12. Inefable.
Tema: Tu corazón/ Lena ft. Alejandro Sanz
Ir en este auto, con el amor de mi vida -que aparte es mi primo-, rumbo a un destino desconocido por mi y que mi mamá sea partícipe de esta locura es simplemente increíble.
Por un lado me desconcierta que mi madre esté involucrada en todo esto. No, involucrada no. Sino que haya sido directamente la autora intelectual. Dice que sólo quiere que sea feliz y que confíe en ella, pero no entiendo su comportamiento. O sea, es su sobrino el hombre con quien quiero estar y a ella eso parece no importarle.
Por otra parte aquí está él, conmigo, yendo rumbo a la felicidad. Ver su sonrisa, besar sus labios, que me tome la mano mientras conduce...esos detalles me hacen pensar en vivir el momento y que pase lo que tenga que pasar.
Pero lo que sí puedo jurar es que en este momento todo lo que me pasa es inefable.
El viaje fue divertido y romántico. Me acurrucaba a su lado apoyando mi cabeza en su hombro y cada vez que podía le daba un beso o cosquilleaba su cuello con mis labios. Él por su parte me acariciaba la pierna o el cabello. Era perfecto.
Aparcamos en la entrada de una gran casa, estabamos en el campo, pero aún así la arquitectura era muy moderna. La entrada tenía un porche enorme con grandes pilares. Tenía enormes ventanales y las paredes eran de color pastel. Al ingresar quedamos en un amplio estar decorado con un gusto exquisito con los muebles y cuadros perfectos para ese lugar. La enorme escalera que ascendía al segundo piso era digna de un palacio.
—Ven, te mostraré el resto — me dijo Camilo tomándome de la mano.
Y descubrí que toda la casa era igual de impresionante y mi rostro mostraba gestos de sorpresa a cada instante.
—No voy a preguntarte si te gusta porque sería una tontería de mi parte.
—Es que creí que sólo en las películas existían casas así.
—Ya ves que no — dijo con dulzura pasando su pulgar por mi mejilla.
—¿Es tuya? A la casa me refiero.
—Algo así. Es de mis abuelos, los papás de mi papá. Antiguamente la casa principal era un rancho igual de grande que esta casa pero hace un par años terminaron de construir esto.
—¿Y el racho?
—Lo dividieron en dos partes. En una de ellas está el casero y la otra la adaptaron como bodega. Aquí hay viñedos.
—¡Wow! —exclamé sorprendida ante tanta grandeza.
—Ya luego te lo mostraré todo. Ahora vamos a comer algo que muero de hambre.
—Uf...¡también yo!
—Genial.
Nos dirigimos a la cocina y Camilo me sorprendió al decirme que sabe cocinar. Preparó la pasta con capresse más deliciosa que probé en mi vida. ¿Es qué acaso existe algo que este hombre no haga bien? Mis pensamientos volaron rápidamente hacia otras áreas en donde es más que bueno y sin darme cuenta me sonrojé.
—¿En qué piensas?
—Nada—respondí nerviosa.
—¿Te ha gustado?
—Mucho.
—Pues el postre te gustará aún más —dijo acercándose a mí.
Me tomó de las muñecas y me pegó a la pared con rudeza. Comenzó a besarme con desesperación y yo le correspondí. Su mano entró bajo mi vestido y comenzó a jugar con el borde de mi braga al tiempo que torturaba mi cuello mordiéndolo. Con un solo movimiento arrancó mi ropa interior al mismo tiempo que me alzó colocándome en la mesada. Quedé sorprendida al descubrir su intención de probarme. Yo sólo deliraba. Un mantel que allí se encontraba me sirvió de testigo silencioso pero sólo hasta el momento en que mi mano tomó vida propia pasó por el cuello de su remera arañando su espalda. El sublime momento acabó dejándome situada en la cima del placer.
Nos miramos a los ojos. Yo aún temblaba.
—Puedo leer tu mirada Adela.
—¿Y...y qué...qué lees?- pregunté con la respiración agitada.
—Deseo.
Me tomó de la cintura haciendo que enrollara mis piernas en él. Entre besos y tropiezos llegamos a una habitación en el segundo piso. Me distancié de él bajando de sus caderas y lo observé fijamente.
—Ahora es mi turno de hacerte delirar.
Delinié mis labios con la lengua y procedí a continuar con una tarde que prometía mucho.
Ya casi anocheciendo nos encontrábamos en la bañera, él masajeaba mi cuello.
—Camilo, ¿no te parece extraña la actitud de mi madre?
—Realmente cuando me dijo que sabía lo nuestro creí que me saltaría a la yugular, pero me sorprendió al decirme que sólo pretendía que seas feliz y que si esa felicidad está a mi lado que nos apoyará. Ella te adora. Está orgullosa de ti. Dice que eres la mejor hija.
—Eso es porque no sabe lo que hago. Si supiera que...
—Shhh. No te castigues más. Dejarás ese lugar y todo quedará en el pasado.
Giré quedando frente a él.
—¿En verdad no te importa nada? ¿No te importa todo lo que he hecho?
—No es que no me importe. Es solo que elijo darle más importancia a los motivos que te llevaron hasta allí que el hecho en sí. Y si ese camino fue lo que hizo que llegaras a mi pues no se diga más. Claro que me duele saber que tuviste que sacrificar tus convicciones y traicionarte a ti misma, soportar humillaciones, malos tratos y otras mil cosas, pero te prometo que con besos, caricias y amor borraré cada huella y mal recuerdo que hayan dejado en ti. ¿Sabes por qué?—negué— Porque lo que amo de ti va más allá de tu cuerpo. Yo amo tu alma y tu corazón y prometo cuidarlos y protegerlos para a siempre.
—Te amo tanto mi Oasis, mi Camilo, mi amor...
—Y yo a ti mi estrella, mi Adela, mi todo.
Al día siguiente nos pusimos en pie al amanecer, desayunamos, preparamos una canasta con sándwichs, futas y jugo y nos dirigimos campo adentro tomados de la mano. Llegamos a una caballeriza y allí había un hombre de unos 60 años arreglando una portera.
—¡Ey, Gustavo! —llamó Camilo al hombre.
—¿Camilo?
—Ese soy yo —se señaló a si mismo.
—¡Que sorpresa! —se dieron un caluroso abrazo.
—Mira, te presento a Adela. Adela, él es Gustavo, el casero del rancho.
—Un placer señorita— dijo quitándose su sombrero.
—El placer es mío.
—¿Crees que podamos alistar un par de amigos? Voy a llevar a Adela a recorrer los viñedos.
—Claro hijo.
—Si recuerdas como montar a caballo, ¿verdad? —me pregunta.
—¡Por supuesto Camilo! Lo que bien se aprende nunca se olvida — le guiñé un ojo.
Ellos entraron a buscar los caballos mientras yo observaba la vegetación. Me distraje viendo bellas macetas con flores, varios canteros y unos corrales vacios, de repente algo llamó mi atención. Un columpio. No sé porqué pero en ese instante recordé a mi padre. Las tarde en la plaza donde el balanceaba mi hamaca y yo gritaba de felicidad.
Sacudí mi cabeza mandando lejos esos recuerdos que no valían la más mínima pena, pero sin poder contenerme fui hasta allí y comencé a dejarme llevar por esa sensación tan única que se siente al subir en un columpio. Cuanto más alto volaba mas fuerte reía. Mis carcajadas deberían de oírse en cien kilómetros a la redonda. Pude ver a Camilo y Gustavo observándome divertidos. Gustavo le dijo algo, Camilo asintió y fue a mi encuentro. Disminuí la velocidad hasta llegar a determe por completo.
—¿Te divertías? —preguntó riendo.
—¿Y tú que crees? — bajé—¿qué te dijo Gustavo?
—Que eres linda.
Sonreí
—¿No le comentará a nadie que estuvimos aquí?
—No, tranquila. Tavo es de confianza.
—Está bien.
—¿Vamos?
—Vamos.
Hacía años que no montaba, fue simplemente espectacular volver a sentir la brisa golpeando mi rostro y esa sensación de libertad que invade tu interior cuando avanzas arriba de ese amigo tan noble como lo es el caballo. Camilo me guió por un camino de tierra rodeado de pura naturaleza y pequeños árboles que sólo servían para llenar la vista. Al llegar a la zona de los viñedos atamos nuestros caballos y los recorrimos tomados de la mano. Me enseñó cada estado de la uva, como distinguir los diferentes grados de madurez por su color y me contó lo de la famosa fiesta de la vendimia prometiendo traerme a la próxima.
Luego volvimos a montar. Paseamos, corrimos carrera, anduvimos a paso lento con nuestras manos entrelazadas. Llagamos a un sitio cubierto de árboles y nos adentramos. Cinco minutos después estábamos junto a una espacie de cascada de agua cristalina. Unas hermosas rocas lo rodeaban. Bajamos.
—Este es uno de mis lugares favoritos en el mundo. Cuando eramos niños mis hermanos y yo veníamos con papá. Pasábamos horas aquí riendo, jugando, nadando, dándole forma de animales a las nubes...era feliz.
—¿Tu madre no venía con ustedes?
—No — respondió con una sonrisa amarga— ella siempre estaba con sus cosas. Amigas, compras, spa,club...todo era más importante que pasar tiempo con nosotros. No tengo demasiados recuerdos tiernos con ella, sólo una vez que tuve mucha fiebre, no recuerdo porqué, pero fue la única vez que la vi realmente preocupada por mí. Con Clara siempre fue más cómplice supongo que porque es mujer y bueno, la hizo a su imagen y semejanza.
—Oh. Lo siento —me arrepentí de traerle recuerdos no tan buenos.
—No tenías como saberlo. Luego nos fuimos a vivir a Europa y ya no vine. Es mi primera vez aquí en años.
—Es un lugar maravilloso.
—Sí...lo es.
Me guió a la orilla y comenzó suavemente a bajar la tira de mi musculosa. Depositó un pequeño besito en mi hombro.
—Te deseo — dijo mirándome fijamente a los ojos.
—Entonces tómame.
Acto seguido nos besamos despojándonos de nuestras vestimentas, nos metimos al agua fundiéndonos en un solo ser. Sentir la presión de la cascada en mi cabeza, su boca en mi torturando deliciosamente mi seno izquierdo y la perfección de sus embestidas hicieron de ese acto algo incomparable. Ya no podía negar, no importaba las veces que hicieramos el amor cada momento era único e irrepetible y no tenía comparación con el anterior. Este hombre es la gloria. Al estallar llegando juntos al punto máximo volvió a besar mi boca. Sus besos son deliciosos. Estoy segura que si el arco iris tuviera un sabor sería éste.
Pasamos el resto de la tarde allí riendo y contándonos anécdotas de nuestra infancia y adolescencia. Por primera vez en años me sentía en casa.
Volvimos a la casa y llamé a mi madre:
—Ma, ¿cómo estás?
—Bien mi amor. Aquí estoy con Sandra. Me preparó un chocolate delicioso.
—¿Y cómo te sientes?
—¡Espectacular! Salimos a caminar, fuimos al parque y tomé toda mi medicación.
—¿Segura? Mira que puedo volverme en cualquier momento.
—Sí hija, tú tranquila. ¿Cómo la están pasando?
—Increíble mamá. Este lugar es impresionante. Montamos a caballo y conocí los viñedos. También fuimos a una cascada.
—¡Que lindo mi vida!
—Mamá, no es que no esté disfrutando todo esto ni que no esté agradecida pero sigo sin entender.
—Adela, ¿eres feliz?
—Muchísimo. Tanto que no me cabe en el pecho tanta alegría.
—Entonces ya no pienses en cosas tan insignificantes. Ve a cenar y mandale un beso a Camilo. Los adoro.
—Y nosotros a ti. Descansa.
Al finalizar la llamada cenamos mientras hacíamos planes para mañana. Iríamos a un pueblo que hay a unos kilómetros.
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