58. Sebastián.
(+18)
Trato de procesar lo que ocurrió hace solo unas cuantas horas, ni siquiera tengo palabras para describir lo sucedido. Las horas pasan y yo sigo mirando un punto fijo de la pared.
Imbécil. Imbécil. Imbécil.
Eso es lo que soy, no tengo otra explicación.
—Quizás me adelanté demasiado. Tal vez, no está lista y la espanté. De pronto...
—¿Puedes calmarte? —me interrumpe Anggele, caminado lentamente por la habitación mientras que el pequeño Derek descansa entre sus brazos—. No la espantaste, ¿okey? Tranquilízate.
—¿Y cómo quieres que me tranquilice? —exclamo sin entenderla, sin poder asimilar su calma después de todo lo que le dije—. Ella simplemente se fue, ni siquiera dijo una palabra. ¿Qué quieres que piense?
—Bueno, ¿quieres mi opinión sincera o me hago la sentimental? —se sienta junto a mí en la orilla de la cama aún con el bebé en los brazos.
Suspiré, mirándola de reojo.
—Sin remordimientos, rubia. Dispara.
—Bien —remoja sus labios y se prepara—. Primero; eres un estúpido por no contarme que le ibas a pedir matrimonio a mi mejor amiga. Segundo; con una propuesta así, hasta yo te diría que no. Tercero; estás comportándote como un niño pequeño haciendo pataletas. Cuarto...
—Están siendo muchas cosas —murmuro entre dientes.
—¿Me vas a dejar terminar o no? —gruñe, pone los ojos en blanco—. Mira, Sebastián. Aunque a veces me caigas mal, te quiero, ¿sí? Eres el mejor amigo de mi esposo y el novio de mi mejor amiga, es obvio que eres importante para mí. Y por tal motivo, te digo que eres un idiota —termina—. ¿Sabes quién es Aibyleen? La mujer más hermosa, linda, cariñosa, amable, educada y bondadosa del mundo entero. Pero, aún y cuando viste esa increíble armadura de hierro, muy en el fondo, sigue siendo esa niña pequeña e insegura que alguna vez, el mundo pisoteó.
>> Sebas, ella no huyó de ti porque no quiera casarse contigo, ella se fue porque le cuesta creer que tú quieras pasar el resto de la vida a su lado.
¿Cómo podía Aibyleen pensar eso? ¿Es que acaso no sabía cuánto la amaba?
—Ella va a volver —la voz de la rubia a mi lado me saca de mis pensamientos—. Aibyleen es una luchadora, solo está asustada. Te sugiero que esperes, cuando la presionan no hace las cosas bien porque alguien se lo está ordenando. Aiby vendrá cuando esté lista, y cuando eso pase, no podrás librarte de ella jamás.
[...]
Esto de esperar no era lo mío, pero estaba tratando de apegarme a las palabras de Anggele. Debo darle espacio, así podrá pensar las cosas bien y tomar una buena decisión.
La amaba, con todas mis fuerzas, pero si ella no quería esto conmigo, estaría dispuesto a respetar su decisión, aunque él solo pensamiento doliera demasiado.
Suspiro mientras observo las gotas de lluvia caer de un cielo completamente gris, septiembre está muy húmedo y eso es extraño. Son casi las cinco de la tarde y mi corazón aún no ralentiza su eufórico palpitar.
Sus ojos llenos de lágrimas, sus manos temblando, su mirada horrorizada.
El timbre sonó y eso logró sacarme de mis pensamientos, solté un suspiro y me levanté del sofá para ir hacia la puerta. La madera se abre cuando tomó la decisión y la imagen al otro me golpea con fuerza.
Los mismos ojos llenos de lágrimas, el mismo temblor a lo largo de su cuerpo, solo que esta vez, no hay horror en su mirada.
Hay algo más fuerte, avasallante y demoledor.
Doy un paso atrás para poder respirar mejor y no hacerle un montón de preguntas, su cuerpo mojado por la lluvia se mueve y camina dentro del departamento, ella misma cierra la puerta y solo se dedica a mirarme.
Su nariz está roja, los mechones rosados ahora se pegan a sus mejillas, su cuerpo se sacude levemente por el frío.
En menos de un parpadeo la pierdo de vista y sin esperarlo en lo absoluto, la tengo sobre mí. Sus labios están presionándose contra los míos, sus manos en mi cuello y sus piernas impulsándose del suelo hasta rodear mi cintura con las mismas.
—Sí quiero casarme contigo —suspira contra mis labios, dejándome completamente sorprendido. Nuestros ojos se encuentran y un nuevo brillo inunda su mirada—. Quiero casarme contigo, quiero que nos vayamos de luna de miel a Santorini y que nos desconectemos del mundo por un mes completo. Quiero que compremos una casa gigante, con un montón de habitaciones, una piscina olímpica y con un patio enorme. Quiero que adoptemos a dos perros y un gato, quiero que tengamos dos hijos y vivamos felices por siempre —a estas alturas, sus pies han tocado de nuevo el suelo y sus mejillas están llenas de lágrimas, sus ojos entrecerrados y su respiración agitada—. Te amo, y sí quiero ser tu esposa.
No lo soporto más, no puedo simplemente tenerla frente a mí diciéndome lo que tanto esperé y solamente quedarme quieto.
Sostengo su rostro entre mis manos y cierro mis labios sobre los suyos, un suspiro sale disparado de su boca y un montón de sensaciones abrumadoras recorren mi sistema.
Estoy feliz, confundido, aterrorizado.
Es agridulce, sin embargo, eso no quita el hecho de que, en este momento, sea el hombre más feliz del mundo.
Esta mujer es mi vida, mi talismán, todo lo que me motiva a ser mejor cada día. Solo sueño con ser digno de ella, con llenar todas y cada una de sus expectativas. Ella es el centro de mi mundo, yo solo soy una galaxia en medio de su universo. Y lo acepto. Acepto cada cosa que tenga que ver con ella, con su vida, con su existencia.
—Te amo. Te amo. Te amo —repito una y otra vez, beso cada indicio de sonrisa. Devoro cada suspiro de su parte—. Te amo, Aibyleen Whittemore. Y te amaré hasta que la muerte nos separe, e incluso después de eso.
—Y yo te amo a ti —sostiene mi rostro entre sus manos y me besa a su manera, lenta y pausadamente.
Abrazo su cintura con mis brazos, apego su cuerpo al mío. Está empapada de pies a cabeza, le quito el saco de los hombros, echo su cabello rosado hacías atrás y muerdo sus labios llenos y dulces.
—Sebastián —jadea, tirando de mi camisa, buscando más cercanía.
—¿Qué pasa? —bajo mis labios a su cuello, me impregno su aroma a vainilla.
—Te necesito, ahora —suplica, buscando mis ojos.
No le respondí, simplemente la tomé entre mis brazos y caminé con ella hasta dejarla tendida en el sofá. Se veía tan preciosa ahí, con el vestido mojado y pegándose a su cuerpo. Las mejillas, la nariz y los labios rojos.
Sí, definitivamente era perfecta.
Separé sus piernas y le quité las bragas con lentitud, su respiración era un desastre y no podía estar más complacido con ello. Ni siquiera la había tocado como quería, y ella ya estaba lista para mí.
—Eres tan preciosa —susurré, acomodándome sobre ella—. Tan dulce, tan suave, tan perfecta.
—Sebas... —echó la cabeza para atrás, susurrando mi nombre más de una vez. Presioné mis dedos en el lugar exacto para hacerla gemir—. No, no...
—¿Qué es lo que quieres? —besé su mandíbula, la comisura de sus labios.
—Ya estoy lista, ya... —tragó ruidosamente, sus ojos azules llenos de deseo—. Solo te quiero dentro de mí, por favor.
Sonreí, besé sus labios hasta que quedaron aún más rojos.
—No tienes que pedirlo otra vez —sus propias manos fueron al botón de mis pantalones.
Estaba tan desesperada que la dejé ser, ella misma me llevó a su interior, y no debía decir lo bien que se sentía, porque me quedaría corto. Sus piernas rodean mi cintura, aprisionándome contra ella.
—Sebastián —se queja cuando comienzo a moverme lentamente.
—Shhh —junto nuestros labios, acaricio su rostro, rozo nuestras narices—. Despacio. Quiero sentir cada parte de ti.
—Por favor —suspira contra mi boca, me presiono en su interior con suavidad.
—Despacio.
Demonios, esta mujer me iba a volar la cabeza.
Si quiero casarme contigo.
Jamás olvidaré esas palabras, jamás olvidaré la dulzura y el tono de su voz al decir aquello. Jamás olvidaré sus ojos, sus lágrimas de felicidad, sus besos de aceptación.
Será mi esposa. Pasará el resto de su vida conmigo.
No tengo nada más que pedir, pues ella es todo lo que quiero y más.
Es mía y la amo.
¡AYYYYYYY, QUE ME MUERO!
AMO. AMO. AMO.
¿Y ustedes?
Necesito sus opiniones.
¿Todavía me odian? ¿Aun les caigo mal?
¡Voten y comenten mucho!
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