
En la Habitación
Lara era especial, muy especial. Y si, sé que todas las personas somos diferentes y únicas, pero es que lo de Lara era particularmente distinto.
Exactamente diecisiete años antes de que yo la conociera, el mundo pudo apreciar por primera vez a la inigualable Lara Roberts Allen y sé que ese día todas las estrellas se alinearon en sincronía perfecta para mirarla.
Hija de unos entrañables padres, Lara creció rodeada de amor, siendo mimada y arrullada en brazos de su madre o de su padre dependiendo de con quién ella deseara pasar el tiempo.
Todo cambió cuando fue llevada por vez primera al jardín de infantes.
Lara me contó que estaba emocionada por empezar a estudiar, hija de una escritora como era había heredado el amor por las letras, así que no era de extrañar que a la tierna edad de cinco años ella pudiese leer casi a la perfección.
Lástima que esa emoción duró muy poco.
Nada más al entrar al aula, la pequeña Lara comenzó a sentirse mareada, con una intensa fatiga —a pesar de que ni siquiera había corrido—, con un dolor de cabeza infernal, su visión estaba borrosa y, lo que era más grave, su tensión arterial disminuyó a un nivel muy por debajo de lo normal.
Preocupada, su maestra llamo a la mamá de Lara quien la llevó inmediatamente al médico, quien, al no poder definir el motivo de los molestares de la niña, le convenció a la mujer que el conjunto de síntomas que la pequeña presentó era porque estaba somatizando la malcriadez por no querer ir a clases.
Los siguientes días fueron iguales: Lara se enfermaba en la escuela, sus padres la llevaban al médico, le decían que no era nada y la niña volvía al colegio.
Todo se mantuvo de la misma manera por un mes entero, tiempo en el cual sucedió el evento que cambiaría la vida de Lara para siempre.
La pequeña estaba coloreando un dibujo tal y como su maestra se lo pidió a pesar de sentirse tremendamente enferma cuando de repente se desvaneció en el piso, convulsionando y con toda su piel llena de erupciones.
En cuanto sus padres fueron a recogerla, supieron que eso era más serio. La niña no recuperó la conciencia en todo el trayecto al hospital, y lo que fue completamente desgarrador para su madre sucedió: su pequeña, su única hija tuvo un paro respiratorio pues sus pulmones no estaban procesando el oxigeno de manera normal.
Lara pasó dos semanas enteras en terapia intensiva, rodeada de aparatos y tubos, tuvo que soportar que le extrajeran muestras de sangre cada hora hasta que por fin un médico encontró el diagnostico de la enfermedad de la pequeña: presentaba el Síndrome de activación mastocitaria o mastocitosis, una enfermedad que la hacía sensible a todo lo que le rodeaba, convirtiéndose así en una niña burbuja; Lara jamás volvería a estar en contacto con el mundo exterior, iba a tener que vivir toda su vida encerrada en su habitación, tomando mínimo doce tipos de fármacos al día solo para evitar al máximo que los alérgenos del mundo exterior la afectaran de forma que su vida corriese peligro.
A pesar de todo, Lara era una persona tan fuerte que no permitió que las circunstancias que rodeaban su vida amilanaran su espíritu y sus ganas de salir adelante.
La madre de Lara abandonó su trabajo para dedicarse por completo a la educación en casa de su hija, mientras que su padre, quien para ese instante se había divorciado de su esposa, se ocupó de contratar una doctora y una enfermera particular para que estuvieran las veinticuatro horas del día pendientes de la salud de la pequeña niñita.
Al pasar los años, Lara poco a poco fue independizándose, obtuvo su título de secundaria luego de haber aprobado un examen de nivelación educativa online con notas sobresalientes, gracias al empeño de su madre y a la prestancia de la propia Lara para los estudios.
Ese verano, ella estaba esperando ingresar al primer semestre de literatura inglesa en Liberty University cuando nuestras vidas se cruzaron.
Yo acababa de volver a la casa donde viví durante mi infancia, luego de haber abandonado todo lo que había logrado avanzar en mi vida, incluyendo mis estudios de Servicio Social para poder velar por la salud de mi madre, enferma terminal de Cáncer de ovarios. Tuve que hacerlo, ella y yo siempre fuimos un equipo pues mi padre la abandonó nada más al enterarse de mi concepción.
Claro, el saber que tenía que cumplir con esa obligación, no significaba que lo aceptará.
A pesar de que mientras estaba al lado de mi madre era la persona más atenta del mundo, afuera de casa era el único lugar donde podía desquitar mi ira con el mundo, me involucraba en pleitos, fumaba hierba y llegaba borracho a mi casa. Si, no era precisamente el hijo ejemplar que mi progenitora merecía. Fue en una de esas noches en las que conocí a Lara.
Iba caminando rumbo a mi lugar cuando me detuve a observar con curiosidad la casa de los vecinos. Mi mamá me había contado que las personas que vivían allí eran extrañas, de esa casa siempre entraban y salían médicos y enfermeras, supuestamente allí solo vivían una señora y su hija pero a la chica nadie la conocía, nunca salía de ese lugar, lo que provocaba que la gente comenzará a hablar; los rumores iban desde que la señora había raptado a esa chica y la había hecho pasar por su hija hasta que la chica había nacido con una deformación física considerable, lo que hacía que su apariencia fuera casi como la de un monstruo.
Justo cuando estaba a punto de reiniciar mi camino a casa, pude ver una figura moviéndose en la ventana que daba a la calle y supuse era la sombra de la muchacha misteriosa pues el vehículo de la señora no se encontraba aparcado en la entrada del lugar como siempre, clara señal de que había salido.
Me quedé mirando la ventana unos instantes hasta que y salió un pequeño avión de papel que aterrizó a pocos metros de donde estaba parado. Extrañado, me acerqué al pequeño aeroplano, lo abrí y mis ojos se fijaron en unas palabras escritas en la hoja con delicados trazos.
«Hola, ¿no deberías estar en casa ya?».
Fruncí el ceño, molesto, ¿Quién se creía esa chica para entrometerse en mi vida? Mi existencia en ese lugar era una mierda y esa pregunta solo hizo que lo recordara. Molesto, rebusqué en mi chaqueta de cuero hasta que di con el bolígrafo que usaba para pedirles el número de teléfono a las chicas con las que me enredaba en los bares, lo extraje y escribí « ¿Y a ti que te importa lo que haga o no con mi vida? Eres nadie», volví a armar el avión de papel y lo lancé con todas mis fuerzas, acción que dio resultado pues se coló por la ventana abierta.
Me había empezado a marchar de ese lugar cuando vi que otro trozo de papel cayó a mi lado; « ¿Y al señor quien le dio el derecho de decirme si soy alguien o no?». Al parecer había hecho que la chica se molestara, no solo por la pregunta que escribió sino por la fuerza que seguro tuvo que hacer para que el avión cayera más cerca de mí. Al leerlo una sonrisa traviesa se dibujó en mis labios, acostumbrado como estaba a molestar a las personas, el hecho de que esta chica, la misteriosa chica de Fort Greene de la que todo el mundo hablaba pero que nadie conocía, la leyenda del barrio, estaba discutiendo conmigo, el simple hijo de una madre soltera afroamericana me causó gracia y estupor: había conseguido a alguien con quien desquitarme la ira de tener que volver a ese lugar sin necesidad de usar la violencia.
« ¿El derecho? Me lo diste tu misma al entrometerte en mi vida como si fueras la gran cosa cuando ni siquiera has salido nunca de esas cuatro paredes».
Luego de lanzar el avión de papel con mi mensaje, esperé por un par de minutos la respuesta de la chica. Lo reconozco, pude haberme ido, pero la adrenalina de saber que la persona más extraña de todo Brooklyn estuviese en medio de esa extraña comunicación conmigo, podía más que mi sentido común.
«Uhm... creo que esto no está bien. Entiendo que estés molesto conmigo por lo que te dije, y lo siento. No soy la persona más indicada para decirte como debes vivir, lo tengo claro, pero tú tampoco tienes el derecho de decirme como debo vivir mi vida o de decirme si soy una persona o no por no salir de mi casa, ¿te queda claro? Ah y otra cosa, a pesar de este encierro, siento que conozco el Universo entero, así que no necesito que vengas a juzgarme como sé que lo hace el resto de la gente de este lugar. Adiós y que tengas una buena noche.
P.S. Si te hice esa pregunta que te hizo enfurecer es porque mi madre conoce a la tuya y dice que está muy enferma, y, aunque no tenga nada que ver conmigo, me preocupo por esa señora. Eso es todo lo que diré».
Luego de recibir esa nota mi estómago se encogió: hice que se enfadara una de las pocas personas que estaba genuinamente interesada en la salud y el bienestar de mi madre. Quise pedirle disculpas esa noche pero no pude hacerlo, en primer lugar porque la chica había cerrado la ventana y apagado la luz de su habitación y en segundo pero no menos importante, porque su madre acababa de llegar y no pensé que le causaría gracia ver a un desconocido en el jardín de su casa intercambiando notas con su hija, así que decidí guardar el maltrecho trozo de papel que la chica y yo habíamos utilizado esa noche para comunicarnos, guardarlo en mi chaqueta e irme a mi lugar. En mi mente estaba seguro de que tendría más días para poder aclarar la situación con esa muchacha.
Al llegar a mi casa esa noche, me di cuenta de que Lara, quien para ese momento solo era la misteriosa hija de la vecina tenía toda la razón al preguntarme porque no estaba en casa al lado de mi madre, ella estaba tirada en el medio de la sala, inconsciente y con sangre saliendo de su nariz.
Me alteré demasiado, llamé al número de emergencias y fui con mi madre al hospital, rezando porque ella estuviese bien o por lo menos todo lo bien que una persona con su enfermedad podía estar.
˜*˜
Una semana después estaba de nuevo en casa. Luego de tantos días de angustia, horas sin dormir y sin ingerir alimentos, palabras de médicos que a mis oídos les parecían habladas en Arameo o en alguna otra lengua muerta y miradas de lástima de las personas que conocían a mi madre y que, al haberse enterado de la noticia corrieron al centro médico donde ella estaba recluida para constatar si los rumores que se habían corrido eran ciertos, pudimos volver mi madre y yo para cumplir con uno de los que serían sus últimos deseos: ella quería morir en su hogar, conmigo como su única compañía. El maldito cáncer se había esparcido por todo su cuerpo y no había esperanzas más allá de las milagrosas de que ella se recuperará.
—Mi amor —susurró mi madre haciendo mucho esfuerzo para que su voz saliera todo lo fuerte que podía—. ¿Qué es ese papel que tanto escribes?
Estaba recostado a su lado, leyendo por millonésima vez el avión de papel que había servido de puente para comunicarme con la hija de la vecina.
—Mami, ¿Qué tan ciertos son los rumores de la gente sobre la vecina y su hija?
Mi madre me miró fijamente a los ojos antes de responder.
—Las personas son una mierda, Blake; juzgan lo que no conocen porque se niegan a informarse un poco más.
La expresión de mi madre me descolocó por completo. Ella no era del tipo de gente que insultara o dijera groserías con frecuencia y oírla hablar tan despectivamente de la gente que decían ser, además de vecinos, sus amigos, era estremecedor.
—¿Qué quieres decir, mamá?
—La señora de esa casa es buena gente, hijo —me explicó ella—. Yo estaba en la estación de autobuses rumbo a casa de tus abuelos cuando el padre de su hija le propuso matrimonio. Supongo que ella no se recuerda de mí pues han pasado muchos años y muchas cosas en su vida, pero todavía recuerdo la emoción en el rostro de esa chica ese día.
—¿Y por qué la gente habla tantas cosas de ella o de su hija?, ¿por qué en esa casa solo viven ella con la muchacha? No entiendo.
—El padre de la muchacha falleció, hijo. La señora terminó casándose con su mejor amigo pues su prometido les hizo jurar que eso harían y pues, obligado ni los zapatos entran, ellos no pudieron congeniar nunca como pareja y terminaron divorciándose pues de lo contrario terminarían por destruir su amistad y eso era algo que ni ella ni él querían hacer. Y hablan de la muchacha porque a la gente le gusta crear rumores de las cosas que no conocen —hizo una pausa para respirar, estaba muy cansada y los medicamentos estaban haciendo efecto, se quedaría dormida pronto—, pero no entiendo, ¿a qué se deben tantas preguntas sobre esa chica?
Le conté todo, las cosas que ella me dijo y las que yo le contesté durante esa extraña conversación. Mi madre me observaba entre sorprendida, molesta y preocupada.
—Sé que estropeé todo, mamá, lo sé pero es que... bueno, tú sabes cómo me pongo cuando se entrometen en mi vida y...
—Y ahora estás arrepentido —sentenció ella— y deberías estarlo —afirmó—. Lara, la hija de la vecina, es un ángel, hijo, un ángel en toda regla.
Poco después mi madre se quedó dormida y supe que ese sería quizás el único momento que tendría para aclarar las cosas con Lara.
Salí corriendo de mi casa, entré al jardín de las vecinas y sin importarme ni un poco que las personas se me quedaran mirando como idiotas, comencé a llamar a Lara.
—¡Lara! —grité bajo la ventana de la que estaba seguro, era su habitación— ¡Lara, lo siento, sé que me comporté como un idiota la otra noche pero necesito verte!, ¡Hablemos, por favor!
Posterior a mi arranque, deseé con todas mis fuerzas no haberlo hecho: del interior de la casa salieron flotando sonidos de puertas lanzándose, gritos, llantos y demás. Comencé a alejarme despacio, asustado de que la madre o la propia Lara salieran de la casa con una escopeta en la mano dispuesta a matarme pero el sonido de una puerta abierta y un grito proveniente de una voz delicada y frágil me detuvo.
—¡Espera!, ¡no te vayas, por favor!
Me di vuelta y mis ojos no pudieron creer lo que veían: una hermosa y delgada chica venía caminando rumbo a mi dirección, sus rasgos pálidos y cabellera opaca no tuvieron ningún tipo de importancia cuando mi mirada se encontró con el par de esmeraldas que eran los ojos de la mujer que me llamaba.
—¿Lara? —pregunté, dubitativo.
La chica, que ya había llegado a mi lado, solo logró asentir antes de que un desmayo se la llevara y los gritos desesperados de su madre inundaran mis oídos.
Las cosas después de ese acontecimiento sucedieron con una rapidez inusitada: la madre de la chica llamó al padrastro de la muchacha y a una ambulancia para que la ayudaran. Antes de subir a la ambulancia, Lara recobró la conciencia y le suplicó a su madre que me dejará viajar a su lado en ese vehículo, aconsejándole que ella se fuera con su padre que llegó a la casa unos minutos antes. Durante el viaje al hospital, Lara me contó todos los detalles de su vida, pasando olímpicamente de mis consejos para que guardara silencio y descansara.
—Ella se está muriendo —me dijo la madre de Lara una vez que se la llevaron a cuidados intensivos y nos habíamos quedado solos en la sala de espera.
—Es... es mi culpa —murmuré, apenado—. Si no la hubiere forzado a salir de su habitación...
—Ella lo quiso así, hijo —me dijo la mujer con una sonrisa triste—. Desde que llegaste aquí ella no dejaba de mirar por la ventana, pendiente de la hora en que llegabas o la hora en la que salías, preocupándose cuando llegabas demasiado ebrio o lastimado.
Un intenso calor subió a mis mejillas. Al parecer y sin siquiera pretender que así fuera, había causado un impacto en la vida de Lara.
Un par de horas después decidí marcharme, ya Lara había despertado y estaba hablando con sus padres, pero su padre me detuvo.
—¡Hijo, espera! —me llamó—. Lara quiere hablar contigo.
Lo miré con pesar y negué ligeramente.
—Dígale que vengo mañana, debo ir a cuidar a mi madre.
—Para ella, quizás no hay un mañana —comentó el hombre con dolor en su voz.
Entendí entonces que debía pasar a verla.
Me acerqué a la cama donde ella estaba, a pesar de los aparatos que la rodeaban y la evidente debilidad de su situación, sus ojos de esmeralda aún brillaban con intensidad. Nos mantuvimos allí, hablando sobre nuestras vidas, yo le pedí de nuevo disculpas, aclarando que no había podido ir antes a su casa por el estado de salud de mi madre. Ante mis palabras, Lara solo asintió y susurró un débil «no importa, estabas donde debías estar» y en ese momento me nacieron unas ganas inmensas de besarla, suena ilógico y hasta fuera de lugar, pero no podía evitarlo.
Poco a poco las medicinas que le habían estado colocando comenzaron a surtir efecto y ella comenzó a quedarse dormida.
—Creo que mejor me voy —susurré—. Tú tienes que descansar y mi mamá me está esperando en casa.
—Ajá —murmuró ella haciendo un pequeño puchero con sus labios—. ¿Sabes que no me estoy muriendo de mastocitosis sino que me estoy yendo porque mi corazón está cansado de luchar?
Negué con la cabeza pues no quería emitir sonidos con mis labios. La tristeza que me produjo esa frase dicha por ella me sobrepasaba.
—Hubiese sido lindo que conocieras a mi madre —comenté—. Ella te quiere mucho a pesar de no conocerte.
—Pronto la conoceré, Blake —afirmó ella, tras dedicarme la más hermosa y a la vez triste sonrisa del mundo—. ¿Podrías llamar a mis padres antes de que te vayas, por favor?
Asentí, sintiendo mi corazón pesado.
—Pronto podrás conocer el mundo por completo, Lara. No tengas miedo, ¿sí? —dije antes de salir de esa habitación de hospital, acercarme a ella y besar su frente.
—No le tengo miedo a la muerte, Blake —dijo ella frunciendo el ceño.
—Lo sé —comenté—. Es al mundo al que te pido que no le tengas miedo.
Ella me regaló una hermosa sonrisa y me guiñó el ojo.
—Si el mundo es aunque sea una mitad de lo hermoso que tú eres, no tengo nada que temer —expuso ella, mientras la sangre coloreaba su pálido rostro—. Ahora, vete, ¿sí? Por favor.
Asentí a mi pesar y salí de allí, les dije a sus padres que ella quería verles y me fui a mi casa.
Han pasado veinte años desde ese día y aún sigo cumpliendo con el ritual que hice ese día cuando caminaba rumbo a mi casa: me detengo frente a su ventana, me hago una cruz y lanzó un beso al aire. Sé que parece una locura pero no me importa: En esa habitación habita el alma de un ángel hermoso que iluminó mi vida en mi momento más oscuro.
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