19. Noche [Sin luna]
[—Este lugar.— dijo Mack viendo un gran lobby lleno de personas regocijándose en el lujo que ofrecía aquel lugar.— Tantos recuerdos.— y soltó una pequeña lagrima nostálgica.
—Sí mamá, bienvenida al Hotel California.— dijo Ian sosteniendo la mano de su recién esposa, Katherine; quien aunque admitía tener un poco de miedo por Mack, intentaba convivir con ella.
Vaya, hacía mucho que no pisaba el hotel. Desde que su padre estaba con vida. Cuando era solo una niña, recorría siempre los pasillos y convivía con los agradables huéspedes. Era un lugar que, a pesar de hallarse en medio de la nada, había ganado prestigio por sus buenos shows y uno de los primeros casinos en el estado. Además de la manera tan cálida del trato de sus trabajadores y una piscina familiar para darle tregua al calor que se vivía en ese desierto.
¿Quién no querría hospedarse en el afamado Hotel California?
Pero habían pasado ya casi 37 años de la muerte de su padre, y desde eso el hotel había perdido su renombre, aún así podían verse viajeros con dinero que seguramente se dirigían a Nevada, hacia Las Vegas, por lo cual gastaban su dinero en los lujos de ahí.
—Señora Denver ¿Gusta probar una de nuestras deliciosas hamburguesas de bienvenida?— ofreció con alegría uno de los trabajadores. Mack volteó a ver con inseguridad a su hijo, quién asintió con la cabeza dándole permiso de comer aquel bocadillo. La mujer no pensó dos veces más y la comió.
No sabía a carne humana. Era carne simple.
"Es lo único que le falta a este lugar para ser perfecto"
Miró a su hijo. Entendió entonces para que era ese lugar, ese sería un sitio destinado a convertirse en su utopía, un paraíso para ella, el regalo que los Winslow le dejaron; pero sería egoísta no compartirlo. Ella debía mostrárselo a todas las "bestias" que eran como ella. Pero para eso, tenía que quitarle las escrituras al último ser que amaba con vida aún, su hijo Ian]
Alya siempre fue una amiga que cualquiera desearía. Esas que no te juzgan, que te impulsan cuando estas desanimado, que siempre te saca sonrisas, que puedes confiarle todos tus secretos. Sin duda, la personalidad extrovertida de Alya era el atractivo de todos los que le rodeaban; ese espíritu chispeante podía sacar lo mejor de todos.
Pero como he dicho "Era", tiempo pasado de ser. Y ella ya fue, ahora es pasado.
Su alma ahora ronda junto con su amado en el sótano del hotel, que sorprendentemente había quedado a salvo del incendió. Ahí, se sepultarían todos los secretos que se habían escrito en sangre en las paredes del hotel.
Al final, las cenizas se dispersarían por el viento; las ruinas se quedarían como una triste pintura sin espectadores y la historia de los huéspedes no se volvería más que una leyenda.
Que desgracia que no pueda cortar por completo la vida de todos aquellos que murieron en el hotel, quizás así, ellos podrían irse a recorrer el mundo sin sufrimiento, solo existiendo en una eterna felicidad. Pero se quedaron atados al hotel, y por más que he intentado, ellos permanecerán ahí; viendo cómo sus cuerpos son consumidos por los gusanos, a lado de las almas de aquellos que los pretendían comer.
Todos en ese mismo infierno en el que tarde o temprano tenían que terminar.
Si los pudieran ver...
La mirada del alma de Rosita se encuentra apagada, con una tristeza profunda, sin su pecho subir o bajar, sin pulso, sin lágrimas; simplemente nada que dar. Observa como retorcida poesía, restos de su cuerpo incendiarse, aquel con el que soñó un día engendrar el hijo de un príncipe. Ahora solo era basura, extraviada, sin dueño, no siquiera un sencillo funeral. Si te acercabas un poco, podías escucharla cantar "Un mundo ideal" con melancolía.
Chloe le lloraba a su cadaver, aquel en el que se quedó almacenado todos sus sueños de algún día ser mejor. Por cada lágrima que salía de sus ojos, un río ahora nacía. Quizás eso era bueno.
Y en eso me ponía pensar, que el sufrimiento de todas estas personas era necesario; que ellos restaurarían un nuevo equilibrio.
El alma de nuestro artista frustrado se restregaba, el sentir su cuerpo, que una vez estuvo repleto de colores, tornarse de tonalidades blancas le resultaba un trauma. Y no es que no le gustara el blanco, pero ahora, ese color solo representaba un espantoso vacío.
Plagg ni se diga; no regresó con su familia, ellos también estaban muertos, pero en otro plano "existencial" de la muerte. Él se quedó solo, en un propio plano inventado para él; para que sienta su sufrimiento. Cada aliento suyo, le daba vida a un felino en la tierra.
¿No es hermoso? La muerte dando vida.
Por eso me resulta curioso lo mucho que me odian tantos. Al final, yo soy lo que necesita este mundo para poder ir siendo sanado.
Pero bueno, el inmiscuirse en si la ignorancia humana me ama o me odia realmente no es un tema de gran relevancia; esas criaturas son tan egocentristas, que a veces pensar en ellos me da asco. Sus cuerpos me dan asco. En cambio ver sus almas...
Se ven como versos despojados de sentido, simplemente divino.
Sin embargo, ahora mismo, en el plano existencial de los vivos; mi rey acaba de aparecer, para proteger a la reina. Y esos cuatro débiles peones parados, no viendo que mi próximo movimiento los matara a todos.
Que curioso, hoy hay un montón de bestias en el mundo de las maravillas de Melodie ¿Será acaso que quieren ver la muerte de ellos?
—Melodie, querida.— entre la vista débil de la azabache, logró divisar un cuerpo acercándose lentamente produciendo una silueta oscura por el fuego ardiendo a unos pasos de ellos. No captaba bien quién era, pero sabía que no era un aliado.
—Adrien.— Cloude alerta por la nueva presencia. Tomó del hombro al rubio para que lo volteara a ver. Sus ojos estaban abiertos de par en par, su pecho subía y bajaba demasiado rápido. Seguramente él sabía quién era. Sus labios temblaban.— Llévensela rápido Kim y tú, ahora, el camión ya funciona; solo no paren ¿Okey?
Su voz se escuchaban bastante alarmada, el ojiverde se quería detener a preguntarle porque decía aquello, pero sabía que sería una pérdida de tiempo; con todo el dolor de su alma asintió y le indicó a Kim que le ayudase a llevar a Marinette al camión.
Y ahí se acercó el rey de mi jugada.
Los ojos ardientes heredados de un piromano, la mente frívola otorgada por una caníbal. Una sonrisa que creció en la soledad, escuchando como canciones de cuna los llantos de la locura, alimentándose de los restos que una tía drogadicta le dejaba, criándose de su propia perspectiva oscurecida de la vida. Quien cuando intentó ser feliz, su primogénita le recordó que jamás se salvaría del mundo psiquiátrico.
Ian Denver. O como lo habían conocido aquellos franceses, aquel amable y carismático mayordomo que les insinuó su muerte sin darse cuenta.
¿Pero quien lo iba a creer cuerdo con la vida que llevó? Al final, el fue quien verdaderamente sufrió más.
—Papito.— Melodie abrazó con dulzura al hombre. Aquel solo le lanzó una mirada de despreció a Cloude, quien claramente lo veía paralizado.
—¿Y este sujeto quién es?
Quizás Ian no lo conocía, pero por supuesto que Cloude sí. Era el más temido de todo el hotel. Su sonrisa siempre era seca. No era sadico como tal, pero era aquel que ordenaba los humanos fueran cocinados en vida, nadie sabía porqué. Ni siquiera la misma Mack lo supo. Solo lo hacía y ya, era rara la vez en la que le importaba presenciar la muerte.
Ese ser ni siquiera se le podía considerar humano. Y como Phil hubiera dicho en el pasado, había un montón de tipos de monstruos en el mundo: piromanos, caníbales eran solo los más conocidos. Pero él era rara especia nueva, mucho más temible que las demás.
—Cloude, señor.— dijo tratando de tomar valor el muchacho. Sin despegar la vista de él sacó una pequeña navaja que siempre cargaba y la apuntó hacia él.
—Papá, cuidado.— exclamó la joven. El hombre sonrió con malicia.
—Descuida, ve tras sus amigos. Yo me encargo de este buen muchacho.
—Jamás los dejare avanzar de aquí ¿¡Oyeron!?— bramó Cloude. Sabía que iba a morir, solo trataba de ganarles tiempo en conversaciones inútiles. El hombre rodó los ojos y sacó una pistola y sin gastar otro segundo, la apuntó al chico.
Una bala. Solo fue una.
Tanta vida acortada a un solo segundo.
—Ahora sí, ve tras ellos. Con esto.— el hombre le dio la pistola con quien había asesinado a Cloude a la joven mientras Melodie observaba incrédula el cuerpo de ese castaño. Sentía una extraña sensación de tristeza, porque sabía que de alguna u otra forma, él merecía más felicidad, una que nunca obtuvo en el hotel. Era una clase de lastima. Se limitó a suspirar y empezó a correr por los tres franceses con vida esperando que aún pudiera alcanzarlos.
Mientras tanto Ian seguía observando el cadaver de Cloude con detención, lo movía un poco con su pie para ver si era cierto que estaba sin vida; pero era imposible, lo rodeaba un charco de sangre y sus ojos estaban sin vida.
Ladeó la mirada y se ordenó un poco el cabello pues el huir del fuego lo había dejado algo desaliñado. Se retiró. Sentía que algo estaba mal con ese cuerpo, pero quizás pie esta vez, solo fueran suposiciones suyas.
Cloude, la nube de tristeza, aquella que aprendió a engañar hasta a la persona más audaz.
[...]
—Ya casi Marinette, ya casi llegamos al camión. Vamos a salir de aquí, ya veras.— decía Adrien con un poco de esperanza en su voz cargándola con ayuda de Kim.— Olvidaremos todo esto juntos, te lo prometo.— soltó una lagrima tratando de ocultar su desesperación.
Solo unos pasos más, solo unos segundos hubieran bastado más.
Pero esas malditas balas que no dejaban escapar a nadie. Malditas armas. Maldita Melodie Denver.
Y con una bala en su cráneo, el cuerpo muerto de Kim cayó al suelo quién por ende, hizo que Marinette y Adrien cayeran también, aunque estos vivos, por supuesto.
—¿A donde van? Relájense, aún estamos programados para recibir.— exclamó Melodie con enorme felicidad.
Esos segundos se detuvieron por un instante, como si el universo se hubiera coludido para darle un pequeño rato a la azabache.
Morirás.
Y eso fue lo que temía escuchar, mas en estos instantes ya no le causaba absolutamente nada. Era lo cierto. Observó al rubio un instante, esos ojos verdes con los que una vez soñó encontrarse cada mañana, unos labios tan dulces que la llevaban al cielo, una sublime tan perfecta que la hacia delirar. Sin duda debieron de darse tiempo antes para amarse. Pero ahora, ahí estaban los dos, encarnando su propia distopía.
Miró al cielo, cubierto de nubes. Una noche sin luna. Una noche de puras desgracias.
¿Saben que Ian es el personaje más complicado que he escrito? Tiene una personalidad tan rara, que a penas en mis momentos de claridad llegó a entender con totalidad.
Pero en fin, ya solo queda el capítulo final ("Utopías [retorcidas]) y el epílogo (Relatos [Sobre el caos]) además de que quizás sea publicado un especial (Delicias [Pérfidas])
Espero que les haya gustado y no me despido sin antes preguntarles:
¿Y si hacemos un muñeco? :v
Los ama, Jazmín Valero.
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