Ganas
Amelia
He estado con los ojos como un búho. No puedo dormir sintiéndome de esta manera. No es la primera vez que dormimos juntos, pero en esta ocasión no es lo mismo, ni se puede comparar a las otras veces.
—¿No puedes dormir? — preguntó de repente.
—Pensé que te habías dormido.
—Eso es imposible. Has estado muy agitada e inquieta. ¿Todo bien?
—¿Qué pasará cuando nos casemos?
—¿Qué pasará?
—Sí.
—Lo que debe pasar. Seremos marido y mujer, ¿no?
Me volteé para mirarlo de frente.
—El matrimonio es algo importante, que solo sucede una vez en la vida. Bueno, se supone. Ya en estos tiempos las personas han olvidado el verdadero significado de unir tu vida a alguien más y se les hace fácil romper esa promesa y desligarse de la otra persona.
—¿A dónde quieres llegar, florecilla?
—Quiero que nuestra boda sea especial, Enzo. Que sea un evento inolvidable para los dos. Quiero decir, no te pido que hagas algo en grande, pero…
—Hecho.
—¿Hecho?
—¿Habrá luna de miel incluida?
—No había pensado en ese detalle.
—No pienso obligarte a que tengamos algo si no quieres, pero deberíamos tener un espacio para nosotros.
—¿A qué te refieres?
—Deberíamos comenzar a vivir juntos de nuevo. No solo lo digo por nuestro hijo, sino también por ti y por mí. Esta distancia me está matando.
—Está bien. Hagámoslo.
—Ay, florecilla, es imposible descifrar lo que piensas. Un día me rechazas y al otro actúas como si me quisieras.
—¿Y quién dijo que no lo hago?
Fue un potente impulso lo que me atrajo a sus labios. Tomé el control casi instantáneamente al verme atraída y envuelta por un torbellino de deseo, un sentimiento que fluyó con total naturalidad por toda mi piel, centrándose más abajo de mi vientre. ¿Cómo es posible que solo con un beso pueda provocar un volcán en mi interior?
Agitaba mis caderas y frotaba mi intimidad en su inevitable erección a través de nuestra ropa. La frialdad de su arete mezclado con el calor de su lengua jugueteando con la mía alocaba mis sentidos, debilitaba mi cuerpo y mi mente.
Devoraba mis labios con locura y deseo, saboreándolos como si de un dulce postre se tratase. No podía resistirme a sus fuertes manos que apretaban con tanta fuerza mi trasero.
Tumbó mi cuerpo a su lado, tomó el control esta vez, pero sin necesidad de subirse sobre mí, simplemente se mantuvo de costado, paseando sus dedos por mi ombligo y ascendiendo lentamente por el centro de mi pecho. La blusa de mi pijama no duró absolutamente nada en sus manos.
Acaparó mi cuello entre besos y juguetonas mordidas que solo me dejaban suspirando y reprimiendo mis gemidos. Su otra mano se deslizó por el pantalón de mi pijama y acarició mis muslos, poco a poco desviándose hacia mi entrepierna y ropa interior.
Mi mano no se quedó quieta. Quería conocer a ese gran amigo que guardaba en su pantalón y que rocé previamente. No es la primera vez que estamos en una situación así, aún recuerdo la vez que estuvimos a punto de hacerlo. Aunque éramos dos niños jugando a ser adultos, estoy feliz de tener esta oportunidad de nuevo. Sin duda alguna, no queda nada de ese niño. Todo lo que hay en él es de un hombre completo.
—Eres grande, Enzo.
—Es todo tuyo — gimió.
¿Por qué debe ser tan lindo?
Se adueñó de mis pechos y una electricidad sucumbió todo mi ser debido a la mezcla del frío del arete y el calor de su lengua. En el instante que sus dedos encontraron el lugar exacto que deseaba ser tocado, el calor se esparció con suma rapidez por mis partes.
Deslizaba mi mano suavemente y ajustándola para provocarle espasmos y oírlo gemir. Fui incrementando el ritmo progresivamente, notando a su vez que se ponía más duro, el calor se agudizaba y palpitaba. Sentía que en cualquier momento podría correrse.
Estoy muy húmeda, sus dedos fácilmente se deslizaban entre mis labios, hasta que uno de ellos fue más travieso y escurridizo que los demás y me sacó un gemido de sorpresa. La mirada perversa de Enzo mientras lamía y succionaba mis pezones era extasiante.
Arremetió contra mí con rudeza. Sus dedos son grandes y malvados, sin duda alguna podría venirme en ellos. A decir verdad, me encantaría que fuera en esa boca tan traviesa. Mantenía el ritmo perfecto, los movimientos en su punto, y la presión era fascinante, me tenían al límite.
Se detuvo para irse a mis pies y abrir mis piernas de par en par. Su rostro rojo le daba un toque más sensual al asunto. Arrojó su camisa hacia la puerta, permitiendo que pudiera contemplar sus pectorales y abdomen definido. Traía la cadena que le regalé puesta, ni siquiera lo había notado hasta ahora. La vista era la mejor de todas. No creo poder aguantar más de esto. Mi corazón no puede con tanto.
Se acomodó entre mis piernas de modo que mis piernas se vieron flexionadas y me quitó las dos últimas piezas de ropa restantes, dejándome completamente desnuda debajo suyo. Mis partes íntimas fueron expuestas totalmente y las contempló con fascinación.
Esta vez se acomodó entre mis piernas, descansándolas en su antebrazo y alcanzando mis senos con ambas manos. Estaba siendo atendida primero por sus besos, más los masajes en mis senos, seguido a eso, usó su lengua para separar mis labios y los recorrió de arriba a abajo, aproximándose paulatinamente a mi clítoris y estimulándolo con esa lengua tan demoníaca. Esa frialdad y calor es una debilidad. Esos chupones y lamidas malintencionadas me tenían flotando de placer.
Sus dedos entraron al juego, hurgaron mi interior con brusquedad, realizando movimientos que solo intensificaban las ganas de correrme. No solo por ellos, sino por esa intensidad de lamer y succionar mi clítoris con tanta pasión y atención. Los sonidos tan perversos que hacía con su boca y lengua, con la mezcla de su saliva y mis fluidos, más sus dedos empujando con precisión, fueron los causantes de que el orgasmo se aproximara y mis energías fueran drenadas en ese fuerte gemido que se escapó de mi garganta y en la presión que emergió de mi interior. Es como si mi alma hubiera salido de mi cuerpo por unos segundos. Mis temblores eran igual de incontrolables a mi agitación.
En ese trance y arrebato de locura y deseo, pude verlo lamiendo sus dedos, como si para él aún no fuera suficiente con haber tomado directamente de mí. Se veía gozoso y muy ardiente.
Me proporcionó ligeros azotes con su pene en mis pliegues y en mi entrada, luego estimuló con la punta mi clítoris, causando temblores involuntarios. Mis piernas no paraban de temblar, aún no me había recuperado por completo de ese sabroso orgasmo.
Colocó su pene a la altura de mi pelvis, como si estuviera imaginando algo, pues en sus labios se dibujó una sonrisa. No sé qué estaba planeando, pero al parecer, lo que haya sido, en su cabeza era una buena idea.
Juntó mis piernas y las elevó, descansándolas en sus buenos hombros y con ayuda de su saliva deslizó su pene con facilidad entre ellas. Se sintió raro, pero extrañamente bien. Al principio se movió despacio, pero poco a poco fue incrementando la velocidad. Podía ver claramente cómo su punta sobresalía y se escondía. Ese roce constante y rudo estimulaba mis zonas más sensibles. Esto nunca lo había experimentado, pero sin duda alguna, deseaba sentirlo más seguido.
Su tamaño, su textura y el calor lo hacían más excitante e intenso. Sus gruñidos de satisfacción lo eran todo para mí. Me encantan esas expresiones tan perversas que hace al sentirse bien y la forma en que muerde sus labios. Su pelvis chocaba con mis muslos y se podían percibir húmedos por mis fluidos. Él es demasiado sensual.
Dejó ir mis piernas, antes de agitar rápidamente su pene entre sus manos. Todo lo que tenía retenido fue expulsado de golpe en mi vagina, vientre y mis senos. No podía creer que realmente estaba cubierta de él. Con la cantidad que expulsó, estoy segura de que llevaba algo de tiempo sin hacer nada. Su expresión en ese momento era muy erótica. El gemido que de su garganta se escapó erizó mi piel.
Nuestras miradas coincidieron y fue como si nos hubiéramos puesto de acuerdo en reír. Dibujó con su dedo índice un corazón con ayuda de su semen en mi abdomen y negué con la cabeza.
—Estás loco.
—Tuviste mucha suerte.
—¿Suerte?
—Una cantidad así en otro lugar hubiera sido peligroso. Tendría como resultado otro hermano para nuestro hijo. Esta vez te salvó la campana, pero una próxima vez vendré preparado — tendió su cuerpo sobre el mío, recostando su cabeza en mi pecho—. No tienes idea de las ganas que tengo de sentirte. Te deseo mucho, mi florecilla.
¿Así que por eso se contuvo? No voy a negarlo, me hubiera encantado que llegáramos a algo más, pero que se haya contenido pensando en las consecuencias me hizo feliz, porque me demuestra una vez más que piensa en todo.
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