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Chantaje

—Perdóname, Enzo. 

—¿Qué debo perdonarte? Tú no has hecho nada más que dejarme las cosas claras. Soy yo a quien le cuesta renunciar y se empeña en permanecer al lado de alguien que no siente nada hacia mí, y teniendo presente que no tengo ni tendré posibilidades contigo. Pero ¿sabes? Te prometí ayudarte y eso haré. Después de todo, soy tu abogado y, aunque no me quieras como lo hago, todo lo que quiero es tu bienestar y felicidad. Perdona todo lo que dije antes y olvídate de lo que pasó en la sala. Yo también haré de cuenta de que nada ocurrió. Descansa, florecilla. 

—Enzo, espera… 

Aunque le llamé, simplemente salió de la habitación sin mirar atrás. No podía seguirlo, porque ahora mismo sentía mucha vergüenza. Aparte de eso, mi corazón dolía a causa de sus palabras. Esa mirada que me dedicó me dolió aún más. Lágrimas brotaron de mis ojos, por más que intenté soportarlo. Reconozco que me equivoqué, cometí muchos errores en el pasado; errores que no puedo cambiar por más que quisiera. Él es demasiado bueno, por eso no merece alguien como yo. 

Él ha guardado la distancia desde ese día. Si antes lo veía pocas veces, ahora lo hago menos. Solo me llama para saber si estoy bien o para darme algún avance. Aunque he querido sacar el tema y pedirle disculpas, él lo evade con facilidad. Tiene toda la razón del mundo para odiarme y despreciarme si quiere. Para él fue fácil decir «olvida lo que pasó», pero para mí ha sido muy difícil. Todavía no puedo olvidar ese beso y esa conversación que tuvimos. 

Han sido días muy solitarios, donde no me he sentido con ánimos para nada. Dicen que la navidad es una época feliz, pero para mí no lo es. Estoy pagando por todos los errores que he cometido y que aún hoy sigo cometiendo. 

Salí del trabajo con intenciones de ir al estacionamiento en busca de mi auto, cuando alcancé a ver a Dominick a la distancia. El mundo es tan pequeño. No había notado el coche que empujaba su empleado hasta que Dominick se dio la vuelta para hablar con él. Supe que debía tratarse de mi hijo y, aunque en mi mente tenía las palabras y advertencias de Enzo presentes, el impulso por sentir que tenía una oportunidad de conocerlo por fin, me hizo arriesgarme. Debía cruzar la carretera, pero había mucho tráfico. Antes de que pudiera llegar a ellos, vi a su prima salir del edificio con un bebé en los brazos. No sabía que era mi hijo, hasta que lo acomodó en el coche. 

—¡Dominick! — crucé la carretera corriendo, arriesgándome a que me atropellaran. 

No me importaba nada más que llegar al otro lado y poder ver a mi hijo. 

—¡Déjame ver a mi hijo! ¡Tengo el mismo derecho que tú de estar con él!

Aunque intenté acercarme al coche, el empleado se puso en medio. 

—¿Qué derecho? Las zorras como tú no tienen derecho a nada — me atacó Abigail. 

—¡Estoy hablando con el burro, no con las orejas, así que no te metas! 

—Sube a mi hijo al auto y espérame allá — le dijo Dominick. 

—¿Qué? ¿Te vas a quedar con ella? 

—Llévatela, Rolando— le ordenó a su empleado, quien no dudó en acatar su orden al instante. 

Entre protestas se alejó con ella y mi hijo. Aunque quería ir detrás de él, quería saber lo que Dominick planeaba decirme a solas. Pensé que encontraría una forma de convencerlo para que me permitiera ver a mi hijo. 

—No sigas con esto, Dominick. No te desquites más con mi hijo. Él no tiene que pagar por nuestras diferencias y problemas. 

Su silencio fue desesperante, no podía descifrar lo que estaba pensando. 

—Al menos di algo. ¿Por cuánto tiempo más pretenderás alejarlo de mí? 

—¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para ver a mi hijo? 

—¿Qué quieres decir con eso? 

—Si tienes tanto interés en estar cerca de mi hijo, entonces gánate mi confianza primero.  

—¿Cómo?

—Regresa a casa conmigo. Solo así puede que considere dejarte verlo. 

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