One-shot.
Muchas veces había querido renunciar a sus responsabilidades. Era ciertamente difícil y extenuante saberse de su situación. Había sido rechazado por su familia cuando había terminado en cinta de manera repentina, uno de sus "amigos" le había cachado en un momento de debilidad, víctima de la confianza JeongGuk se había echado tragos en su sistema, y sin saber, había despertado con dolor en su cuerpo y la cara de uno de sus compañeros de trabajo al lado suyo. El asco y la repulsión le vinieron como anillo al dedo, simplemente no resistió el impulso de escapar. Cuando, dos meses después, sintió su cuerpo extraño, compró lo que tanto había evitado; las dichosas pruebas de embarazo. Y allí había estado un positivo resultado, debido a esto sus padres le dejaron con las maletas afuera y decidieron olvidarse de que habían procreado un hijo hace veintipico de años atrás. Pero bueno, las cosas de la vida no se podían evitar, y allí estaba en la actualidad.
Ya que no había podido olvidar la situación que había vivido, la mejor cosa que pudo hacer fue irse de allí a otra ciudad, a unos nuevos aires, pero bueno, la vida no le iba a cambiar mágicamente. Gracias a Dios la señora al lado de su apartamento rentado (con el bendito sudor de su frente) le encantaban los niños, aunque no pudo tener ninguno porque siempre fue pobre, no estudió y no consiguió trabajo en lugares donde pedían más de un bachillerato y experiencia mínima, le contó que en sus años, a nadie le gustaba tener a alguien así, y bueno, pasó toda su vida sola porque ella sabía que si no podía mantenerse siquiera ella misma, no podría hacerlo con un bebé a cuestas. A JeongGuk le daba pena cuando conoció toda la historia, pero por lo menos sabía que MinHo estaba en buenas manos. La señora era agradable a la vista y por cómo se comportaba, todo bien. Lo malo era la paga. Él hacía de tripas, corazones. Y bueno, tenía que dejar de lado par de cosas para poder mantener su cuidado con el niño. A veces temía llegar a su casa y que su hijo la quisiera más a ella que a él, pero esperaba que no, ya que su hijo siempre le estaba esperando con sus ojitos lindos casi dormidos. Se lamentó, pero no tenía otra opción que trabajar hasta tarde.
Tomó sus cosas, suspirando. De nuevo, hacía frío. A su lado se puso uno de sus compañeros, supuso, y su cuerpo se tensó. No confiaba en ninguno que fuese un alfa. Ya bastante mala experiencia tenía con ellos como para decidir que estaba bien tener que depender de otra persona. Al tomar su cartera y su sombrilla, se dio cuenta, al mirar de reojo, que se trataba del queridísimo SeokJin. Ah, el gerente. Quiso rodar los ojos del fastidio. SeokJin en serio era un grano en el trasero. Y si tenía trabajo, era por cosa de él, pero se sentía usado, usado porque se había tenido que acostar con él par de veces para que le diera un sitio en aquel mugriento lugar. Ah, estaba hablando de una tienda normal, de esas que vendía alcohol hasta las tantas de la noche, donde se podían ver a viejos gordos tirando las latas vacías a la acera, alguno que otro fumando, y par de prostitutas que eran llevadas a la fuerza a dar de sus servicios. No era un trabajo digno, le molestaba haberse vendido para eso, pero su hijo comía, y mucho.
Entonces, SeokJin le dirigió las primeras palabras de la noche, no, de la madrugada.
—¿Deseas que te lleve?
El omega apretó la mandíbula, observando la hora de aquel celular ya sin servicio alguno. No podía llamar ni enviar mensajes, pero con un poco de Internet podía jugar de las aplicaciones que tenía descargadas en la memoria. Dio par de pasos hacia las afueras, girándose. La verdad era que SeokJin no tenía malas pintas. Era joven, llegando a los treinta años, pero conservaba bastante bien la piel con muchas cremas, o eso le habían platicado en momentos de ocio sus compañeros. Sin embargo recordaba a la perfección sus manos frías, su boca en la suya y su voz saliéndose de control. Negó. Negó varias veces. Él no necesitaba un transporte.
—Muchas gracias, gerente, pero me iré caminando como hago todas las noches. Nos vemos en par de horas.
Se fue de allí con rapidez. Algunas veces podría ponerse violento, y era algo que prefería evitar. Naturalmente SeokJin gozaba de sonrisas y carcajadas, se podría decir que era un payaso en el trabajo, pero de noche dejaba salir sus intenciones. Tener que aceptar que le llevara a su casa, aunque podría aumentar un tanto su sueldo y seguridad social, significaba no poder ir a trabajar un día debido a que pediría su cuerpo. Así que a JeongGuk no le interesaba tener que encontrarse de nuevo en la cama de aquel hombre que le dejó de mirar en la distancia para entrar al edificio con una sonrisa descarada. No, en serio, no le interesaba. No era que le agradaran las calles heladas de Corea del Sur por las noches, claro que no, menos él, siendo omega. Pero, ¿qué más le quedaba? Lo que cobraba se le podría ir fácilmente si pedía un taxi, y tampoco se fiaba de ese servicio. Lo mejor siempre era llegar a su casa en sus dos piernas, aunque eso implicara correr el riesgo de...
De no aparecer nunca.
Sacudió su cabeza, dejando esos pensamientos. Siempre que iba por esas aceras, dejaba el celular y su mente para otro momento. Se le activaba con velocidad el sistema nervioso simpático; las pupilas dilatadas se movían de un lado al otro, la frecuencia cardíaca aumentaba de forma repentina y sentía sus piernas temblar con la cara caliente. Estaba preparado, su cuerpo había enviado la señal, debía huir o pelear si no quería pasar por algo malo.
Entonces, comenzó su caminata nocturna. La noche estaba repleta de ruidos. Ruidos molestos ya fueran pájaros, risas lejanas, ladridos en las casas, una que otra música y sin dudas, el más estresante, el sonido de pasos cerca suyo. Siempre miraba hacia atrás par de segundos, para volver sus ojos grandes hacia al frente, a los lados y la carretera, porque claro, los carros eran otro problema. Eran peligrosos y sumamente rápidos, armas mortales. JeongGuk sufría de paranoias cada vez que veía a la distancia el reflejo de la luz acercándose a donde se hallaba. Lo lamentaba, sabía de que no todo el mundo quería hacerle daño, quizás ni reparaban de que estaba presente allí, sin embargo no podía evitarlo, el sentido de huida era mayor. No podía pensar de que todo estaba bien y de que la gente en los automóviles era gente cooperadora y afable, no cuando veía en las noticias los secuestros de omegas en automóviles. Veía como los halaban como si fueran muñecas de porcelana, y esa gente nunca más era vista.
Tragó con fuerza. El pensamiento de que su hijo estaba en su casa, bien cuidado y con comida era el único propósito de llegar bien al lugar. Aunque bueno, también le preocupaba su sobrevivencia, pero ese era otro tema que ya había tocado antes. Sacudió de nuevo la cabeza. La noche era oscura, como acostumbraba. No obstante sus ojos se percataron de algo. Apretó sus cosas al observar a la distancia par de universitarios ya borrachos caminar por las aceras. Se detuvo, pensando si era necesario transcurrir por aquel sitio. Sin embargo, justo en ese instante, sintió que el corazón se le encogió de repente. Siguió caminando como si nada, buscando no escuchar los latidos de su apresurado corazón. Las farolas intentaban con todas sus fuerzas mantener iluminada el área, pero era en vano, porque siempre la mitad del trayecto resultaba en la negrura de la noche. JeongGuk miró siempre hacia al frente, decidiendo pasar por el lado de esos chiquillos borrachos. Uno de ellos justo ahí vomitó y sus amigos que iban tamborileando en sus piernas cubrieron el lugar. JeongGuk se giró de forma leve, viendo a alguien atravesando a los chicos, en silencio. El castaño apresuró el paso, queriendo asegurarse primero de que no se estaba volviendo loco.
De tantas noches, a él no le podrían estar persiguiendo. De pronto al volver hacia al frente, se dio cuenta que la próxima tienda estaba lo suficientemente lejos como para que algo malo le pasara en el camino. Como si nada miró a los dos lados de la calle, cruzando la misma cuando no vio a ningún carro transitar por la misma y se metió dentro de uno de los tantos barrios pobres. Era mala opción, porque tendría que dar vueltas y vueltas para llegar a su casa, pero no era problema, no uno tan cercano. Sus piernas cruzaron por detrás de una cancha de baloncesto, llenándose de oscuridad y se adentró a la misma con cuidado. Con el corazón en la mano, bombeando de pánico, observó y se quedó en espera. Agradecía que había llegado antes, y que no había nadie más que la oscuridad a su lado, abrazando su cuerpo. Intentó no soltar su olor amargo, porque llamaría la atención. En cuestión de minutos escuchó los pasos de alguien cerca de la puerta. Se pasmó del miedo. Las manos le temblaban, el pulso le corrió como la presa huía del depredador, y el sudor en su frente descendió tortuoso hasta su nariz.
Sin embargo, la puerta de la cancha no se abrió en ningún momento. Dejó de escuchar los pasos, pero se mantuvo allí guardado por menos de una hora, por si acaso. Sin hacer ruido, sin querer respirar, sin querer moverse. Con cuidado se levantó de aquella esquina en donde estaba. Sus pies iban desde el talón hasta la punta del dedo gordo apresado en aquel sucio zapato, lento, como si no pudiera hacerlo de otra forma. Colocó las palmas de sus manos sudorosas en la superficie rugosa de una de las puertas, poniendo su oreja izquierda en la textura de la puerta. Cerró los ojos, respirando leve para no llamar la atención.
Al parecer no había nadie.
Pensó que como tal, no habría problema si se quedaba la noche durmiendo en la esquina, porque si el tipo que le había seguido no habría entrado hacia menos de una hora, eso significaba que quedarse en silencio era buena opción para que no se le ocurriera echar un verdadero vistazo por las cercanías, pero pensó en su hijo, en su preocupada vecina que decía que era mejor incluso comprar una bicicleta que llegar tan después de su hora de salida, en que en realidad no iba a poder conciliar el sueño si allí se quedaba. Por lo tanto, con las mínimas fuerzas que le restaban, abrió la puerta de nuevo. Observó su cercanía con nerviosismo, tragando saliva como pudo. El cuerpo se le salió de sitio, caminando de forma pausada hasta donde se podían notar los demás edificios, y suspiró al no encontrarse con nadie tampoco a la distancia.
Salió del barrio como alma que llevaba el mismísimo diablo, corriendo hasta lo que era la tienda que había mencionado antes. Habían pocas personas, pero estaba bien, se dijo para no preocuparse más de aquella situación. Al entrar al sitio se encontró con una muchacha alfa que estaba en la caja. No sabía por qué seguía allí, pero supuso que habían carros y era una gasolinera. La verdad era que importancia no le daba a ese sitio, no hasta ese momento. Ella le vio, sonriendo leve. Tenía las pintas de tener modas góticas. Un piercing en la nariz, redondo oscuro, el pelo cayendo en uno de sus ojos, una gorra que se le salía de lugar, uñas de negro y tatuajes. Bueno, estaba generalizando. Era posible que ni gótica fuera. Esperen, estaba hablando sin saber qué diantres era ser gótico.
Miró par de cosas, sacando el dinero. A su hijo le gustaba pintar. Observó un pequeño cuaderno con unas crayones y se acercó a la mujer. Ella aceptó los artículos, y los pasó por la caja, diciéndole el precio. Al terminar de pagar, se fue de allí para adelantar tiempo, pero no fue tanto al final de cuentas. Porque sintió de nuevo pasos detrás de sí, y al girarse se percató de qué había alguien a unos metros. Sin saber cómo pudo haberlo hecho, mantuvo la postura relajada y el cuerpo sin tensar. Pareció olvidar algo así que entró de nuevo a la tienda y asustado se dirigió hacia donde la misma muchacha. Esta le observó.
—Usted... ¿El lugar tiene otra salida? —cuestionó, trabando las palabras con la lengua. La chica ladeó la cabeza, mirando al techo, como si pensara.
—Sí tiene, pero no tiene derecho a pasar por allí a menos que sea una emergencia.
JeongGuk tragó con fuerza, moviéndose de un lado al otro. Ella se dio cuenta de algo extraño, así que se atrevió a hablar de nuevo, esa vez tomando más confianza para acercarse al muchacho.
—¿Le pasa algo?
—Me están persiguiendo —susurró con la boca seca. Unas lágrimas repentinas aparecieron en sus orbes castañas. Ella rechistó.
—Bien, venga conmigo.
Ambos hicieron como si le estuviera enseñando algo, antes de que le dejara entrar con rapidez a la parte escondida del negocio. JeongGuk respiró aliviado al ver otro sitio que no fuera la inmensa y solitaria calle. Se encaminaron rápido hasta la puerta trasera. Ella suspiró, hablando de nuevo.
—Si acabara ahora mi turno, te llevaría a tu casa, pero entré hace poco —comentó. Le dio una botella de agua helada y unas cuantas galletas—. Ve con cuidado y rápido, eh.
—Gracias.
—No es nada. Si llegas bien, ven mañana para que lo sepa, rezaré por ti.
JeongGuk le sonrió débil, asintiendo. Salió de allí, notando de nuevo el intenso frío de la noche. La puerta se cerró detrás de él, provocando que de nuevo le diera miedo la situación en la cual estaba. Cerró los ojos par de segundos, pensando en su hijo. Sí, debía llegar. Caminó entonces por la parte trasera, adentrándose en casa tras casa para que aquella persona desconocida, por si estaba cerca, no le viese. Tenía miedo. Nunca le había pasado eso. Sí había tenido casos malos en un pasado, donde le tiraban asquerosos piropos que le ofendían, pero no tenía ni idea del hecho de que alguien pudo haberle tenido en la mira durante algún tiempo definido donde él no se hubiese dado cuentas antes. Simplemente saberlo, y ser consciente de ello, le hizo temblar del miedo, del pánico. Hubo alguien. Alguien quien pensó en hacer algo. Y no, no querría saber qué, siendo precisos.
Caminando y caminando, se encontró con la parada de autobuses más cercana. Allí se dio cuenta que, mientras iba de paso en paso, había un chico que iba caminando apresurado. Notó que habían dos chicos detrás suyo, invitándolo a irse con ellos, desaliñados, esperpentos terribles que daban asco. De la nada, mientras pasaban los segundos, le miró. El chico tenía los ojos caídos, pero parecía estar nervioso. ¿Era un omega como él? Su corazón palpitó. Aquel no era problema suyo, pero... a él le hubiera gustado tener ayuda, y a él le habían ayudado hacia poco en realidad. Entonces le detuvo con una sonrisa.
—¡Hola, chico! ¿Qué haces acá a estas horas? Hace tanto que no te veía. Desde que te fuiste del barrio no te volvimos a ver.
De la nada el muchacho se quedó atónito, pero comprendió con rapidez lo que estaba haciendo y se acercó nervioso para abrazarlo, como si en realidad se hubiesen conocido en un pasado. JeongGuk sintió su cuerpo caliente aunque el abrigo fuese frío por los vientos. Los dos muchachos que iban atrás suyo hicieron una mueca, pero no se apartaron del sitio.
—Hola, es un gusto verte de nuevo —respondió el chico. Tenía voz gruesa, pero algo infantil, aunque en esos momentos parecía rota por los nervios que se cargaba—. Tengo trabajo, pero salí tarde y bueno, acá estoy. Espero a que pase el autobús, aunque no creo que vaya a pasar.
—Por eso, cosita rica, deberías venir con nosotros en nuestro coche. Mira que hemos caminado mucho por ti —agregó con una sonrisa idiota uno de los alfas. No parecían estar bajo los efectos del alcohol, tampoco de las drogas, por lo que se le haría más difícil ahuyentarlos. El otro se recargó en su compañero, mirando de arriba hacia abajo a JeongGuk.
—También aceptaremos a tu amiguito, y así estamos felices los cuatro.
—No, gracias. En realidad no soy de esos —contestó JeongGuk. Las manos dentro de los bolsillos le temblaban, pero no era igual al chico que estaba a su lado. Estaba pálido y lleno de temor. Le dieron ganas de protegerlo, porque le recordaba a él, a las injusticias que tenía que pasar. Las miradas de aquellos alfas era oscura. Incluso, JeongGuk pensó en el hecho de que estaban sospechando que aquella unión era falsa. Así que tragó con fuerza—. Miren, hay un problema aquí. Yo no deseo irme con ustedes, ni él tampoco.
—Claro que sí, mira ni que a esta hora dos omegas solos por la calle.
JeongGuk le miró repleto de molestia. Algo que le molestaba era el hecho que hablaran sin conocer su situación. Rodó los ojos, mirando si pasaba algún transporte. No, no había nada, la carretera seguía igual de desértica que todas las noches. Además, dudaba de que pasara en serio el autobús. Nadie era tan loco como para seguir manejando con gente loca que podía hacerles daño. Gracias al firmamento llegaron dos personas más. Una pareja. Estos se quedaron en el mismo lugar, observando la situación. Aquellos hombres se fueron en cuestión de minutos ya que ahora no estaban ellos solos, y cogieron su rumbo por donde vinieron. El muchacho a su lado respiró como si jamás lo hubiese hecho.
—Gracias —soltó de la nada—. Si no fuese por ti, quién sabe qué me hubiese pasado. Llevaban tiempo hablándome, queriendo que fuera con ellos a su carro y estaba seguro de que si no iba rápido a algún lugar me llevarían a rastras.
La pareja alzó el oído, escuchando lo que decía. La muchacha al parecer susurro un suave “te lo dije” que le hizo saber que también estaba pendientes a esos malhechores.
—No es nada, para eso estamos —dijo JeongGuk, mirando a la misma pareja que estaba allí en silencio. La ventisca de la noche le movió de forma violenta el cabello—. En realidad dudo que vaya a pasar el autobús, ¿estás cerca de tu casa o cómo le haces?
—En realidad, queda a cinco cuadras de aquí.
El castaño le observó, suspirando. Miró hacia atrás, no se veía nadie. Quería hacerle compañía, pero caminar más de cinco cuadras para regresar solo como que no le gustaba en nada, principalmente porque tendría que ir y venir. Cerró los ojos, escuchando los breves murmullos de la pareja a su lado y sólo pudo pensar en que tendría que dejarlo solo. Bueno, ese chico había vivido solo, supuso, porque en realidad todo el mundo nacía sin nadie, y moría de la misma forma, solos, el ser humano era un ente individual y social, pero individual asimismo.
—No hay tanto espacio, pero... —se acercó a su oreja, susurrando— ¿quisieras quedarte en mi casa?
El otro hizo una mueca. JeongGuk sabía y tenía en cuenta lo raro que eso se había escuchado en realidad. A pesar de que eran ambos omegas, eso no excluía que ellos eran buenas personas, y además, eran desconocidos. Claro, a JeongGuk no le importaría si dijera que sí o que no, eso era ya decisión suya. Confiar en él era algo que él otro chico debía pensar. Dar ayuda no significaba varias veces que habían buenas intenciones, mejor ejemplo no había; su gerente era una persona así.
—Pero... no te conozco —susurró de igual forma, como con miedo, como quien no quería la cosa. Movió sus manos de un lado al otro. La pareja fue recogida por un automóvil y gente que parecían ser sus amigos, dejándolos solos. El muchacho a su lado miró toda la carretera con ansias de ya no estar en ese lúgubre sitio.
—Cierto, no nos conocemos, pero mi casa está más cerca que la tuya. No te preocupes, no haré nada, tengo que llegar a casa porque tengo un hijo el cual puede que me esté esperando justo ahora —comentó, mirando hacia el otro lado que no había revisado. Sacó las manos de su bolsillo porque le estaba incomodando la bolsa que se hallaba en la mano derecha. El chico aún seguía en silencio. JeongGuk no supo qué más decir—. Me llamo JeongGuk.
El muchacho se sobresaltó, mirando luego al mencionado.
—YoonGi, es un gusto.
No se dieron las manos ni nada parecido. El tal YoonGi suspiró, asintiendo de la nada. Seguro que aquello era mejor que nada. JeongGuk procuró entonces empezar a conocerse por el camino para que se sintiera mejor a su lado. Comenzaron a caminar cuando el castaño lo hizo, a paso rápido. Al principio el silencio de sus voces se combinaba con el fuerte sonido de sus pasos. El más alto observó al pequeño al lado suyo. Estaba cubierto por completo y mantenía una bufanda tapando su nariz. Era posible que fuese friolento. Suspiró.
—Tengo unas galletas, ¿quieres?
El pálido observó las mismas cuando las sacó, mirando después sus manos unidas.
—Se me cerró el estómago, la verdad, pero... gracias.
Tomó las mismas con cuidado, abriendo el paquete para intentar comer. JeongGuk mantenía los ojos grandes y dilatados en todos los sitios que su campo de visión permitía. Era una clara mentira si dijese que se sentía peor que antes. La presencia del desconocido a su lado le hacía sentirse menos asustado. YoonGi se comió en silencio las galletas, devorando las mismas en cuestión de minutos. Fue ahí donde JeongGuk bajó la guardia, sacando el celular viejo y chatarra para verificar así la hora.
Dos de la mañana. Su hijo ya estaría durmiendo. Pobre, se dijo en la mente mientras aplastada sus labios contra los mismos, siempre le esperaba para poder jugar con él. Era una lástima que su trabajo pidiese tanto porque no podía verlo en sus mejores momentos, ahora que estaba pequeño podía tener muchas oportunidades que perdería en el trayecto de la vida. Ver sus ojitos lindos brillar, emocionarse por ver la televisión, comer otras cositas y sentir que aún cabía en sus brazos, porque era bonito, arrullarlo era una sensación que le agradaba y que amaba.
Pero lo estaba perdiendo. La vida se lo estaba quitando.
Apresuró el paso. Eventualmente YoonGi hizo lo mismo. Tomó un palo que había visto en el camino y lo apretó. El pálido observó la bolsa.
—Ya que llevas el palo, puedo llevar la bolsa, juro que no me lo voy a robar —comentó con voz suave, como si tuviese temor a alzar el volumen porque bueno, en la oscuridad de la madrugada todo podía pasar. El castaño le observó, tendiendo la misma. YoonGi la aceptó—. Gracias, gracias por esto.
—No es nada, ¿de qué trabajas?
—Ah, trabajo como enfermero. Estoy empezando y ya estoy endeudado hasta el cuello por la universidad, ya sabes, el costo de la matrícula ha ido en alza estos últimos años. Entonces en casa el único carro que había se dañó, y pues, salgo tan tarde algunos días que corro hasta casa aunque esté cansado —comentó, intentando hacer charla. El silencio era incómodo. JeongGuk asintió en la oscuridad, serio.
—Eso es bueno, sigue estudiando.
YoonGi le observó.
—Dijiste que tenías un hijo.
—Sí, aún es pequeño, no cumple ni tres años —dijo, recordando su rostro y sonrió—. Es un amor.
—¿Con quién está ahora?
Dejó de sonreír, sin embargo el omega a su lado no lo notó porque estaban ambos más pendiente a lo que pasaba alrededor que a lo que se podrían ver.
—Con mi vecina, ella lo cuida a lo que trabajo —murmuró, deteniendo sus pasos de forma repentina. Al omega bajo sintió que el corazón se le quiso salir de sitio cuando vio que le dijo que permaneciera allí y se acercó a ver un callejón—. Ven, rápido, no hay nadie.
Los dos corrieron hasta unas calles más alejadas, y JeongGuk sonrió. En silencio se pudieron ver más casas, unos edificios y apartamentos. Bien, habían llegado a su sitio. Ya más confiado, no se dio cuenta de que había alguien cerca suyo, si no fue porque YoonGi gritó de la nada, hubiese seguido normal. Se giró con los nervios de punta, observando cómo querían llevarse al delgado omega que luchaba por salirse de los brazos ajenos. El cuerpo transportó sangre masivamente y con brutalidad JeongGuk corrió hasta donde estaban y dejó caer violento el palo en la cabeza del hombre, quien se alejó pasmado. Un chorro de sangre salió de su cabeza, pero eso no impidió que el castaño, harto de la situación deshumanizante y repleto hasta la coronilla de adrenalina, atacara una y otra vez al tipo, quien intentaba irse. YoonGi, atrás, miraba con horror lo que estaba pasando, y tuvo que, con las manos gelatinosas, pasados también varios minutos, detener al omega quien golpeaba furioso al hombre.
—Je-JeongGuk, basta —respiró tembloroso—. Vámonos ya.
El mencionado chasqueó la lengua, pero estaba igual de conmocionado que YoonGi. Se fueron de allí. El castaño tiró el palo lejos del sitio y entraron al edificio. Allí les saludó la policía que estaba sentada detrás de un escritorio, viendo vídeos en YouTube, ella supo quién era, así que les dejó entrar. Subieron por el ascensor. Estaba viejo y destartalado, le chirriaba el interior, pero YoonGi estaba bien, y se sintió tan seguro que empezó a llorar sin que el otro le viera, pero se intentó contener.
Al llegar al piso, JeongGuk caminó hasta una de las tantas y feas puertas. YoonGi, quien estaba acostumbrado a tener mejores cosas, (sólo un poco) se extrañó del sitio. La puerta se abrió, y una mujer rechoncha, pálida y sudorosa agradeció al cielo ver al muchacho frente de ella. Con los brazos le atrapó.
—¡Oh, Jesucristo! ¡Gracias, gracias! Yo sabía que sólo llegarías un poco tarde, oh, Dios, alabado seas.
JeongGuk sonrió, dejando un beso en su frente. Pronto ella miró al pálido, quien tragó con fuerza. El castaño habló.
—Tuvo un par de altercados con unos alfas asquerosos, sé que no es bueno traer desconocidos a casa, pero... No lo pude evitar —dijo con pena. La mujer, quien sabía ya de antemano las horribles situaciones que vivían los omegas que no tenían cómo llegar temprano a sus casas, no le dijo ni recriminó su acción, pues la consideraba bastante gentil y noble. Saludó al pequeño omega quien entró también a la casa.
—Bueno, muchachos, ya me tengo que ir, tu bebé está durmiendo. Fue un milagro hacer que se durmiera temprano, ya sabes como es. Nos vemos en unas horas. Descansen.
La fémina se fue, dejándolos a ambos solos. YoonGi le entregó nuevamente la bolsa con par de cosas. Se sentó sin que se lo hubiese pedido, porque bueno, si iba a pasar la noche allí ni modo que se quedara de pie. JeongGuk guardó las cosas, mirando a YoonGi de espaldas. Se acercó a él, sonriendo.
—YoonGi —el muchacho, sobresaltado, se levantó—. Eh, no te preocupes, me preguntaba si... tenías hambre. No tengo la gran cosa, pero... hay ramen.
—Oh, gracias, sí, estoy hambriento. No importa.
JeongGuk asintió, dejando que él mismo también se sirviera. Era una olla considerable, y tenía huevos y jamón. Estaba bien, se dijo el pálido, con el hambre que cargaba, hasta comer cebollas crudas estaba bien. Pronto el chico también le dejó ver a su bebé, y los ojos de Min brillaron con intensidad. Se acercó para ver al niño durmiendo con su mantita, mantita que estaba desgastada y ni se veía ya bien el muñeco. Se veía que iba a ser alto, no olió nada, supuso de igual forma que sería un beta. No dijo nada, estaba durmiendo, no quería despertarlo.
JeongGuk acomodó sus hebras, dejando un beso en su frente y ambos salieron. YoonGi, aunque seguía comiendo, habló.
—Es precioso.
—Gracias. El apartamento será un asco, pero él siempre estará limpio y bonito.
Asintió. Los dos entonces se sentaron cuando JeongGuk agarró un plato con ramen. En silencio miraban todo lo que fuera, menos ellos mismos.
—Gracias —susurró el enfermero. JeongGuk alzó la mirada—. No es la primera vez que me voy a pie, pero... no sé de dónde aparecieron esos chicos, y entonces me sentí tan... tan mal, tan solo que sólo caminaba por dónde sea que hubiese gente, y ahí apareciste tú.
JeongGuk, al ver su sonrisa, sintió que la cara se le calentaba un poco, como a cuestas. Ignoró aquello.
—No es nada. En realidad, me pasó casi lo mismo hoy también. Estaba caminando cuando sentí que alguien me perseguía y tuve que coger por otros sitios porque quién sabe qué me hubiese pasado. Fue coincidencia del destino que nos hayamos encontrado.
El omega pálido dejó de mirarlo, observando el tazón, ahora vacío, en sus manos. El silencio de nuevo les acogió, como si no pudiera dejarlos en paz. Entonces miró la hora en el reloj más cercano. Se le había quedado el cargador en su casa y bueno, su dispositivo ya no contaba con la energía suficiente como para encenderse. Eran las dos y cuarenta y cinco de la madrugada. JeongGuk finalizó la comida, levantándose. Pidió también el plato del chico.
—Puedes dormir hoy en mi cama, yo puedo dormir con mi hijo, no son tantas las veces que esto ocurre —comentó JeongGuk, algo desconfiado. YoonGi negó en un principio, sin embargo ante la insistencia ajena tuvo que aceptar el quedarse en la cama del otro muchacho que había conocido hace poco—. No te preocupes, me levanto temprano, haré lo mismo contigo. Buenas noches.
El castaño se fue de allí directo a la pequeña cocina que tenía. YoonGi se encargó de no hacer mucho ruido y de encontrar el dichoso cuarto donde dormía el omega alto. Estando allí se dio cuenta que era pequeño de igual forma, había una ventana a su altura, una mesa de noche con una de sus patas coja, el armario cerrado y la cama. Se sentó allí. El olor a dulces feromonas, a fresa, le hicieron sentirse relajado. Su rostro joven y su sonrisa aparecieron en su mente, y de otra no le quedó que hacerse una bolita y desear que aquel olor de un omega no le hiciera sentir tan bien como aquel.
A las horas siguientes, las siete de la mañana, JeongGuk entró al cuarto donde se encontraba YolnGi. Cargaba a su ya despierto hijo en brazos y le había comentado que anoche había llegado con un nuevo amigo. Su hijo, MinHo, sonreía bonito mientras su papá le cargaba.
—Buenos días, YoonGi, ya es hora.
El omega abrió sus ojos ante el movimiento leve de una mano en la cama. Observó a JeongGuk con una sonrisa débil mientras cargaba a su hijo, quien curioso no quitaba su vista de él. El pálido se sentó, observando al niño a quien le dedicó una sonrisa. Lástima suya de que no pudiera tener hijos, pero bueno.
—Buenos días, gracias por dejarme dormir aquí.
—No será la gran cosa, pero espero que aunque sea no haya entrado tanto aire frío —dijo el mayor en altura. Soltó al niño, quien se acercó a YoonGi, trepándose como pudo en la cama. De pronto el pensamiento de querer una familia regresó en el omega pequeño, quien aceptó que el niño lo toqueteara para sacar su curiosidad. No obstante, él no estaba para eso. Era enfermero, estudiante y buen hijo, no estaba en sus planes, además de no poder tenerlos, hacer una familia.
Pero...
—¿Quieres desayunar? Cuando le conté de ti a MinHo me dijo que quería comer contigo —comentó JeongGuk, observando a su hijo luego de ello. El niño abrazó a YoonGi, quien dudó en hacerlo, pero no se negó al final de cuentas. Su corazón latió con rapidez.
Aquello se sentía... bien.
—Bueno... Bien.
—Perfecto, vamos MinHo.
—¡Vamos, papá! —gritó, bajándose rápido de la misma, asustando a JeongGuk al ver que salió corriendo. YoonGi se rió leve, suspirando.
—Luego... luego de esto me tengo que ir, mis padres tienen que estar preocupados.
—Ah, sí, no te preocupes.
La mañana entonces fue amena. YoonGi conoció más al hijo de JeongGuk, y al propio padre quien le cuidaba solo. Supo que este último se tenía que ir a trabajar a las nueve para salir a las doce de la noche, eso explicaría el por qué se lo había encontrado tan tarde. El niño luego se quedaba con su vecina, aunque no parecía estar de acuerdo porque decía que era aburrida, pero a JeongGuk de otra no le quedaba. Le ayudó al final a lavar los platos y tomó sus cosas. Se despidió del niño, quien se fue a lavar los dientes a petición de su papá castaño, y este le miró.
—Bueno, fue un gusto conocerte, YoonGi. Cuídate cuando salgas tan tarde.
El enfermero asintió, saliendo del apartamento. Se giró, viendo a JeongGuk.
—Gracias de nuevo.
—No es nada.
Ambos se quedaron en silencio. YoonGi entonces se atrevió.
—Nos... ¿Nos vemos hoy en el parque? Venden helados, digo, para MinHo, yo... puedo comprarle algo, o bueno, cuando tengas y tenga libre.
JeongGuk sonrió.
—Quisiera, pero... no puedo; tengo trabajo.
—Ah, yo... entiendo.
De nuevo se quedaron quietos. YoonGi habló. Otra vez. Ya no le quedaba dignidad.
—Me gustas, digo, como... como amigos, supongo —susurró, mirándolo. El castaño se sonrojó, sonriendo asimismo—. Somos omegas, pero...
—Ya, entiendo —dijo, su hijo regresó—. ¿Nos vemos hoy... a medianoche?
—¿Y hacemos grupo de vigilancia?
—Sí, no es mala idea, en el autobús.
YoonGi sonrió, despidiéndose del niño para irse. JeongGuk cerró la puerta, sintiendo su corazón palpitar como nunca antes y su hijo le miró emocionado.
—¿Papá?
JeongGuk le miró, cargando su cuerpo.
—Papá quiere a otro omega, bebé.
Su hijo decidió no hacerle caso, y dormirse encima suyo. Amaba a su papá, y le gustaba ese chico bueno y tranquilo que había estado antes.
Quiso que se quedara un poco más, pero así tenía a su papá sólo para él.
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