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14. El fin de aquellos tiempos





Hay muchas cosas a lo que los seres humanos jamás estaremos preparados para asimilar y una de las más fuertes es el hecho de que todo puede cambiar de un momento a otro sin previo aviso. Pasar de la dicha a la angustia, de las risas a las lágrimas, de la felicidad a la tristeza... son situaciones a las que nunca nos acostumbraremos.

El retorno se está volviendo más largo de lo que debería ser, no encuentro una posición cómoda por lo que me revuelvo en mi asiento cada cinco segundos. Estoy nerviosa, preocupada y muy triste, pero sobre todo estoy furiosa conmigo misma. Esto no debería estar pasando, no así. Yo tendría que haber estado allí, tendría que haber pensado más en ella y no en vivir mi propia telenovela romántica y de amor prohibido. Pero lo cierto es que aquí o allá lo que más me perturba es el no estar preparada para esto, no estoy lista para decirle adiós.

Llegamos a la emergencia, entré de forma apresurada y llevándome todo por delante. Camilo iba detrás de mí. Cuando al fin llegamos al mostrador pregunté por ella, la enfermera me dio el número de habitación.

—Espera — me detuvo Camilo en la puerta— respira profundo y cálmate. Sé que no es una situación fácil, sé lo que tu mamá es en tu vida pero no es bueno que te vea así.

—Tienes razón —admití tratando de calmarme.

—¡Adela! —escuché.

—Doctor.  ¿Cómo está mi mamá? ¿Qué está pasando? —pregunté alterada.

—Voy a ser lo más claro y directo posible. Hace tiempo que sabes que el cáncer se ha extendido a otros órganos, algunos de estos vitales, formando una metástasis y la infección de hace algunas semanas sólo empeoró su situación, a pesar de haber podido controlarla. Y para serte sincero Perla ha resistido más de lo que creíamos, pero ya no podemos hacer nada. La enfermedad se apoderó completamente de ella.

—¡No entiendo! Yo...yo hable con ella y estaba bien, llena de energía, había salido a pasear con su amiga. Ella...ella estaba bien —repliqué confundida.

—Ese es un síntoma previo común y nada bueno. Suele pasar antes de...bueno, me entiendes.

—No, no entiendo. ¡No entiendo nada! —comencé a gritar.

—Tranquila... —Camilo me abrazó por la espalda.

—Adela, tu mamá...está agonizando. Te aconsejo que le avises a tu familia y se despidan. No creo que pase de esta noche. Lo siento —  Acarició mi hombro y se marchó.

—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? - lloraba de dolor, de impotencia, de rabia, golpeando con fuerza el pecho de Camilo.

Éste me sujetó las muñecas acercándome a él y me abrazó con fuerza.

Luego de un largo rato y ya más calmada, entré a verla. La blanca habitación se encontraba en penumbras y había un solitario sillón que tenía el aspecto de ser mi amigo mudo el tiempo que esta agonía durase. La cama alta y apenas reclinada llevaba sobre ella sábanas celestes, una almohada mullida y el cuerpo de una pálida mujer dormida. Los miles de cables, aparatos, sueros y plasma la rodeaban. Como si de una adivina que sintió mi presencia se tratase abrió los ojos y me observó. Una sola sonrisa suya me bastó para no poder seguir conteniendo mi llanto.

—Hija. No llores mi amor. Ven, ven aquí con mami.

Me senté a su lado y recosté suavemente mi cabeza en su pecho como cuando era una niña. Ella acariciaba mi cabello.

—Mi niña, mirame — lo hice— ya está llegando la hora de irme pero no quiero hacerlo sin que hablemos. Hay muchas cosas que tienes que saber. Sólo escucha, ¿sí?

—Sí ma —dije haciendo un esfuerzo sobrehumano para que mis palabras salieran.

—Para comenzar tengo un seguro de vida a tu nombre, es algo que creé hace mucho tiempo con el fin de dejarte protegida si algo llegaba a pasarme. Creo que Dios me iluminó en ese momento. Ese dinero es tuyo para que viajes, estudies, para tu boda, lo que quieras porque es para ti.

—Pero...

—No quiero que me interrumpas. Solo escuchame por favor — asentí— El número de la cuenta lo encontrarás en una caja de madera roja que está bajo mi cama. Allí también hay documentos que te servirán para los trámites que tengas que realizar cuando ya no esté. También hay unas cartas, leelas. Por otra parte Adela, el día que te fuiste con Camilo, Benjamín estuvo en casa buscándote —mi corazón se detuvo, y ella siguió hablando— siempre sospeche que había algo raro en tu trabajo por eso insistía en que buscaras algo más pero nunca se me cruzó por la cabeza la idea del club. Él no me lo dijo directamente yo se lo saqué de mentira a verdad. No voy a regañarte ni a juzgarte, pero no era necesario que sacrificaras tanto por mí, yo no lo merecía.

—¿Qué dices? Yo daría mi vida por la tuya, eres la mejor persona del mundo.

—No, no lo soy. Y cuando leas las cartas de las que te hablo te darás cuenta del porqué lo digo. Pero ahora sólo puedo decirte que a pesar de todo yo me marcho orgullosa de ti porque nunca te rendiste, aunque esa no era la forma y puedo sermonearte y decirte miles de cosas, pero no hay tiempo. Mi tiempo se está acabando. Sólo júrame que no volverás a ese lugar, que jamás, pase lo que pase, harás algo así jamás, si bien servir tragos no es algo malo podrías haber corrido peligro en un lugar como ese, con ese tipo de gente. Podrían haber intentado propasarse contigo o algo peor —sentí un poco de alivio al notar que no sabía toda la historia— ¿me lo prometes?

—Si mamá, no volveré a hacerlo nunca, lo juro.

—Hija, no me llores más de lo necesario, recuerda los buenos momentos. ¿Recuerdas aquel día en la playa donde había un hombre gritándole a su hijo porque éste puso mal la sombrilla y tú con tus diez añitos cargaste tu balde de arena y <<accidentalmente>> terminó en la cara del hombre? —reímos entre lágrimas— ¿o cuándo íbamos por la calle y a todos quienes tiraban un papel en el piso les decías que cuidaran el medioambiente? ¿Y cuando te regañaba porque te ibas a jugar al parque sin avisar, yo te escondía las golosinas en forma de castigo y tu me escondías el libro que estaba leyendo? Cuando jugamos guerras de almohadas, cuando caminábamos en la noche mirando las estrellas, cuando nos desvelábamos tratando de resolver los ejercicios de matemáticas que te mandaban en el colegio, ¡y las dos eramos un desastre! Recuerda los momentos felices porque esos son los que me llevo. Me llevo el recuerdo de tu sonrisa, me llevo tu mirada, me llevo el alma llena de amor.

—Mamá, ¡esto es tan injusto! ¡Contigo se irá también mi vida!

—No, tú tienes que seguir adelante y ser feliz. Yo estaré siempre contigo aquí — colocó su mano en mi pecho— en tu corazón.

Luego de eso nos abrazamos mucho y lloramos en silencio. La miré a los ojos, hasta ahora no había reparado en que los suyos y los míos eran iguales. Teníamos la misma mirada.

Las confesiones y secretos que vinieron luego fueron fuertes y sorprendentes. Cosas inimaginables. Nuevas situaciones entendidas, nuevos miedos, nuevos desafíos.

Más tarde ella se durmió.
Salí de esa habitación hundida en un profundo pozo de tristeza. Camilo seguía allí pero no estaba solo. Benjamín estaba junto a el bebiendo café, Sandra tenía la mirada perdida en el suelo Luna y Pablo convesaban bajito tomados de la mano y Daniela caminaba de un lado al otro.

El primero en reparar en mi fue Pablo, quien me regaló una amarga sonrisa y con su mirada pidió permiso para abrazarme. Asentí levemente y así lo hizo. Besó mi coronilla y acarició mi cabello. Luego fue Luna quien me abrazó. Lloramos juntas.

—¿Cómo está? —preguntó Sandra acercándose. Camilo y Benja repitieron la acción.

—El médico me dijo que nos despidamos, dice que ya no hay retorno.

Volví a llorar y fue Camilo quien me abrazó ahora, Benjamín frotaba mi espalda.

—Adela, ya llamé a la abuela. Ella, el tío Luis y nuestros primos vienen en camino. Mis padres ya están llegando también.

Le agradecí en silencio imaginado si para mi era dura la situación como sería para mi abuela el estar perdiendo a su hija.

Cuando mamá despertó ya pasando el mediodía, la primera en entrar fue Margot, quien estuvo allí más de una hora y salió con los ojos hinchados de tanto llorar, nunca creí que vería algo así en ella.

Los siguientes fueron mi tío Luis con mis primos, mi abuela, Sandra y por último Luna, Pablo, Camilo y yo. Mis amigos la llenaron de besos, Luna estaba casi tan mal como yo y luego de un rato salieron.

—Camilo acercarte — extendió su mano— prométeme que la cuidarás pase lo que pase, que la ayudarás a salir adelante. No permitas que se deje, que abandone su vida, ayudala a seguir sin mí. Prométemelo.

—Te lo juro tía —  Besó su frente.

Me extendió su brazo libre, besó mi mano débilmente y me miró.

—Se feliz mi ojos de cielo. Gracias por regalarme los mejores años de mi vida. Te amo Adela.

Y cerró sus ojos para nunca más volver a abrirlos.

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