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EXTRA | Aibyleen.

Mayo.

6to mes de embarazo.

—¿Nerviosa? —preguntó, entrelazando nuestras manos.

—Un poco —admití, mirando el largo pasillo blanco—. Siempre me pongo nerviosa cuando vamos a ver al bebé.

—Todo va a estar bien, ya verás —pasó su brazo sobre mis hombros, estrechándome a su costado—. Además, siempre que estás nerviosa, las cosas salen mejor.

—Idiota —ruedo los ojos, él se ríe y besa mi frente—. Deberías decirme cosas lindas, no ser así.

—¿Escuchaste eso, Charly? —posó su mano en mi enorme panza—. Mamá está de mal humor.

Sí, ya sabíamos el sexo de nuestro bebé.

Charlotte McCain, la princesa de la casa.

Cuando cumplí los cuatro meses de embarazo me sometí a un eco genético que me ayudaría a saber si el bebé estaba en perfecto estado, lo que resultó ser cierto. Y, además, nos dijeron el sexo del bebé, lo que nos tomó por sorpresa a todos.

Hicimos una pequeña reunión solo con nuestras familias, y las cosas resultaron mejor de lo que esperábamos. El padre de Sebastián se llevó todo el crédito por predecir que Sebas y yo tendríamos una niña, ahora solo faltaba esperar a que naciera y así saber si sería rubia de ojos grises, o pelinegra de ojos azules.

Mi vientre dio una fuerte sacudida bajo la mano de Sebastián, quien embozó una enorme sonrisa de satisfacción.

—¿Viste? Hasta Charlotte siente tu mal humor —se burló, haciéndome enfurecer.

—Te estás ganando una patada en la entrepierna, McCain —crucé mis brazos sobre mí barriga, mirando en otra dirección.

—Ambos sabemos que no quieres hacer eso con mi entrepierna, peach —me sonrojé ante sus palabras, porque sabía que estaba jugando conmigo y con mis hormonas alborotadas.

—No te metas conmigo —dije desganada.

—Sabes que jamás lo haría —separó su mano de mi vientre para apoyarla en mi mejilla.

Se acercó y besó mis labios, lenta y pausadamente, de no ser porque estábamos en público, ya estaría sobre él. Solté una risita ahogada cuando Charly volvió a sacudirse.

—¿Qué pasa? —cuestiona.

—Se está moviendo —con una sonrisa llevé su mano a mi panza otra vez—. Creo que está feliz porque la vamos a ver hoy.

—Debe ser por eso —besó mi mejilla y acarició suavemente mi vientre.

Desde que entré a mi último trimestre, Sebastián me ha tratado con más suavidad de la necesaria. Es más, creo que hasta piensa que estoy hecha de cristal. Ahora solo trabaja hasta el medio día, Demián se burla de él por ser tan sobreprotector, pero eso a Sebas parece no importarle.

Me gustaba tenerlo cerca y que cuidara de mí, pero llegaba a un extremo que a veces me daban ganas de golpearlo. Lo dejé ser, era nuestro primer hijo y obviamente estábamos ansiosos y nerviosos por qué todo saliera bien.

—¿Aibyleen McCain? —parpadeé cuando escuché mi nombre, era una enfermera—. Es su turno.

—Oh, claro, gracias —sonreí amablemente y ella me correspondió.

—Es hora —Sebastián me ayudó a levantarme y ambos caminamos hacia el consultorio de la doctora Cassandra Walsh, quien había estado al pendiente de mi embarazo desde el día uno.

Me muerdo mi labio inferior ansiosa, entramos al consultorio con una sonrisa.

—Hola, chicos, bienvenidos —nos saluda.

Cassandra es una mujer de cuarenta y tantos años, rubia y estilizada. En fin, parece de esas doctoras salidas de una revista, pero era una buena ginecóloga, lo que es importante.

—Cuéntame, Aiby, ¿cómo te has sentido? —cuestiona una vez que nos sentamos frente al escritorio.

—Bueno, estoy bien, dentro de lo que cabe —sonrío—. He estado comiendo bien, y no he sentido casi náuseas, lo único que es molesto es el dolor de espalda.

—Entiendo —anota—. Es normal es el sexto mes, no te preocupes —asentí, apretando la mano de Sebastián que está en mi muslo—. Bien, estuve revisando los resultados de los últimos exámenes que te hice, ¿recuerdas?

—Sí.

—Bueno, entonces, está todo excelente según puedo ver —lee unos papeles—. Sin embargo, por el tema de la PTI necesito recetarte más hierro para que mantengamos ese organismo fuerte, ¿está bien?

—Okey —asentí.

—¿Cómo has sentido al bebé? —sonreí ante esa pregunta.

—Se mueve bastante, sobretodo por las noches —llevo una mano a mi panza—. Normalmente cuando yo le hablo se suele acomodar, pero si Sebastián le habla se mueve más.

—Eso es bueno —sonríe ella—. Estás finalizando el segundo trimestre y el bebé comienza a desarrollar ciertos sentidos, como el oído. De pronto, distingue con facilidad la voz de papá, lo que es beneficioso —explica—. Bueno, veamos a esa pequeñita.

Contenta hice lo que he venido haciendo desde hace meses, me recosté sobre la camilla y subí mi blusa. Sebastián se sentó en una silla junto a mí y la doctora al otro lado con las máquinas. El gel frío estremeció mi piel cuando el escáner se movió sobre mí vientre.

—Veamos... Aquí está —apreté la mano de Sebastián cuando la imagen de nuestra hija a blanco y negro apreció en la pantalla—. Miren eso, será una niña grande —señaló—. Tiene un muy buen peso, creo que unos gramos más, y bastante larga de piernas. Sí, será una modelo.

—Como su mamá —agregó Sebas, dándome una leve sonrisa.

—Miren aquí —señaló la pantalla—. Tiene el pulgar en su boca, deberán usar chupete cuando nazca.

—Lo tendré en cuenta —me mordí la uña—. ¿Y el resto? ¿Todo está bien?

—Sí, todo está increíble con esta nena —asiente sonriendo—. Tiene buen tamaño, buen peso, sus órganos se están formando perfectamente. Está muy sana, y es increíble ver a un bebé en esta etapa con tan buena complexión. Están haciendo un trabajo estupendo, los felicito.

Aquello me dejó más tranquila, si bien, Sebastián y yo nos hemos estado preparando tanto física como mentalmente para esto. Queremos ser los mejores padres del mundo, porque lo que más se merece nuestra pequeña, es nuestro amor incondicional.

[...]

Intento relajarme con el agua tibia a mi alrededor, y con Sebastián junto a mí. Ese encuentro nuestro en la sala de espera avivó mis deseos hormonales, así que apenas llegamos no hicimos más que eso, devorarnos mutuamente. Ahora estábamos aquí, en la tina y en silencio.

—¿Crees que te querrá más a ti que a mí? —me reí ante su pregunta.

—Que pregunta tan estúpida —dije—. Es obvio que me querrá más a mí, soy su madre.

—No, asumiré la responsabilidad y seré el mejor padre del planeta —comenta—. Obviamente seré su favorito —Charly se movió en ese momento—. ¿Lo ves? Está de acuerdo conmigo.

—Traidora —acaricié mi panza que se movía—. Lo importante es que nos deje dormir, del resto, no me importa nada más.

—Será muy tranquila, lo presiento —aseguró, dándome un beso en la sien.

—Debemos arreglar la habitación de Charly —recuerdo—. Si la pintamos en el octavo mes será poco tiempo, no quiero arriesgarme a qué se adelante y no tengamos nada listo.

—Arreglaré eso la próxima semana —dice, echo mi cabeza para atrás para verlo—. No quiero que te estreses, ¿okey? Tú solo ve y cómprale ropa.

Solté una risita y él me besó.

—¿Insinúas que solo compro ropa para ella? —fingí indignación.

—¿Discúlpame? Charlotte tiene más ropa que tú, si eso no te dice algo...

—No seas idiota —me rio—. Es que no puedo resistirme al ver todas esas cosas tan lindas.

—No alcanzaremos a ponerle todo eso, peach —murmura—. Los bebés crecen rápido, según dice mi madre.

—Mamá también dice eso —suspiro, acomodándome sobre su pecho—. Quizá solo debamos comprar la cuna este mes y ya después... veremos qué hace falta.

—Está bien.

Me abrazó fuertemente, y bajo su rostro a mi cuello.

—¿Qué haremos cuando tengamos a una pequeña terremoto corriendo por la casa? —susurré.

—Rogar para que no se golpee con algo —se ríe y luego suspira—. Supongo que adaptarnos a ser tres y no solo dos, a que seremos una familia y darlo todo por estar unidos siempre.

Mi corazón se aceleró al escucharlo decir aquello.

—Estoy feliz por esto —musito en voz baja, mirando la pared se cerámica blanca—. Me alegra haber podido encontrar un rumbo y que tu hayas estado conmigo todo este tiempo.

—No estaba equivocado, Aiby —acarició mi mejilla con su nariz—. Eras la mujer de mi vida, siempre lo supe.

9no mes de embarazo.

Septiembre.

Me levanté con lentitud, mucha lentitud de la cama, colocando una mano en mi espalda baja y en mi enorme panza. Caminé despacio hasta el baño para poder vaciar mi vejiga, como hice anteriormente, hace veinte minutos atrás.

Este último mes ha sido el más lindo y el más catastrófico de mi vida, me dolía todo el cuerpo, se me hinchaban los pies cada dos por tres, el sexo pasó a ser algo ficticio que solo veíamos por la TV, Sebastián estaba estresado, yo estaba estresada... En fin, las cosas se salieron de control.

Teníamos fecha de parto para los primeros días de septiembre, para el diez o quince de ese mes. Sin embargo, estábamos preparados para cualquier cosa, uno nunca sabe.

Salí del baño a paso de tortuga, recorriendo los pasillos de mi enorme casota, sin poder creer todavía que vivíamos en tan lujoso lugar. Si bien, Sebastián se tomó en serio lo que le pedí, superó con creces mis expectativas.

Cómo lo hacía siempre.

Me encontraba cansada, casi siempre debía levantarme varias veces por las noches para ir al baño, o simplemente vomitar, aunque las náuseas ya no fueses tan frecuentes. Había estado practicando con el yoga y los estiramientos de la columna, eso me ayuda, no siempre, pero lo hacía.

Charly era bastante inquieta, sus patadas ya no eran divertidas, al contrario, solía quedarme sin aire cuando lo hacía. Quería tenerla ya entré mis brazos, no solo para conocerla, sino para que no me rompiera una costilla.

Me estreso con facilidad, aún y cuando creí que mis cambios de humor ya se habían ido, me equivoqué. Decidimos ir a clases para padres primerizos, en dónde nos iban a enseñar un montón de cosas, pero fracasamos.

Bueno, yo fracasé.

Asistimos una sola vez, puesto que me di cuenta de todas las mujeres que ahí se encontraban miraban a mi esposo como si fuese carne, como si fuera el hombre más sexy del puto mundo. Y lo era, sí. Pero era mío, es mío.

Creo que, esa fue la primera discusión fuerte que tuvimos como casados, porque en realidad me puse muy celosa, al borde de rozar lo violento. Intentamos arreglar las cosas y lo logramos, tres días después de eso. Así que, terminamos el curso por internet y nos fue bastante bien.

Entré a la habitación que sería de Charlotte y sonreí al verlo todo. La belleza era inminente, todo era de color blanco y dorado, en las paredes habían rositas y cosas así, y el nombre de Charlotte en grande en una de las paredes.

Anggele me había ayudado bastante, de hecho, tener a Derek aquí me hizo familiarizarme con el hecho de ser mamá. Mi sobrino estaba encantado con mi barriga, siempre la besaba y le hablaba a su primita que vivía dentro de mí. Toda la familia estaba feliz, los padres de Sebastián y los míos nos tenían llenos de regalos, puesto que siempre nos enviaban algo.

¿Peach? —me llamó Sebastián a lo lejos.

—¡Estoy aquí! —le respondí, y segundos después, entró a la habitación—. Hola.

—Hola, preciosa —se acercó y besó mis labios unos largos minutos—. ¿Cómo estás?

—Bien, solo algo cansada —le di una sonrisa, él besó mi frente y se sentó en el sofá que estaba frente a la cuna, atrayéndome hacia sí.

—¿Cómo está la princesa de papá? —le habló a mi panza, y como siempre, Charly se movió con todas sus fuerzas, logrando que hiciera una mueca—. ¿Has molestado a mamá hoy?

—Parece una licuadora —me quejé, colocando mis manos sobre las suyas.

—Falta poco —subió mi blusa y besó mi vientre una y otra vez—. ¿Te siente bien?

—Sí, ya sabes —me encogí de hombros, sonriendo un poco—. Me duele la espalda, creo que es lo único resaltante.

Besó mis manos y se puso de pie de nuevo, di un paso atrás para darnos espacio, pues mi panza no nos dejaba estar tan juntos. Sebastián soltó una risita al darse cuenta de ello, acunó mi rostro entre sus manos y juntó nuestros labios otra vez, dándose el tiempo para besarme como se debía.

—Te extraño tanto —le dije.

—Y yo a ti —suspiró, apoyando su frente contra la mía—. ¿Quieres algo? ¿Tienes hambre?

—No, tengo jaqueca —tragué con fuerza—. No tengo hambre.

—Que extraño —frunció el entrecejo—. ¿Segura de que estás bien?

—Sí, relájate —me reí y pasé mis manos por su cuello—. Estoy perfectamente, solo que no tengo hambre. Tal vez más tarde, ¿sí?

—¿Lo prometes? —colocó sus manos en mi espalda baja, acercándome a él.

—Lo prometo —sonreí, me empiné un poco y lo besé cortarme—. Te amo.

—Te amo más.

[...]

Solté un gemido de dolor cuando sentí una punzada recorrer todo mi abdomen, abrí un poco los ojos y suspiré, puse mi mano sobre la de Sebastián que estaba sobre mí vientre. Miré el reloj en la mesita de noche y eran casi las dos de la madrugada, fruncí un poco el entrecejo e intenté seguir durmiendo, pero el mismo dolor se hizo presente y mi alarma de activó.

Alejé el brazo de Sebastián con cuidado de no despertarlo, cosa que logré con facilidad. Me senté en la cama y me arrastré hasta la orilla para poder levantarme, solo que no pude. Sentía las piernas entumecidas, y a los pocos segundos después, otra vez me encogí de dolor.

Dios, ¿qué carajos es esto?

Inhalo profundamente y trato de llevarle calma a mi cuerpo, porque en serio necesita calmarme.

—¿Amor? —era Sebastián.

—¿Mmh? —susurré, incapaz de decir algo.

—¿Estás bien? —cuestionó, segundos después, lo tenía junto a mí.

—Sí. No. No lo sé... —cerré los ojos, respirando lentamente—. No sé que pasa, es solo que... —me quedé callada cuando me volvió a doler.

¡Maldición! Esto era horrible.

—Tienes contracciones —aseguró él, sin siquiera preguntarme nada.

—Eso creo —musité, busqué sus ojos—. Creo que deberíamos ir al hospital.

—¿Eso quieres? —asentí, era mejor prevenir que lamentar—. ¿Quieres darte un baño primero?

Volví a asentir, quizá eso ayudaría un poco a disminuir la tensión en mi cuerpo.

Sebastián se encargó de mí completamente, me ayudó a darme un baño, a vestirme, a buscar el bolso que teníamos listo por si acaso. Ambos salimos de casa con cuidado, yendo hacia el auto que también tenía cosas mías y de la bebé, y nos pusimos en marcha una vez que nos cercioramos que no nos faltase nada.

—¿Cómo te sientes? —cuestionó, tomando mi mano.

—Estoy bien —estaba asustada, pero no quería decírselo. Suficiente con tener a una persona consternada en el auto, no quería que se preocupase de más.

Pero él me conocía, sabía que no le estaba diciendo la verdad completa.

—Háblame, amor —me pidió, besando el dorso de mi mano antes de llevar la suya a mi vientre—. Dime qué sientes.

—Esto es horrible —apreté mi mano sobre la suya, sintiendo el mismo dolor abordarme otra vez. Cerré los ojos con fuerza y me sostuve de la puerta del auto—. ¿Ya estamos llegando?

—Tres minutos, peach —informó, escuché la preocupación en su voz—. Respira, trata de respirar lentamente.

Eso hice, me concentré en respirar y en contar cada cuanto tenía contracciones. Pero me era difícil, nada me había dolido tanto como esto, si bien sabía que esto sería así, no se asemejaba a nada que haya experimentado antes.

—Ya estamos aquí —anunció Sebas antes de bajarse del auto, rodear el mismo y llegar hasta mi puerta—. ¿Todo bien?

—Un poco, sí —hice una mueca cuando salí del auto, Sebastián sacó la pañalera del asiento trasero y me ayudó a caminar hasta el interior del hospital.

—Hola, Mmh... Teníamos cita para el diez de septiembre, pero se nos adelantó —le informó él a la enfermera que estaba en la recepción.

—Oh sí, eso suele pasar —ella asiente con una sonrisa—. Vengan, yo me haré cargo de ustedes.

—Gracias —respondí yo en un susurro.

—Tranquila, todo está bien —Sebastián besó mi frente, dándole leves caricias a mi vientre, cosa que me tranquilizaba bastante.

Me facilitaron una silla de ruedas para llegar a la habitación y lo agradecí bastante, porque no me sentía capaz de dar siquiera un solo paso más. Esto se sentía horrible, el dolor cada vez se hacía más insoportable, pero me dije mentalmente que todo tenía un propósito, y ese era conocer a mi hija finalmente.

Una vez en la habitación, me cambié el vestido que llevaba por una bata azul del hospital. Recordé las palabras de mi madre, y tenía razón, en estos momentos, no quiero que nadie me fastidie, ni me hable. Sin embargo, es contradictorio, pues necesito que Sebastián me diga cosas para sentirme mejor.

—Shhh, está bien —susurra, acariciando mis brazos lentamente—. Todo estará bien.

—Pues no se siente nada bien —solté en un quejido, a lo que él me sonrió.

—No pudo esperar hasta la mañana, ¿eh? —quita las pequeñas lágrimas que hay en mis mejillas.

—Le gustará salir de noche, por lo que veo —trato de quitarle hierro al asunto, pero no parece funcionar. Suspiro y escondo mi rostro en su pecho—. Dios, esto es insoportable.

—Tranquila —besa mi frente, acariciando mi espalda con suavidad.

—Bueno, ¿qué tal si te revisamos mientras viene la doctora? —cuestiona la enfermera, colocándose unos guantes.

Asentí, me recuesto en la camilla y separo las piernas, ella se encarga de no lastimarme mientras me revisa.

—Muy bien, bueno, tienes seis de dilatación —informa, luciendo asombrada—. Hicieron bien en venir de inmediato.

—¿La doctora vendrá pronto? —susurro.

—Está de camino —asiente—. Tranquila, si sigues así, dentro de un par de horas tendrán a su bebé con ustedes.

—Gracias —dijo Sebastián, me miró y pasó un mechón que se escapaba de mi trenza detrás de mi oreja—. ¿Escuchaste? Pronto nacerá la bebé.

—Sí —tragué con fuerza—. ¿Me puedo levantar?

—Claro, caminar ayuda —asintió la enfermera con una sonrisa antes de retirarse.

Sebastián me ayudó a ponerme de pie otra vez, y di como diez vueltas alrededor de la habitación. Sebastián caminaba detrás de mí como si me fuese caer, mientras que yo solo quería darme contra las paredes por lo insoportable que se sentía esto. Mi cuerpo estaba entumecido y tembloroso, pero me las arreglé para encontrar la calma.

Unos diez minutos después llegó la doctora y volvieron a revisarme, y al parecer dilataba muy rápido, pues ya tenía ocho centímetros y esto no paraba de doler. Me senté en la camilla con los pies guindando al borde, y de alguna manera, encontré alivio.

—¿Cómo te sientes, Aiby? —cuestiona la doctora unos minutos más tarde.

—Esto duele demasiado —admito, apretando las manos de Sebastián.

—¿Quieres la epidural? —me tensé ante la pregunta.

—No —negué, con las lágrimas al borde—. He leído sobre eso, y no quiero.

—Esos son casos extremos, Aibyleen —dice ella, sacudo la cabeza—. Si crees que la necesitas, puedes pedirla, lo sabes.

—No quiero —susurré, mordiéndome el labio inferior.

No quería, sabía que había casos en los que esa inyección si funcionaba, pero en mi mente seguía palpable las desventajas que leí y no quería correr ningún riesgo.

—Oye, mírame —las manos de Sebastián sostuvieron mi rostro. Secó mis lágrimas como pudo—. ¿Crees que puedas soportarlo?

—He soportado cosas peores —le recordé, embozando una sonrisa—. La esperaba valdrá la pena, y el dolor también. No soy la única que pasará por esto, Sebastián. Yo puedo y siempre podré.

Sonrió orgulloso y besó mi frente.

—Entonces, seguimos —le dijo a la doctora, quien asintió con una leve sonrisa—. Ya falta poco, ¿sí?

—Lo sé, lo sé —asentí, apretando mis manos en puños cuando otra contracción me invadió—. Dios, esto es... —me quedé callada cuando sentí algo húmedo bajar por mis piernas, abrí mucho mis ojos y busqué los de Sebastián—. Creo que...

—¿Qué pasa?

—Creo que rompí fuente, no sé... —busqué a la doctora con la mirada.

—Creo que Charly quiere conocer el mundo.

Si antes estaba asustada, ahora estaba aterrada. Me encontraba ocupada mentalizándome tanto para esto momento que, ahora que había llegado, no podía creerlo.

La doctora y dos enfermeras más se encargaron de organizar absolutamente todo, me acomodé sobre la camilla y cerré los ojos un segundo, llenando mis pulmones de oxígeno.

—Muy bien, Aiby —murmuró la doctora situándose frente a mí—. Has hecho un trabajo estupendo hasta ahora, pero necesito que seas muy fuerte para lo que se viene, ¿okey?

—Sí —asentí, entrelazando mi mano con la de Sebastián que no se había ido de mi lado.

—Bien, esta bebé está apunto de salir, así que necesito que pujes con todas tus fuerzas, ¿está bien? —asentí—. Muy bien, puja.

Pujé, con todas mis fuerzas, y el dolor era horroroso.

—Eso es, descansa —me dijo, suspiré y dejé caer la cabeza hacia atrás—. Lo estás haciendo muy bien, pero tienes que pujar, vamos.

Eso hice, cerré mis ojos con fuerza y me mordí el labio inferior. Mi cuerpo estaba cada vez más tenso y solo quería que esto terminara de una vez por todas. No recuerdo cuanto diré pujando, ni mucho menos cuanto tiempo había pasado, hasta que las lágrimas se salían solas de mis ojos.

—Ya no aguanto más —sollozo en voz baja, cerrando los ojos.

—Falta poco, Aiby —me decía la doctora, pero yo estaba cansada.

—Hey, peach, mírame —susurró Sebastián a mi lado, busqué sus ojos grises, que ahora estaban rojizos—. ¿Qué es lo que pasa, amor?

—Estoy cansada, no...

—Sí puedes, ¿me escuchas? —me quitó el cabello del rostro—. Has pasado cosas peores, ¿no es así? —asentí con rapidez—. Entonces puedes con esto, y muchas cosas más.

Asentí otra vez, inhalo profundamente y me lleno de valor. Yo podía, claro que sí, había pasado por muchas cosas y jamás me rendí, entonces no lo haría ahora, no cuando estoy apunto de conocer a mi hija.

—Una vez más, ¿okey?

—Está bien —asentí, respirando hondo.

—¿Lista? Puja.

No sé de dónde saqué las fuerzas suficientes para pujar, pero lo hice, y lo siguiente que pasó, me dejó helada completamente.

Fue un agudo y fuerte llanto inundó la habitación, acelerando los latidos de mi corazón. Podía ver el ajetreo de la doctora, sin embargo, yo solo podía escuchar a mi hija llorar.

—Aquí tenemos otro ser en el mundo —dijo ella, con una sonrisa se acercó y depositó a mi bebé en mi pecho—. Felicidades, papás.

Cuando la miré no pude descubrir lo que sentía, era una mezcla de emoción, felicidad y amor que parecía un remolino en mi sistema.

—Hola, preciosa —dije en medio de las lágrimas, acariciando su mejilla rosada—. Hola, mi amor —sollocé otra vez, buscando los ojos de Sebastián que estaban cargados en lágrimas—. Es preciosa, es...

Perfecta —terminó por mí, besando mi frente—. No sabes cuánto te amo —susurró y yo sentía que me iba a deshidratar de tanto llorar.

—Te amo —le dije, antes de volver mi atención a mi hija.

Tenía los ojos fuertemente cerrados, y seguía llorando, pero ahora solo eran hipos. Su piel era pálida, una mata de cabello negro cubría su cabecita, y su boquita era diminuta en conjunto con su nariz.

La apreté contra mi pecho y ella no dudó en acurrucarse, y entonces lo entendí.

Todas esas personas que me decían que cuando la sostuviera entre mis brazos todo cambiaría para mí, tenían razón. Amaba a muchas personas, a mis padres, a mi hermano, a mi familia, a Sebastián... Pero esto, este amor que tengo en el pecho, es diferente ahora.

Entonces, silenciosamente besé su frente, haciendo un trato mental con esta pequeña cosita que se robó mi corazón.

Mientras yo le cambio los pañales, ella cambiará mi vida.




★★★★

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