56. Aibyleen.
Estaba contenta, demasiado, a decir verdad, no podía de la emoción.
Salí del consultorio con una sonrisa gigantesca, mi corazón latía fuerte y mis pies con rapidez. Guardé cuidadosamente el resultado de los exámenes en mi pequeño bolso para que no se dañaran, quería guardarlo.
Saqué mi teléfono y marqué con rapidez el número de Sebastián, dos tonos después su voz se escucha al otro lado de la línea y soy la mujer más feliz del mundo.
—¡Hola, cariñito mío! —exclamo con algarabía.
—Hola, peach —escucho la sonrisa en su voz y mi corazón late fuerte—. ¿A qué debo el placer de escuchar tu voz a estas horas de la mañana?
—Ay, necesitaba contarle a alguien una súper noticia —digo, entrando a la camioneta cuando Malcom abre la puerta para mí.
Aprovechando que lo tenía a mi disposición si llegaba a salir sola.
—¿Cuál es asa súper noticia? —escucho el ajetreo de varios papeles.
—¿Estás ocupado?
—Solo estoy firmando unos papeles —aclara—, pero cuéntame.
—Acabo de hacerme los exámenes, y las transfusiones resultaron bastante bien —dije emocionada—. Mi hemoglobina está estable, demasiado para ser real. Mis plaquetas ya están en 80.000 lo que es bueno, creo. El hecho es que todo está mejorando, y el lunes podemos comenzar con el tratamiento para las plaquetas.
—Eso es estupendo, amor —expresa y sé que está contento, me mordí el labio inferior—. Me hubiese gustado estar ahí contigo, pero la reunión llegó de la nada...
—Lo sé, amor —me resté importancia—. Tranquilo, todo está bien, eso es lo importa.
—¿Dónde estás ahora?
—Voy de camino al departamento de Brady —informo—. Él quiere hablar conmigo de algo sobre la publicidad, creo. Podemos vernos más tarde, ¿Qué dices?
—¿En dónde?
—En Manhattan, quiero un café frío —me recuesto en el asiento—. ¿Te envío la dirección del restaurante?
—Sí, nos vemos ahí, entonces —dice—. Te amo.
—Y yo te amo a ti —sonrío.
Apoyo la cabeza contra el respaldo y no dudo en cerrar los ojos y asimilar el hecho de que las cosas van cada vez mejor. Si todo sigue igual, no me sorprendería que las cosas vuelvan a ser como antes.
Observé por la ventana y el sol estaba brillante, las parecían felices y eso me hacía feliz. Había pasado casi una semana desde nuestro cumpleaños, y ahora que estaba con Sebastián, cumplir años el mismo día me hacía mucha ilusión.
Ese día había sido tan especial y mágico que no podía olvidarlo, fue diferente, de alguna forma, lo sentí así. La profundidad de mis sentimientos era tanta que me parecía extraño, aún no creía que después de tanto, él siguiera conmigo.
Me sentí afortunada por todo lo que había pasado en los últimos meses, a pesar de los baches, los tropezones y los días grises, era feliz, no había nada más que decir.
—Hemos llegado, señorita —dijo Malcom, haciéndome dar un respingo.
—Oh, gracias —sonreí—. Puedes ir a casa de Demián, Sebastián irá por mí.
Asintió, dándome una leve sonrisa.
Cuando bajo de la camioneta me sorprende el hecho de encontrar a Brady apoyado contra el barandal de la escalera de su edificio. Frunzo el entrecejo cuando el viento sopla con fuertes, haciendo que baje el dobladillo de mi vestido amarillo.
—¿Te echaron de tu propia casa? —me burlo de él, levanta sus ojos del teléfono en sus manos y me observa.
—Uy, están pintando el departamento y está hecho un desastre, cariño —finge tener un escalofrío haciéndome reír—. No quiero entrar ahí, prefiero estar aquí afuera.
—Ya me imagino —termino de subir las escaleras y le doy un beso en la mejilla—. ¿Qué tal estás?
—Estoy bien, ya sabes, siempre se puede estar mejor —suspira, y por su expresión sé que algo anda mal.
—¿Y tú nuevo novio? —cuestiono, sin recordar su nombre.
—Ni lo menciones, es un niño mimado —bufa, me apoyo contra la rejilla—. No quiere contarles a sus padres que es gay, pero tampoco quiere dejar de serlo... Ni siquiera sé a qué se refiere, es un imbécil.
—Tal vez sea difícil para él —le digo.
—Como sea, no quiero hablar de él —se encierra en su coraza y vuelve a ser el mismo Brady que conozco—. ¿Qué tal estás tú?
—Yo, muy bien —inhalé profundamente y sonreí—. También podría estar mejor, pero voy mejorando y eso es lo que importa.
—Tienes razón —asiente—. Te veo mucho mejor, de verdad que sí.
—Estoy más animada.
Se ríe cuando me ve dar un saltito en mi lugar.
—¿Qué eres eso que querías decirme?
—¡Oh, cierto! Fíjate que hay un desfile para una obra beneficia, el dinero recaudado va a ir directamente hacia un refugio para mujeres desamparadas —mi chip colaborador se activa de inmediato—. Por casualidad, me encontré con Paulina Wade...
—¿La editora del New York Times? —abrí mis ojos.
—Es la editora de espectáculos —aclaró, sonrió maliciosamente—. Bueno, la cosa es que, indirectamente me dijo que quería que estuvieras ahí. Es más, dijo explícitamente y cito: «Su rostro joven y hermoso quedaría estupendo en una portada».
Mi corazón se detuvo y mis oídos dejaron de escuchar.
—¿Qué? —dije anonadada, sin poder creérmelo—. ¿Hablas en serio? Ella quiere que yo...
—Sí, lo más probable es que te quiera en la portada del New York Times —asintió—. Le dije que lo consultaría contigo primero, ya sabes, no tenía idea que decirle...
—¡¿Qué?! ¡Esa mujer quiere que yo salga en la portada! ¡En la portada! —grito zarandeándolo, él se ríe—. El New York Times, Brady. ¡El puto New York Times!
Dios, mátame ahora y escúpeme en la portada de esa revista.
—Entonces, ¿quieres aparecer? —cuestiona—. Porque si no te sientes bien, no es necesario...
—¿Te estás oyendo? ¡Tengo que ir! —me sentía extasiada, no podía de la emoción—. Yo debo estar ahí.
Esta era mi gran oportunidad, no la iba a desaprovechar.
[...]
¿En qué momento de nubló el cielo? Ni idea, pero estaba gris y el viento se volvió helado. Ahora me arrepentía de ponerme un vestido sin mangas, me estaba muriendo del frío.
—Aquí tienes —dijo un chico, el mesero.
—Oh, gracias —le sonreí cuando dejó mi café frío en la mesa.
—¿Necesitas algo más?
—No, gracias, estoy bien —le pagué por adelantado, porque siempre se me olvidaba llamar para cancelar.
Me regaló una sonrisa coqueta que me causó gracia, se veía como de unos diecisiete o dieciocho años, era un niño delante de mí.
—¿A qué se debe esa preciosa sonrisa? —cuestionó una voz que conocía demasiado bien detrás de mí.
—A que estoy esperando a mi precioso novio —lo sentí rodearme.
Acercó la otra silla a la mía para sentarse juntos a mí, nuestros ojos se encontraron y solté una risita cuando dejó un beso en mi mejilla.
—¿Acabas de salir de la oficina? —acaricié su barbilla, observando de reojo como aún tenía su traje puesto.
—Hace unos quince minutos —miró su reloj y después a mí, me sonrió y acarició mi mejilla.
—¿Quieres que te pida algo?
—No, amor, estoy bien —pasó sus dedos por mi nuca y me estremecí—. ¿Tienes frío?
—¿Estás viendo el clima? —me reí mirando el cielo—. No sé en qué momento se puso así.
—Ten —se quitó el saco y me lo dio—. Póntelo, no quiero que te resfríes.
—No me voy a resfriar —me mofé, me, pero hice lo que me pidió.
Me encantaba, tenía su perfume y yo amaba su perfume.
Pasé mis brazos por su cuello y lo besé, tomándome mi tiempo en saborearlo.
—Te extrañé —le dije, él sonrió contra mi boca.
—Y yo a ti —pasó mi cabello detrás de mi oreja—. ¿Dónde has estado?
—Fui al hospital por los resultados y luego con Brady —le digo, acercándome más a él.
—Me habías dicho que todo resultó excelente —dice, pasando sus dedos por mi muslo lentamente—. Eso es bueno, ya no tendrás que preocuparte por las agujas.
—Sí, es un alivio —suspiré, soltando una risa—. Ahora solo queda la cita para que me receten los medicamentos, en un mes o dos máximos, estaré como nueva.
—Me agrada escuchar eso —se acerca más para dejar un beso detrás de mi oreja, me muerdo el labio—. ¿Qué hacías con Brady?
—Oh, de eso quería hablarte —murmuré emocionada, él me miró expectante. Amaba que me diera toda su atención—. Se va a realizar un desfile para recaudar fondos para una fundación de mujeres desamparadas, es un evento súper importantísimo y todo el mundo estará ahí... ¿Y a qué no adivinas a quien quieren ahí? ¡A mí! —Sebas se ríe de mí, claramente divertido por mi reacción—. La editora de espectáculos del New York Times le insinuó a Brady que me quiere en la portada. ¡¿Sabes lo que eso significa?! —zarandeé su brazo, sin contener la emoción—. Saldré en la portada, Sebastián. ¡En la maldita portada!
—Felicidades —acuna mi mejilla, sonriéndome embelesado—. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?
—Por supuesto —levanté la barbilla con suficiencia—. Nadie puede parar a Aibyleen Whittemore.
Sus ojos brillaron, de verdad que brillaron. Mi corazón se aceleró ante su mirada, sonreí, porque me causaba estragos la forma en la que sumergía sus ojos en los míos.
Su pulgar acarició mi labio inferior y elevó mi barbilla, se acercó mucho a mí y cuando creí que iba a besarme, hizo todo lo contrario.
—Cásate conmigo —soltó y juré que sentí como el tiempo se detuvo, como el mundo dejo de girar.
¿Qué fue lo que dijo?
—¿Qué? —susurré, con el cuerpo tenso.
—Que quiero que te cases conmigo —dijo, ahora con más firmeza.
Que me case con él.
Stuart aprieta su mano en mi rostro, entrando sus dedos en mis mejillas. Me lastima, su tacto me duele.
—Eres una estúpida, ¿sabes? —se ríe cerca de mi rostro, me empuja contra la pared y presiona su otra mano en mi cintura—. ¿Cómo se te ocurre terminar conmigo?
—No quiero estar contigo —me duele respirar cerca de él.
—Si te vas, nadie va a quererte como yo —me dice, y mi cerebro absorbe las palabras—. Estás loca, Aibyleen. Nadie puede querer a una loca.
Las palabras se repiten en mi mente y es todo lo que escucho.
No, no lo escuches.
Acepta, Sebastián te quiere.
Él te quiere.
Sus ojos siguen fijos en los míos, las lágrimas nublan mi vista y siento como todo a mi alrededor se distorsiona.
—No quieres eso —no sé lo que estoy diciendo, pero aun así lo digo.
—Sí, es justo lo que quiero —asiente, sujeta mi rostro. Seca mis lágrimas, esas que bajaron sin mi consentimiento—. Te quiero a ti, para siempre, ¿es tan difícil de entender?
—Tú no quieres casarte conmigo —afirmo con tanta fuerza que me sorprende.
Sebastián sacude su cabeza, presiona sus labios contra los míos, pero se siente diferente.
—¿Qué debo hacer para que entiendas que eres mi vida entera? —cuestiona en un suspiro que toca mi alma.
Él te quiere.
Nadie puede querer a una loca.
Sebastián te ama. Te ama con todo su corazón.
—Eres mi mundo. Mi diosa. Un universo en dónde yo solo soy una estrella —musita con demasiado sentimiento que me acelera el corazón—. Eres todo lo que quiero, lo que necesito, lo que siempre he soñado —sujeta mis manos, besa mis nudillos. Me mira. Su mirada se traba en la mía y el mundo se detiene—. Te amo. Te amé desde que te vi, te amo hoy, y te amaré mañana. ¿Cuándo vas a entenderlo?
¿Cuándo vas a entenderlo?
¿Cuándo? ¿Cuándo? ¿Cuándo?
Me suelto de su agarre, observo su mirada perder un poquito de su brillo, me alejo y me pongo de pie.
—No puedo ahora, no puedo...
No termino, me doy la vuelta y camino en dirección contraria a paso veloz. No veo, no escucho, no siento. Todo a mi alrededor está negro, mis pies se mueven por vida propia y se pierden entre las personas.
Las voces en mi cabeza no dejan de hablar, de decirme unas cosas y otras al mismo tiempo. La cabeza me duele, todo resulta confuso.
Camino, camino y mis pisadas en el mundo se pierden con la lluvia.
¡AHHHHHH!
¡¿QUÉ ESTÁ PASANDO?!
OPINIONES DE LA PROPUESTA DE SEBASTIAN *aquí*.
OPINIONES DE LA RESPUESTA DE AIBYLEEN *aquí*.
No me odien, por favor. 😇
¡Voten y comenten mucho!
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