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Epílogo: Relatos [Sobre el caos]

Multimedia: Hotel California - The Eagles

["Cuando todo vuelva a retirarse a la matriz del tiempo, reinará el caos de nuevo....]

M E L O D I E
(La chica con ojos color a muerte)

[—Amor ¿Cuanto falta para llegar a San Diego?— dijo acalorada la mujer de una pareja en medio de una carretera casi desértica de California. El hombre suspiró.

—Ya poco cariño, menos de una hora y ya estamos allá.

La mujer rodó los ojos. Una hora no era poco. Exhausta, dirigió su vista nuevamente hacia la ventana esperando quedarse dormida con profundidad sin embargo, su plan se vio interrumpido al ver a una joven con la piel maltratada por el sol y su cuerpo seco caminando con poca fuerza hacia el auto.

—Michael, para.— pidió la mujer a su esposo quien en seguida obedeció. La fémina bajo rápido del auto con una botella de agua y camino hacia aquella frágil joven que se veía en condiciones fatales.

—Ayuda, por favor. Agua.— suplicó con voz seca aquella muchacha. La mujer asintió preocupada y le dio la botella de agua para que se hidratara.

—¿Cómo llegaste hasta aquí sola, preciosura?— preguntó maternal aquella mujer. La joven guardó silencio pensando en la respuesta.

Su hogar incendiado, su padre asesinado, sus bestias incineradas. Esos malditos franceses. Para ser específica, la respuesta a aquella pregunta se resumía a "Marinette Dupain-Cheng". Tragó la saliva y pensó lo que le diría.

—Mis amigos me dejaron aquí.— dijo con una voz débil y quebrantada obviamente fingida. La mujer afligida al escuchar aquello, rodeó a la muchacha y la llevo hasta el auto.

—Esos no pueden ser amigos, mi niña.— soltó con profundo dolor.— Descuida, te llevaremos hasta San Diego y ahí llamaras a tus padres ¿De acuerdo?— cuestionó tratando de animarla. Ambas féminas caminaron hacia el auto.—Michael, va a venir con nosotros... ¿Como dijiste que te llamabas?

—Melodie, señora. Muchas gracias.

—No hay de qué.— enunció abriendo la puerta trasera del auto.— Anda lindura, súbete.— aquella joven subió por fin ahí.

Cuanta ingenuidad en el mundo. Cualquiera pensaría que Michael y Delilah no merecían morir, solo eran una pareja de la media edad que no había tenido la oportunidad de tener hijos y que por lo tanto, se habían dedicado a viajar y a donar a las buenas causas. Pero a la poco le importaba. Solo quería saciar toda la pérdida que acababa de pasar.

—Disculpe.— dijo ya a 15 minutos de camino.

—¿Sí, cariño?— pregunto atenta la mujer. Melodie visualizó un rosario colgado en el retrovisor.

—Si fueran juzgados ustedes ¿A donde creen que irían? ¿Al cielo o el infierno?— la mujer extrañada por aquello viró hacia tras y como infortunio, una bala se incrustó en su pecho, quitándole la vida de inmediato. Al escuchar la bala, Michael detuvo el auto paralizado al ver la posición en la que había muerto su esposa; y antes de que pudiera articular una palabra, otra bala terminó con su vida. Melodie suspiró, era hora de sacar sus cuerpos.

Los dejo a ambos a orillas de la carretera para que los encontrarán fácil y se detuvo a verlos un segundo. Los ojos de Melodie eran de un único azul grisáceo que, como arte macabro, nunca se notaba debido a que lo cristalino de ellos reflejaban siempre los colores de los cadaveres que observaba. Ya fueron rojo, negro, naranja; sus ojos siempre estaban iluminados por la muerte.

De ahí, condujo hasta la frontera sur del país hasta cruzar a México por un paraje que solo los del bajo mundo conocían. El idioma no se le dificultaba en lo absoluto, por lo cual empezó a preguntar un lugar que alguna vez le mencionó su abuela.

Motel Monterrey.

Tardó días en llegar a este ya que el lugar se encontraba al otro extremo de la frontera,  a las fueras de una ciudad que recibía su mismo nombre. Y por fin, estuvo en su destino decorado de pintorescos colores pastel y un estilo retrico. Se paró frente al mostrador.

—Hola, mucho gusto recibirla.— dijo una adorable mujer regordeta.— Que curioso. No viene acompañada ¿Va a esperar a alguien?— entendía la referencia. Las personas no suelen ir solas a los moteles.

—No, soy solo yo. Una noche.— la mujer empezó a anotar algo en su libreta. Melodie sabía claramente que era.— Y más le vale que aleje toda su bola de necrofilos de mí, que vengo de California.— la señora borro la sonrisa tierna de su rostro y la volvió en una medió traviesa y malvada.

—Jamás entendí porqué les gusta la carne humana, eso es asqueroso.— enunció aquella.

—Lo dice quién tiene sexo con cadaveres.— ella sonrió. Le había agradado.

—Déjame ver tus dientes.— Melodie se los enseñó sin refutar. La mujer había aprendido a reconocer a un caníbal con tan solo ver la dentadura.— No eras una de ellos ¿O sí?— negó con toda seriedad. No necesitó palabras para entender que aquella joven era algo peor que un caníbal.— ¿Cuanto tiempo piensas quedarte realmente?

—Necesito un nuevo hogar.— aquella asintió, personas de su clase siempre eran bienvenidas.

—Bien nueva socia, mi nombre es Xochitl. Bienvenida al Motel Monterrey, una parada para el espíritu necrofilo.]

C    L   O   U   D   E
(La tormenta que no se apago)

[Cloude no murió. Solo fingió su muerte. Sabía que había pocas probabilidades de que viviera si se enfrentaba contra el temido Ian Denver, así que espero, esperando a que el silencio más absoluto le notificara que ya no había nadie vivo cerca suyo.

Se levantó unas pocas horas después de que Marinette y Adrien huyeran. Caminó hacia la carretera todo adolorido, hasta ahora empezaba a sentir todas las lesiones que se hizo cuando habían intentado escapar. Caminó a orillas de esa autopista y cada que pasaba un auto intentaba llamar su atención para que lo llevaran, sin embargo no consiguió nada. Así que continuó igual hasta llegar a un poblado cercano.

En su camino, se cruzó con una agencia de viajes donde un cartel llamó su atención.

"Viaje a Francia ahora"

Sonrió recordando a aquella chica cuyo acento le fue demasiado notorio. Inevitablemente se le vino a la mente la primera vez que la vio. Ingresaba a ese infierno llamado hotel y observaba nerviosa todo el lugar mientras que los demás demostraban a estallar su ignorancia.

Ese momento le pareció dulce y desgraciada por haber terminado en aquel lugar. Pero cuando se la topó nuevamente en ese pasillo, no pudo evitar esa necesidad de acercarse a ella; solo para ver cómo reaccionaba ante él por puro placer. Y como mera ironía, esto solo provocó que gustase más de ella e inútilmente empezará a formular un plan para poder sacarla de ahí.

Bueno, quizás no inútilmente. Ahora ella estaba a salvo.

Suspiró. Al final, solo le quedaba conservarla como de esos pocos buenos recuerdos de cuando residió en el mismísimo infierno. La persona que de una u otra forma, le incitó a buscar su libertad.

Ahora ahí estaba; pensando en qué hacer.

"Hotel en medio de la nada, se estiman innumerables muertes"

Escuchó decir en el televisor de un restaurante. Pasó saliva sintiendo su garganta seca.

—De seguro es un invento del gobierno.— escuchó decir a una señora.

—Yo creo que ese lugar era para suicidas, y ahí se iban a matar para hacerlo parecer un accidente.— dijo un hombre tratando de sonar inteligente.

—Es obvio que el mejor asesino serial se metió ahí y empezó a asesinar en silencio.— comentó una de las meseras a su compañera de trabajo. Cloude negó, era probable que todos ellos jamás supieran la verdad.

El muchacho salió de aquel lugar con dinero. Se había robado algunas propinas sin que nadie se percatase. No es que le gustara robar, pero era su única opción. Tenía que contactar a la última persona cercana que aún tenía.

O al menos eso esperaba.

Con ese dinero tomó el autobús más barato a Dallas, de donde él provenía, donde había quedado ese "antes" donde su vida se resumió a los problemas adolescentes. No podía creer que estuviera de vuelta ahí cuando llegó. Aquel poste donde se peleó por primera vez, la casa del viejo Roberts al cual siempre le llenaba el árbol de rollos de papel en Halloween y esa plaza donde la chica que le gustaba en ese entonces se emborrachó y le dio su primer beso.

Ahora, frente suyo, estaba esa puerta. Tocó esperando que esa persona aún viviera ahí.

—¿Quién es?— la entrada se abrió dejando ver a aquella fémina que como había mencionado ya, fue quien le robo sin primer beso sin ella recordarlo. Al abrir, ésta se quedó con los ojos abiertos de par en par sin poder creer lo que veía.—C-cloude.— articuló con dificultad.

—Yadira.— tiró. Por dios, el joven hizo ese gesto que la volvió loca por tantos años. Esa sonrisa insegura que siempre la derretía. Pero por un lado se sentía molesta porque desapareciera por un largo tiempo, y a penada, de solo pensar que era probable que él hubiese leído el último mensaje que le envió. Retrocedió un paso por esa ola de sentimientos. Al ver esto, Cloude ya no aguantó más y se lanzó a los brazos de la fémina dejándola inmóvil. —Perdona por haberte dejado sola.

Y así, comenzaba el "después" de la historia de este chico]

MARINETTE Y ADRIEN
(Paranoia y terror nocturno)
.:7 años después:.

["Por tu culpa murieron. Les pudiste haber advertido"

"Jamás podrás escapar de aquí"

"Ella aún te está vigilando"

"El infierno no muere. Te está esperando"

"Sus voces reclaman justicia. Fuiste el monstruo que los mató"

Marinette se levantó con las sabanas pegada a ella debido al sudor causado por el terror que había pasado. Sentía su pecho agitado. Odiaba esa voz, no había desaparecido desde que estuvo en ese hotel ya años atrás. Agacho su cabeza y la escondió entre sus piernas flexionadas.

—¿Otra vez?— cuestionó Adrien viéndola a su lado. Desde hacía tres años atrás, ambos habían decidido mudarse juntos en un departamento en una pequeña ciudad de Francia. No París, ya que a ambos los ponía nostálgicos estar ahí. Se colocó en su misma posición para poder estar más cerca suyo.

—Solo necesito aire, gatito.— dijo dándole un fugaz beso en los labios llamándole con aquel apodo que le puso poco tiempo después de que empezaran a vivir juntos, al darse cuenta que mientras dormía solía emitir pequeños ronroneos. Se levantó y salió a su jardín a admirar la inmensidad de la noche.

Se sentó en una silla que tenían en el umbral y comenzó a leer aquella carta que escribió antes de que sucediera lo del hotel. Era el momento de leerla.

"Para la Marinette del futuro.

Espero que sea cual sea la edad que tengas ya hayas puesto tu boutique y que vivas tu día a día lleno de emociones y aventuras..."

Rió un poco por la ingenuidad de sus palabras. Sintió un poco su pecho arder y se preguntó lo que hubiera pasado si jamás hubiese viajado a ese hotel. Aunque solo fue una noche, toda su vida cambió después de eso.

"Le temo a los gatos, sobretodo los negros. Siento que es enserio lo de la mala suerte.

Sé que mi abuelo Nathan piensa en regalarme uno, pues deseo a montón que ya para ese entonces ya haya superado ese miedo"

Esos miedos fan superficiales que tenía. Ahora solo le teme a que llegue la noche y sus terrores nocturnos la consuman viva.

"Quisiera preguntarte ¿Al final si te atreviste a hablarle a Adrien? Espero que sí, ya que justo ahora, el me gusta muchísimo"

Sonrió, si tan solo esa Marinette supiera que tiempo después vivirían juntos, solo ellos dos prácticamente día y noche.

"Ojalá que vayas a ser madrina de bodas de Alya y Nino, ella siempre me dijo que no exagerara; pero yo sé que van a terminar juntos"

El dolor en su pecho se empezó a marcar. Finales felices que jamás existieron.

"También espero que aún recuerdes a Nathanaël. Él dice que va a diseñar arte para que decores la boutique. El otro día le dije que sería un honor trabajar con un gran artista como yo sé que va a ser. Se puso rojo, se veía encantador"

Sus labios temblorosos dibujaron una sonrisa agridulce. Lágrimas empezaban a salir de los ojos. Volteó la hoja de papel, ahí había escrito una nueva carta, semanas después de que lograra escapar del hotel.

"Mis manos tiemblan al escribir esto, más que una carta con simples deseos, es un escrito con mis metas. Siento mi alma vacía, sin fuerza, agonizando.

Ya no quiero más emociones, quisiera simplemente no sentir más. Borrar todo lo que pasó esa noche, y que todo siga en la monotonía que yo tenía. Pero el terror me absorbe cada noche y esa voz me persigue. Los psicólogos dicen que lo que pase se debe a mí propia distorsión de la realidad de un secuestro en el que únicamente dos sobrevivimos. Un secuestro corriente en el que pensaban comercializar con nosotros.

Yo sé que no. Sé la verdad. Sé que ellos la saben, porque cuando mis padres entran al consultorio y me sacan a mí, los escuchó susurras sobre ese hotel. Ya todos lo saben, la noticia se hizo viral. Ellos me tratan de convencer de que lo que me sucedió fue algo menos traumático, quieren hacerme pensar que estoy más loca aún, quieren corromper mi poca cordura acusando de todo a mi paranoia, quien por cierto extrañamente ya desapareció. Sé que es poco probable que me encuentre en un lugar peor del que estuve.

Ahora solo lo tengo a él, quien también lucha por olvidar todo esto. Nuestros horarios han sido cambiados. De noche no podemos dormir. De día, cuando estamos juntos es que dormimos recostados en una terraza de la mansión de él. Solo yo puedo calmar la paranoia que comenzó a desarrollar, solo él puede calmar mis terrores cuando duermo. Sería romántico si no lucháramos contra nuestras pesadillas a cada segundo.

Solo espero, que ya para ese entonces hayas logrado superar, que leas esto y solo lo veas como un recuerdo más, o incluso mejor, como algo que a penas y reconoces. Que vivas normal, sin el peso de todo lo que viste en ese lugar, que vuelvas a ver todo con una ingenuidad. Por favor, dime que eso ya pasó."

E inevitablemente comenzó a llorar, su rostro se humedeció completamente y el aire se fue. Sollozaba. Sus pulmones se contraían. Que estúpida fue, que estúpida es. Jamás lograría continuar con una vida normal. Solo sé engañaba a sí misma, a Adrien. Él era fuerte, el sí podría seguir.

Las hojas se le resbalaron de las manos. No solo tenía su carta ahí, tenía la de todo su salón de aquel entonces. Las cartas sí fueron entregadas a pesar de la muerte a sus padres, quienes le permitieron sacarle copia a cada una de ellas a Marinette.

Siempre que una crisis le llegaba, se ponía a leerlas con tal de recordar a aquellos que le dieron días llenos de normalidad, felicidad y sencillez.

Y ahora se ahogaba en sus propias lágrimas, esperando una fortaleza que realmente jamás obtendría. Visualizando día y noche que jamás pasó lo de aquella terrible tragedia. Sus labios empezaron a sangrar de mordérselos por la frustración.

Desesperación, dolor, enojo, rabia, desilusión, tristeza.

Soltó un grito ahogado a pesar de sentir un nudo en la garganta. Su corazón pesaba como si fuera una piedra incrustada a la pura fuerza en su pecho. Su cabeza tenía una migraña terrible que la hacía ignorar todas esas palabras de culpa que le echaba esa voz. Sus palabras se habían cansado de pedirle que se callara ya hace tiempo.

Pero de repente sintió un cosquilleo en su espalda. Su cuerpo se paralizó por completo al sentir un arma apuntando a un costado de su cabeza. Volteó a ver.

—¿A-Adrien?— formuló a penas viendo como el hombre al que amaba tenía un arma que daba directo a ella con una mirada cristalizada.

—Nunca serás feliz.— gesticuló con un inmenso dolor.— Solo te estoy obligando a...— cerró sus ojos con fuerza intentando en vano que unas lágrimas no se le escaparan.— Obligando a...— las palabras se le quedaban atoradas en la lengua. Adrien por fin cayó de rodillas después de sentir sus piernas palidecer, mas no quitó el arma de donde apuntaba.— Ella... s-sé que está viva... el hotel...—  el dolor se tragaba las palabras que intentaba decir el joven.— Jamás estaremos a salvo.— dijo por fin soltando el arma.— Estar vivo es una condena.— su mirada solo delataba arrepentimiento, culpa, terror.— Tú no lo mereces. Perdóname. 

Marinette sonrió también con su alma quebrantada y tomó su mano para llevarlo hasta la habitación. Lo sentó en la cama y ahí, pidió que esperará.

El chico solo obedeció, realmente le importaba poco lo que ella preparaba; con tal de que le hiciera quitarse este dolor fatal todo estaba bien para él.

Al fin la vio acercarse, con sutileza como siempre; solo con la penumbra nocturna como compañera. Se levantó al ver cómo venía, entendió perfectamente lo que haría. Sonrió y se acercó a ella.

Ambos se pusieron frente a frente. Marinette rió un poco al sentir su cálida cercanía, siempre adoraría su fragancia masculina. Adrien sonrió al escucharla, la melodiosa risa de la que jamás se cansaría.

—Te amo, Adrien Agreste.

—Te amo, Marinette Dupain-Cheng.

Unieron sus labios sabiendo que por fin, todo lo que ahora continuaba era plenitud o tan siquiera, un nuevo inicio, puro, sin recuerdos dolosos que los asfixiaran a cada momento. Los segundos que el universo volvió eternos para ellos dos solos. Sus labios, uno a uno complementándose, curando heridas, limpiando el alma. Sus cuerpos derritiéndose en el de otro.

Y de repente, ambos jalaron el gatillo. Murieron al instante.

Aquel objeto que había sacado Marinette del armario había sido otra arma. Fue un suicidio de amantes.]

[... y el caos es la partitura en la que está escrita la realidad.]

—Henry Miller

Y así shavos, me despido de esta historia dejándoles a su elección si quieren que publique el especial donde aparecerá la receta que me envió JustSxfia . Comenten "Peña Nieto" si quieren que lo publique o "Donald Trump" si no lo desean. También pueden comentar "Trumpeña" si me aman :v

Lo sé, me pongo bien extraña cada he terminó una historia.

Bye Luckys, los amo.

Jazmín Valero.

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