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7. Aibyleen.

(+18)

Y ahí estaba yo, frente al espejo, con una expresión horrorizada al verme tan bien en ese vestido negro de tirantes, corto y con escote de corazón, mis tacones negros y mi maquillaje sutil, solo con mis labios resaltando al rojo vivo.

No sé que carajos me había llevado a tomar la decisión de hacerme un exorcismo esta tarde, me había dado la duda más larga de mi vida, me había depilado hasta los pensamientos y me hidraté la piel como si estuviera a punto de pararme bajo el sol más caliente de todos.

Estaba fantástica.

Y muerta de miedo.

—¿Qué hay de malo? —me pregunté mirándome al espejo—. Solo vamos a hablar, ¿no? —me reí, como una loca histérica—. ¿Qué otra cosa podríamos hacer?

Cerré los ojos un largo minuto, y me dije a mi misma que no debía tener miedo, porque, sinceramente, él único ser que no podía lastimarme, era él, aparte de mi familia. Solté un profundo suspiro y me miré otra vez, me sonreí y tomé mi teléfono, era lo único que necesitaba.

Me doy la vuelta y camino hasta la puerta, aprieto el pomo entre mis dedos con mucha fuerza. No estoy tomando una mala decisión, pero tampoco sé si es la correcta. ¿Desde cuándo me asusto con tanta facilidad? Pero no me asusta el hecho de estar con él a solas en una habitación, sino más bien, las cosas que siento cuando estoy con él.

Alejé esos pensamientos de mi cabeza y salí de la habitación, fui directamente al ascensor y presioné el botón del último piso, sintiendo un nudo en mi estómago en cuanto la máquina comenzó a subir, abrí y cerré mis manos mientras esperaba, no demoró el trayecto, por lo que una vez afuera, y frente a la puerta de la suite, saqué la llave digital del interior de la funda mi celular.

¿En serio voy a ser esto? Bueno, una vez leí que, la mejor forma de liberarse de la tentación, es caer en ella. ¿Y que mejor manera de caer que con Sebastián McCain?

Pasé la tarjeta por el dispositivo a un lado de la puerta y entré, encontrándome con el silencio absoluto, la piel se me puso de gallina y me obligué a mi misma a caminar una vez que cerré detrás de mí. El lugar era gigante y hermoso, había estado en estás suites una que otra vez, peor jamás en esta.

La vista era preciosa desde el ventanal, y me maravillé al ver la cuidad de Los Ángeles en su máximo esplendor. Estaba que me moría de los nervios, así que me senté en la orilla del enorme sofá, inhalado profundamente el oxígeno a mi alrededor.

—Nunca pensé que alguien como tú tuviera este tipo de intereses —escuché su voz detrás de mí, pero en vez de asustarme, me sentí aliviada.

—Me dejaste una nota, era de mala educación negarme a venir, ¿no crees? —sonreí en medio de la penumbra, sintiendo aquel cosquilleo despertarse en la boca de mi estómago—. Además, una vez que matas al tigre, es estúpido temerle a la piel.

Me giré un poco, estaba de pie cerca de una mesita, mientras servía dos copas de champagne. No pude evitar morderme el labio al verlo enfundado en un impecable traje negro, y para mí no sorpresa, no traía corbata. Ese hombre odiaba las corbatas. Lo detallé por más de la cuenta, y tuve que apretar las piernas porque su sola presencia hacia estragos en mi interior.

No podía creer que lo tenía de frente, había estado pensando en él la mayor parte del día, aún y cuando me negaba a hacerlo, no lo logré. No obstante, aunque Sebastian era tan guapo y sexy, para mí, lo más llamativo que él poseía, eran sus ojos. Aquellos ojos tan grises y misteriosos, tan penetrantes y avasallantes.

Él era el sueño de toda mujer, solo que yo no quería incluirme en el montón, pero estaba perdida. Muy perdida. Sin embargo, muy en el fondo, sabía perfectamente lo que me pasaba, y que las mariposas en mi estómago no se debían a un enamoramiento de adolescente, precisamente.

—Solo te sugerí que podíamos vernos —dijo él, observándome cuando me puse de pie y caminé lenta y sensualmente hacia él, y pude notar que algo pasaba por su mente y un extraño brillo por sus ojos—. No creí que vendrías.

—¿Por qué? —me acerqué mucho a él, aspirando su perfume, deseosa de que su calor corpóreo invadiera el mío. Mi mirada se detuvo en aquellos ojos grises—. ¿Acaso piensas que soy tan cobarde?

—No —musitó, mirando todo mi rostro—. Está claro que no eres una cobarde.

Me tendió una copa, poniendo una pequeña distancia entre nosotros, arqueé una ceja, pero acepté la bebida. Necesitaba alcohol para poder procesar todo esto.

—Porque ninguno se arrepienta —dije para mí misma, sonriendo, intentando convencerme.

—Porque ninguno se arrepienta —secundó, brindando conmigo.

Bebí el licor dulce, minándolo por encima del filo de la copa, analizándolo también, tal y como él lo hacía conmigo. Habían pasado tantas cosas entre nosotros que, ahora que estábamos aquí, haciendo... lo que sea, se me hace irreal, tan ficticio como en una película.

Dejé la copa sobre la mesa, él hizo lo mismo y nos miramos, ninguno de los dos dijo nada, solo nos mantuvimos así. Mordí mi labio inferior, no sabiendo muy bien que hacer, pensando si había tomado la decisión correcta.

Pero ya estaba aquí, y no pensaba arrepentirme.

Contuve la respiración, lo miré.

Nos movimos al mismo tiempo, lo supe cuando me acerqué a él y sus manos tomaron mi rostro para después estampar sus labios con fuerza y anhelo contra mi boca. El beso fue una descarga de deseo y pasión, de alguna manera, parecía ser desahogo de una vida de anhelo.

El mismo anhelo que sentíamos.

Sus manos me empujaron, invitándome a retroceder. Uno, dos, tres pasos, eso necesité para que mi espalda estuviera contra la pared y él tuviera más acceso a mí. Metí mis dedos en su cabello y lo atraje hacia mí como si eso pudiera aplacar el fuego que crecía cada vez más en mi interior, le devolví el beso con devoción, nuestras lenguas se entrelazaron y lucharon una contra la otra en una guerra de pasión.

Soltó mi rostro y comenzó a tocarme, bajando sus manos por todo mi cuerpo, apretando, sintiendo cada parte de mí. El aire se atascó en mi garganta y tuve que alejarme de su boca, aunque no quería, los labios me ardían, mi respiración era un desastre.

—Me tienes loco, mujer —apoyó su frente contra la mía, y sus ojos grises ahora estaban más oscuros por la excitación.

—Estamos en las mismas condiciones —confesé, me acerqué para besarlo de nuevo, y él me devolvió el beso con el mismo fervor.

Tiré de su saco con fuerza, quitándolo de mi perímetro para poder abrir los botones de su camisa, al tiempo que desliza los tirantes de mi vestido. Sus labios se desvían de mi boca y desciende hasta mi cuello, dónde no duda en comenzar a besarme nuevamente. Le quité la camisa, sintiendo cada uno de sus músculos, sus manos apretaron mi cintura a medida que el vestido se deslizaba por mi cuerpo.

No sé en qué momento me giró y pegó mi espalda a su pecho, dejándome de cara a la pared. Sentí su erección clavarse en mi trasero aún dentro de su pantalón y el solo pensamiento de él impulsándose en mi interior avivó aún más la llama dentro de mí.

—Sebastián... —gemí, mordí mi labio y dejé caer la cabeza para atrás cuando una de sus manos rodeó uno de mis pechos.

—Te deseo —mordió el lóbulo de mi oreja, robándome un suspiro.

—Y yo a ti —era estúpido mentir a estás alturas.

Lo deseaba mucho, como un demonio que sí.

—Por mucho que quiera estamparte contra la pared y hacerte gritar —me dio la vuelta y me robó un beso que me dejó sin aire—. Mejor te llevaré a la cama, porque quiero que grites en la habitación.

—Depende de qué tan bien te muevas —lo reté, mordiendo mi labio inferior.

—Eres la maldita manzana del Edén —apretó mi trasero.

—No estoy prohibida.

—No, pero eres la puta tentación hecha persona —bajó sus labios a los míos y me besó con apremio y mucha fuerza.

Me guindé de su cuello, desesperada por sentirlo piel con piel, apreciar ese calor que emanaba su cuerpo. Era consciente de que solo habíamos coqueteado desde que nos conocimos, y ahora estábamos así, a punto de hacer cosas para nada inocentes. Me sujeté de su cuello cuando sus manos apretaron mi trasero y me alzaron, dejé que mi lengua fuera al encuentro con al suya y que ambas fueran las protagonistas por el momento.

Me dejó de pie nuevamente una vez que estuvimos en la habitación, un mareo me invade cuando me separo de sus labios, dejándome descolocada cuando comenzó a jugar con el elástico de mis bragas. Metió sus manos por la tela y acarició mi trasero, hasta bajar la prenda por mis piernas. De un rápido movimiento me quité los tacones, dándole la libertad de quitarme la prenda. Me atreví a pasar mis manos por su firme abdomen, poniéndome de puntillas para llegar a sus labios, esos que me recibieron con gusto. Dio un paso hacia adelante y me obligó a acostarme sobre la cama, y él no dudó en cernirse sobre mi cuerpo.

Me besó con brusquedad, pasando sus dientes por mi labio inferior y sujetando mis manos a cada lado de mi cabeza. Mi cuerpo estaba temblando, caliente y deseoso de más, tanto que me retorcí contra él y pude generar cierta fricción entre nuestros cuerpos que logró sacarme un gemido.

Sus labios dejaron los míos y sus manos dejaron libres mis muñecas, dándose la libertad de divertirse con mis pechos. Mordiendo, chupando, lamiendo, sin delicadeza alguna. Mis gemidos se hacían más constantes con el pasar de los minutos, el deseo aumentaba y los sonidos que sus labios generaban cada vez que les daban una caricia a las protuberancias de mis pechos, solo hacían que me sumergiera aún más en el éxtasis.

Sus labios descendieron aún más, besó mi vientre, mi cadera y abrió mis piernas con sus manos. Cerré los ojos, mordí mis labios y suspiré cuando besó la cara interna de mis muslos. Mi espalda se arqueó cuando uno de sus dedos se paseó por la humedad en mi entrepierna, me sentí morir de puro placer.

—Eres una diosa —aferré mis dedos a la sábana de la cama, y perdí el juicio cuando sus labios entraron en contacto mi zona prohibida.

—Oh por favor —mi cabeza se echó para atrás y mis caderas se movieron por vida propia, en busca de más fricción con su boca.

Mi mente era un caos, me pareció imposible intentar alinear un pensamiento coherente cuando su lengua se movía decisiva sobre mi centro. Sus labios succionaron mi clítoris y sus dientes lo rozaron con suavidad haciéndome gritar, nunca me había dado cuenta que era tan escandalosa. De hecho, con los únicos chicos con lo que había estado, no tenían ni punto de comparación.

Estaba flotando, sentía el orgasmo acariciar mi cuerpo, tan cerca, incluso podía visualizar lo increíble y poderoso que sería, pero eso nunca pasó. Sebastián se levantó y se cernió sobre mi otra vez, dejándome caer estrepitosamente en la realidad una vez más. Había una sonrisa maligna en sus labios rosados y brillante, no sé cómo, pero la simple imagen me excitó aún más. Deshaciéndose de sus pantalones junto con sus bóxer, me sonrojé y cerré los ojos inevitablemente al verlo cubrirse con el condón, lo sentí tomar su lugar entre mis piernas, besando mis labios con delicadeza, por primera vez en toda la noche.

—¿Estás lista? —preguntó rozando su nariz con la mía.

—¿Para que? —me atreví a preguntar, él me sonrió.

—Para la mejor noche de tu vida.

—Eres muy arrogante, ¿te lo han dicho? —no respondió, porque ya se había adentrado en mí de una sola estocada.

Pude sentir como el suelo se abrió bajo mis pies, más cuando comenzó a moverse lentamente, suave y profundo. Todo él me llenaba a la perfección, su cuerpo se amoldaba al mío demasiado bien, su piel caliente hacia contraste con la mía al rozarse.

—Te sientes tan jodidamente bien —gruñó cuando lo apreté en mi interior.

Sujeté su barbilla y su nuca para bajarlo hacia mi boca y besarlo, nuestras lenguas se encontraron con rapidez y la sensación fue exquisita.

—Oh Dios mío —no podía controlar las palabras enredadas que salían de mi boca—. Sebastián, por favor.

Con el pasar de los minutos sus caderas fueron tomando un ritmo más rápido, certero y pasional. Embistiéndome de tal manera que sentía su miembro entrar y salir de mi a la perfección, tocando aquel punto específico en mi interior que me volvía loca. Su cabeza bajó y buscó mis pechos, topándose con uno de mis pezones y succionándolo con fuerza.

Grité aún más, me sentía liviana, mis ojos estaban nublados y cerrados, mis labios hinchados y hormigueantes. La sensación de sentirlo dentro de mi era maravillosa, tan indescriptible que rozaba lo extraordinario. Jamás me había sentido de tal manera, y solo entonces pude darme cuenta, nunca me había puesto tan caliente como con él.

No sé de dónde saqué fuerzas para darnos la vuelta, me acomodé a horcajadas sobre él y me presioné contra su entrepierna. Soltó una grosería que me robó una risita, apoyé mis manos en su pecho y comencé a moverme sobre él, de arriba abajo.

—No sabes lo preciosa que te ves justo así —murmuró, mordí mi labio sin abrir los ojos y le regalé una sonrisa.

—Esto no es algo que pasa todos los días, McCain —gemí, apreté su miembro en mi interior, meneando las caderas con rapidez—. Disfrútalo.

—No tienes la menor idea de cuánto, peach —apretó mi cintura, impulsándose en mi interior.

El frenetismo se hizo presente, llevándolo a embestirme con fuerza y casi con brusquedad, de tal manera que ya no sabía si gemía, gritaba o suplicaba. Me incliné hacia adelante y besé sus labios, gimiendo su nombre sin parar. Y, con un último y largo beso, terminé tocando el cielo con las manos.

Pasé mis uñas por su pecho y me tensé cuando el mejor orgasmo de mi vida golpeó mi cuerpo. El suyo se tensó y se dejó ir conmigo. Yo, por mi parte, seguía cayendo. Era un espiral, uno que daba muchas vueltas y que no parecía tener fin.

¿Por qué carajos había estado con aquellos chicos antes?, Si alguien debía llevarse el primer puesto del dios del sexo, se llamaba Sebastián McCain.

Estaba exhausta, agotaba, pero muy relajada. Eso había sido increíble y, aunque jamás se lo diría, él tenía razón. Había sido la mejor experiencia de mi vida, no tenía con que compararlo, fue magnífico.

—Eso fue increíble —suspiré, dejándome caer sobre su pecho.

—Te lo dije —acarició mi espalda.

Mi respiración era irregular, pero me las arreglé para darme la vuelta y mirarlo. Sebas tenía los ojos cerrados y soltó un resoplido cuando se quitó la goma que cubría su miembro, tragué con fuerza y elevé la mirada con rapidez. Me enfoqué en sus facciones, su mandíbula recta, sus labios rosados, sus largas pestañas... Este hombre había sido esculpido por el mismísimo demonio y su obra era perfecta.

—Eres más ruidosa de lo que pensé —dijo con sorna, reí con desgana mientras intentaba ocultar el sonrojo en mis mejillas con mis manos.

—Creo que todo el hotel se dio cuenta de que no estábamos hablando precisamente. —Le respondí con rapidez. Inhalé profundamente cuando sentí su mano deslizarse por mi cintura, sus labios cayeron sobre los míos segundos después y mi mente colapsó nuevamente.

Esto va a terminar tan mal.












Yo, después de escribir este capítulo.

No me hago responsable a pensamientos calenturientos.

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