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47. Sebastián.


La despedida de soltero de Demián fue más de lo mismo, fuimos al club por unos tragos y la noche pasó entre conversaciones normales. Santiago Stone y el imbécil de Manuel Johnston se unieron a la pequeña celebración, sin embargo, Demián fue el responsable de invitar a este último, entonces debía aguantarlo.

—Sé que lo odias, pero cambia esa expresión —murmura Demián cuando pasa junto a mí.

—Lo intentaré —él se ríe y sacude la cabeza, se aleja hacia la barra.

Delineo el filo del vaso y observo la pantalla de mi teléfono cuando la misma se ilumina, un mensaje de Aibyleen brilla, diciéndome lo mucho que se está divirtiendo.

—¿Lo ves nervioso? —cuestiona Santiago junto a mí, sacándome de mis pensamientos.

—¿A Demián? —asiente, observo a mi mejor amigo y se ve más relajado de lo normal—. No, ha está detrás de la misma mujer durante ocho años, no creo que esté nervioso.

—¿Amor no correspondido?

—Al contrario —respondo—, los dos se amaban desde el principio, solo que ninguno quería dar el brazo a torcer.

—Qué extraño —suelta una corta risa—. Algunas veces las personas somos extrañas, sobre todo los hombres.

—Díselo a mi novia —reí.

—¿Has pensado en pedirle matrimonio? —la pregunta fue un golpe que no esperaba.

Pensar en Aibyleen automáticamente me llevaba a planear un futuro que no sabía si se podía cumplir. No porque no quiera, sino porque en esta vida todo es incierto.

—Con Aiby las cosas son a paso de tortuga, pero son seguros —comento.

—Es mejor así, te lo digo por experiencia propia —dice, dándole un trago a su vaso de whisky—. Amo a mi esposa, de verdad, pero a veces creo que me hubiese gustado que ambos nos conociéramos más antes de casarnos —musita—. Siento que no la merezco.

—Con lo poco que hablé con ella, me di cuenta que es una gran mujer —afirmé hacia él.

Celine era una gran persona, no tendría que conocerla a fondo para darme cuenta.

—Eso lo sé —sonríe, como todo hombre enamorado. ¿Así me veré yo cuando hablo de Aibyleen? —. Te sorprendería saber todo lo que hemos pasado juntos —me mira—, pero esa es otra historia.

Sonreí, y pensé que, si todo entre nuestras empresas seguía igual que ahora, tal vez algún día pueda ser digno de conocer dicha historia.

[...]

La dichosa despedida de soltero se terminó a eso de las doce, Demián como todo amargado y viejo de casi treinta años debía dormir temprano para estar fresca mañana el día de su boda. No lo juzgaba, al contrario, estaba de acuerdo con él.

Llegué al departamento cerca de las doce y treinta, y para mí sorpresa, no tenía ni un solo mensaje de Aibyleen, lo que me dejaba algo inquieto. Ella normalmente me escribía cada que podía, sin embargo, supe que Anggele y sus amigas estaban con ella y también recordé que a Aiby le encantaba ser el centro de atención.

Me quité el saco y lo dejé sobre el sofá, saqué el teléfono de mi bolsillo y marqué el número de Aibyleen.

—Hola, estrellita, soy Aibyleen, pero obviamente ya lo sabes. Déjame tu mensaje porque seguramente estoy ocupada. ¡Que tengas una bonita existencia!

Sonreí al escuchar su correo de voz, Aibyleen era tan tierna y dulce que eso disimulaba su manera explícita de expresarse. Tal vez era su explosividad lo que me atrajo, lo que hizo que me enamorara de ella como un idiota.

Estoy a un segundo de enviarle un mensaje cuando escucho la puerta abrirse con algo de fuerza y cerrarse de la misma manera, retrocedo un poco para poder ver qué está ocurriendo. La rubia viene con los tacones en la mano y caminando lentamente, mirando el suelo con algo más que solo interés.

Lleva el cabello revuelto y las mejillas rojas, se ve preciosa con ese vestido negro, y no logro quitarle la mirada de encima cuando se acerca al sofá, chocando contra el mismo.

Auch —susurra, sin percatarse de mi presencia.

Me resulta bastante divertido verla en ese estado, y no tengo que preguntarle si está ebria cuando sus ojos azules se levantan un tanto desorbitados y se fijan en mí. Una sonrisa se va formando en sus labios cuando comienza a caminar hacia mí.

—Hola, mi amor —arrastra las palabras.

—Hola, preciosa —tengo que acercarme a ella con rapidez y sujetarla por la cintura antes de que termine en el suelo. Suelta una risita y se aferra a mis brazos—. Te divertiste mucho por lo que veo.

—Todo estuvo... geniaaal —se ahoga con sus propias palabras y se ríe.

—Ya veo —sostengo un su cuerpo contra el mío con un brazo, mientras que le quito el cabello del rostro con mi mano libre—. ¿Cuánto has bebido?

—No lo sé —acerca su rostro al mío y nuestras narices se rozan—, lo que sí sé es que bebí por las dos.

—¿Por las dos?

Sip —asiente con rapidez para después reírse—. Por Anggele y por mí.

—Ahora entiendo —con una sonrisa se engancha en mi cuello y presiona sus labios contra los míos.

Sabe a fresas, a whisky y a Aibyleen. Definitivamente es la combinación perfecta.

Se apega a mi cuerpo todo lo que puede, repaso cada una de sus curvas con mis manos, pero me mantengo al margen. Está ebria, jamás la tocaría si no está en sus cinco sentidos.

—Aiby, no —detengo sus manos cuando van al botón de mis pantalones—. Basta.

—¿Por qué? —hace un puchero, baja sus labios a mi cuello.

—Porque estás borracha —su boca húmeda y tentadora es una excelente oferta, y por mucho que me encienda su comportamiento, sé que no sabe lo que hace.

—¿Y eso que? —se queja cuando alejo sus manos de mí—. Soy tu novia.

—Y con más razón —le doy un toque en la nariz—. No te pondré una mano encima si estás ebria, peach.

Refunfuña, con los ojos brillantes y la piel enrojecida.

En mi maldita diosa.

—No es justo —se muerde el labio inferior, pasa sus manos por mi pecho—. Te deseo y te necesito —su voz ansiosa despierta cada célula de mi cuerpo, pero me niego—. ¿Qué debo hacer para que me folles?

—Nada —sujeto su rostro entre mis manos, dejando mis labios a centímetros de los suyos—. No necesitas hacer nada porque jamás te he follado, peach —confieso, acaricio sus mejillas—. Desde la primera noche te hice el amor, Aibyleen, porque no mereces menos.

Sus ojos se cierran y sus labios se entreabren, escucho como toma una lenta respiración y suspira al final.

—Repite eso de nuevo cuando esté sobria, por favor —pide mirándome a los ojos.

—No tienes que pedirlo —garantizo con una sonrisa.

Cierra los ojos otra vez y suspira profundamente, apoyándose contra mí.

—Estoy tan cansada —suelta en un murmullo.

—Vamos a la cama —se aleja de mis brazos antes de que pueda sujetarla y se encamina hacia la habitación—. ¿Quién te trajo?

—La limusina se encargó de llevar a todas a sus casas —rebuscó en su maleta que estaba abierta a un lado de la cama—. Angge estaba cansada, dijo que quería dormir temprano.

—Tu hermano hizo lo mismo —le digo, ella sacude la cabeza y entra al baño a trompiscones.

La dejo hacer su tarea en él y yo me encargo de buscarle una pastilla, sabiendo que mañana tendrá la resaca de la vida. Cuando vuelvo a habitación ella va saliendo del baño con una sudadera cubriendo su cuerpo, un moño desordenado y con intenciones de meterse a la cama.

—Espera —sus ojos me buscan cuando estoy cerca de ella—. Bebe esto.

—¿Qué? —frunce el entrecejo—. Sebastián...

—Es por tu bien —dejo la pastilla en la palma de su mano y le entrego el vaso de agua—. Hasta el fondo.

—A veces me caes mal —rueda los ojos y bufa, pero obedece y deja el vaso completamente vacío.

—El sentimiento es mutuo, peach —gruñe y se apresura a meterse bajo las sábanas.

Me siento en la orilla junto a ella, observo sus ojos cerrarse poco a poco.

—Jamás volveré a beber así —susurra.

—Todos decimos lo mismo siempre, Aiby —acaricio su mejilla rosada—. Duérmete, preciosa.

—¿Sebas?

—¿Sí?

—Te amo —suspira.

—Y yo te amo a ti.

[...]

Demián camina de un lado para el otro por toda la habitación, murmurando cosas que no entiendo ni escucho tampoco, está nervioso y me pone nervioso a mi también.

—Me estoy mareando —le digo cuando se acerca a una de las ventanas—, ¿puedes quedarte jodidamente quieto?

—Lo siento —carraspea y se acerca al espejo nuevamente, arreglándose la corbata por millonésima vez—. Es que estoy demasiado nervioso.

—¿Dudas? —fruncí el ceño.

—¿Qué? ¿De la boda? —me encogí de hombros—. No, he esperado ocho años para casarme con Anggele.

—¿Entonces?

—No lo sé —se quita una pelusa inexistente de su impoluto esmoquin negro—. Es estúpido, ¿cierto?

—Tú siempre has sido estúpido —le informé, me levanté del sofá y acomodé mi saco.

—Creí que no te pondrías la corbata —suelta en una risa.

—Estuve a punto de no hacerlo —musité—, pero tu hermana me obligó.

—Mmh, creí que lo habías hecho por mí.

—Sonará un poco empalagoso e incluso imbécil de mi parte, pero, eres mi hermano y haría lo sea por ti —terminé de decirle acomodándome el saco.

—Parecemos maricas —se ríe y es imposible no hacerlo con él—. Gracias.

—No te creas, solo es porque te casarás hoy —le advertí y me acerqué a la puerta.

—Ya sabía yo que tanta amabilidad no era más que hipocresía —reprocha en un gruñido de fingida molestia.

—Ya sabes cómo soy.

Salí de la habitación yendo a la de mi novia, en dónde, si no me equivoco, se encuentra con Anggele. Toco la puerta levemente con mis nudillos.

—Ya casi es hora, Anggele —le digo mirando que son casi las cuatro de la tarde en el reloj de mi muñeca—. Date prisa.

—¡Ya estoy lista! —exclama al otro lado de la puerta, abriendo la misma dos segundos después.

Elevo las cejas ante la imagen que me recibe, Anggele luce realmente bonita con el vestido de novia, no es tan extravagante como lo imaginé, pero se ve preciosa.

—¿Cómo me veo? —da un pequeño giro y la corta falda se mueve con ella.

—Te ves muy linda —aseguro—, ni comparación con lo que eres a diario.

—Deja de ser tan despreciable —me golpeó con el ramo de rosas blancas—. Pero en serio, ¿crees que a Demián le guste?

—¿Bromeas? Te amará aún y si llevas una bolsa negra, rubia —le digo, le regalo una sonrisa para que se tranquilice—. Está ansioso por verte, estoy seguro que le encantará, ya verás.

Hace un pequeño puchero y sus ojos se cristalizan.

—Es lo más lindo que me has dicho jamás —susurra, se acerca a mí y me apretuja en un abrazo.

—En el fondo me agradas —le digo cuando se aleja.

—¿De verdad?

—Muy en el fondo —aclaro, ella se ríe—. ¿Y Aibyleen?

—En el baño, creo que tiene náuseas —señala la otra puerta—. Bebió de más ayer.

—Así me di cuenta.

Cuando estoy por acercarme a la puerta del baño, la misma se abre y una rubia con cara de pocos amigos sale del pequeño cuarto.

—Es en serio, jamás vuelvo a beber así —gruñe con los dientes apretados—. Siento el sabor de la cerveza en la garganta y me he cepillado los dientes como tres veces.

—Te lo dije, eso pasa por no tener control con el vodka —murmura la otra rubia.

—¡Lo hice por ti! Quería ser una buena cuñada, ¿okey? —expresa exasperada, su teléfono suena y se lo lleva a la oreja—. ¡¿Qué?! Lo siento, mami... Sí, ya está lista, bajaremos en un minuto —asiente como si la persona al otro lado de la línea la estuviese viendo—. Dile a papá que suba y venga por Angge... Sí, está bien.

Suspira y aleja los mechones rubios sueltos que caen en su rostro.

—Bueno, nosotros nos vamos —se acerca a mí y entrelaza su brazo con el mío—. Angge, papá vendrá por ti y bajaran juntos... El resto ya lo sabes.

—Está bien —asiente ella—. Estoy tan nerviosa.

—No lo estés —le dice mi novia—. Mi hermano te ama, y nosotros estamos encantados de que formes parte de esta familia.

—¡Dios, me van a hacer llorar! —se queja—. Váyanse antes de que arruine mi maquillaje.

—No nos culpes de tus desastres, Stevenson —me dispuse a salir con Aibyleen a mi lado.

—De verdad que no puedo creerme esto —susurra ella cuando estamos por bajar las escaleras—, ¿alguna vez pensaste que Demián se casaría?

—¿Sinceramente? Sí, él siempre ha estado enamorado de Anggele —comento—. En algún momento saldría con algo como esto.

—Que felicidad —dice con una sonrisa, acercándose a una de las organizadoras que le da un ramo de rosas blancas—. Me alegro mucho por mi hermano, y soy feliz al saber que encontró su alma gemela.

[...]

La ceremonia fue corta, y realmente se sintió el amor que Demián y Anggele estaban experimentando. La fiesta comenzó, solo amigos cercanos y familiares, como Anggele pidió desde el principio.

Todo marchaba bien, tal y como debía ser siempre.

—¿Te he dicho ya lo hermosa que te ves con este vestido? —murmuré en su oído, apretando su cuerpo contra el mío mientras nos balanceamos al ritmo de la música.

—No, no me lo has dicho —aparta su rostro de mi pecho para poder mirarme—. Deberías decírmelo.

—Estás preciosa —acerco mi rostro al suyo, rozando muestras narices—. Eres lo más hermoso de este lugar.

Sus mejillas se sonrojan y una sonrisa aparece en sus labios rojos.

—Ay, te amo —abrazó mi cuello con sus brazos, afiancé mi agarre en su cintura.

—Y yo a ti —beso su mejilla.

—¿Sabes?, estuve pensando en algo —musita mirándome a los ojos—. Ahora que Demián y Anggele se irán de luna de miel, tendré la casa sola para mí y tú podrás venir a pasar algunos días conmigo. ¿Qué te parece?

Había estado esperando este momento, que ella tocara el tema de pasar tiempo juntos en una casa, y no podía estar más nervioso.

—Yo también he estado pensando en algo parecido —murmuro, viendo sus ojos azules atentos a mí—, y tienes razón. Demián se irá casi por tres semanas, entonces no quiero que te quedes sola cuando puedes venir a mi departamento.

—Sí, podemos distribuir los días...

—Solo que —la interrumpí—, no quiero que sean solo unos días, sino todos los días.

Su ceño se frunce un poco y sus labios se entreabren, cuando parece entender a lo que me refiero su cuerpo se detiene y queda estático. Suelta un jadeo casi inaudible, y de no ser por estar tan cerca de ella no la hubiese escuchado.

—¿Quieres decir que...? —susurra en voz baja.

—Sí, quiero que vengas a vivir conmigo —respondí finalmente.

Parpadea con rapidez y su expresión me dice que no puede creerlo de un todo.

—¿De verdad quieres que...? —asentí, se mordió el labio inferior y sus ojos adquirieron el brillo característico de las lágrimas—. Yo...

—Puedes pensarlo, no tienes que decir que sí ahora mismo —aunque quisiera que lo hicieras, pensé. Sostuve su rostro entre mis manos, acercándolo al mío—. Sabes que jamás voy a presionarte, nunca daré algo por hecho sin que antes puedas tener opciones. Sin embargo, eso no quita el hecho de que te quiera conmigo siempre, a toda hora y lo sabes.

—Oh Dios, Sebastián —hizo un puchero y presionó sus labios suaves contra los míos—. Sí quiero.

Un segundo, ¿de verdad dijo que sí?

—¿Qué? —se ríe, asiente con rapidez y con las lágrimas al borde.

—Que sí quiero ir a vivir contigo —aseguró y me abrazó con fuerza.

Sentí como la tensión se fue de mi cuerpo, sin saber que estaba conteniendo la respiración, solté un suspiro antes de besarla.

—Dios, no tienes una idea de lo feliz que me estás haciendo justo ahora —expresé sobre sus labios.

—Siempre puedo retractarme, McCain —amenaza con una sonrisa.

—No, peach, ya no puedes —aseguré y volví a besarla.

Maldición, estaba enamorado de esta mujer hasta el núcleo. Haría hasta lo imposible por ella, toda mi vida daría lo mejor de mí para ser digno de estar a su lado.

—Me encantaría que dejaras de comerte a mi hermana en público, McCain —dice la voz de Demián al micrófono, junto con las risas de los presentes—. Eres mi padrino y debes dar tu discurso.

Me reí, besé a mi novia unos largos segundos más hasta que fue capaz de alejarme de ella.

—En un segundo vuelvo, nena —larga una risita y me suelta.

Me doy la vuelta, alejándome de la mujer de mi vida para entrar en el papel de mejor amigo, Demián me observa con burla y me entrega el micrófono.

—Gracias por estropear mi momento, Demián —le dije.

—¿Qué puedo decir? Es mi deber como mejor amigo —se encogió de hombros y se alejó hacia su mesa, sentándose después junto a su esposa.

—¿Quién diría que este imbécil sentaría cabeza tan pronto? Pero bueno, ¿a quién engaño? Cada día que pasa te acercas a los treinta y con ello, a la vejez —dije contra el micrófono, reteniendo una sonrisa.

—¡No me avergüences, McCain! —exclama riendo, junto con todos los demás.

—¿Qué te puedo decir? Es mi deber como mejor amigo —repito sus palabras y él achina sus ojos cuando sonríe—. Bueno, soy un asco dando discursos y todos los que me conocen por mi carrera lo saben.

—Deja de alardear, Golden Boy y termina de una buena vez —la novia abre su boca y no puedo evitar reírme.

—Está bien, está bien —suspiro—. ¿Qué debo decir? Cómo padrino debo contar un montón de cosas vergonzosas sobre los novios, pero mejor las guardo para mí —aclaro—. Cuando Demián me contó de Anggele creí que estaba loco, ¿quién podría enamorarse de semejante rubia fastidiosa? Luego, cuando tuve la desgraciada de conocerla en persona, me di cuenta de la maravillosa persona que era, y entonces supe que mi hermano había encontrado a su alma gemela —los ojos de Anggele están al borde de las lágrimas, mientras que Demián se encarga de hacerla entender que solo es un simple brindis—. Soy testigo de lo mucho que han batallado para estar juntos, y verlos aquí, dando un paso tan importante para la vida de ambos, solo me da esperanza. Y si ustedes pudieron encontrar el amor en persona tan especiales, todos podemos hacerlo. Felicidades.

Cuando los aplausos se escuchan, Anggele está llorando a mares, Demián la consuela mientras le informa a su hermana que es su turno. Con suficiencia y su porte de diva camina hacia mí, rozando mi brazo con el suyo.

—Muy bonito, McCain —dice—, pero mi discurso será mejor que el tuyo.

—Eso quiero verlo —me cruzo de brazos.

—¿Apostamos? —me quita el micrófono y se posiciona en el centro del lugar—. ¿Puedes dejar de llorar, Anggele? Me harás llorar a mi también —le dice a su, ahora, cuñada. La veo suspirar y parpadear varias veces—. Dios, ya me estoy poniendo sentimental, soy la peor madrina del mundo —se seca la lágrima que baja por su mejilla—. Han sido los ocho años más largos de mi vida, y me incluyo en ese conteo porque lo viví con ustedes. Y estoy orgullosa de todo lo que soportaron, cada obstáculo que cruzaron con valentía y cada bache que saltaron como campeones. El día que descubrí que Demián estaba enamorado y cuando lo obligué a presentarme a su novia, me sorprendió mucho encontrar en una misma persona a quien sostendría a mi hermano por siempre y a mí mejor amiga. Toda la felicidad del mundo es mi deseo para ustedes, desde el día de hoy, por el resto de sus vidas. 





Capítulo largo para que vean que sí los quiero un montón.

En fin, ¡Se nos casaron nuestros bebés!

#DanggeleForever ❤️

En otras noticias: ¡SEBASTIÁN, HAZME UN HIJO!

Okno (es broma, pero si quieres no es broma).

¿Quién será ese Santiago Stone y por qué debemos recordarlo?

No diré nada.

¡Los amo!

¡Voten y comenten mucho!

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