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6. Aibyleen.

La noche se me hizo demasiado larga, un calvario, básicamente. Más cuando la imagen de un par de ojos grises se metió en mi mente y no me dejaron dormir en lo absoluto. Es como si su recuerdo estuviera comprometido a no dejarme en paz en ningún momento, y en una ocasión, desperté agitada y cubierta de sudor, mientras que mi mente recreaba imágenes que me hacían sonrojar.

Tuve que darme una ducha de agua fría, sin importarme el hecho de que el clima estaba demasiado bajo. Volví a la cama, solo que mi descanso no duró mucho cuando la mirada tormentosa y esa sonrisa encantadora invadieron mi cabeza otra vez.

Sebastián McCain era todo lo que había deseado, lo que me quitaba el sueño y no me dejaba respirar, su atractivo físico no era lo único que me gustaba, sino también, su personalidad avasallante, su forma de mirar, de pensar, de hablar... En fin, era perfecto.

Nuestra relación —si es que se le puede llamar así— se basaba en coquetos absurdos, miradas disimulas y uno que otro roce por parte de ambos. Pero no llegaba a nada más.

No podía llegar a más.

¿Por qué? Sencillo, yo no tenía tiempo para una relación amorosa, y supongo que él tampoco. Un hombre al mando de una empresa, y siendo tan reconocido, no está buscando una relación estable en estos momentos. Y claramente, yo no puedo brindarle aquello tampoco.

O eso quería creer.

—¡Maldición, Aibyleen! —me regañé, no tenía caso pensar en eso, era estúpido.

Me puse de pie y subí mi maleta a la cama, tenía que ir a desayunar y despejar la mente, no podía pasarme todo el día aquí hasta las tres de la tarde, la hora de mi sesión de fotos. Saqué un vestido negro de tirantes y mis zapatos Nike, me vestí con rapidez y me maquillé sutilmente, solo pinté mis labios de rosa fuerte.

Tomé mi teléfono, la tarjeta de crédito y la de la puerta de la habitación, metiendo ambas en la funda de mi celular, ya que esa era mi cartera personal. Alboroté las hondas de mi cabello y me sonreí en el espejo, me di la vuelta y abrí la puerta de la habitación, solo que mi teléfono sonó en ese mismo instante.

Era mamá.

—Hola, mamá —contesté de inmediato, mientras cerraba la puerta.

—¡Hola, mi reina! —exclamó y eso me hizo sonreír—. ¿Cómo estás, amor? ¿Qué tal todo en Estados Unidos? ¿Y tu hermano? ¿Estás comiendo bien?

—Estoy bien, mami —reí, pasándome un mechón detrás de la oreja, apoyándome contra la pared del pasillo—. Todo está en orden en los Estados Unidos, Demián está bien, trabajando como siempre y sí, estoy comiendo bien, no te preocupes.

—Ay, mi niña, no sabes cuánto extraño a mis hijos —suspiró—. Les amo muchísimo, pronto iremos a verlos.

—Los estaremos esperando —dije con una sonrisa, escuchando como la puerta de la habitación de al lado se abría.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando vi a quien era mi vecino, y mierda, mierda si no me sorprendió verlo, y mucho más cuando sus ojos grises se encontraron con los míos. Mis labios se entreabrieron al verla hermosa sonrisa que se abrió paso en sus labios, esa misma con la que había soñado la noche anterior.

—¿Mamá? —tartamudeé, ya que por poco olvido que estaba hablando por teléfono—. ¿Puedo llamarte luego? Surgió algo muy importante —me mordí el labio inferior cuando sacudió la cabeza.

—Claro, mi cielo, yo también tengo cosas que hacer —murmuró, solo que yo no le estaba prestando atención, ya que otra cosa me tenía realmente cautivada—. Tu padre te manda muchos besitos, te amamos mucho.

—Y yo a ti, mamá, adiós —y colgué, mordí el interior de mi mejilla y miré al hombre frente a mí—. Así que estás en todas partes.

—Sí, al parecer, estás siguiéndome —murmuró cruzándose de brazos, haciendo resaltar sus músculos bajo esa camisa azul marino que tan bien le quedaba.

Se me secó la boca y las sensaciones que sentí ayer en la discoteca cuando prácticamente me lancé sobre él, volvieron.

—Eres muy creído, Sebastián —lo acusé, entrecerrando mis ojos hacia él—. ¿Qué haces aquí?

—Me estoy quedando aquí —aclaró, mirándome con descaro, cosa que no importaba, la verdad. Sus ojos grises volvieron a los míos—. ¿Qué haces tú aquí?

—Yo me quedo aquí cada vez que vengo a Los Ángeles, McCain —me enderecé y caminé hacia él, levantando la cabeza para no dejar de ver sus lindos ojos—. ¿A dónde ibas? Si se puede saber.

—A buscar algo entretenido para despejar la mente —murmuró, observando mis labios con las pupilas dilatadas—. Cierta rubia se ha estado paseando desnuda por mi cabeza, y ciertamente, no sé cómo dejar de pensar en ello.

Mi respiración se entrecortó, el calor comenzó a subir por mis piernas y se acentuó en el epicentro de mi cuerpo. Sentí mis mejillas arder, sin embargo, aún en mi aturdimiento, no me dejé amedrentar por su mirada lujuriosa.

—Creo que estamos igual —pasé mi dedo por su pecho, mirándolo a través de mis pestañas—. Y anoche comprobé que eso de las duchas frías no son una buena idea, no cuando hace demasiado calor.

Lo escuché contener la respiración y eso me hizo sonreír con sensualidad, una de sus cejas se levantó y suspiró, luego dio un paso hacia mí.

—Hay otras maneras de aplacar los deseos, Aibyleen —su dedo índice acarició mi mandíbula, se inclinó un poco hacia mí y dejó sus labios a un palmo de los míos—. Pero no sé si estás lista para saber cuáles son.

—Te sorprendería, Sebas —suspiré, mirándome en sus ojos grises—. Pero no sé si estás preparado para conocer eso de mí.

—Creí que en todo este tiempo habías llegado a conocerme, peach —odiaba y amaba ese apodo, más si venía de él—. Pero, veo que no.

—Puedo pasarme el día entero dando clases sobre ti, Golden Boy, no me subestimes —rocé mi nariz con la suya levemente, sonriendo con los ojos cerrados—. Pero, ahora mismo, quiero desayunar.

Me separé de él de un solo movimiento, dejándolo completamente confundido y aturdido. Sonreí al verlo mirarme con fijeza, y un poco de enojo en sus ojos.

—¿Me acompañas? —le pregunté, optando por mi tono de voz más angelical e inocente—. Yo invito.

—Te acompañaré, pero por ningún motivo te dejaré pagar —rodé los ojos y pasé por si lado, presioné el botón del elevador y esperé pacientemente a que el mismo abriera sus puertas.

—No me vengas con ese cuento, por favor —le dije, entré al ascensor y él me siguió, presioné el último piso—. Te pones en ese plan igual que Demián y siempre terminamos discutiendo.

—Yo no pretendo discutir —se cruzó de brazos otra vez mientras la máquina comenzó a bajar.

—Siempre pasa —murmuré.

Solo nos tomó dos minutos llegar al último piso, seguí insistiendo en que me dejara invitarle el desayuno, pero se negó rotundamente y no pude seguir hablando. Decidimos quedarnos dentro del hotel, entonces ocupamos una mesa cerca de la ventana. El desayuno pasó ameno, una que otra pregunta para ponernos al día y demasiadas risas de mi parte.

—¿Qué es eso de que abrirás una nueva cede para tu fundación? —preguntó de pronto, yo estaba demasiado concentrada en el color gris de sus ojos.

—Ya tenemos muchos animales, y necesitamos más espacio —suspiré—. Entonces haremos una recoleta y reuniremos fondos para pagar el local, todo será online.

—Deberías darme los datos, me gustaría ayudarte —dijo, y corazón se aceleró.

—No tienes por qué —reí un tanto nerviosa, y sorprendida.

—Pero quiero, Aibyleen —contuve la respiración, me sonrojé al verlo apoyar sus brazos sobre la mesa e inclinarse hacia mí—. Puedes negarte todo lo que quieras, pero encontraré la forma de dar con ello.

Mordí mi labio inferior, no sabiendo si eso último iba con doble sentido, apreté las piernas y sonreí.

—Está bien —asentí—. Te enviaré un mensaje con los datos.

—Perfecto —sonrió, completamente complacido.

Estúpido.

Odiaba su actitud cuando conseguía lo que quería, pero eso lo hacía ver más sexy, entonces, no podía quejarme del todo.

—Eres tan arrogante —lo acusé, solo que él me sonrió con cinismo—. Estúpido.

Su mano se estira por sobre la mesa, y el hecho de que estemos tan cerca me gusta, más de lo que debería admitir. Sus dedos recorrieron toda la base de mi garganta, y supe casi de inmediato que estaba observando el moretón que había amanecido ahí hoy.

—¿No te afecta? —preguntó de pronto, mi expresión le respondió por mí—. Tener tantas miradas sobre ti.

Él tenía razón, sentía muchas miradas sobre mí, sentía ese picor en mi nuca, pero no, no me importaba.

—¿Por qué lo haría? —ladeé la cabeza, mostrándole una sonrisa—. Esta soy yo, no debería afectarme —él sonrió conmigo, y eso activó un montón de maripositas en mi estómago.

¡No, Aibyleen! ¡Basta!

Me aclaré la garganta, se alejé un poco y apoyé mi espalda contra la silla, sentí el calor subir a mis mejillas, pero lo disimulé.

—Antes lo hacía —dijo.

—Sí, cuando tenía diecisiete y creía que debía adaptarme al mundo y no al revés —subí mis hombros con indiferencia—. ¿Sabes algo, Sebastián? El peor error que cometí alguna vez, fue intentar ser alguien que no era. Sufrí, por querer que me quisieran, cuando lo que siempre debí hacer, fue quererme a mi misma —un destello casi indescifrable cruzó su mirada, pero si no lo conociera mejor que a la palma de mi mano, diría que no lo descifré. «Deseo. Vivo y ardiente»—. Y, ahora que me amo, no cambiaré otra vez.

Me regaló una sonrisa orgullosa y yo me sentí morir, sabía que él me admiraba y se sentía feliz por mí, me lo había dicho varias veces y era bastante reconfortante saber que él estaba orgulloso de mí.

Después de nuestra conversación, ambos nos pusimos de pie y yo decidí acompañarlo al estacionamiento, en dónde estaba el Audi que había rentado para venir a Los Ángeles. Me adelanté unos pasos, ignorando el hecho de que mi corazón latía enfurecido dentro de mí pecho y sabía que se debía a la compañía que tenía.

—¿Disfrutas de la vista, McCain? —le pregunté, sabiendo perfectamente que me estaba mirando el trasero.

—No tienes la menor idea, Whittemore —cerré fuertemente los ojos, porque él sabía lo que ocasionaba en mí y lo usaba en mi contra.

Me detuve frente al Audi negro estacionado muy lejos de los demás, mi ceño se frunció.

—¿Por qué está estacionado aquí? —le pregunté, sobresaltándome cuando me giré y lo encontré muy cerca de mí.

—No me gusta que me vigilen —dio un paso hacia mí, yo retrocedí y mi espalda chocó contra el auto—. Los periodistas no llegan hasta aquí.

—Mmh, ya veo —mordí mi labio, miré sus ojos fijamente, hasta que se acercó mucho y pudimos respirar el aire del otro—. Sebastián...

—No te acercas en lo más mínimo, Aibyleen —mi respiración se agitó y mi corazón dio un vuelco, tragué ruidosamente y suspiré cuando su rostro bajó a mi cuello, aspirando mi aroma—. Intentas que no se note, pero lo hace y solo yo me doy cuenta.

—¿De que? —sus manos sostuvieron mi cintura, cerré los ojos y solté un jadeo cuando mordió el lóbulo de mi oreja.

—De que te mueres porque te haga mía justo aquí y en este mismo instante —mentiría si dijera que no me excité cuando dijo eso, porque sí, lo hice.

Ay, mierda. ¿Por qué me viene con esto ahora?

Pero, ¿le iba a mentir?

—Mmh —su nariz rozó la mía, pero yo no pude abrir los ojos—. Está claro que ambos queremos los mismo —sentí su sonrisa, me la estaba imaginando—. Pero, para tu mala suerte, McCain —abrí los ojos, me topé con sus irises grises, sonreí—. Tienes que controlar tus ganas, porque yo no quiero un escándalo y creo que tú tampoco.

—Te salvaste —besó mi labio inferior y se alejó.

¿Eso había sido un beso? Porque debo decir que nunca nos hemos besado.

Lo tomaré como uno.

—Nos vemos pronto, peach —me guiñó uno de sus preciosos ojos, se subió a su auto y se marchó.

Santa madre.

Me llevé las manos al cabello y reí histérica, estuve apunto de tener un orgasmo y ni siquiera me tocó dónde debía. Ese hombre tiene algo, no sé que, pero lo voy a descubrir.

[...]

Mi sesión de fotos había sido de los más increíble, estaba demasiado satisfecha conmigo misma y mi trabajo, junto con el esfuerzo de todas las chicas que se ofrecieron para abrir esta campaña y con el equipo de trabajo. Las fotos saldrían el siguiente mes de diciembre, justo antes de navidad y como sorpresa, tendríamos un apartado exclusivo para una nosotras.

Estaba orgullosa de lo que habíamos estado logrando y eso había que celebrarlo, no hoy mismo, por supuesto, debíamos esperar a que saliera la revista y ver qué tal quedó el trabajo. Aún faltaban dos meses para ello, pero la emoción no la detenía nadie.

Todos estuvimos totalmente desocupados a eso de las seis de la tarde y yo estaba cansadísima, quería dormir hasta mañana, más cuando llegué a mi habitación y me dejé caer en la cama. Este día había sido bastante largo, el fin de semana estaba siendo demasiado.

La sesión de fotos.

El cansancio.

Sebastián McCain.

Sí, ese era mi más grande problema, si es que le puedo llamar problema. Pensar en nuestro... raro encuentro en el estacionamiento me pone los pelos de punta, me genera un cosquilleo en el estómago y en otra parte que no voy a mencionar.

Él era mi sueño, frustrado, pero, al fin y al cabo, era mi fantasía.

—Estás tan mal, Aibyleen —me froté el rostro con las manos, sintiéndome cansada.

Tocaron la puerta y gruñí fastidiada, quería morirme, literalmente. Suspiré y me puse de pie, abrí la puerta y me encontré con una muchacha vestida con el uniforme del hotel, le sonreí con amabilidad.

—¿Dígame?

—Me pidieron que le entregara esto, señorita —responde, tendiéndome una cajita blanca.

—¿Para mí? —fruncí el ceño.

—Sí.

—¿De quién? —sacudo la cajita cerca de mi oreja, pero al parecer, no es nada grande.

—Solo nos dijeron que se la entregáramos a usted —dice con simplicidad.

—¿Segura que es para mí?

—Usted es la única Aibyleen Whittemore qué se hospeda en el hotel —me sonríe—. Que disfrute su estancia.

Y se va, dejándome muy confundida y con la palabra en la boca. Me encogí de hombros y me di la vuelta para cerrar la puerta a mi espalda, le quité el lasito azul a la caja y abrí la tapa. Era una tarjeta digital, era para la suite del último piso.

¿Y esto que?

Al fondo de la caja había una nota, abrí la hojita y mi corazón se aceleró al leerla.

Está claro que ambos queremos lo mismo, y no sé si podré controlarme cuando te vea otra vez, así que dejemos de postergar lo inevitable y hagamos de una simple fantasía la mejor de las realidades.

S.M.

Ah caray, que cosas.

Tragué forzado, releyendo la nota una y otra vez hasta que mi cabeza lo procesó. Técnicamente, Sebastián McCain me estaba invitando a una cita sexual, genial. Era mi sueño hecho realidad, bueno, tampoco así. Se supone que no debo emocionarme por esto, yo no puedo darle lo que quiere, no puedo dejarlo entrar... ¡No puedo!

—Ay, santo cielo —me senté en la cama, observando la tan tentadora proposición en mi mano, esa que bien podría ser la entrada al infierno o un pase directo al cielo.

¿Qué se supone que debía hacer? Ese hombre había sido mi compañero de coqueteo desde hace años, está mañana hemos tenido el acercamiento más cercano... Nunca nos habíamos tratado así. ¿Qué había cambiado?

—No voy a ir —guardé todo en la caja y negué—. ¿Qué caso tiene? Ni siquiera me gusta —me mentí a mi misma, traté de engañarme—. Definitivamente, no iré.












¡Bombazo!

Ustedes qué dicen: ¿Va o no va?

Por mi parte, yo si iría.

¿Y ustedes?

Comenten muchos "🔥" "❤️" "🍑" el que más les guste, y hago maratón mañana.

¡Voten y comenten mucho!

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