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48. Aibyleen.

(+18)

Tiro de la corbata de Sebastián hasta pegar mis labios a los suyos, de alguna manera conseguimos entrar al baño que está bajo las escaleras, ese que, según los organizadores de la boda, no está disponible para los invitados. Sebastián le pone el pestillo a la puerta y sus manos caen en mi cintura, mis labios se separan y el beso se profundiza cuando nuestras lenguas se tocan.

Pasé mis manos por su cuello y me aferré a él con fuerza, sintiendo cada parte de su cuerpo pegada al mío perfectamente, mientras que sus manos acariciaban cada curva del mío.

—¿Por qué nunca es suficiente? —susurré contra su boca, antes de que bajara y esparciera besos húmedos por mi cuello.

—Créeme, yo tampoco tengo una respuesta para eso —gemí cuando apretó mi trasero y levanté la barbilla para que siguiera besando la base mi cuello—. Pero, de algo si estoy muy seguro —cerró su mano alrededor de mi cuello y rozó sus labios tentativamente con los míos, nuestros ojos se encontraron y nuevas galaxias se crearon cuando el deseo brilló en nuestras miradas.

—¿De qué? —jadeé.

—De que te deseo, y que nadie va impedir que te haga mía justo ahora —garantizó.

Su nariz pasó por encima de la mía y me embelesó, una sonrisa carnal bailó en sus labios y mi vientre se apretó.

—No te detengas, entonces —susurré.

—No pensaba hacerlo tampoco —afirmó y un grito quedó atrapado en mi garganta cuando me giró entre sus brazos. Quedamos frente al lavamanos, nuestros ojos se encuentran en el espejo y mi piel arde ante su mirada brillante—. Mírate, tan preciosa como siempre —acarició mi cintura por sobre el vestido, pero la presión de sus manos hacia que mi piel ardiera de deseo—. Estoy segurísimo de que estás mojada, ¿no es así? —gemí cuando se presionó a mi espalda, sentí su erección en mi trasero—. Respóndeme.

—Compruébalo por ti mismo, McCain —lo provoqué—, soy consciente de que tienes manos.

Sonrió de esa manera suya que tanto me excitaba, y no tuve más remedio que apoyar la cabeza sobre su hombro cuando su mano acarició mi muslo por la abertura del vestido.

—Eres un pequeño y sexy demonio que le gusta provocar, peach —susurró en mi oído, mordiendo suavemente el lóbulo de mi oreja.

—Solo para ti —admití con la respiración agitada, mientras sus dedos se acercaban peligrosamente a mi entrepierna.

—Mmh, es bueno saberlo —inspiró mi aroma, presionando sus dedos sobre el encaje de mi ropa interior—. Me doy cuenta de que si tenía razón.

—Sebas... —me estremecí ante el roce de su mano en mi vientre, cuando adentró la misma en mis bragas. Sus dedos encontraron mi clítoris con facilidad, trazando círculos suavemente sobre el mismo—. Dios mío...

—¿Qué es lo que quieres, peach? —cuestiona, pasando sus labios por mi cuello, su mano libre baja lentamente el tirante de mi vestido y presiona mi pezón derecho entre sus dedos.

—Sebastián... —mi rostro se gira un poco y una sonrisa aparece en sus labios cuando me besa.

—No me has contestado —dice, mis ojos se cierran ante el sincronizado movimiento de sus dedos en mi centro y de su mano en mi pecho.

—Ya sabes lo que quiero —respondo aturdida.

—Hay muchas opciones, Aiby —pasa sus labios por mi mejilla—, tienes que ser más específica.

Te quiero a ti —moví mis caderas contra su mano, sentí su sonrisa en mi piel.

—Estás tan húmeda que sería sencillo perderme dentro de ti —gemí ante sus palabras.

Dios, mi cuerpo estaba ardiendo.

¿Te lo imaginas? —asentí con su nombre en la punta de la lengua—. Solo imagíname entrando y saliendo de tu cuerpo —muerdo mi labio inferior y no puedo evitar que la imagen se filtre en mi mente.

Oh sí, por supuesto que me lo imaginaba.

De pronto, sus manos dejaron de tocarme, me hizo dar un paso hacia adelante hasta que mi vientre chocó contra el lavadero. Reposé mis manos sobre el frío mármol y me tensé rápidamente cuando subió mi vestido hasta enrollarlo en mi cintura. Alejó mi cabello suelto de mi espalda, dejándolo sobre uno de mis hombros y cuando creí que iba a bajar el cierre, hizo todo lo contrario.

Dejó un beso en mi hombro, otro en mi cuello y después bajó mis bragas. Escuché el cierre de su pantalón y cuando menos me lo esperé, se introdujo en mi interior. Me llevé una mano a la boca para no soltar un grito y ahogué una risita cuando presionó sus dientes en mi cuello.

—Tienes que hacer silencio —dijo, quedándose quieto en mi interior.

—Sabes que eso es imposible —se retiró lentamente y entró con fuerza, mis ojos se cerraron y un gemido murió en mis labios cuando mordí el inferior.

—Inténtalo —dijo en mi oído y lo único que hice fue dejarme llevar.

Me apoyé en su pecho, pero mantuve mis manos firmes sobre el lavamanos, intentando sostenerme. Sus embestidas resultaron certeras, un vaivén lento pero profundo que me tenía idiotizada. Sus besos iban y venían, desde mi cuello, mi mejilla y mi hombro. Nuestros ojos se encontraban aleatoriamente a través del espejo, llenos de pasión y deseo, tan delirante que me volaba la cabeza.

Giré mi rostro y llevé mi mano hacia su cuello, junté mis labios con los suyos y gemí cuando me besó con vehemencia. El ritmo incrementó y un frenesí se hizo presente entre los dos cuando nuestras lenguas se tocaron.

Mi respiración comenzó a salir en jadeos y la suya igual, una de sus manos sostenía mi cintura y la otra fue al botón de placer entre mis piernas.

—Sebas, por favor —gemí bajito, mirándome en sus ojos grises de tormenta.

—No sabes cuánto te amo —espetó en mi oído, apoyando su frente en el lateral de mi cabello.

—Yo también te amo —enterré mis unas en su brazo y me estremecí en cuanto comencé a ver estrellas.

Apreté mis labios con fuerza cuando supe que estaba apunto de gritar, el orgasmo me golpeó al instante y segundos después, Sebastián llegó conmigo. Esto último me hizo recordar que mi cita con mi ginecóloga era la próxima semana, así que lo anoté mentalmente.

—Dios, eso fue... —no encontré la palabra, así que la busqué dentro de mí cerebro que aún seguía aturdido.

—¿Asombroso? —probó, respirando pausadamente contra mi cuello.

—No, iba a decir fantasmagórico —susurré, él se rió de mí.

—Por Dios, Aibyleen —me estrechó entre sus brazos—, solo a ti se te ocurre decir eso en estos momentos.

—Ya sabes cómo soy, Golden Boy —cerré los ojos, y pedí con todas las fuerzas de mi corazón quedarme así por siempre—. No tengo filtro.

—Y no sabes cuánto me encanta eso —besó ruidosamente mi mejilla, y la ternura del gesto no concuerda para nada con lo que acabamos de hacer.

Temblé cuando salió de mí interior, se acomodó la ropa y se encargó de subir mi ropa interior.

—De vuelta a su sitio —sonreí cuando me dio una suave palmada en el trasero.

—Donde siempre debieron estar —digo entre dientes fingiendo estar molesta, él sonríe y se sitúa a mi lado. Sacudo mi cabello y me reacomodo el vestido—. ¿Me veo bien?

—Estás perfecta —le regalo una sonrisa y abrazo su torso con mis brazos.

Sus manos quitan el cabello de mi rostro, acaricia mis mejillas y baja sus labios a los míos.

—Sobre lo que hablamos hace un rato, lo dije en serio —murmura, sosteniendo mi rostro—. No quiero que te sientas presionada...

—¡Shhh! Haz silencio —le doy un beso casto y largo una risita—. No me estoy sintiendo presionada, admito que me tomó por sorpresa, pero realmente me hace ilusión estar contigo todo el tiempo —apoyo mis brazos en sus hombros y acaricio sus labios suavemente con mis dedos—. Sí quiero vivir contigo, de verdad que sí.

Me sonrió y besó mi frente, cerré los ojos y me quedé ahí, sintiéndome completa.

De eso se trata el amor, ¿no es así? De dos personas imperfectas que, juntas, se perfeccionan entre sí.

[...]

Cuando abro los ojos tengo un dolor de cabeza de los mil demonios, pero me mantengo serena para no empeorar la situación, me remuevo un poco y un quejido sale de mis labios.

Me llevo una mano al rostro y abro un poco los ojos, las cortinas están abajo, pero algunos rayos de sol se filtran a través de la ventana.

—Buenos días, dormilona —la voz de Sebastián hace que gire mi rostro a la izquierda.

Está apoyado contra el respaldo de la cama con la laptop en su regazo, con una camisa negra de mangas cortas y un pantalón de chándal.

—Buenos días —susurro con voz pastosa, su mano busca la mía y besa mis nudillos—. ¿Qué hora es?

—Casi las doce.

—¿Qué? —me sorprendí, él sonrió—. ¿Cómo es que dormí tanto?

—Nos dormidos tarde, peach —me recuerda con la picardía bailando en su mirada—. Estabas cansada y te dejé dormir un rato más.

—¿Hace cuánto estás despierto?

—Hace una media hora, más o menos —no se ve muy seguro de su respuesta, pero estoy demasiado confundida como para seguir preguntando.

—Me duele la cabeza —me quejo, pero soy capaz de removerme bajo las sábanas y sentarme junto a él.

Acomodo mi pijama que consiste en un pequeño short de tela y una sudadera rosa, gracias al aire acondicionado me resulta cómoda. Ni siquiera recuerdo haberme puesto el pijama, de hecho, ni siquiera me acuerdo muy bien de lo que sucedió ayer.

Después de la boda, que resultó ser todo un éxito, las cosas se salieron un poco de control. No bebí de más, pero si nos divertimos muchísimo. Recuerdo los detalles: Anggele y Demián contrayendo matrimonio, Sebastián pidiéndome que me mudase con él, nosotros teniendo sexo en el baño, seguir con la fiesta y despedir a los novios, luego vinimos a casa y continuamos con nuestros asuntos sexuales.

A casa.

Dios, no puedo creerlo. Jamás pensé vivir con alguien, de hecho, sabía que en algún momento encontraría a alguien con quien compartir mi vida, pero no creí que podría hallar a una persona y amarla con todas mis fuerzas.

Lo que siento por Sebastián es más grande que el mar, el cielo y el universo mismo. Antes creía que yo era el centro del mundo, aún lo sigo creyendo, pero ahora tengo a alguien quien me acompañará siempre.

Sé que tendremos problemas, pero hemos cruzado muchas cosas y estoy completamente segura de que podremos con lo que sea.

Miro al precioso hombre junto a mí y su sonrisa me hace sonreír, me acerco y beso su mejilla. Apoyo mi cabeza en su hombro y observo el montón de gráficas y números en la pantalla de su portátil.

—¿Qué haces?

—Adelantando un poco de trabajo —dice, dejando un beso en mi cabello después.

Me pego más a él y suelto un suspiro.

Observo detenidamente la habitación y mi cuerpo se llena de alegría al saber que voy a vivir con Sebastián. Que locura, Dios.

—¿Crees que podamos con esto? —susurro.

—¿Con qué?

—Vivir juntos —digo.

—Hemos sobrepasado muchos obstáculos, peach —lo escucho decir—, esto es parte de la recompensa.

Sonreí sin siquiera moverme.

—Estoy preocupada por algo —suspiro, me separo de él para mirarlo a los ojos—, y es algo que nos interesa a los dos.

—¿Qué es? —sus ojos me miran confundidos y ansiosos.

—Debemos pensar en como haremos para que toda mi ropa entre en tu closet.

Una sonrisa aliviada se abre paso en sus labios y sacude la cabeza.

—Ese es un gran problema —asentí con una sonrisa y me acerco para dejar mis labios a centímetros de los suyos.

—Es tu problema, tú quieres que yo viva contigo —lo acusé.

—Y es la mejor decisión que he tomado jamás.













Ay, es que los amo.

¿Y ustedes?

¿Qué les pareció?

Se acerca el final de la segunda parte.

¡Voten y comenten mucho!

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