Capítulo 4
La puerta principal se abre bruscamente antes de que pueda dormir o recorrer la cabaña para conocer mejor este nuevo ambiente. Por la abertura entra un viento frío que me pone la piel de gallina hasta que Noris finalmente la cierra tras de sí y toma asiento en un sofá frente a mí. Me mira expectante, como si estuviera esperando a que yo diga algo, sin embargo, no sé qué puedo decir para romper el incómodo silencio que nos rodea. Sus ojos oscuros sobre mí me molestan, por lo que desvío los míos hacia cualquier otro punto que no sea su rostro. Solo ahora me permito observar con más detenimiento la cabaña.
Está construida completamente de madera que en ciertos puntos parece ya podrida por la humedad. Todo lo que alcanzo a ver está iluminado por la luz natural que entra por la ventana a mi espalda, lo que me permite observar los dos sofás frente al sillón en el que estoy con una pequeña mesa de centro de madera ya raída por los años. Un poco más al fondo de la sala hay una pequeña mesa de comedor para cuatro personas y dos puertas, las que no sé a dónde llevan. Solo sé la ubicación de la cocina, cuyo umbral se encuentra a mi izquierda. Una cabaña pequeña, con las cosas básicas a necesitar, nada de adornos que la hagan más familiar, nada de arreglos que la vuelvan más firme. Por dentro la estructura luce casi tan delicada como por fuera y temo que, si Noris continúa con su costumbre de dar portazos, el techo se vendrá abajo junto con las paredes.
—¿Terminaste de ver tu nueva casa? —Preguntó el dios frente a mí arqueando una ceja, ya impaciente con mi silencio.
—No veo mi nombre escrito en ella, así que no es mía.
—¿Desde cuándo las casas llevan el nombre de su dueño escrito en alguna parte?
Me encojo de hombros de forma despectiva, en un intento por ganar tiempo y evitar a toda costa las órdenes que él venía a darme para cumplir "mi obligación". Mi actitud parece molestarlo porque lo alcanzo a oír suspirar pesadamente, como si con ello reuniera su paciencia para lidiar conmigo. Una parte de mí se alegra al ver que no le pondré las cosas fáciles, pero mi otra mitad se retuerce de miedo ante su reacción, temiendo que en cualquier momento se enfurezca conmigo y acabe con mi vida.
—Mira, si tanto quieres regresar a tu casa, primero debes ayudarme como ya te dije en vez de perder el tiempo.
Sus palabras me duelen, porque implícitamente me deja saber que no cambiará de opinión y me mantendrá en este lugar hasta cumplir con lo que él desea.
—¿Entonces qué quieres que haga? —Pregunto directamente para terminar con todo lo antes posible.
—En primer lugar, deberías darme más respeto. ¿No te das cuenta de la desventaja en la que estás, humana?
—Esta humana tiene nombre, por si no sabías. Me llamo Sofía —me presento por primera vez, ignorando su queja con respecto al trato que le brindo.
—Bien, Sofía... Por ahora ya deberías saber qué hacer —anuncia confiado mientras se cruza de piernas y se acomoda en el sofá, como esperando a que yo me ponga de pie inmediatamente y cumpla sus deseos. Lo miro confundida y me quedo donde estoy, reviviendo en mi mente todo lo acontecido desde que Noris apareció de la nada frente a mí. Lo único que había dicho hasta ahora era que quería ser conocido, pero es un deseo demasiado amplio como para que yo pudiera interpretarlo y actuar en consonancia. Así pasan varios segundos, para mí eternos, en los que nos mantenemos en silencio, sentados en nuestro lugar, hasta que finalmente decido tomar la palabra.
—¿Me podrías decir qué es lo que tengo que hacer?
—Por supuesto —responde inusualmente sonriendo con satisfacción—. Tienes que darme a conocer aquí, en el inframundo, y en tu mundo.
—¿Eso?
—Sí, eso.
—¿Y cómo?
—Tú sabrás.
Niego con la cabeza enérgicamente para darle a entender que en realidad, no tengo ni la menor idea de lo que debo hacer, sin embargo él continúa asintiendo con confianza, asegurando que el oráculo no podía equivocarse con algo así.
—El oráculo te anunció como quien me ayudaría a que los demás reconozcan mi nombre y nunca se equivoca. Así que, confío en ti, Sofía.
—Yo no.
Llegados a este punto, no sé si reír o llorar ante su exceso de confianza en mis habilidades para hacer algo por él, cuando por mi mente no pasa ni la menor idea de cómo lograr tal objetivo. Quiero gritarle en la cara que no soy publicista, solo soy una estudiante del área de la salud con la convicción de que en un futuro trabajaré con niños con dificultades similares a las de Evan. Sin embargo, las palabras quedan atascadas en mi garganta, temerosas de desatar la ira de Noris, quien por muy desconocido que sea, ya había mostrado sus habilidades para enfurecerse. Nada quita la posibilidad de haga actos de ira como los descritos en la mitología.
El rostro de mi acompañante comienza a impacientarse poco a poco, aumentando mi nerviosismo. "Piensa, Sofía, piensa algo" es lo único que me logro repetir antes de llegar a una pequeña idea con la que empezar para borrar ese ceño fruncido en Noris. Así, pregunto si alguna vez en el pasado alguien lo dibujó para representarlo en los mitos, escudos, vasijas y, posteriormente, en estatuas como se solía hacer con los otros dioses antiguamente. Niega con la cabeza algo más interesado y rápidamente sale de casa para conseguirme los materiales necesarios. Aprovecho estos minutos a solas para suspirar de alivio calentar mi muñeca y mano derecha, esperando que mis habilidades sigan siendo tan buenas como en el pasado, cuando dibujaba a Hades para Evan.
Llega un momento en el que ya estoy cansada de permanecer sentada, por lo que me pongo de pie, siendo consciente por primera vez del hambre que siento. Me pregunto si será de muy mala educación buscar alimento en la cocina sin la autorización de Noris. Finalmente decido hacerlo de todos modos, porque no es de buena educación traerme contra mi voluntad hasta aquí. Así, termino revisando el refrigerador y la alacena. Encuentro muchos platos, cubiertos, ollas, cucharones y pailas, pero nada que cocinar, ni siquiera una mísera cebolla con la que llorar un rato. Me convenzo de que la ausencia de comida se debe al abandono de la cabaña, que lo más probable es que nadie viva en este lugar, sin embargo, mi teoría se cae a pedazos al no encontrar ni la más mínima mota de polvo en los muebles. Es como si alguien se hubiese dedicado a limpiar todo hace muy poco tiempo, incluso el único dormitorio que hay está en perfectas condiciones con la cama echa con las sábanas bien estiradas y las almohadas debidamente colocadas. Lo único que me queda por revisar en busca de pruebas de que alguien habita esta cabaña es el armario, el cual abro con ambas manos encontrándome con montones de ropa masculina, desde buzos para hacer deporte hasta ternos con variedad de camisas, corbatas y zapatos. Cierro las puertas y regreso a mi lugar en el sofá con más preguntas que respuestas. Desde qué hace un hombre viviendo solo en una cabaña tan a mal traer hasta de qué vive si no tiene ni el más mínimo ingrediente para cocinar.
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