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9. Sebastián.

(+18)

Mi sangre estaba hirviendo, y tenía recurrir a los ejercicios de respiración para no perder la cordura. Verlo a él tan cerca de ella, y que la rubia no tuviera ningún problema con ello, me enfurecía.

—¿No buscarás a tu cita? —le pregunté a Demián antes de darle un trago al vaso de whisky que tenía en la mano.

—No, Aibyleen puede con él —dice, lo miro con incredulidad.

—Es Manuel Johnston —lo señalo, él asiente—. Es un imbécil.

—Lo sé, a Aibyleen no le gustan los idiotas —se encogió de hombros—. Ya se aburrirá.

Solté un bufido, cuando Demián debía sacar sus garras, las escondía. ¿Quién lo diría? Mi amigo hacia de las suyas cuando no debía.

La miré otra vez, se veía preciosa con su gran sonrisa, pero la rabia me carcomía al saber que se estaba riendo con él. La rubia sacudió la cabeza y sonrío, le dijo algo y después se alejó en dirección contraría.

—Ahora vuelvo —le dije a Demián, quién solo asintió.

Dejé el vaso sobre la mesa y me acomodé el saco, caminé en la misma dirección en que la rubia desapareció hace tan solo un minuto. Me pierdo en el pasillo, escuchando su voz en un murmullo.

—Sí, te dije que mañana podemos hacerlo temprano —estaba de espaldas a mí, frente a la puerta del baño—. No, Brady, yo me puse las extensiones hoy, ya mañana solo serán las uñas y la sesión de fotos.

Sonreí al verla taconear con exasperación, caminé hasta quedar a unos centímetros de su espalda, aún ajeno a su atención.

—Bien, sí, llegaré temprano —se ríe—. Va, está bien.

Colgó, pero no le di tiempo a darse vuelta, ya que me había pegado por completo a su espalda.

—Hola, Aiby —susurré cerca de su oído, poniendo mi mano en su cintura. Se sobresaltó, llevándome a acercarla más a mí cuerpo—. De todos los lugares del mundo, este era el último en dónde creí toparme contigo.

—Creo que pensamos igual —murmuró, bajé mi rostro a su cuello, inhalando su dulce perfume a vainilla—. Ya tenemos algo en común.

—Que bueno —besé la parte trasera de su oreja—. He tenido tu dulce aroma todo el día en la mente, peach, así como la imagen de todo tu cuerpo desnudo contoneándose sobre el mío.

—No creo muy conveniente tener esta conversación en público, Sebas —dijo con voz titubeante, y me enternecía el hecho de que se pusiera nerviosa.

—Entonces, abre esa puerta y hablemos en privado —le dije firmemente.

Inhaló profundamente, pero hizo lo que le pedí, giró el pomo y abrió la puerta. Entró ella primero, yo hice lo mismo y le puse pestillo a la puerta, solo que tiré de su brazo y la pegué a mi pecho con rapidez. Bajé mi boca a la suya, cauteloso, pensando que me apartaría, solo que hizo todo lo contrario. Sus labios se movían con decisión sobre los míos, reclamando mi boca, poseyéndola con su lengua. Sus manos se cerraron alrededor de mis mejillas, manteniéndome firmemente contra su boca.

Entonces lo supe, ella sentía lo mismo que yo, solo que no tenía la valentía suficiente como para admitirlo en voz alta.

Soltó un suspiro y me rodeó el cuello con los brazos, bajé mis manos por su cintura, sintiendo aquella curva que tanto me gustaba bajo la seda de ese vestido blanco.

—¿Por qué huyes, Aibyleen? —le pregunté cuando me separé de sus labios, mirando lo aturdida que estaba. Tenía los ojos cerrados, las mejillas rojas y los labios aún más llenos de lo normal—. ¿Por qué pretendes hacer como que nada pasó?

—Yo no huyo, Sebastián —susurró, tragó ruidosamente y abrió los ojos después, dejándome embelesado con el color azul de los mismos—. Y no ocurrió nada relevante.

Sonreí, me alejé de ella. A veces era tan cínica que me ponía de los nervios, la miré de arriba abajo.

—Luces demasiado inocente con ese color —le dije, una sonrisa cruzó sus labios. Me esquivó y se acercó al lavamanos para mirarse al espejo—. No va para nada contigo.

—Esa es la idea —musitó, apoyó sus manos en el mármol—. No quise irme del hotel así... —suspiró, bajó la cabeza y luego la sacudió—. Mira, Sebastián, no soy buena para esto, ¿okey? —se giró otra vez, frunció el ceño.

—¿No eres buena para qué? —di un paso hacia ella, a lo que retrocedió.

—Para esto, para lo que sea que tú quieres que tengamos —nos señaló, soltó un gruñido.

—¿Y por eso estás acercándote a Manuel? —le cuestioné, ella arqueó una ceja—. No te hagas la inocente conmigo, peach, porque no te va —arrugó la nariz, puse mis manos a cada lado de su cuerpo, arrinconándola contra el lavamanos—. Sabes que no puedes hacer nada con nadie más, porque estás pensando en mí, solo que no puedes sacarme de tu cabeza, ¿o me equivoco? —acaricié su mejilla con mi nariz, la veo cerrar los ojos—. No puedes negarlo, sabes que tengo razón —rocé mis labios con los suyos—. No puedes huir de mí, Aibyleen, porque me deseas tanto o peor que yo.

—Solo fue un insignificante fin de semana —dijo con desinterés, como si realmente lo pensara, solo que la conocía y no le creía en lo absoluto.

—¿Estás segura? —besé su mandíbula, puse mi mano en su espalda baja, pegándola a mi cuerpo—. Los dos sabemos que no fue un maldito e insignificante fin de semana —subí mi otra mano por su muslo, sintiendo su piel sedosa bajo mi palma—. Si intentas olvidarme con Manuel, estás completamente errada, preciosa —mordí su labio inferior sin llegar a besarla—. Porque ahora mismo, toda tu atención está sobre mí y lo sabes —apreté su trasero, recibiendo un jadeo en respuesta—. Toda tú me perteneces desde ese día en Los Ángeles, y no puedes negarlo.

Abrió los ojos, tratando de recomponerse apretó la mandíbula y me dio una mirada furibunda.

Era tan tierna que causaba gracia.

—Yo no soy de nadie —gruñó entre dientes.

—Oh, Aibyleen —sonreí, apreté su vestido entre mis dedos—. Ambos sabemos que eres mía, que no puedes aceptarlo, es una cosa muy distinta.

—Eres un idiota —espetó.

—El sábado no decías lo mismo.

—Era diferente —refutó, alzó su barbilla y le brillaron los ojos, luego sonrió—. Estábamos en otra situación.

—Entonces, ¿debo hacerte gemir una vez más para que aceptes que eres mía? —rodeé su cintura con mi brazo y la levanto hasta sentarla al borde de la encimera de mármol pulido. Suelta un jadeo y se sujeta de mis brazos, como si fuera capaz de dejarla caer.

Solo que eso ella no lo sabe.

—Sebastián —alarga mi nombre, es una súplica y un gemido al mismo tiempo, separo sus piernas, acoplándome en ese espacio—. No creo que...

—Yo creo que sí —le di un casto beso para callarla—. Si no quieres que te escuchen, es mejor que no hables.

—Idiota —murmura por lo bajo, haciéndome reír.

Peach —rodó los ojos.

—No entiendo por qué me dices así —apreté su muslo y subí su vestido un poco más, sus mejillas se encendieron de inmediato.

—Por eso —señalé su rostro—. Eres un melocotón.

—Y tú un bobo —mi mano se pierde bajo su vestido—. ¿Qué estás haciendo?

—¿Tú qué crees? —sus enormes ojos azules se estancan en los míos, sus labios se entreabren justamente cuando logro palpar la humedad en el epicentro de su cuerpo a través de su ropa interior—. Siempre estás lista para mí, al parecer.

Contiene la respiración, sus pestañas largas se mueven con rapidez cada vez que parpadea, muerde su labio inferior y suelta un gemido cuando presiono su botón de placer.

—Sebas... —su mano va a mi antebrazo, enterrando sus largas uñas en el traje. Cierra con fuerza los ojos y aprieta sus labios en una dura línea—. Oh, santísimo Dios.

—No creo que a Dios le guste lo que estamos haciendo, Aibyleen —digo sin dejar de ver su hermosa y excitante expresión.

—Entonces cállate y sigue con lo que estás haciendo —pide entre dientes y yo solo soy capaz de hacer lo que me dice, moviendo mis dedos lentamente en su entrepierna—. Mierda, Sebastián.

Sus manos van a mi cuello y estampa su boca contra la mía, sus suaves labios se mueven contra los míos lentamente, soltando un suspiro que se roba todo mi autocontrol.

—Sé que no es el sitio adecuado, pero... —dijo a un palmo de mi boca, mirándome con las pupilas dilatadas—. Te quiero dentro de mí.

Si bien sé, Aibyleen es una mujer que se lanza a lo quiere, y al parecer, no le da miedo ocultarlo.

—No tienes que pedirlo dos veces —me lanzo a sus labios llenos, a esa boca carnosa que tanto me gusta.

Sus manos se desesperan por abrir mi pantalón, tirando de mí hacia ella, su pequeña mano tira de mí bóxer hacia abajo, antes de cerrarla alrededor de mi miembro.

—Maldición —muerdo su labio inferior con fuerza, arrancándole un gemido. Su mano comienza a subir y a bajar por mi erección lentamente, volviéndome loco—. Tienes que parar, Aibyleen.

—No quiero parar —jadea cuando la jalo hasta la orilla, sus piernas se apresuran a rodearme y sus manos se entrelazan en mi nuca—. Vamos, Sebastián, déjame sentirte otra vez.

—No sé que carajos me pasa contigo —murmuro contra su boca, una vez que hago su ropa interior a un lado y posiciono mi miembro en su entrada, su respiración se agita aún más y sus ojos se cierran con fuerza cuando me deslizo en su interior.

Cómo la mierda que iba a odiar los condones desde hoy, su calor es una cosa de otro mundo, sentirla piel con piel, sin barrera alguna. Es exquisito, demoledor.

—Sebastián —mis labios van bajando desde su barbilla hasta su cuello, en dónde no dudo en succionar levemente sin intención de dejarle alguna marca—. Muévete, por favor, Sebastián...

—Te sientes tan malditamente bien, peach —empujo mis caderas contra su cuerpo y de su boca escapa un tembloroso gemido.

Me acerco para besarla nuevamente, necesitaba probar sus labios otra vez, sentirla cerca. Comencé a moverme justo cuando la temperatura subió, sus piernas se apretaron a mi alrededor y de su boca comenzó a salir una rara e irreconocible versión de mi nombre entre gemidos. Y ahí estaba esa maldita expresión que tanto me ponía, sus ojos azules adormecidos de placer, sus labios hinchados y rojos, sus mejillas rosadas. ¿Y, cómo no? La punta de su nariz completamente roja, dándole ese aire tierno que me volaba la cabeza.

—Sí, Sebastián... ¡Jesús! —se mordió el labio, besé su hombro y la atraje hacia mí desde el trasero, embistiéndola hasta el fondo—. ¡Sebastián!

La sentí temblar contra mí, y entonces supe que estaba cerca y no la culpaba, sentirla así, sin restricciones, era magnífico, casi de fábula. Incrementé la fuerza en las embestidas, viéndola poner los ojos en blanco y pasarme las uñas por el cuello.

—No pares, Sebastián, por favor —pidió suplicante, aferrándose a mí, apretándome en su interior.

—No pensaba detenerme —tiré de su labio inferior entre mis dientes y luego lo succioné entre mis labios.

Bastaron unos segundos más para que ambos llegáramos a nuestro punto más alto, su cuerpo se retorció contra el mío y no pude contenerme al besarla hasta el cansancio, su respiración se convirtió en un jadeo audible, su rostro se apoyó de perfil contra mi hombro y soltó un suspiro de cansancio.

—No puedo creer que hayamos hecho esto en el baño —murmuró y soltó una risita, traté de controlar mi respiración y salí de su interior, me alejé para mirarla.

Descubrí que no había imagen más espléndida que ella después de un orgasmo. Sí, definitivamente era todo lo que estaba bien en este mundo.

Subió el tirante de su vestido blanco al tiempo que me cerraba el pantalón, se humedeció los labios y tiró del cuello de mi camisa hacia ella, juntando nuestros labios en un delicado beso. Pasé su cabello rubio hacia atrás y recorrí su labio inferior con mi lengua, soltó otro suspiro y se alejó.

—Me estabas ignorando —la acusé, sus mejillas se sonrojaron, pero esta vez, era de vergüenza.

—Perdona —frunció el ceño—. De verdad que no quería irme así, pero todo se tornó demasiado para mí y... no quise tener que dar explicaciones, no soy buena con eso.

Se abrazó a sí misma, luciendo afligida.

—¿Qué te molesta? —elevé su barbilla, nuestros ojos se encontraron.

Suspiró y se encogió de hombros.

—No lo sé, es muy confuso para mí —musitó—. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo, y muy en el fondo quería que esto pasara, pero después no supe que hacer con todo lo que sentía —negó—. Nunca he estado con nadie que me importe, de hecho, ni siquiera sé lo que es estar en una relación... Y tampoco sé si tú quieres una relación, entonces no sé en dónde nos deja todo esto.

—¿Y dónde quiere que nos deje? —le pregunté, con Aibyleen las cosas eran más complicadas de lo que parecen.

Con ella todo siempre, es más. Será por eso que me tiene a rastras detrás de ella.

—Es demasiado complicado, y no sé si estoy lista para explicarlo —me miró—. Y tampoco sé si tú estás listo para entenderlo.

—¿No puedes contarme? —fruncí el entrecejo.

—No, todavía no —se lamentó en un suspiro—. Por el momento, solo estamos así, no quiero que las cosas se compliquen más de lo que están.

—¿Vas a ignorarme de nuevo? —ella sonrió, una hermosa sonrisa de diversión.

—Lo lamento de verdad —inhaló profundamente—. Pero no, no volveré a hacerlo, a menos que hagas algo que me dé motivos.

—Trataré de no hacerlo —prometí, si eso me mantendría aún en terreno de juego, todo estaba en orden—. Pero tampoco pretendo soportar que estés con el imbécil de Manuel, así que, aceptas quedarte con tu hermano o simplemente lo destrozo vivo.

—Cuidado, Terminator —se bajó del lavamanos, se dio la vuelta y se sonrió en el espejo mientras se arreglaba el cabello—. Terminarás matando a alguien.

—Queda bajo tu responsabilidad —le advierto, le doy la vuelta y presiono mis labios contra los suyos. Suspira y sujeta mi rostro entre sus manos, pongo las mías en su cintura y la estrecho entre mis brazos.

—Yo tampoco sé que me pasa contigo, McCain —dice con su frente apoyada en la mía—. Pero intentaré averiguarlo.

—Ojalá no te tome mucho tiempo —dejo un último beso en sus labios y la suelto, me arreglo el saco y le doy una sonrisa—. Te espero afuera.

Me guiña un ojo y salgo del baño, caminando hacia donde dejé a Demián hace unos quince minutos. Noto como la presión en mi cuerpo desapareció y me sorprende el hecho de que se deba a esa rubia, no sabía que tenía tanto poder sobre mí.

—¿Dónde estabas? —frunce el ceño y mira su reloj—. Desapareciste.

—Me distraje —es todo lo que digo, él suelta un bufido.

El sonido de unos tacones resuena bastante cerca y diviso a Aibyleen caminar hacia nosotros.

—Uf, que fiesta tan aburrida —suelta en un resoplido, rodando los ojos.

—¿Y tú dónde carajos te metiste? —le reprocha su hermano—. Te he estado buscando por todos lados.

—Problemas femeninos, hermanito —le responde, luego me observa y después vuelve a mirar a su hermano—. Estoy cansada, Demián, estuve de pie todo el día y esta fiesta es horrible. Me voy a casa, tomaré un taxi.

—De ninguna manera —Demián la detiene justo antes de que se alejé, recibiendo una mirada envenenada de su hermana—. No te irás en un jodido taxi, viniste conmigo y te vas conmigo.

—Vete al infierno —le saca la lengua y se aleja otra vez, a quien sabe dónde.

—Me sacará canas verdes —dice frustrado.

—La hubieras dejado en casa —le aconsejo, pero no me quejo de que la haya traído, la noche fue de provecho después de todo—. Este no es su ambiente.

—Pero aceptó venir conmigo, ahora tiene que aguantarse —gruñe, apoya en sus brazos en la mesa alta—. Ha estado actuando raro últimamente, está distraída y algo distante.

Mi ceño se frunce.

—¿A qué te refieres? —cuestiono.

—No lo sé, hermano —sacude la cabeza—. Desde que volvió de Los Ángeles está así.

—¿Estuvo en Los Ángeles? —me hago el desentendido, asiente—. ¿Y qué ves diferente?

—Se sonroja por todo, vive en las nubes y no habla durante horas.

Es por lo que pasó entre nosotros, se la pasa recordando todo lo que hicimos.

¿Quién lo diría?

—Tal vez está agobiada por el trabajo —intento quitarle hierro al asunto—. De pronto no es nada.

—Tienes razón.

—La mayoría de las veces suelo tenerla —le digo con suficiencia, a lo que él rueda los ojos.

—Estoy haciendo una tormenta en un vaso de agua.

—No sería la primera vez.

—Dejaré que venga a contarme lo que le pasa por su cuenta —afirma, mirando a su hermana que, en una esquina del lugar, está concentrada en su teléfono—. Si algo sé bien, es que con Aibyleen no hay que presionar las cosas, sino, no las hará y todo terminará peor.

Asiento a sus palabras, tomándolas como consejo. Si Aibyleen aún no está preparada, pues esperaré, en algún momento tendrá ceder.









¡Fin del maratón!

Definitivamente, hoy quedamos así.

Cuéntenme que les pareció el maratón de hoy, expresen sus emociones hot en los comentarios.

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