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Parte II | "Del amor y otros desastres" 37. Sebastián.


Seis meses después.

Raramente el cielo de Nueva York está más despejado de lo normal, los edificios están a un solo centímetro de tocar el sol que se asoma por el horizonte, y soy capaz de presenciar todo desde mi ventana.

Increíble.

Termino de abotonar mi camisa blanca y camino hacia la habitación nuevamente para buscar el saco que dejé sobre el pequeño sofá frente a la cama. Las cortinas están abajo, pero me las arreglo para seguir el camino directo al sofá y no tropezarme con nada en el proceso.

Son más de las seis treinta, pero trato de hacer la menor cantidad de ruido posible. Debería estar en la empresa desde hace veinte minutos, pero no, sigo aquí, tentando mi suerte. Estoy más que seguro que Demián se está subiendo por las paredes sin mí en estos momentos.

—Hablando del rey de Roma —susurro en voz baja cuando entro al baño y el teléfono comienza a sonar, deslizo el dedo por la pantalla y contesto—. Voy de camino.

—¿Por qué carajos no estás aquí? —gruñe en respuesta, sin embargo.

—Se me hizo tarde, la alarma no sonó —miento, sí sonó, pero me encontraba reacio a salir de la cama.

—Maldito imbécil —gruñe de nuevo y me rio, pongo el altavoz y dejo el teléfono en el lavamanos mientras me pongo los gemelos y después el saco—. No te rías, infeliz. Estoy hasta el techo de papeles, te necesito aquí. Ya.

—Voy de camino, espérame —dos manos más pequeñas se posan en mi pecho desde atrás, y mi atención se desvía de la conversación por completo—. Buenos días, dormilona.

—Buenos días, cariñito mío —susurra igual de bajo que yo, haciéndome sonreír. Se mueve y se detiene frente a mí, su cabello rubio revuelto y sus ojos azules recién despiertos brillan a más no poder.

—¿Siempre firmaste el acuerdo con los tailandeses? —cuestiona Demián al teléfono.

—Sí, ayer —respondo sin interés, estoy más concentrado en mi novia vistiendo un top de tirantes azul cielo y una tanga negra.

Mierda, no creo que llegue a la oficina en diez minutos.

—¿Crees que puedes venir ahora? En serio estoy al borde y apenas son las seis.

—Estoy...

—Me lo tienes que prestar unos minutos más, hermanito —responde Aibyleen por mí, dando un paso en mi dirección y enterrando su rostro en mi cuello—. No creo que lo suelte por ahora.

—¿Aibyleen? ¡¿Qué carajos haces ahí?! —exclama colérico, sonrío cuando mi novia rodea mi cuello con sus brazos—. Pensé que estabas en casa.

—Pues no —su mano desciende lentamente y le doy una mirada de advertencia en cuando intenta desabrochar mi pantalón.

—¡Ni se te ocurra! Tienes que venir ahora mismo, Sebastián.

—¡Nos vemos, hermano! —musita y estira su mano para colgar—. Creí que no se callaría nunca.

—Técnicamente, tú lo callaste —le digo, me da una sonrisa inocente y vuelve a acercarse. Paso mis manos por su cabello, despejando su rostro—. ¿Te desperté?

—No, tengo que encontrarme con Brady a las ocho para una sesión hoy —murmura con los ojos cerrados, apoyando su mejilla en la palma de mi mano—. Te sentí levantarte, pero quise dormir unos minutos más.

—Aún es temprano —musito, rodeo su cintura con mis manos para levantarla y sentarla en la encimera—, puedes dormir un rato más.

—¿Conociéndome? Me dormiré y llegaré a las diez —se ríe, muerde su labio inferior y posa sus pequeñas manos en mi nuca—. Tienes que irte.

—Sí, o si no tu hermano me cortará la cabeza —ella arruga la nariz y sacude la cabeza.

—Lo mataría —garantiza y acerca su rostro al mío para besarme.

—Se lo diré a Demián —apoyo mis manos sobre el mármol, a cada lado de su cuerpo.

—No, no se lo digas —se apresura a pedirme, sonriendo como una niña pequeña que acaba de hacer una travesura.

—¿Qué me darás a cambio?

Se muerde el labio inferior y ladea la cabeza, sus manos acarician mi rostro y sonríe arrugando la nariz.

—No lo sé —se encogió de hombros, luciendo tan inocente que no parecía real—, lo que tú quieras.

—No tenemos tiempo para lo que yo quiera, peach —hace un puchero.

—Qué lástima —suspira, pero muerde una sonrisa—. Entonces, solo será un beso.

Con un beso tuyo es suficiente.

Se ríe antes de lanzarse a mis labios, tan lento y tan suave. Tan ella. La devoro, aprovechando los minutos que tengo contados antes de irme. Sujeto su rostro entre mis manos, empujando su lengua con la mía. Suspira y se engancha en mi cuello como un koala, enrolla sus piernas a mi alrededor y la levanto.

Tanteo el teléfono sobre el lavamanos antes llevarla a la habitación, me inclino sobre la cama y la dejo a ella sobre la misma con delicadeza. Tira de mi saco hacia ella con desesperación, apretándome con fuerza.

—Aiby —trato de alejar sus manos de mí, pero no me deja—. Nena, tengo que irme.

—No —se queja, hace un puchero demasiado adorable para su propio bien.

—Ya estoy llegando tarde...

—No trabajes, renuncia —dice con simpleza, encogiéndose de hombros y sonriéndome—. Yo te mantengo.

Me reí inevitablemente, solo a ella se le podía ocurrir algo como eso.

—La idea es tentadora, peach —beso sus labios—, pero no sé puede, lo siento.

—Mmh, está bien —frunce el entrecejo, pero no deja de mirarme.

—¿No me darás otro beso?

—Todos los que quieras —me sonríe y me besa como solo ella sabe hacerlo.

—Te quiero —beso su frente, su mejilla y sus labios.

—Mentira, yo te quiero mucho más —dice con suficiencia.

—Nos vemos, amor —dejo un último beso en sus labios y me levanto, ella suelta un pesado suspiro y sacude su mano en mi dirección.

—Adiós —se hace la víctima haciendo un puchero.

—No me hagas esa cara —la acuso, lanzándole una almohada.

—¿Cuál cara? —inocente, arquea una ceja, mientras se abraza a la almohada.

—Basta —le advierto, ella suelta una risita burlona—. Nos vemos más tarde.

—Está bien —acepta por fin, sentándose en la cama con las piernas cruzadas.

Inevitablemente me vuelvo a acercar, la beso de nuevo sin poder contenerme.

—Te quiero, McCain —me sonríe.

—Y yo a ti, preciosa.

[...]

Demián tenía razón, necesitábamos más gente. Los papeles y documentos no hacían más que llegar a toda hora, me dolía la mano de tanto firmar. Al firmar el contrato de acuerdo con la empresa de Tailandia sus contactos ahora pasan a ser nuestros, debido a que el ochenta por ciento de sus acciones ahora son de la empresa.

—Necesitamos más gente —expreso en voz alta hacia Demián que está al otro lado del escritorio.

—Eso ya lo sé y quería hablarte de algo —murmura, mientras yo redacto por enésima vez mi firma al final de un documento.

—¿De qué se trata?

—Phil enviará a su secretaria para que trabaje con nosotros, así que ella estará al pendiente de su veinte por ciento —dice, mis ojos buscan los suyos—. Así nosotros no tendremos que preocuparnos por el papeleo extra.

—Bien, porque esto es terrible —señalo el montón de hojas sobre el escritorio—. Nos está quitando demasiado tiempo, debemos encargarnos de exportaciones también.

—Lo sé, ella llegará hoy en la tarde —informa.

—¿Tan pronto?

—Sí, la enviaron ayer —asiente—. Empezará el lunes, pero vendrá a conocer la empresa.

—Perfecto —asentí, solté el maldito papel y suspiré—. ¿Cómo está la embarazada?

Demián hizo lo propio y suspiró, se pasó las manos por el rostro luciendo exasperado y tuve que reprimir el impulso de reírme. Era mi mejor amigo, no estaba bien burlarme de él.

—Terminaré pobre si sigue comiendo como lo hace —reprocha, ahora sí suelto una carcajada.

—¿Muchos antojos?

—¿Muchos? ¡Tuve que llevarla a un McDonald's a las ocho de la noche! —expreso al borde del colapso—. Quería una hamburguesa, una puta hamburguesa a las ocho de la noche. Estos siete meses de embarazo están afectando a mi salud mental.

—Te lo dije, ¿o no? Anggele es fastidiosa —dije con ironía, echándole la culpa indirectamente de su estado.

—Pero es la mujer de mi vida, no puedo simplemente quejarme de ella —suspira, es imposible no sonreír al ver el amor en su mirada—. Además, está esperando un hijo mío, no podía estar más agradecido con ella.

—Lo admito, es un caprichosa, pero es una buena mujer —asentí en su dirección.

—¿Qué se traen ustedes dos?

—Soy tu mejor amigo, es una ley fastidiar a tu novia.

—Ustedes dos son unos desquiciados —se ríe.

Mi teléfono suena y un mensaje aparece en la pantalla.

¿Estás ahí?

Sí, ¿qué ocurre?

Te quiero.

No pude reprimir la sonrisa.

Yo también te quiero, peach.

—¿Cómo vas con Aibyleen? —quiso saber.

Dejé el teléfono sobre el escritorio y suspiré.

—Aiby es la mejor persona que conozco —dije—, jamás creí que alguien pudiera convertirse en lo más importante de mi mundo. ¿Me estoy explicando?

—Claramente —asintió—, te entiendo mejor de lo piensas.

—Bueno, todo va en orden, según creo. Aibyleen es terca y yo también, pero siempre buscamos un punto intermedio para que las cosas no se salgan de control.

—Es un poco testaruda, ¿eh? —se ríe, sacudo la cabeza mordiendo una sonrisa.

—Está loca —suspiro—, pero no veo mi vida sin su locura.

—No sabía que te había perdido, hermano —seguía burlándose, pero no le di importancia—. Se ha estado quedando mucho tiempo contigo.

—Dice que trabajo mucho y que debería renunciar. Le dije que tú eras el culpable.

—Infeliz —me acusa—. Bueno, ella también ha estado ocupada, por lo que veo.

—Sí, se unió a una campaña con Gucci.

En los últimos meses el trabajo de ambos nos distanciaba, ella constantemente estaba fuera de la ciudad e incluso del país, por mi parte, la compra de casi la totalidad de una empresa llevaba tiempo y, claro, los viajes no faltaron.

La extrañaba, obvio que sí. Y ella a mí, por supuesto. Me lo había hecho saber muchísimas veces, pero se nos salía de las manos esta situación. Intentamos llegar a un acuerdo y lo logramos: pasar la mayor parte del tiempo juntos.

Ella se había estado quedando conmigo cuatro de los siete días de la semana, no teníamos un orden en específico. Algunas veces, simplemente yo la llamaba o ella se presentaba en mi departamento.

—¿No has pensado en pedirle que se mude contigo? —me sorprendió que Demián tocara el tema—. No estoy diciendo que no quiera a mi hermana en casa, solo es una pregunta.

Lo pensé, claramente que sí. Sin embargo, sabía cómo eran las cosas con la pequeña Whittemore, por lo tanto, debía hacer las cosas con calma.

—Lo hice —le respondí al fin—, pero sabes de quién hablamos.

—Lo sé.

—Bueno, ya tenemos tiempo juntos, mucho tiempo juntos —cinco meses era una gran meta para nosotros—. No quiero presionarla, Demián, apenas se está adaptando a nuestra relación.

—Lo entiendo —concuerda—. Está bien, me alegra mucho que pienses así. Cualquier otro en tu lugar, hubiese hecho hasta lo imposible por atarla a su lado.

—Es ella quien me ata, Demián —le dije, él sonrió orgulloso.

—Es una Whittemore.

Dos toques leves contra la puerta nos distrajeron de nuestra conversación, Dayra ingresa con una sonrisa y una carpeta en la mano.

—¿Más papeles? —le pregunto, ella sacude la cabeza.

—Más papeles, señor. Sí —siente—. Por cierto, acaba de llegar la señorita que se encargará del papeleo de la empresa de Tailandia, señor.

—¿Ya está aquí? —cuestiona Demián.

—Sí, señor Whittemore.

—Bien, hazla pasar —asiente y se retira.

—Esperemos que no sea una bruja —murmuró Demián en voz baja, haciéndome reír.

Me levanté en cuanto la puerta se abrió nuevamente, dejando a la vista a una mujer alta, piel morena, castaña y de ojos verdes. Sin lugar a dudas, era de esa clase de mujeres que dejan sin aliento a más de uno.

—Buenas tardes —dijo, su voz era fina y su sonrisa blanca—. Soy April Scott.

—Demián Whittemore —se presentó el castaño—. Un gusto.

—Sebastián McCain —estreché su mano con firmeza—, es un placer.

—Es placer es todo mío —musitó con una sonrisa, de esas que atraen problemas.





¡Ay, ya volví!

Aquí les traje la segunda parte de ✨En Exclusiva✨

¿Qué les pareció?

Estamos más enamorados que nunca, ¿eh?

¿Quien será April Scott?

¿Les da buena espina?

¡Los leo!

¡Voten y comenten mucho!

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