de mi hija se había marchado. Nos juntábamos los sábados a ver una película o jugar a las cartas, ya que las bajas temperaturas no se prestaban para mucho más.

Mi vida ahora es tranquila y el único motivo de felicidad es mi bebé. Sólo ansío que nazca para abrazarla y ver sus ojitos. A veces por las noches lloro preguntándome si Renata se parecerá a mi o a Camilo. Una parte de mi quiere que sea igual a él pero la otra desea que sea como yo. La realidad es que pase lo que pase siempre lo tendré presente porque él es su papá y porque a pesar de todo lo amo con locura.

Varias veces disqué su número pero nunca me atreví a llamar. Podría usar como escusa reclamarle el dinero que me dejó mi mamá, solo para oír de su boca que ya no quiere saber de mi pero rápidamente me arrepiento. Después de todo me las he arreglado bien y mi corazón está demasiado tranquilo como para recibir un disgusto y eso también le haría daño a la bebé y es lo último que deseo.


Adiós odiado invierno, llega la primavera con el resurgir de las flores, el canto de los pájaros y los colores de las mariposas. Ya las tardes dejaron de ser de chocolate para ser de helados y las películas fueron reemplazadas por caminatas. Mi vientre crece día a día y ya nada me queda, solo ese jean holgado que mi tía me hizo y par de vestidos que pasan las rodillas. Lo que eran suaves pataditas ahora ya casi no me dejan respirar, no encuentro una posición cómoda para dormir y debo usar sandalias de dos números más que lo habitual, pero así y todo no cambio este estado por nada en el mundo.

Es cuatro de noviembre y la tarde está fresca, la brisa juega con mi pelo mientras mantengo mis ojos cerrados para percibir mejor el aroma a la lasagna que mi tía prepara.Todo parecía tranquila hasta que siento un líquido correr por mis piernas y me levanto de prisa.

—¡Tía! ¡Tía! —la llamo.

—¿Qué ocurre cariño?

—Creo que he roto la fuente —digo mirando mis piernas empapadas.

—¡Ay Dios, espera! Debo apagar el horno, y traer en bolso, hay que llamar un taxi y hay que llamar a emergencia. No puedo ir así vestida, no sé que hacer primero... —comencé a reír.

—Tranquila, aún no me duele. Ve y cambiate que yo voy a darme un baño.

—¿Segura?

—Totalmente.

Me duché un poco mas de prisa de lo común y me puse un vestido. Recogimos los bolsos y tomamos un taxi. Al llegar me revisaron y nos dijeron que solo tenía tres centímetros de dilatación. Nos llevaron a una sala donde me colocaron un suero. Mi tía se paseaba de un lado a otro mientras yo comenzaba a sentir las primeras contracciones.

Lo siguiente fue lo que ninguna mujer olvida jamás. El trabajo de parto. Más de dieciocho horas y tres médicos revisando de forma constante, el cansancio me vencía y entre una contracción y otra me dormía cosa que suena rara porque tenía tres en diez minutos. Eso sí, no me quejé ni una sola vez. Mi tía solo me repetía que estaba orgullosa de mi y que mi mamá también lo estaba desde el otro lado.

Cuando al fin llegue a los diez centímetros de dilatación y ya había coronado la partera se posicionó.

—Vamos Adela. A las cuenta de tres pujas,¿sí? —asentí— uno, dos, tres.

Hacia toda la fuerza que podía.

—¡Vamos otra vez Adela! Uno, dos, tres — apretaba con fuerza la mano de mi tía.

—Vamos mi corazón, tú puedes — me repetía ella y yo sólo repetía la acción.

—Ya queda poco, vamos con fuerza.

—No...puedo...más...

—Ya casi, dale Adela. Uno, dos, tres. Una vez más...uno, dos, tres.

Un hermoso llanto inundó el lugar.

Colocaron sobre mi pecho esa criaturita tan pequeña, pude besar su frente antes de que se la llevaran. Lo que vino después fue tedioso y se me hizo eterno, yo sólo deseaba tener a mi niña. Media hora más tarde la trajeron.

—Aquí está su hija señora. 2980 kg y 51 centímetros. ¡Felicidades!

La vi y comprendí todo. Mi pecho se llenó de una felicidad inexplicable y sentí tanto amor que creí que mi corazón explotaría. Renata tiene los ojos de Camilo y mi boca, es como una perfecta combinación. Sus pómulos muy rosados y casi no tiene cabello. Beso su frente, su boquita y sus manitos.

—Hola Renata, soy tu mamá mi amor y estaremos juntas para siempre.

Hoy, cinco de noviembre a las 11:30 am nació Renata Gonzales Guzmán, pero también nació otra Adela. La Adela mamá, la que tiene un nuevo motivo para vivir y luchar, la que ya no llorará por el pasado. Hoy volví a nacer.



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