Capítulo Único
La Tierra era un planeta muy primitivo y arrasar con los dinosaurios ni siquiera podía considerarlo un favor a la evolución de ese miserable puñado de polvo cósmico que era aquel diminuto mundo, con una solitaria luna tan pálida como el pastelillo que se estaba comiendo.
El dios de la destrucción se quedó mirando aquel planeta, cuestionandose si debía o no destruirlo también y se tomó varios minutos para reflexionar al respecto. El ocaso de ese mundo tenía un color naranja intenso y el sol, en aquella llanura, parecía hundirse en la tierra dando paso a una noche con un cielo poblado de tantas estrellas que la oscuridad no era absoluta. La luna estaba a las espaldas del dios y tenía un tono amarillento.
-¿Volvemos a casa, señor Bills?- le preguntó su ángel. Ese eterno compañero a quien se había habituado, pero que a momentos le resultaba un poco molesto.
Bills no recordaba la última vez que estuvo solo y en esa jornada le surgió la necesidad de experimentar la soledad, el silencio. Y ese planeta prometía aquel panorama.
-Adelante y prepara una cena deliciosa- le dijo el dios y descendió sobre una colina rocosa.
-Como gustes- le respondió el ángel sin ninguna reacción particular a esas palabras.
Como una estrella fugaz su asistente se perdió en el firmamento dejándolo en aquel páramo estéril, seco y polvoriento, donde el viento nocturno silbaba como un espectro quejumbroso. El suelo bajo sus pies era duro. Bills le dió unos golpecitos con la punta de su rústico calzado, como para comprobar la estabilidad mientras se le dibujaba una expresión medio traviesa. Teniendo ante él una imágen surrealista de un cielo poblado de estrellas blancas contra un suelo árido, el dios se sentó sobre una roca plana que parecía un cojín gris rasgado por el clima, el viento y el tiempo que esa noche pareció haber sido puesto en pausa.
Libre en la soledad de ese mundo joven, Bills se relajó por completo. Estar solo era algo tan vigorizante para él, sobretodo después de años y años de tener esos ojos intuitivos a su costado. Es que soportar a un ángel podía ser estresante a veces. Cualquier gesto, mirada, movimiento del cuerpo; por mínimo que fuera, decía demasiadas cosas a esos seres. Tanto así que parecía no tener privacidad ni en su mente cuando Whiss estaba cerca.
Con gusto se dejó caer hacia atrás, descansando su espalda en la piedra fría y con una sonrisa jovial, hasta inocente, se quedó tendido disfrutando de su íntimo momento. Pasó así un buen rato. Los pequeños mamíferos que había en ese mundo, apenas hacían ruido y los insectos eran silenciosos. Aún así su agudo oido pudo detectar un gorgojo que caminaba en la roca donde estaba acostado. Con entusiasmo se medio dió la vuelta para ver al insecto como si hubiera descubierto algo asombroso. Con maliciosa travesura pretendía poner su garra sobre él, mas la luna cautivo su interés.
Cruzando los brazos bajo su cabeza y meneando la cola de un lado a otro, se quedó viendo aquel satélite natural que brillaba pálido en el horizonte. Sin quitar sus ojos de la luna, y con uno de sus dedos, comenzó a jugar con el gorgojo hasta que el insecto logró escapar de él, gracias a una distracción en la superficie lunar, que hizo al dios levitar para alcanzar más altura y observar mejor ese pequeño astro rocoso. Súbitamente tensó su cuerpo y concentro su mirada en la luna. Si hubiera habido alguien más en la Tierra, en ese momento, hubiera visto una pequeña explosión en la superficie del satélite. Pero los animales prehistóricos no prestaron atención a eso.
Bills voló a toda velocidad para llegar a la luna, donde su ataque a distancia dejó un profundo cráter en cuyo interior distinguió una silueta. Descendió a pocos metros de aquel bulto y caminó hacia el sin ninguna prisa, pero se detuvo al ver que lo que fuera que había allí se movía. Lo primero que vio fueron unas orejas de conejo blancas en medio de una larga y frondosa cabellera rojiza. Después el rostro de una criatura femenina, que lo miró con temor y enfado.
-¿Por qué hiciste eso?- le preguntó la mujer poniéndose de pie, enseñando un vestido rojo ceñido a su figura, con una larga cola. Parecía hecho de un material suave y muy ligero.
-No me gusta que me espíen- le contestó Bills poniendo las manos en sus caderas y haciendo un gesto de intriga- Y por cierto ¿Quién eres tú?
-No te estaba espiando y estás es mi hogar, tú eres quien tiene que presentarse. Además de ofrecerme una disculpa por haberme golpeado- le dijo la mujer acariciando una de sus largas orejas.
-Eres una persona muy mal educada, pero te diré quién soy silo porque yo si tengo modales. Soy Bills el dios de la destrucción...
La mujer lo miró con aquellos ojos claros que parecieron abrirse como dos puertas empujadas con fuerza. Bills se quedó esperando a que ella dijese algo, pero en lugar de eso la mujer salió corriendo.
-¡Oye, vuelve aquí y discúlpate por estarme espiando!- le gritó Bills, pero ella siguió en su carrera.
Molesto porque lo dejó hablando solo, Bills fue tras ella. Para la mujer fue como si él se hubiera teletransportado. Simplemente apareció delante de ella haciendo que estrellara su cara contra su pecho, momento que el dios aprovecho para tomarle una oreja y un brazo, sin ningún cuidado.
-Suéltame por favor- le pidió poniendo sus manos sobre los brazaletes del dios.
Bills no tenía ninguna intención de ser suave con ella, hasta que detectó un aroma dulce en aquella criatura. Con curiosidad y cero delicadeza acercó su nariz al cabello de la mujer,
provocando en ella un escalofrío y un poco de rubor.
-¿Qué estabas comiendo?- le preguntó Bills, olvidando su enfado.
Un poco desconcertada, la muchacha, ofreció compartirle un poco de su comida si la liberaba y Bills aceptó. Así terminó sentado sobre una manta blanca, sobre una colina, comiendo unos pastelitos blancos, cual mota de algodón, rellenos con una pasta gris dulce. El dios se metía los bocadillos a la boca, con ambas manos. Por lo general tenía buenos modales en la mesa, pero la exquisitez de aquellos postres (si es que eso eran) no le permitió tal cosa. El contorno de su boca estaba cubierto de un polvo blanco, lo mismo su pecho, pero él no se daba por enterado.
-¿Cómo dijiste que se llaman estás cosas?- le preguntó con la boca medio llena.
-Conejos de azúcar.
-¿Y tienes más de estos conejos de azúcar?- le preguntó al tomar los últimos dos.
-Se los comió todos- le respondió la mujer inclinando la cabeza a un costado, con una expresión ingenua.
-¿Qué no puedes hacer más?-le cuestionó mirándola con severidad y limpiándose la boca con el dorso de la mano.
-No, pero en unos días tendré dos docenas- le respondió la mujer apartando la mirada de él con cierto nerviosismo.
-¿Tanto te tardas en cocinar?- le preguntó con tono de crítica y ella rio cubriendo su boca con la mano.
-No soy yo quien los hace- le dijo ella y lo invitó a seguirla.
Aquella mujer con orejas de conejo corría bastante rápido, pero también era capaz de dar saltos de más de cuarenta metros de largo y hasta veinte de alto. Bills solo voló junto a ella que parecía flotar ingravida,
como una pompa de jabón. Sus brazos quedaban cubiertos por las largas mangas de su vestido y su cabello parecía flotar como las ondas que hacen los campos de largos pastos, al ser alcanzados por el viento. Después de una media hora alcanzaron una tierra oscura, en cuya rivera se detuvieron.
-Aqui siempre es de noche-le dijo la mujer- Hace frío y la visibilidad es prácticamente nula, pero es aquí donde nacen los conejos de azúcar- le dijo y sin decir más se interno en aquella terrible noche.
Bills fue tras ella motivado por saber como se obtenían aquellos pasteles. A poco andar vio un árbol de luz blanca de cuyas ramas colgaban unos pequeños bultos del mismo color. De algunos de esos capullos caían unos pequeños animales de orejas largas, como las de la mujer. Las criaturas corrían por el lugar de forma juguetona. La muchacha se acercó al árbol y de trepó a el para tomar uno de los bultos y volver con Bills.
-Los que no rompen la crisálida, me los como- le dijo con una sonrisa inocente.
A Bills el asunto no lo escandalizó ni un poco. Hasta se preguntó que sabor tendrían esos animales. De buena gana se comió el huevo de conejo lunar y se lamentó porque no habían más.
-Puede volver en dos semanas. Seguro habrá muchos para entonces- le dijo la muchacha con una sonrisa gentil.
-Supongo que podría enviar a Whiss a buscarlos- dijo en voz baja y mirando el trozo de bocado en su mano- Oye chica ¿Cómo te llamas?
-¿Cómo me llamo?-repitió confundida- No entiendo a que se refiere...
-¿Acaso no tienes nombre?-le preguntó inclinando un poco la cabeza hacia ella, que realmente no parecía saber de qué estaba hablando- Yo soy Bills, ese es mi nombre ¿Entiendes?
-Sí, usted es un Bills...
-¡No un Bills, el..! ¡Olvídalo!
-exclamó y se dejó caer sentado al suelo, limpiándose la boca con el dorso de la mano- Desde hoy eres Conejo.
-Pero...
-¡Dije que eres Conejo! ¡¿Algún problema?!
-No...-le contestó tan o más confundida que antes.
-¿Oye y vives sola aquí?-le preguntó después de un rato, mientras se escarbaba los dientes con una de sus garras.
-Los tengo a ellos- le dijo al levantar uno de los conejitos entre sus manos- Un día solo desperté aquí, a los pies de ese árbol. Hace mucho tiempo de eso. Comencé a caminar y descubrí el lugar de luz y ese planeta donde hay mucha vida. Me divierte ver a las criaturas que habitan allí, pero hasta hoy no había visto a ningún ser pensante. Por eso me quedé viéndolo a usted. No quise molestarlo.
-Así que tienes visión remota- murmuro Bills mientras miraba la garra que uso de mondadientes- Quiza eres de algún otro planeta y te estrellaste aquí, aunque no recuerdo haber visto una especie como la tuya- señalo dándole una mirada algo imprudente.
La muchacha no hizo comentarios respecto a eso.
-¿Por qué aniquilaste a los dinosaurios?-le preguntó después de un rato y abrazando sus piernas. Estaba sentada junto a él.
-Porque fueron muy groseros conmigo- le contestó mirando el árbol.
-¿Groseros? Pero si ellos no hablaban ¿Cómo pudieron ser groseros?- le cuestionó la mujer.
-¿Te han dicho lo linda que te vez callada?
-No, no hay nadie más aquí- le dijo ella y se sonrió divertida, Bills la ignoro mirando a otro lado.
Después de un rato, el dios se marchó diciendo que volvería por los conejos de azúcar en unas semanas, pero resultó que volvió después de dos meses porque se tomó una siesta. Al regresar descubrió la luna plagada de pequeños conejos que corrían por todas partes y a la mujer durmiendo en una especie de crisálida translúcida. Desde luego no le causó ni un poco de remordimiento despertarla, pero al hacerlo aquellas criaturas se volvieron un palco blanco pesado que quedó en la superficie del pequeño satélite. Cuando Bills le preguntó al respecto, Conejo se encogió de hombros y le dió una especie de cesta con cuatro decenas de pastelitos. Así fue como las visitas del dios a la luna de aquel pequeño y primitivo mundo se hicieron frecuentes. Pronto Bills comprendió la relación entre esos conejos y las supuestas faces de la luna, que eran visibles desde la superficie de la Tierra. Cuando los conejos cubrían la luna, en el planeta se apreciaba lo que los hombres llamarían la luna llena. Aquel momento era también cuando Conejo dormía. Cuando había luna nueva era cuando la mujer se retiraba a la zona oscura a recolectar los pastelitos, logrando así controlar la población de animales en el astro. Lo que nunca comprendió Bills fue que era la muchacha exactamente. Según Whiss, a quién le contó de la mujer y los bocadillos muchísimo tiempo después de conocerla, ella podía tratarse de una criatura primordial. Al principio de la creación hubieron muchos seres celestiales, destinados a toda clase de deberes, sin embargo, la mayoría fue exterminada por Zen Oh Sama por diferentes motivos. Lo que Conejo fuera no era relevante en realidad. A Bills se le empezó hacer agradable estar en compañía de aquella criatura, en aquel tranquilo y solitario lugar. Y a ella la veía muy cómoda en su presencia,
pese a que hablaba muy poco. Conejo prefería contemplar la Tierra y podía quedarse viendo aquel lugar por horas.
-¿Extrañas ser un mortal?- le preguntó una vez, la chica, al dios sentado a su lado mientras observaba ese mundo azul.
-No- le contestó honestamente y levantó uno de los conejitos vivos por las orejas.
-¿No se siente solo a veces?- le consultó mientras él pinchaba con su garra la panza del animalito- Es que cuando lo ví en ese planeta, creí que estaba triste... Bueno fue una idea nada más. Creí que usted era un nativo, pero no ví a nadie más como usted. Hasta pensé que mató a los dinosaurios porque estaba enojado. Enojado y triste...Pienso que, a veces, estar solo nos pone así.
Bills soltó al conejito que huyó aterrado de él. Con una inusual paciencia se quedó viendo la Tierra, luego se dejó caer de espaldas con las manos cruzadas tras la cabeza. Cerró los ojos y ahí se quedó largo rato. Él gustaba de la soledad si, pero tampoco llegaba al extremo. Ser dios había cambiado mucho en él y ya no experimentaba las cosas del mismo modo. Como mortal estar solo le hubiera sido incómodo porqué en ese estado tenía que ocuparse de cosas tediosas, sin embargo, como dios era prácticamente era un privilegio, sin embargo...
-¿Señor Bills? ¿Se ha dormido?- le preguntó la mujer reclinandose sobre él. Bills llevaba mucho tiempo allí acostado.
El dios aprovecho que ella estaba sobre él, para tomarla por la cintura y girarse dejándola debajo de su cuerpo. Fue un movimiento juguetón, pero algo brusco. Conejo lo quedó mirando un poco confundida con aquella acción y la sonrisa que él tenía.
Desde hacia tiempo que estaba experimentando algo extraño por el dios. Algo que no sabía que era. Sus visitas la hacían feliz, lo mismo platicar con él, pero ese día escapó corriendo juguetona, hacia el lado oscuro del astro y Bills fue tras ella. Lo que pasó al amparo de la luz del árbol, fue extraño para ella. Que él la abrazara, que la apretara contra él y susurrara esas palabras dulces la desconcertó. Pero fue agradable. Respondió con la misma calidez.
Las siestas milenarias de la deidad hicieron de sus encuentros algo esporádico, pero nunca dejaron de suceder. Ninguno nunca hablo de amor, pero la luna conoció las mieles más dulces de esos dos seres, que por unas heras no estuvieron solos en la existencia.
Fin.
Nota del autor: Está historia la hice en mis principios en Whattpad. Nunca llegué a publicarla y moría en borradores. Sería más larga, pero prefiero sacarla al mundo como un one shot.
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