EXTRA | Aibyleen.
Enero.
1er mes de embarazo.
Me levanté de un salto de la cama, corriendo directamente hacia el baño y sin siquiera encender la luz, me arrodillo frente al inodoro y expulso lo poco que comí el día de hoy. Las arcadas no se detienen, la garganta me arde y pequeñas lágrimas salen de mis ojos.
Nunca pensé vomitar tanto en mi vida, no de esta manera, al menos. Esta parte siempre la odié, desde que comencé con los síntomas de la anorexia hasta enfermarme de cualquier cosa. Pero, esta vez es diferente, porque no soy yo quien genera esto.
Hay una personita dentro de mí.
Cuando terminé de vaciar mi estómago me levanté, me lavé la cara y los dientes, pidiendo paciencia y fuerza para sobrellevar esto, porque definitivamente iba a terminar muy mal.
Salí del baño una vez más y fui directo hacia la cama, odié ver a Sebastián dormir flácidamente mientras su hijo me hacía la vida imposible. Una vez bajo las sábanas, intenté cerrar los ojos y dormir, pero era casi imposible, pues todo el trajín me quitó el sueño.
Tomé mi teléfono de la mesita de noche y comencé a jugar Candy Crush para que me diera sueño. Le bajé el volumen, intentando no despertar a Sebastián, me quedé un largo rato ahí, pero nada. Solté un gruñido por lo bajo y me levanté de nuevo, solo que esta vez, fui a la cocina.
El hambre se hizo presente y me importó un comino que fueran las tres de la madrugada, mi hijo quería comida, yo le iba a dar comida.
Eso me hace buena madre, ¿verdad?
Aún no creía que sería mamá, de hecho, aún se me hacía difícil asimilarlo.
Me enteré una semana antes de la boda, no sabía que hacer, fue un shock tremendo para mí. La primera en enterarse fue mi madre porque la llamé a eso de las doce de la noche hecha un mal de lágrimas, no porque no quisiera un bebé, sino porque estaba asustada.
Mamá me planteó el tema, me ayudó a visualizarme mentalmente con un bebé, me dijo que, dentro de nueve meses conocería al verdadero amor de mi vida, y, de alguna forma, eso logró llenarme de valentía y quitarme los miedos.
Suspiré, acariciando mi vientre plano, en dónde un pequeño ser creía conforme pasaban las horas. Me mordí el labio inferior y me acerqué al refrigerador para ver qué había de apetecible en su interior.
¿Helado? No, ya había comido helado toda la tarde.
¿Pastel? Para mi mala suerte, no me apetecía.
Pero ahí estaba, un pequeño tarro de Nutella y ya sabía con que lo acompañaría. Cerré el refrigerador y abrí la puerta del estante de la cocina, saqué una enorme bolsa de Doritos y me acerqué a la encimera.
Oh, Dios de todo lo divino.
Definitivamente, la combinación perfecta.
—¿Qué haces despierta a esta hora? —pegué un respingo en mi lugar al escuchar la voz de Sebastián en mi oído.
—¡Casi me matas del susto! —le reclamé, el muy desgraciado sonrió somnoliento y besó mi mejilla antes de acercarse a la nevera—. Tenía hambre, no quise despertarte.
—No estabas en la cama, me hacías falta —me sonrojé ante sus lindas palabras y sacudí la cabeza—. ¿Tenías hambre de eso?
—No lo sé, pero es lo mejor de la vida —dije, metiendo un Dorito con Nutella en mi boca—. Comería esto todos los días.
—Ujum, vas a terminar vomitando —sacó una botellita de agua y se acercó a mí otra vez.
—No me importa —sonreí con suficiencia.
Había encontrado el manjar de los dioses y él no me arruinaría la emoción.
Sebastián se apoya contra la encimera y toma mi teléfono, viendo quién sabe qué. Mientras, yo me dedico a contemplarlo y vaya suerte la que tengo yo.
¿Este hombre en serio es mi esposo?
Me muerdo el labio inferior, intentando procesarlo y es que a veces no me lo creo. Suspiro y me acerco a él, presionando mis labios contra su mejilla.
—¿Qué pasa? —se encoge de hombros cuando muerdo el lóbulo de su oreja—. Aibyleen.
—¿No puedo darte un besito? —susurro en su oído, tratando de sonar sexy, pero fallo por mucho.
Sueno desesperada, más que otra cosa.
Se ríe, apaga el teléfono y lo suelta sobre la barra. Gira su rostro, nuestros ojos chocan y mi cuerpo se estremece sin saber por qué.
—¿Las hormonas comienzan a hacer su trabajo, peach? —musita a un palmo de mis labios.
—No lo sé —remojo mis labios, acercándome más a él—. Puede que así sea, o puede que solo sea yo.
—¿Y que es lo que quieres tú? —susurró, y mi corazón se aceleró.
—A ti —suspiré, entrecerrando los ojos cuando no puedo con la tensión de tenerlo tan cerca y tan lejos al mismo tiempo—. Siempre voy a quererte a ti.
No tengo que decirle nada más, su mano se levanta y acuna mi nuca para acercarme a su boca. Me besa. Duro, fuerte, sin contemplaciones. Su lengua se enreda con la mía y un gemido me ahoga cuando envuelvo mis brazos en su cuello.
Sus manos recorren mi cuerpo y se posan en mi trasero para apretarlo y después elevarme. Aprieto mis piernas a su alrededor y meto mis dedos en su cabello para devolverle el beso con alevosía.
Dios, mi cuerpo estaba en llamas.
Sebastián nos llevó a la habitación otra vez, me dejó de pie frente a la cama y sujetó mi rostro entre sus manos para seguir besándome sin descanso.
—Como que lleva mucha ropa puesta, señora McCain —sonreí como idiota cuando me dijo así.
Era extraño escucharlo a veces, pero me gustaba, más si salía de sus labios.
—Entonces desnúdeme, señor McCain —le dije de vuelta, siendo premiada con una sonrisa.
—Eso pretendo hacer —agarró el dobladillo de mi sudadera, levanté los brazos para que me la quitara por sobre la cabeza. Después, bajó a mis shorts y me los quitó con rapidez, dejándome completamente desnuda frente a él—. Así está mejor.
Me muerdo el labio inferior antes de ponerme sobre las puntas de mis pies y besarlo, mordiendo sus labios en el proceso. Sus grandes manos le regalan caricias tibias a mi espalda, apretándome contra su pecho. Repasé sus abdominales con mis dedos, llegando al cordón de sus pantalones y se los bajé, recibiendo una sonrisita burlona antes de que apriete mi trasero.
—¿Desesperada? —me deja sobre la cama y se acomoda entre mis piernas.
—Ansiosa —respondo, pasando mis manos por su espalda. Recibo su beso gustosa, entregándome por completo a ese toque—. Te deseo.
—Y yo a ti —se rozó contra mí, tu erecto miembro tentando mi humedad, haciéndome gemir.
—Debemos aprovechar —mordí su labio inferior y bajé mis manos a su trasero para presionarlo contra mí—. Cuando esté gorda, no creo que sea igual.
—En eso te equivocas, peach —se posiciona en mi entrada, y mirándome a los ojos, se hunde en mi interior—. En ese entonces, te desearé mucho más.
Eso me hace sonreír, y sentirme realmente especial. Y me siento la mujer más afortunada del mundo, porque, aunque suene egocéntrico, yo me saqué el premio mayor con el hombre que tengo sobre mí.
Me ama, me desea, me respeta, me apoya. ¿Qué más puedo pedir?
Todas las mujeres nos merecemos algo así, por ahora, voy a disfrutar de lo que me tocó a mí.
—Dios —cierro los ojos, sintiéndome muy excitada. Sí, tal vez las hormonas ya están actuando—. Sebastián, por favor.
—Te amo —musita sobre mi boca, erizándome completamente.
—Yo te amo más —acaricio su rostro, perdiéndome en su mirada, mientras que, segundos después, nos perdemos los dos.
[...]
Siento la respiración de Sebastián en mi cuello, pero sé que no está dormido, ya que sus dedos de mueven lentamente sobre mí vientre, dándome una caricia que me llena de paz y tranquilidad. Veo el reloj digital en la mesita de noche, son las cinco de la mañana y no hemos dormido mucho. Por suerte, es sábado.
—¿Qué crees que sea? —cuestiono, pasando mis dedos por su brazo que me rodea.
—¿El bebé? —asiento—. No lo sé, pero mi padre está confiado en que será una niña.
—¿Rubia y de ojos grises? —me giro un poco para verlo, tiene una pequeña sonrisa que me llena el estómago de mariposas.
—Ha cambiado de opinión. Ahora cree que será una niña de cabello negro y ojos azules, pero que la siguiente si será rubia.
—¿La siguiente? —arqueo una de mis cejas en su dirección.
—Sí, tiene la idea de una familia grande —murmura, apoyando su mano contra mi vientre—. Por ahora, quedemos con este pequeñito.
—O pequeñita —le recuerdo.
—Cierto —sonríe—. ¿Y tú qué crees que sea?
—Me inclino con la opinión de tu padre —termino diciendo, subiendo mi mano a su mejilla—. Me hace ilusión que se parezca a ti.
—Y a mí me hace ilusión que se parezca a ti —pellizca mi cintura con suavidad, arrancándome una risita—. No me importa lo que sea, niño o niña, amaremos a ese bebé solo porque viene de nosotros.
El cosquilleo en mi estómago se hizo más fuerte y una oleada de felicidad me invadió con rapidez. Sonreí como una adolescente enamorada y me acerqué hasta besar sus labios lentamente. Dios, estaba tan enamorada de este hombre que a veces me dolía, el sentimiento era demasiado fuerte como para caber en un solo cuerpo.
—Aun no puedo creer que estés embarazada —musita, continuando con las caricias en mi panza.
—Fue difícil de asimilar al principio —confesé, pero miré sus ojos en plena oscuridad—. Luego, me hice la idea de nosotros, en el futuro con un bebé y todo se volvió más ligero.
—De todas las noticias, esta fue la última en mi lista, de verdad —admite, soltando un leve suspiro—. Siempre creí que los bebés llegaban después, ya sabes —me reí, porque sí, yo también pensaba eso—. Pero así es la vida, ¿no? Las mejores cosas llegan sin previo aviso.
—Sí —puse mi mano sobre la suya, sonriendo hacía él—. Me gusta esto.
—¿Qué cosa?
—Nosotros.
No tuve que decirle otra cosa, porque su sonrisa en medio de la penumbra me confirmó todo lo que ya sabía.
3er mes de embarazo.
Marzo.
Me acomodo el pantalón que, sin temor a equivocarme, hace una semana atrás me quedaba perfectamente. O sea, es un jogger, se supone que me debe quedar holgado. Me giro frente al espejo y sí, mi trasero está más grande. Sin embargo, eso no es lo que me sorprende, sino mi busto.
¡¿En qué momento creció tanto?!
Mi sujetador me queda súper apretado, y siento que en cualquier momento se me van a salir los pechos. Cerré los ojos e intenté tranquilizarme, de nada servía alterarme. Supuse que esto pasaría, con el embarazo mi cuerpo debía cambiar, ¿no?
¡Pero tampoco así!
Me acerqué a la mesita de noche y tomé el teléfono para marcar el número de Anggele. Quien contestó casi de inmediato.
—¿Es normal que parezca que me puse implantes? —cuestioné sin siquiera saludarla.
—Hola, Aiby —se ríe—. ¿Ya te crecieron?
—Sí, eso creo —me vuelvo a mirar en el espejo, fruncí el entrecejo. No me veía mal, pero era extraño—. Están enormes.
—Y lo que falta —bufó.
—¡¿Todavía falta más?! —exclamé alarmada.
—Cariño, solo tienes tres meses —me recuerda—. Son nueve en total, aún falta, créeme.
—Dios, es una eternidad —suspiré, porque todavía me faltaban seis meses más.
—Ya me llamarás de nuevo cuando parezcas una pelota —ahogué un jadeo—. Aunque cada mujer es diferente, dispongo que casi todas pasamos por lo mismo.
—No puedo creerlo —me pasé las manos por el rostro.
—Relájate, al final, la recompensa será la mejor —dijo, y percibí que estaba riendo—. Tienes que disfrutar esta parte de tu vida, aunque no lo creas, es una de las más bonitas. Ya después, cuando tengas a esa cosita entre tus brazos, todo habrá valido la pena.
—Tienes razón —inhalé profundamente—. Perdón por molestarte, es que me tomó por sorpresa.
—Ya lo creo, no te preocupes —le restó importancia—. Puedes llamarme siempre que quieras, menos cuando tengas las hormonas alborotadas —se ríe—. De eso se puede encargar Sebastián, estoy segura.
—Okey —sofoqué una risita nerviosa—. Dale muchos besos a Derek.
—Claro que sí. Nos vemos.
—Adiós.
Dejé el teléfono sobre la cama y me acerqué al espejo otra vez para mirarme de pies a cabeza. Si bien sé, mi cuerpo debía tener bastantes cambios, pero al parecer solo se me notaban dos de ellos. Sin embargo, me moría por ver mi panza enorme. Por ahora, solo tenía un minúsculo bulto en mi vientre y casi ni se veía.
—¿Cuándo vas a crecer? —murmuré, acariciando mi panza—. Me muero por conocerte, ¿sabes? —sonreí, sintiendo mi corazón latir de felicidad—. Aún no naces y ya te amo.
Pedí con todas mis fuerzas que mi bebé me escuchase, de alguna manera, quería que supiera que aquí afuera mamá y papá lo amarían siempre, pase lo que pase.
—¿Aiby? —me sobresalté cuando escuché la voz de Sebastián, levanté la mirada y lo vi de pie junto al marco de la puerta.
—Llegaste temprano —medio sonreí, porque apenas eran las tres y él ya estaba en casa.
Me encantaba tenerlo en casa.
—No había nada más que hacer en la oficina —respondió, hizo su camino hacia mí y se detuvo detrás de mí—. ¿Qué haces?
—Nada, solo pensaba —me encogí de hombros, él puso sus manos en mi cintura antes de rodearme con sus brazos.
—¿Y no vas a contarme? —enterró su rostro en mi cuello, dejando un beso en mi piel que me erizó completamente.
—No, no seas metiche —le saqué la lengua como niña pequeña, provocando que él sonriera—. No eres el centro del universo, McCain.
—Del tuyo sí, estoy seguro —afirmó con arrogancia, y es que solo él podía verse bien actuando de esa manera.
—Dios, eres tan exasperante —me di la vuelta, aún metida entre sus brazos. Sus ojos grises cayeron sobre los míos y un escalofrío me abordó.
—Hola, mi amor —le dije, sonriéndole tímidamente.
—Hola, preciosa —acarició mi cintura con suavidad, enviando corrientes eléctricas por todo mi cuerpo.
—Te extrañé —susurré.
—Y yo a ti —bajó su rostro al mío para besarme cuidadosamente, acunando mis mejillas, poseyéndome como solo él sabe hacerlo—. Quería llegar a casa y perderme un rato en ti.
—Mmh —suspiré cuando bajó sus besos hacia mí cuello otra vez—. O mejor, podríamos ir a comer una pizza —deja de besarme, levanta la cabeza para observarme, y yo lo recibo con una sonrisa angelical—. ¿Por favor?
—Tú sí que sabes cortar la situación, ¿no? —sonrío en grande ante su expresión de consternación.
—Estoy trabajando en ello —remojo mis labios cuando él apoyó su frente contra la mía. Pongo mis manos en su pecho, presionando un beso en la comisura de su boca—. Anda, vamos. Me estoy muriendo de hambre —sonreí—. Ya después haremos lo que tú quieras.
—Lo que yo quiera —soltó con ironía, y eso me causó gracia.
Desde que estoy embarazada, hacemos solo lo que yo quiero.
—Quiero mostrarte algo primero —quita los mechones rubios que caen por mi rostro.
—¿Qué es? —me muerdo el labio, observando su sonrisa.
—Es una sorpresa —me besa castamente, hago un puchero cuando se aleja—. No me mires así, no te voy a contar nada.
—¿Me va gustar? —parpadeo inocentemente.
—Te va a encantar —besa mi frente—. ¿Puedes esperar un rato para la pizza?
—Puedo esperar —asiento con una sonrisa.
—Bien, vamos.
Pasé rápidamente hacia el closet para buscar una sudadera, ambos salimos del departamento, no sin antes buscar una bolsa de Doritos que se había convertido en mi adicción. Sabía que no debía comer este tipo de cosas, más cuando estaba embarazada y debía cuidarme de más. Sin embargo, mi ginecóloga me había dicho que no había problema, siempre y cuando no me excediera.
—¿En serio no me vas a decir a dónde vamos? —cuestioné, llevando un Dorito a mi boca.
—No, es una sorpresa y las sorpresas no se dicen —me reprendió, puse los ojos en blanco—. Te va a gustar, estoy seguro.
—Esa confianza, McCain —me rio, comiendo tranquilamente—. Envidio esa confianza que tienes.
Sonríe, igual que siempre, haciendo que las alas de mi corazón revoloteen con alegría. Definitivamente, una sonrisa de este hombre y soy feliz.
Mientras íbamos en el auto me pregunté internamente a dónde me estaría llevando, porque no tenía idea. No estábamos de aniversario, no teníamos una fecha especial para celebrar el día de hoy. Pero, por lo que veo, a Sebastián le gustaba hacer este tipo de cosas cuando menos me lo esperaba.
—¿Recuerdas que no hemos tocado el tema de la casa? —cuestionó cuando llevábamos más de veinte minutos de camino.
—Sí, eso mismo te quería preguntar —le dije, bloqueando mi teléfono para prestarle atención a la conversación—. Sé que dijimos que íbamos a buscar a una persona y creo que es necesario, eso de buscar algún terreno por nuestra cuenta no está funcionando.
—Tienes razón —frota su barbilla, frunciendo un poco el entrecejo—. Quizás necesitemos ayuda.
—Yo opino lo mismo —asentí, viéndolo cruzar en una esquina.
Había un enorme aviso que decía propiedad privada, pero no le presté mucha atención, pues creí que íbamos hacia otra parte. No obstante, apenas entramos a un camino de cemento rodeado de césped, me tensé.
—¿Sigue en pie eso de la casa gigante, el patio enorme y la piscina olímpica? —pregunta de repente, dejándome paralizada.
—Eh... ¿Sí? —me reí nerviosa—. No entiendo que...
—Solo dime si es lo que quieres —dijo, mirándome de reojo.
¿Por qué tanto estrés por eso?
—Sí, creo que sí —me encogí de hombros sin dejar de verlo, aún y cuando ya había detenido el auto—. Creo que sería genial para que formemos una familia, supongo que sí. ¿Por qué?
—Porque yo también lo creo —apagó el motor y se quitó el cinturón, se inclinó y rebuscó algo en la guantera—. Quería que fuera una sorpresa, después de todo, solo quiero que seas feliz —buscó mis ojos y tomó una de mis manos, besó el dorso y después dejó algo en mi palma—. Te amo, y creo que este... —señaló fuera del auto y entonces fue cuando me digné a mirar hacia el parabrisas, quedándome muda y petrificada en mi lugar al ver la imagen frente a mí—, es el lugar perfecto para nosotros.
La casa era enorme... No, ¡Era gigante!, con una fachada luminosa y de color marrón, ventanas por doquier y la piscina, maldita sea, la puta piscina abarcaba casi todo el jardín.
—¿Entonces? —escuché su voz, pero yo aún seguía maravillada con la vista. Su mano se posó en mi barbilla y mi giró mi rostro hacia él—. ¿Te gusta?
¿Qué si me gustaba? La idea que tenía de una casa familiar se quedaba pequeñísima al lado de esto. Era perfecta, majestuosa y hermosa. No podía pedir nada más.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y no sabía si era por el bebé o era por mí, pero la felicidad era tanta que no me cabía en pecho. Apreté el llavero con fuerza en mi mano y con la otra conseguí quitarme el cinturón. Me abalancé sobre Sebastián sin cuidado alguno, juntando mis labios con los suyos en un beso que le decía cuanto lo amaba.
—¿Eso es un sí de que te gusta demasiado? —cuestionó algo confundido, acomodándome sobre su regazo.
—Eso es un sí de que me encanta demasiado —informé con una sonrisa—. Dios, Sebastián, es perfecta.
—Supe que te gustaría en cuanto la vi —me quitó el cabello de los hombros y lo pasó a mi espalda, detallando mi rostro—. No quería decirte nada hasta que cerraran el terreno, pero no pude resistirme.
—Gracias por decirme antes —le sonreí, jugando con el llavero.
—No, amor, no llores —sujetó mi rostro entre sus manos y se apresuró a secar mis lágrimas—. Tienes que estar feliz.
—Estoy feliz, es por eso que estoy llorando —sollocé, sorbiendo mi nariz—. Es que es tan linda, no puedo creerlo.
Se acercó y besó mis labios lentamente, después me observó a los ojos y acarició mi mejilla.
—Haría lo que sea por ti —musitó, mirándome intensamente—. Te amo.
—Y yo te amo más —susurré de vuelta, siendo recompensada con una preciosa y gran sonrisa.
—Bienvenida a casa, amor.
Sí, definitivamente estaba en casa, y no porque él me haya comprando una mansión, sino porque estaba en sus brazos.
Sebastián era mi hogar.
★★★★
¡Hola, hola, hola!
Aquí les traje otro extra.
A partir de ahora, los capítulos extras serán más largos, pero épicos.
¡Voten y comenten mucho!
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