52. Sebastián.
Sonreí al ver el rostro de Aibyleen en la pantalla de la laptop, estaba en su entrevista. Se veía preciosa con su vestido verde, sin embargo, su mirada está opaca como en los últimos días y eso me tenía preocupado.
—Mi relación con Sebastián es como cualquier otra relación, y eso solo significa que es de dos. Ambos somos muy abiertos, él respeta mis decisiones de que mostrar y que no mostrar en mis redes, él sabe que estoy loca y que me encanta presumirlo. No obstante, quiero mantener esto detrás de esa línea invisible, que sea solo nuestro y de nadie más.
—Increíble —las personas le aplaudieron, pero ella parecía no estar ahí—. Es admirable y respetable. Mantener las cosas en su lugar y como corresponde. Sin embargo, que hace a una pareja del momento, la más hermosa.
Se ríe, yo sonrío inevitablemente.
—He escuchado que nos llaman la pareja de oro, lo cual es muy gracioso —dice—. Bueno, puedo decirte que Sebastián y yo solo muy diferentes. Él es muy callado, y los que lo conocen desde hace años lo saben. Y bueno, yo soy todo lo contrario. Ya podrás imaginarte.
Estaba tensa, lo noté. Sus hombros estaban rígidos y ella estaba pálida. Contuve el impulso de llamarla, tal vez estaba ocupada. Era temprano, aún no pasaban de las doce y quizá ella me llamaría después.
—¿Extrañas algo de tu niñez?
—Pasar todo el día con mis padres y mi hermano —respondió sin pensarlo.
—¿Qué es lo mejor que te ha pasado en los últimos años? —le preguntaron.
—Conocer a Sebastián —sonrió con dulzura y mi corazón sintió sus palabras en lo más profundo.
Tú también has sido lo mejor que me ha pasado, peach.
El teléfono local sonó y eso me sacó de mis pensamientos. Pausé el vídeo y contesté.
—¿Dayra?
—Tengo al representante de la señorita Aibyleen en la línea tres, señor —dijo ella con rapidez.
—¿A Brady? —fruncí el entrecejo.
—Sí, señor. Dice que es urgente.
Me volví de piedra automáticamente.
—Contestaré —colgué la línea general y pulsé el número tres—. ¿Brady?
—¿Sebastián?
—Sí, ¿qué es lo que pasa?
—Estuve llamando a Demián pero tiene el teléfono apagado —escucho su respiración forzada al otro lado de la línea—. No sabía a quién más llamar.
—No te preocupes —me tensé aún más—. ¿Está todo bien con Aiby?
—En realidad, no —soltó un suspiro—. Se desmayó hace media hora, estamos en el hospital.
Un pitido se acentuó en mis oídos y no pude pensar en otra cosa más que en dos ojos azules.
—¿En qué hospital está? —cuestiono, sin reconocer el miedo en mi voz.
—NewYork-Presbyterian —responde.
—Estaré ahí en un minuto —colgué y salí a toda prisa de la oficina—. Cancela las reuniones de hoy, Dayra.
—Sí, señor —dijo confundida, pero no me detuve a verla.
Fui directamente hacia oficina de Demián, tocando la puerta con prisa. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, pero mi mente no quería procesar la información del todo.
«Aibyleen se desmayó».
¿Por qué?
La puerta se abre, Demián frunce el entrecejo.
—¿Desde cuándo tocas la puerta? —bufa y se ríe.
—Aiby está en el hospital —suelto en un susurro, ni siquiera puedo decirlo en voz alta.
El rostro de mi mejor amigo palidece levemente, traga forzado.
—¿Cómo que está en el hospital?
—Se desmayó, Brady acaba de llamarme —respondo, pasándome una mano por el cabello.
Mi respiración es cada vez más superficial, y yo solo quiero saber que demonios le ocurrió.
—No sé si estás ocupado o algo, pero yo voy a ir —digo.
—Vamos a ir —dice él—. De ninguna manera dejaré a mi hermanita sola.
[...]
He recorrido el pasillo por... Ya perdí la cuenta, el hecho es que estoy de los nervios. Los doctores no salen, las enfermeras no dicen absolutamente y Demián parece estar más relajado que nunca. Siento el corazón latir en mis oídos, tengo el cuerpo tenso y lo único que puedo hacer es pensar en Aibyleen.
Que esté bien. Que esté bien. Que esté bien.
—Cálmate, Sebastián —me dice—. No me mires así, el hecho de que des veinte vueltas no hará que sepamos algo de inmediato.
—No quiero discutir contigo —suelto entre dientes.
—Yo tampoco, así que siéntate antes de que te siente yo —espeta, suelto un bufido y hago lo que me dice.
Me siento junto a él, sin sabes que más hacer.
—¿Por qué pasa esto? —cuestioné.
—Normalmente se agota demasiado, pero si Brady dijo que sangró por la nariz, la cosa es diferente —responde. Noto su preocupación y me preocupo el doble—. ¿La has notado diferente?
—Ha estado cansada en los últimos días —suspiro, apretando el puente de mi nariz—. Siempre dice lo mismo, que no ha dormido bien, que el trabajo está pesado... Nada concreto.
—Ella es así —se cruza de brazos.
—¿Demián? —preguntó una voz, cuando levanté la mirada, era un médico.
De unos cuarenta y algo, moreno y con una bata blanca.
—Mason —se levantó Demián y segundos después, imité sus acciones—. Sebastián, él es Mason White, el doctor de Aibyleen.
—Es un gusto —digo, estrechando su mano.
—Igualmente —asiente—. ¿Eres familiar?
—Soy su novio.
—¿Cómo está ella? —indagó mi amigo.
—¿Sinceramente? Bastante descompensada —informa, metiendo las manos en los bolsillos de su bata—. Realmente la encontré muy desequilibrada.
—¿Debería llamar a mi madre?
—Deberías.
¿Qué tan mal está?
—¿Está despierta? —pregunto, sin poder evitarlo.
—Debe estar despertando justo ahora —señala la puerta detrás de él—. Puedes entrar, no creo que le guste abrir los ojos y ver qué está sola.
Asentí y le agradecí en voz baja, hice mi camino hasta la puerta al otro lado del pasillo y no dude en entrar a la habitación. Cerré detrás de mí y suspiré al verla en la camilla, tenía una bata azul y una intravenosa en el dorso su mano. Entre más cerca estaba, noté la palidez en su rostro.
La camilla estaba inclinada, por lo que se encontraba medio sentada, aún tenía los ojos cerrados. Me acerqué lo suficiente, acaricié su mejilla y entonces sus párpados revolotearon para abrirse.
—Hola, bella durmiente —le quité el cabello del rostro, sosteniendo su mano delicadamente cuando la levantó.
—¿Qué...? ¿Qué pasa? —dijo con voz queda, con sus ojos aturdidos.
—Todo está bien, estás bien —besé sus nudillos y después su frente—. Ya estás bien.
Cerré los ojos e inhalé profundamente su aroma, agradeciendo internamente que estaba despierta, que se encontraba bien. Al menos, físicamente. Algo andaba mal, pero sabía que tenía solución, o eso esperaba.
—¿Qué pasó? —cuestionó, miré sus ojos azules cansados.
—Te desmayaste —acaricié su mejilla—. Brady dijo que tuviste una hemorragia nasal.
—No recuerdo mucho —admite, pasándose una mano por el rostro—. Estaba demasiado cansada.
—Eso veo —frunzo el entrecejo—. Esto no es de ahora, Aibyleen, esto lleva semanas —trato de controlar el tono de mi voz, pero por la forma en que me mira, sabe que estoy molesto—. ¿Por qué no me dijiste?
—No lo vi relevante —susurra, bajando la mirada unos segundos para después mirarme culpable—. No quería preocuparte —llevo sus dedos a mis labios cuando estoy apunto de reprocharle—. Lo siento, debí decírtelo... Se me pasó, y lo olvidé.
Apoyo mi mano sobre la suya que aún sigue en mi mejilla y giro mi rostro para besar la palma.
—Lo siento —hace un puchero al final.
—Está bien —delineé el contorno de su labio inferior.
—¿Viste mi entrevista? —cuestionó en un suspiro.
—Vi tu entrevista —asentí—. Estuviste increíble.
—Olvidé decir que te amaba —su lamento me hizo sonreír.
—No tenías porqué decirlo en público, ya lo sé —garanticé, ella sonrió y cerró los ojos.
—Te amo —musitó en voz baja.
—Y yo a ti, preciosa.
—Dios, estoy muerta —se quejó.
La puerta de la habitación se abrió nuevamente y Demián entró con una expresión de alivio en cuanto vio a su hermana despierta.
—Hola, pequeña —la saludó, apretando su mano cuando se acercó—. ¿Cómo te sientes?
—Como si hubiese caminado diez años seguidos sin parar —respondió ella, entrelazando su otra mano con la mía—. ¿Ya me puedo ir?
—Me temo que no —eso llama mi atención, y el ceño fruncido de Aiby también—. Mamá viene de camino, lo más probable es que llegue mañana por la tarde.
—¿Eso quiere decir que...? —se queda sin voz, sus ojos azules se llenan de lágrimas.
—Sí —asintió Demián.
—¿Van a decirme lo que está pasando? —pregunto al borde de los nervios.
—Tengo anemia —responde ella en un susurro, pero ahora parece ausente.
—Mamá vendrá mañana y hablará con Mason, ¿sí? —le dice su hermano—. Sabremos que debemos hacer y todo, ¿está bien? No quiero que te preocupes ni nada, trata de dormir que todo va a estar bien.
—Yo me quedaré con ella —hago saber.
—Okey...
—¡No! —refunfuñó la rubia, que ya no era rubia—. Tienes que ir a trabajar...
—No te estaba preguntando, peach —le guiñé un ojo.
—Bien, lo más probable es que mamá te llame todo el tiempo —me dice Demián—. Ella tiene tu número, entonces... Cualquier cosa me avisas —asentí, se inclinó para besar la frente de su hermana—. Pórtate bien, te amo.
—Yo también —dijo simplemente.
—Nos vemos —se despidió y se fue.
Nos sumergimos en un espeso silencio, de alguna, estaba ideando de que manera podría sacarle información. Necesitaba saber que estaba pasando.
—No te vas a quedar —sentenció ella, cruzándose de brazos y lastimándose la intravenosa en el proceso—. Ay, carajo.
—Justamente por eso debo quedarme —le doy un golpecito en la nariz—. ¿Vas a decirme que es lo que está pasando?
—No puedo saberlo concretamente hasta que mi madre no hable con el doctor —bufa.
—Tienes veinticinco años —le recuerdo.
—Lo sé —suspira, cambiando su expresión a una completamente afligida—, pero hay cosas de las que no me gusta tener la última palabra, ¿sabes? Mi madre siempre ha velado por mi en ese aspecto, y quiero que siga siendo así.
—Entiendo —acaricié sus nudillos y el dorso de su mano, esquivando la intravenosa—. ¿Por qué no duermes un rato? Casi son las dos, veré si puedes comer algo.
—No tengo hambre —saltó con rapidez.
—Tu opinión no vale justo ahora, preciosa —sonreí ante su ceño fruncido—. Duérmete, cuando despiertes seguro tendrás hambre.
—¿De verdad te quedarás? —cuestionó.
—Jamás voy a dejarte sola, Aibyleen.
No la dejaría, y en estos momentos, mucho menos.
Ella me necesitaba, aún y cuando le costaba decirlo en voz alta. Sin embargo, yo era quien más necesitaba de ellas, más aún instantes como estos.
★★★
Esta situación con Aibyleen me preocupa.
¿Ustedes qué me dicen?
Necesito un enfermero como Sebastián.
Los quiero, besos.
¡Voten y comenten mucho!
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