Hormigas
—Me tranquiliza saber eso. Me gusta tu honestidad, Amelia.
Hicimos las compras y tardamos mucho en el proceso, pero al menos pudimos encontrarlo todo. Por lo regular Enzo usa cadenas por dentro de la ropa. En la joyería me llamó mucho la atención una cadena que tenía de colgante un leopardo con una corona. Lo identifiqué mucho con él por su forma de ser, por eso lo compré. Aparte de eso, también traje un juego de ajedrez. No puedo esperar para estrenarlo con él.
Regresamos a la casa y pusimos los regalos debajo del árbol junto a los demás. El olor a la barbacoa que estaban preparando Enzo y mi tío en el patio nos tenía babeando. Está anocheciendo y ellos todavía no han terminado. Deben estar exhaustos. Mi hijo se encontraba en los brazos de mi tío, mientras que Enzo volteaba la carne en la parrilla.
—¡Qué rico huele por aquí!
—Pensé que no llegarían nunca — dijo mi tío.
—¿Cómo se ha portado nuestro hijo?
—Él siempre se porta bien, quien se porta mal soy yo— rio—. Le di de comer hace unos minutos. Está muerto del sueño. Planeaba tomarme un receso para bañarlo.
—Yo lo haré. No te preocupes.
—Debo ir a bañarme urgente. Huelo desagradable. Se me están pegando los huevos con lo mucho que he sudado.
—Enzo… — me tapé la mitad de la cara intentando controlar la risa.
—Es la verdad. Tío, esa es la última carne que falta por hacer. Iré a darme un baño. ¿Vienes, florecilla?
—¿A dónde?
—Hay que bañar a nuestro hijo.
—Ah, sí, cierto.
Verdaderamente lo malinterpreté, era evidente que él lo notó, pues su sonrisa lo confirmó. No es la primera vez que me ayuda a bañar a nuestro hijo. Él parece disfrutar siempre de la compañía del pequeño Enzo, pues no para de hacerle muecas o hablarle con dulzura. Es lindo ver las interacciones de ellos.
—¿Trajiste ropa para cambiarte?
—Siempre vengo preparado. ¿No te molesta que me quede aquí hoy?
—Claro que no.
—Lo pregunto porque no hay una cama extra.
—Puedes dormir conmigo. No es la primera vez que dormimos juntos, ¿no?
—La diferencia es que tu cama es más pequeña. A mí no me molesta en lo más mínimo, es solo que no quiero incomodarte.
—Nada de ti me incomoda.
—Es bueno oír eso— sonrió ladeado—. Iré a bañarme.
Esperé por él en el cuarto de mi hijo. Se veía que en cualquier momento se rendiría del sueño. Me encanta contemplarlo cuando bosteza. Es un tierno angelito. Aún no puedo creer que este bebé tan hermoso haya salido de mí.
Enzo descansó ambas manos en las barandillas de la cuna, recostando su barbilla en mi hombro. Su cuerpo estaba muy cerca, podía sentirlo claramente. Siempre tan perfumado y oloroso.
—Aún no me he bañado y también he sudado mucho, Enzo.
—Siempre hueles bien.
Me robó un suspiro su cercanía y me volteé solo para enfrentarlo. Se ve tan distinto vistiendo ropa casual. Esa camisa azúl marino y manga larga, pero con ellas enrolladas hasta los codos y unos pantalones ajustados que le marcaba más de la cuenta. Hace tiempo no lo veía así. Antes podía mirarlo a los ojos naturalmente, pero últimamente me cuesta mucho. Me pongo tan nerviosa que se me olvida lo que voy a decir.
—¿Podrías quedarte con nuestro hijo mientras me doy un baño?
—¿Por qué estás tan roja?
—Tengo calor.
—¿Qué tipo de calor?
—No es el momento para hablar sobre eso.
—¿Sobre qué?
Como se nota que disfruta poniéndome nerviosa.
—Nada.
—Hay algo que te quiero dar.
—Ah, ¿sí?
—Sí, pero no es lo que tú cochambrosa mente está pensando.
—No estoy pensando en nada extraño.
—Pensaba hacer esto luego, pero creo que debo aprovechar el momento ahora que estamos a solas, así sería menos incómodo para ti.
—¿De qué hablas?
Sacó de su bolsillo una pequeña caja negra, la cual abrió al instante, mostrando un hermoso y deslumbrante anillo.
—Es un regalo pequeño, pero posee un valioso significado.
—Enzo…
El anillo se veía hermoso y delicado, estaba formado por dos hileras de un micropavé de diamantes entrelazadas que enmarcaban el diamante redondo de color azúl. Jamás me habían regalado algo tan bonito.
—Quisiera que lo lleves contigo en simbolización de nuestro compromiso y como muestra viva de mi sinceridad y seriedad con respecto a nuestra familia. Principalmente por la promesa que les hice.
—Enzo, esto es demasiado.
—No busco presionarte, por eso no lo pondré en tu dedo. Podrás llevarlo colgando en tu cuello y en conjunto de esta cadena. Si algún día llegas a amarme, puedes llevarlo en tu dedo, mientras tanto, esperaré pacientemente por ti. Solo te pido que no lo rechaces.
—No pensaba rechazarlo.
—También traje un regalo para nuestro hijo. Es una pulsera con un pequeño anillo como colgante, pues no solo me comprometí contigo, sino también con él.
—¿Por qué siempre dices palabras tan bonitas? ¿Tienes idea de lo que son capaces de provocar tus palabras y tus acciones?
Mis ojos se nublaron debido a las ganas de llorar que me invadieron. Últimamente estoy muy sensible a todo.
—Lo siento, no quería hacerte sentir mal.
—Me haces sentir cosas en todas partes. Siento que mi estómago está revuelto.
—¿Revuelto? ¿De qué estás hablando, florecilla? ¿Mis palabras te dan dolor de estómago?
—No, eso no es lo que quise decir.
—Perdóname, pero no te entiendo. ¿Puedes ser más clara?
—Es una sensación muy extraña, siento miles de hormigas paseándose en mi estómago.
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