11º CALIDEZ
Sirius ya lo sabía, o lo intuía. Severus sentía algo por él, aunque simplemente fuese atracción.
No había ido en toda la semana a la biblioteca a las siete, la hora a la que habían quedado. Estaba seguro de que Severus haría el trabajo por él, pero decidió que esa tarde iría.
Y ahí estaba. En las puertas de la biblioteca, pensando en sí Severus le estaría esperando, o en sí el Slytherin se había cansado de estar todas las tardes esperando por su llegada.
Abrió, y lo primero que observó, fue a Regulus junto a dos Slytherin en una mesa.
—Regulus, es tu hermano —dijo la rubia en voz baja, y Sirius los miró.
—Es inútil, no hace falta que le miréis —dijo Regulus.
Sirius lo sabía. Su hermano le odiaba igual que sus padres. Pero a esas alturas no le importaba. O más bien, hacía como que no le importaba.
Se fijó en que en una de las mesas estaba Severus, con un montón de libros.
—Snivellus —el chico lo había mirado desde que había entrado y ahora estaba sobresaltado.
—Deberías haber venido todos los días, pero salgamos de aquí y continuemos en el parque —dijo el Slytherin y recogió los libros para llevarlos.
Severus era muy poca cosa. Era delgado y aunque no demasiado bajo, algo sí.
Salieron de la biblioteca y comenzaron a caminar por los pasillos. Severus iba delante de Sirius, no demasiado, solo unos pasos.
Sirius vio como tropezaba con todos los libros que llevaba en brazos y parecía que iba a caer. Por el impulso, lo sujetó entre sus brazos aunque todos los libros hubiesen caído. La calidez que sintió al estrechar el pequeño cuerpo de Severus, le pareció algo que hacía tiempo no tenía.
—L-lo siento —dijo Severus y trató de apartarse del abrazo, pero Sirius continuaba.
Podía oler su fragancia y su pelo negro rozaba contra la melliza de Sirius. Sirius siempre había pensado que el pelo de Severus era grasoso y por eso brillaba tanto. Pero no, era lo más suave que jamás lo hubiese rozado, y sin duda que le encantaba esa cercanía.
—Tranquilo, llevaré yo los libros —dijo Sirius, liberando poco a poco el cuerpo de Severus y se agachó para recoger los cinco libros que llevaba Severus antes.
Cuando salieron del castillo, se sentaron en la parte del parque que estaba desierta. El frío azotaba un poco y Sirius podía ver los temblores del cuerpo de Severus.
—¿Por qué has querido salir del castillo si estás helado? —preguntó Sirius, dejando en el suelo los libros y sentándose.
—Por que estaba tu hermano y no quería que estuvieses todo el rato peleándote con él —dijo Severus, sentándose en frente.
—Protegiendo a mi hermano, no me extraña... —dijo Sirius, esbozando una sonrisa agria.
—Idiota. Lo digo para que no te molesten esas Slytherin a ti, y comiences una pelea en la cual te expulsen. Encima después irás a casa y será peor... —dijo Severus, comenzando a abrir un libro.
A Sirius se le iluminaron los ojos. Lo había hecho para protegerle, en su cabeza no entraba algo así, pero se acababa de llevar una sorpresa con Severus, una gran sorpresa.
—¿Qué miras? El trabajo no se hará solo —dijo Severus con su típico tono antisocial y frío.
Sirius lo observó deleitado. Y a la vez, le hizo gracia el comportamiento del Slytherin. Podía verle temblar de frío con ese pequeño cuerpo, y aún así, trataba de parecer el hombre más serio del planeta, pareciendo la cosa más tierna del mundo.
—Severus, ven aquí —por primera vez le había llamado por su nombre, y Severus levantó la vista con orgullo.
Se levantó de su sitio y fue hasta donde estaba Sirius.
—¿Qué quieres? —preguntó estando de pie delante de él.
Sirius cogió su mano rápidamente y lo tiró al suelo de rodillas, enfrente de él.
—Siéntate entre mis piernas, tendrás menos frío —dijo Sirius, y Severus se tornó de color rojo al instante.
Hizo caso y se acomodó entre las piernas de Sirius, y cogió el libro que tenía en frente.
—Eres más cálido de lo que creía, Severus —dijo Sirius, apoyando su cabeza en el hombro del Slytherin.
Abrazó su cintura y lo apegó a su pecho, hundiendo sus dedos en la delgada tela negra del traje de Severus, deseando arrebatárselo y poder admirar la piel blanca de porcelana que seguramente poseería.
—S-Sirius... —Sirius notaba cada estremecimiento del Slytherin.
—Me gusta tu olor... —dijo Sirius, el olor que percibía, era el mejor que hubiese podido oler antes: una mezcla de lirio y vainilla.
—V-vamos a e-estudiar ya —pidió Severus.
Aquella tarde, los dos estudiaron y apuntaron las cosas de pociones. Aquella tarde se unieron por primera vez en una especie de amistad. Y aquella tarde, Sirius sintió calidez en su corazón como únicamente sentía con sus tres amigos.
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