Víbora
Mi corazón sintió que lo volvieron a estrujar, pero me tengo prohibido demostrarle que tiene esa habilidad.
—Para saber dónde estoy, has debido estar espiándome. Si ante tus ojos soy tan malvada, ¿por qué me sigues? ¿Estás consciente de que esto es acoso?
—¿Quién querría acosar a una asesina como tú? No creas que el mundo gira en torno a ti.
—Si no estás aquí para dejarme ver a mi bebé, entonces no tenemos nada más de qué hablar.
—Ni creas que de este mundo te vas sin pagar lo que le hiciste a mi familia y a mí. Habrás usado tus mañas para salir a la calle y debes estar bien contenta con haber logrado tu objetivo, pero te aseguro que esto no se va a quedar así. Vas a pasar el resto de tu vida tras las rejas, porque a ese lugar es que perteneces, ahí es donde deben encerrar a todos los monstruos como tú.
—El único monstruo aquí has sido tú, Dominick. Me quitaste a mi bebé injustamente, me negaste el privilegio de conocerlo, de tenerlo en mis brazos y abrazarlo, e incluso me condenaste sin siquiera darme el beneficio de la duda. Pero grábate una cosa. El día que la verdad salga a la luz y tu orgullo te permita ver más allá, no me busques, no me pidas perdón, ni te pongas de rodillas, porque ese día será mi oportunidad de darte la espalda de la misma manera que me lo hiciste tú. Y otra cosa; disfruta mientras puedas, porque muy pronto voy a recuperar a mi bebé.
—¿No sientes cargo de conciencia? Ibas a utilizar a ese bebé que tanto dices amar, para llevar a cabo tus macabros planes y quedarte con todo. Debería realizarle una prueba de ADN. Sabrá Dios si sale a relucir que es mi hermano y no mi hijo.
Fue otro golpe muy fuerte, tanto así que quise evitar a toda costa quebrarme delante suyo, pero su mano se aferró a mi brazo.
—¿A dónde vas? ¿Por qué huyes, cobarde? ¿No te gusta que te digan la verdad en la cara? ¿No lo soportas?
Tenía ganas de golpearlo, pero sabía que luego tendría las de perder, por eso me contuve.
—La paciencia es una virtud que pocos poseemos— escuché la voz de Enzo, y él fue quien me soltó de su agarre.
Sacó el paño de su traje y me limpió con el. No sé cuándo, cómo llegó o qué estaba planeando, pero en su mirada pude percibir molestia. Tal vez porque lo conozco bastante bien.
—Te ves muy hermosa y radiante— me quitó las llaves del auto y abrió la puerta—. Súbete, mi florecilla.
—Ahora lo entiendo todo. Eres increíble, Amelia. Sabes bien a quién abrirle las piernas.
—Uy, aquí tenemos una víbora venenosa.
—Vámonos, Enzo.
—Ahí vas a escudarte detrás de tu nuevo guardián. Con esto me has dado más la razón. No eres más que una…
—Anda, dilo. Me interesa oír lo que tienes que decir. Muestráme el tamaño de esos huevos— Enzo sonrió, pero Dominick no se atrevió a decir nada—. Ay, pequeña viborita, ten cuidado por dónde te deslizas.
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