EXTRA | "Eres mi sueño"
Luna de miel: Santorini, Grecia.
Aibyleen
No puedo controlar mi risa y por poco exploto, me sujeto del cinturón de seguridad y trato de tranquilizarme, pero no lo consigo.
—¿Puedo saber de qué te ríes? —cuestiona Sebastián en mi oído, su respiración golpea contra mi cuello y me estremezco.
—De ti, y de todo esto que estás haciendo —busco su mano a tientas, entrelazando nuestros dedos—. ¿Era necesario vendarme los ojos?
—Te conozco perfectamente, ¿sabes? —deja una caricia en mis nudillos, muerdo mi labio inferior—. Eres demasiado curiosa, no me iba a arriesgar a qué dedujeras en donde estamos.
—Pero también soy preguntona —levanto mi barbilla hacia la derecha, ya que de allí percibo su voz—. También puedo ser bastante fastidiosa, tú lo has dicho antes. Puedo hacer muchísimas preguntas hasta hostigarte y que termines diciéndome en donde estamos.
—Eso lo sé —asegura—, pero tengo otros métodos para eso.
—¿Me pondrás una bolsa en la cabeza? —suelto en una risita.
—No, haré esto.
Sin esperarlo en lo absoluto, sus manos toman mi rostro y sus labios se unen con los míos. Un suspiro se me escapa y me derrito ante su beso, al movimiento de sus suaves labios, al roce de su lengua con la mía.
Dios, podría morirme besando a este hombre.
—Así te mantendré callada por mucho tiempo —acaricia mis mejillas y siento su sonrisa sobre mi boca.
—Mmh, me gusta este método —me muerde el labio inferior y tira de el suavemente—. Debería hablar más.
—Oh, peach, estaré encantado de callarte a besos toda la vida.
Y como si no pudiera enamorarme más de él, me sale con estas cosas.
—Te amo, esposo —pasé mis manos por su cuello sin saber muy bien en donde estaba.
—Te amo, esposa —me besó una vez más y me apretó contra su pecho unos segundos.
—¿Ya estamos llegando? —pregunto, ya un poco cansada de tener los ojos vendados—. Quiero ir al baño.
—¿No fuiste antes de bajar del avión? —asentí, pero es que tenía ganas de ir de nuevo, y era por algo que estaba ocultando desde hace una semana—. Falta poco. Unos ocho minutos. ¿Puedes esperar?
—Sí —posé mi mano sobre su abdomen y suspiré—. Te extraño.
Se ríe, besa mi frente.
—Estoy aquí, ¿no?
—No me refiero a eso —bajé la voz, sabiendo que teníamos al chófer a menos de un metro—. No hicimos nada en el avión.
—Bueno, eso fue porque te dormiste, peach —recuerda.
—Lo siento, es que estaba cansada —me impulso hacia arriba y beso su cuello—. Me dolían horrorosamente los pies.
—No es para menos, no te sentaste en toda la noche —me reí.
—Pero fue la mejor boda de la historia —aseguré—. Gracias por eso.
—Lo que sea por ti, lo sabes —el sentimiento en su voz me dejó embelesada por unos largos segundos.
No podía evitar sentirme afortunada en este momento. Había tenía la mejor boda, me casé con un hombre maravilloso que me ama y me respeta, que me acepta tal y como soy. ¿Qué más puedo pedirle a la vida? Creo que nada, quizá solo que me siguiera dando esta felicidad inmensa que no paro de sentir desde que Sebastián McCain había dicho que me amaba.
No sé si me dormí o que, pero Sebastián me despabiló con un beso fugaz, pero lo suficientemente pasional como para sacarme de mi letargo.
—Llegamos, preciosa —anuncia—. Te abriré la puerta, espera.
Esperé pacientemente en el auto mientras la ansiedad comenzaba a llegar a mi cuerpo.
—¿Lista? —me sobresalté cuando la puerta se abrió junto a mí.
—Más que lista, bebé —sonreí cuando me ayudó a bajar del auto, pero del mismo modo en que salí, así volví a estar entre sus brazos como una princesa. Solté un grito ahogado, pasando mis brazos por su cuello—. ¿Puedo saber que haces?
—¿No es una tradición o algo así? Eso de pasar por la puerta —murmura, lo siento caminar después.
—Nosotros nos saltamos todas esas tradiciones, McCain —digo, él besa mi mejilla—. ¿Ya estamos?
—Calma, amor, ya casi —creo que estamos subiendo unos escalones, pero no estoy seguro. Escucho una puerta abrirse, Sebas camina unos segundos más, y después soy dejada sobre mis pies—. Ya estamos.
—¡Dios, Sebastián! —exclamo dando palmaditas, emocionada—. ¡Ya quítame esto!
—Espera. Primero que todo, quiero que sepas que quiero cumplir cada uno de tus sueños —me abraza desde atrás, besando el lóbulo de mi oreja.
—Tú eres mi sueño, Sebas —le seguro, pasando mis manos por sus brazos que siguen a mi alrededor—. Anda, déjame ver.
Me besa una vez más y comienza a desatar el nudo detrás de mí cabeza, el pañuelo cae de mis ojos y debo parpadear ante el sol brillante. Pongo mi mano como visor sobre mis cejas, mi cerebro entra en cortocircuito en menos de un segundo.
—No puede ser —susurro, me llevo las manos al rostro cuando reconozco este lugar que solo he visto por fotografía y que ansiaba con toda mi alma ver en persona.
Santorini.
Las lágrimas acuden a mis ojos, llenándolos con rapidez.
—No, no, no —musita Sebastián detrás de mí, dándome la vuelta y sujetando mi rostro entre sus manos—. Mi amor, no llores.
—Dios, no sabes cuánto te amo, McCain —digo con la voz entrecortada, llevo mis manos a su rostro—. Te amo. Te amo muchísimo.
—Y yo te amo a ti —afirma, secando mis lágrimas con suavidad—. Ahora dime cuánto te gusta este lugar.
—Lo amo. Lo mucho más porque tú me has traído y estás conmigo —rodeo su cuello con mis brazos para apretarlo a mí, observo ese precio mar por sobre su hombro—. Gracias por traerme aquí.
—Te llevaría hasta el fin del mundo si pudiera —abraza mi cintura, acaricia mi cuello con su nariz y suelto una risita llorona. Se aleja un poco y sostiene mi mandíbula con su gran mano—. Daré la vida entera para verte sonreír así. Siempre.
—Te amo —salto, me rio y sacudo la cabeza—. ¡Te amo! Eres el mejor esposo del mundo. Te amo. Te amo. Te amo.
Sebastián no contiene más su autocontrol y me besa con fiereza, de esa manera tan primitiva suya que me vuelve loca. Adentra su lengua a mi boca y me levanta del suelo, mis piernas se enrollan alrededor de su cintura y después estamos yendo a alguna parte.
El suave colchón me recibe y sus besos no paran. En mis labios, en mis mejillas, en mi cuello. Por todas partes. Y lo amo, Dios. Lo amo con cada parte mí.
—Sebas... —suspiro, apretando sus hombros—. Debo ir al baño.
—¿De verdad? —suspira, levanta la cabeza y me observa—. ¿Justo ahora?
—Sí —sujeto su rostro y beso sus labios castamente—. Tenemos mucho tiempo.
—Un mes —frunzo el entrecejo al ver su sonrisa.
—¿En serio? —susurro sin aliento.
—Querías un mes, un mes tendrás —asiente solemnemente, acercándose más—. Te daré todo lo que me pidas, peach.
—Yo solo te quiero a ti —abrazo su cuello.
—Ya soy todo tuyo —me mordí el labio inferior y lo besé otra vez.
—Te amo —le dije otra vez, porque no era suficiente—. Pero en serio, debo ir al baño.
—Dañas todo el romance, Aibyleen —se queja, pero sé que está feliz.
—Vamos, dame espacio.
Se levanta y me ayuda a mí, me señala la puerta a la izquierda. Cuando estoy haciendo mi camino hacia ese sitio, me quedo paralizada al ver lo hermoso del lugar. Todo es blanco y luminoso. Mi ceño se frunció un poco. Un segundo, yo he visto este lugar en fotografías.
Me giré un poco para mirar a Sebastián, quien embozó una sonrisa al ver mi expresión. Y sí, ya él sabía que yo me había dado cuenta en dónde estamos. Sacudí la cabeza y seguí caminando hasta el baño, cerré la puerta y me apoyé contra la misma.
Costa Grand Resort & Spa.
—No puedo creerlo —susurré, negué y apreté los dientes para no gritar.
No podía creer que en serio estábamos aquí, pero no es algo que cambiaría, de hecho, creo que mi sueño si se cumplió.
[...]
Termino de arreglarme para nuestra... ¿qué? ¿séptima cita? Sí, ya perdí la cuenta. Llevamos aquí una semana y tres días, y Sebastián no se contiene a llevarme a cenar cada noche. Bueno, no todas las noches, pero la gran mayoría de ellas.
Termino de arreglarme, acomodando mi blusa amarilla, mis short de jeans y mis tacones de plataforma blancos. Sacudo mi cabello y me aplico brillo labial.
—¿Admirando tu cena? —cuestiono a Sebastián que está mirándome.
—El postre —responde, apoyado contra la pared.
Me rio, dejo el pintalabios y lo guardo en mi pequeño bolso con mi teléfono, me doy la vuelta y observo a mi precioso esposo, vestido con una camisa blanca de mangas cortas, sus jeans negros y con ese aire tan sexy que siempre va con él.
—Estás preciosa —se acerca a mí, sujetando mi rostro entre sus manos.
—Tú estás muy guapo —presiono un beso sobre sus labios—. ¿Adónde iremos hoy?
—Es un restaurante bastante grande, ni siquiera sé cómo se pronuncia —me reí y asentí de acuerdo con él.
—Sí, tienes razón, todo es demasiado difícil de pronunciar —muerdo mi labio inferior—. Vamos, me estoy muriendo de hambre y de verdad quiero ver qué otras hay aparte del Kofta, o como sea que se llame.
—Vamos —Sebas deja un beso en mi frente y sujeta mi mano para salir de nuestra suite.
Cada vez que veo el paisaje no puedo creerme del todo que estamos en Grecia. Había pasado años y años soñando con venir aquí, pero el trabajo y demás responsabilidades, nunca había tenido la oportunidad.
—De verdad que no puedo creer que estemos aquí —le digo mientras caminamos por la calle—. ¿Has venido aquí antes?
—Solo una vez, para una carrera —informa, entrelazando nuestros dedos—. Solo fueron dos días y una noche, no me dio tiempo para conocer —besa mi mano, mientras mira hacia enfrente—. Sabía de la ilusión que te hacía poder venir, no parabas de hablar de ello. Quise que viniéramos juntos.
—Me encanta que estemos juntos aquí —le sonrío, y él no duda en inclinarse un poco para besarme castamente—. Te amo.
—Te amo más.
Luego de un largo beso conseguimos llegar al dichoso restaurante, ni siquiera me tomé la molestia de intentar pronunciar el nombre porque no me salía. Estuvo increíble la cena, comimos otra cosa con un nombre inentendible y estuvo delicioso, además, tenía un hambre de los horrores, así terminé pidiendo otro plato.
—Basta, te dolerá el estómago después —me había dicho Sebastián, totalmente sorprendido por mi apetito.
—Shhh, tengo hambre —le había respondido yo, sin dejar de comer.
Él no tenía que juzgarme, no en este momento cuando debía comer más. Aunque él no supiera por qué.
Luego de cenar y de todas las burlas de Sebastián por mi ataque de hambre, caminamos un rato más hasta llegar al hotel. La brisa estaba fresca, la noche bastante oscura, pero la luna era magnífica para iluminar lo necesario. Sin contar, obviamente, que se veía espectacular desde nuestro balcón privado. Justo donde estamos ahora.
—Creo que es hora de mi postre —susurró Sebastián en mi oído, sacándome una risita burlona.
—¡Ay! —chillé cuando mordió el lóbulo de mi oreja, me giró entre sus brazos y acarició suavemente la piel de mi cintura bajo la blusa—. ¿Desesperado?
—Ansioso —baja sus labios a los míos en un beso duro, mordiéndome el proceso y pasando su lengua por mi labio inferior antes de empujarla al interior de mi boca.
Suelto un gemido sofocado antes de tirar de su camisa hacia arriba, separándonos únicamente para quitarnos la ropa. Somos besos, besos y más besos. Sus manos no dejan de estrujarme y apretarme por todas partes. Su boca ansiosa se enamora de cada recoveco de mi cuerpo, me muerde salvajemente y me acaricia con dulzura.
—Te amo —suspira cuando se hunde en mi interior—. Te amo. Te amo.
—Yo te amo a ti —entrelazo mis dedos en su pelo y lo beso. Una, otra y otra vez—. Te amo, Sebastián McCain.
—Eres mi vida entera, peach —apoyó su frente en la mía y me miré con esos ojos de tormenta—. Te amaré siempre.
Sonreí antes de besarlo, dejándome llevar por las sensaciones que embelesando mi corazón. Jamás amaría a otra persona como amo a Sebastián, no con esta intensidad arrolladora que acelera mis latidos.
★★★★
¡PRIMER EXTRA!
Estoy tan emocionada por esto, de verdad. Hice unos extras que están...
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