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Curiosidad

—Ya veo por dónde va la cosa. Si tus intenciones son enamorarme más, permíteme decirte que lo has logrado. También me has sorprendido, no te lo voy a negar. Hablemos de esto cuando estemos a solas, ¿sí? No me hagas sufrir teniendo que fingir que nada está pasando, cuando quisiera saltarte encima ahora mismo.

Mi mente se transportó a lo que ocurrió la otra noche y sacudí la cabeza en el intento de alejar esos pensamientos. No tiene ni un poco de vergüenza. Lo peor de todo es que a mí sí me causa cosas.

—Será mejor hablar sobre eso en otro momento.

—Sí, pero no creas que lo olvidaré. Tengo muy buena memoria.

—Me consta — sonreí nerviosa.

—¿Por qué tan alejados del resto? ¿Por qué no abrimos los regalos? Nuestro nieto debe estar impaciente — dijo mi tía.

Llamamos a mi tío y nos reunimos alrededor del árbol, abriendo primero los regalos de mi hijo y mostrándole la cantidad de juguetes y sus funciones. A pesar de que es muy pequeño y aún no podrá usar la mayoría de ellos, al menos se estaba entreteniendo con los menos pesados y complejos, y por supuesto, con la compañía de todos nosotros.

Mi tía, como era de esperarse, me jugó una vergonzosa broma con uno de lo tantos regalos, pues en el había una lencería bastante provocativa, la cual no pude destapar y contemplar adecuadamente, debido a la vergüenza e incomodidad de estar cerca de mis padres. Debí imaginar que haría algo así.

Cualquiera diría que nos pusimos de acuerdo Enzo y yo, pues mientras que le regalé la cadena y el juego de ajedrez, él me regaló una caja negra que, en la parte superior era en cristal y se asomaban muchas rosas frescas, mientras que el contenido de la otra mitad eran mis chocolates preferidos. Un hermoso y resplandeciente collar de diamantes descansaba sobre las rosas, no lo había notado hasta que le di vuelta a la caja. Era tan llamativo que todos quedaron perplejos. Sé que mis padres debían estar imaginando cosas extrañas, pues lo noté a simple vista.

—Para mí prometida lo mejor — me susurró en el oído, antes de depositar un suave beso en mi frente.

Por supuesto que era un detalle muy hermoso, y me sentía agradecida con él por haber pensado en mí y regalarme algo tan especial, pero a su vez me preocupa en lo que esté metido. Desde el primer día que puse un pie en su casa, pude darme cuenta de los lujos que se estaba dando, también conozco lo ambicioso que siempre ha sido. Todo eso siempre lo he tenido presente, incluso estoy consciente de que por mejor abogado que sea, es imposible que maneje tanto dinero. Teniendo todo eso presente en la mente, solo hace que me preocupe y piense seriamente en indagar más sobre el asunto. Sé que él me dirá todo, confío plenamente en él.

La noche la pasamos extremadamente bien, compartimos, cenamos, tomamos y reímos, como hace tanto no lo hacíamos. Me hubiera encantado ofrecerle a mis padres que se quedaran aquí conmigo, pero no hay otra habitación, aparte de la mía y la de mi hijo, por lo que decidieron quedarse con mis tíos en lo que se estabilizan.

Enzo se quedó con mi tía recogiendo y subí con mi hijo en los brazos para darle un último baño con agua tibia y recogerlo, pues estaba casi dormido. Había una bolsa negra colgando de la manilla de la puerta del armario de mi hijo. En todo momento pensé que eran cositas suyas, por eso no le presté atención, no, hasta que en plena maniobra de abrir la puerta del armario para buscar su ropita, se cayó todo lo que había dentro. Era una muda de ropa de Enzo, entre ella estaba su billetera abierta y artículos de primera necesidad. A decir verdad, nunca había sentido curiosidad de husmear en las pertenencias de alguien más, pero me vi en la obligación de recoger todo lo que se había caído en el suelo y de la billetera sobresalían varias tarjetas. Deseaba acomodarlas, pero hubo una que llamó mucho mi atención y fue por el señor que aparecía semidesnudo y amarrado con sogas. En la tarjeta estaba escrito en letras mayúsculas: «Juego de roles», con el nombre de una tal Janelice y su número de contacto. ¿Y esta tarjeta?

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