
46. Aibyleen.
Tres días después estábamos diciéndole adiós a Rusia e íbamos en el jet de regreso a Estados Unidos.
Despedirnos de los padres de Sebastián fue más sencillo de lo que pensé al principio, sin embargo, mi novio seguía reacio a irse, aún y cuando sabía que su padre estaba mejor de lo que se esperaba. Su madre lo tranquilizó y con un par de regaños, al final cedió.
Yo no tenía problema en quedarme si él así dispone, no obstante, los dos tenemos trabajo en Nueva York y debemos estar presentes.
—Entonces, un tatuaje —me había dicho en el transcurso de Rusia a Nueva York.
—¿Cómo sabes eso? —cuestioné alarmada, él me sonrió y bloqueó su teléfono.
—Estabas demasiado dormida el día que llegamos —entrelaza nuestras manos—, creo que dijiste que te harías un melocotón.
—Mmh —me mordí el labio inferior—. Aún no lo sé, tengo que pensarlo bien.
—Eso iba a decirte —me mira—, es algo que tendrás por el resto de tu vida.
—Ya como que no quiero —sacudo la cabeza y él se ríe de mí, no sin antes presionar nuestros labios en un beso.
Un tatuaje era algo serio, en realidad, solo vi una fotografía de uno de un melocotón y creo que me pareció gracioso. Sin embargo, tener tatuajes era un tema delicado y si hablamos se mi poco agrado hacia las agujas, y el hecho de que el dolor sería horrible... ¡No, mejor no!
¡Adiós, idea del tatuaje!
Así pasó el vuelo, la mayor parte me dormí y la otra con Sebastián fastidiándome, como siempre. Verlo bromear luego de casi tres días es algo muy importante para mí, de hecho, odiaba verlo cabizbajo y triste. Y, aunque quise ayudarlo en ese aspecto, era algo que no podía porque la situación no estaba en mis manos.
No obstante, las cosas no parecían ir tan mal. Si bien, su padre tiene cáncer, pero su doctor dejó en claro que todo estaba mejorando muy rápido, y que aún teníamos la certeza de que, dentro de unos meses, él estaría completamente bien.
En cuanto a mi relación con mis suegros...
Uy, qué raro suena eso.
En fin, con Roxanne siempre me llevé muy bien. Ella era muy cariñosa y creo que cuando supo que el mejor amigo de su hijo tenía una hermana pequeña, hizo un espacio en su corazón para mí exclusivamente. Rox era como mamá, muy amable y brillante, daban ganas de abrazarla siempre. Podría decir que es como una segunda madre para mí.
Con Marcus la cosa era igual, solo que él era más serio y reservado que su esposa. Siempre se mostró amable y respetuoso, muy atento y considerado.
Creo que ambos estaban felices con el hecho de que Sebastián y yo tuviéramos una relación amorosa, y eso me llenaba de una tranquilidad inexplicable. Me hacía muy feliz saber que nuestras familias se llevaban bien y que nos apoyaban.
Cuando llegamos a Nueva York el cansancio estaba matándome literalmente, Sebastián insistió en que me quedase con él y eso hice, no tenía ganas de discutir y también quería irme a dormir. Unos segundos más y me caía al suelo.
La semana pasó realmente rápido, entre mi trabajo, las sesiones de fotos, las entrevistas y montón de pruebas para un nuevo vestuario, no tuve tiempo ni para respirar. Sebastián, bueno, él y Demián tenían una carrera en contra reloj para dejar el convenio con Tailandia completamente establecido antes de que mi hermano se fuera de luna de miel.
Esa era otra cuestión, pues la boda el siguiente sábado, es decir, dentro de ocho días para ser exactos. Todo se convirtió en un caos, Anggele lloraba constantemente y quería lanzar todo por la borda, pero no la dejé.
Logré contentarla comprándole un montón de helado y llevándola a escoger mi vestido de dama de honor. Yo era dama principal y la madrina de la boda, mientras que mi sexy y ardiente novio era el padrino.
—¿Te gusta este? —giré con el vestido rosa pálido y largo cubriendo mi cuerpo. Era de pedrería y de seda.
—Mmh, no —sacude la cabeza, ruedo los ojos al verla rebuscar más vestidos—. La boda no es rosa, Aiby. Es verde con blanco y dorado.
—Tú elegiste este vestido, Angge —le recuerdo, ella se encoge de hombros y bufó.
—No importa —me saca la lengua.
La dejo hacer lo que ella quiera, me reí de su actitud infantil y me acerqué al espejo, busqué mi teléfono y me tomé una fotografía para enviársela a Sebastián.
Sobreviviendo a Anggele Stevenson.
No eres la única que está sobreviviendo.
¿Sabes quién es tu hermano mayor?
Sonreí y sacudí la cabeza.
Pobrecito mi bello novio.
Necesitaré muchos mimos para reponerme.
Me mordí el labio inferior y negué ante lo infantil que puede llegar a ser.
Y te los daré, tenlo por seguro.
Por cierto, estás preciosa.
Suspiré y me sonrojé.
Aún no es el definitivo, estamos buscando el ideal.
Con lo que tengas puesto te verás hermosa, peach.
Sonreí enamorada de este hombre tan perfecto.
Te amo.
Yo te amo más.
—¡Ya lo encontré! —exclamó Anggele sacándome de mis pensamientos.
Me giré y observé el vestido verde esmeralda que tenía en la mano. Tenía un escote en V no tan profundo, de tirantes finos y con una abertura desde el muslo hasta el suelo. La tela satinada del vestido lo hacía ver precioso.
—Ese es.
[...]
Era viernes por la tarde y yo estaba lista para la despedida de soltera de mi cuñada, con un vestido negro corto de tirantes y unos tacones de aguja que, según Sebastián, me dejarán en el suelo.
Erika y dos amigas más de Anggele se encargaron de la mini despedida de soltera, ya que yo no pude por todo el trabajo que tuve las últimas semanas.
Me sentí un poco celosa al principio, pero al final me di cuenta de que ella sería mi cuñada y que siempre sería mi mejor amiga y se me pasó.
Mis padres llegaron ayer por la tarde junto con la madre de Anggele, quienes se hospedarnos en la casa que papá tenía aquí, ya que este lugar sería un caos en cuanto vivieran los decoradores a hacer su trabajo.
Mi teléfono sonó justo cuando estaba a mitad de la escalera, me detuve y saqué mi teléfono del pequeño bolso que llevaba conmigo.
—¿Qué necesita mi precioso novio de mí a estas horas? —cuestioné con una sonrisa mientras bajaba.
—Primero; gracias por lo de precioso —suelto una risita—. Segundo; yo te necesito las veinticuatro horas del día, los trescientos sesenta y cinco años, amor.
Me mordí el labio y suspiré cuando llegué a la puerta, saludé a las chicas con la mano y ellas me correspondieron igual.
—¿Te das cuenta? Puedes ser tierno cuando te lo propones, bebé —digo mimosa, escucho como se ríe.
—Yo siempre soy tierno, no sé de qué te quejas —bufa, sonrío.
—¿Qué es lo que pasa? Creí que estabas con Demián.
—Lo estoy, solo me preguntaba si esta noche vendrás a casa —murmuró, y la manera en la que dijo a casa me dejó sin respiración.
—No lo sé —suspiré con el corazón a mil—, todo depende de lo que hagamos.
—¿Aún no lo sabes?
—No, Erika se encargó de todo, ¿recuerdas? —le dije.
—Bien, me llamas de todos modos, ¿está bien? —asentí como idiota.
—Sí. Por cierto, nada de strippers, ¿okey?
Lo escuché reír y yo hice lo mismo.
—Lo mismo va para ti, peach —murmura y yo me sonrojo.
—No creo que haya strippers —digo, aunque no lo sé—. De igual manera, al único hombre que quiero ver desnudo se llama Sebastián McCain.
—Estoy aún segundo de subirme al auto e ir por ti, ¿sabes? —me muerdo la uña.
—Suena tentador, pero no podemos —finjo resignación—. Quizás otro día, ¿sí?
—Perfecto —dijo algo distraído.
—Tengo que irme —musito observando la limusina negra que entra al recinto de la casa—, ya llegaron por nosotras.
—Está bien, ten cuidado.
—Sí, te amo.
—Y yo a ti.
Cuelgo y guardo el teléfono de nuevo, me acerco a las chicas, observando a otra mujer que desconozco. Susan y Yenna son las amigas de Erika, pero a la otra chica no la conozco.
—Hey, hablando con tu chico, ¿eh? —cuestiona una enérgica Anggele.
—Sí, ya sabes cómo es —le resto importancia.
—Mira, ella es Celine Stone —señala a la castaña. Es como de mi estatura, con ojos verdes oscuros y muy bonita—. Es la esposa de Santiago Stone, ¿recuerdas?
—Oh sí, el socio de Demián y de Sebastián —asentí y sonreí, estiré mi mano y estreché la suya—. Es un placer conocerte.
—Igualmente —sonríe en grande y con amabilidad.
—Bueno, ya llegó la limusina —expresó Erika con una gran sonrisa—. ¡Que comience la fiesta!
Todas soltamos una carcajada ante su entusiasmo, la seguimos hacia el enorme vehículo y subimos al mismo. Me senté junto a Celine, mientras que Susan, Yenna y Erika acaparaban la atención de Angge. Sonreí al verla contenta con su despedida de soltera.
—Entonces, eres la esposa del señor Stone, ¿verdad? —intenté buscar un tema de conversación.
—Sí, así es —ella asintió, jugando con el dobladillo de su falda negras.
Iba bastante bonita, tenía un conjunto negro, como los que yo suelo usar, solo que el de ella es un poco más largo que los míos. Sin embargo, lo recatado de su atuendo la hace ver muy elegante.
—Lo he visto en los periódicos —musito—, es un hombre realmente importante.
—A veces, me parece sorprendente la cantidad de gente que lo conoce —dice con una pequeña sonrisa—. Y tú eres la novia de Sebastián.
—Sí, ¿lo conoces?
—Sí, fue a una cena para el cierre de un acuerdo —asiente, achicando los ojos como si intentara recordar—. Él habló de ti esa noche, dijo que estabas de viaje y por eso no habías ido.
—Siempre que me sale un viaje inesperado tengo que cancelar otros planes —suspiro.
—No te preocupes, no te perdiste de mucho —le resta importancia con un ademán con la mano—. Ya sabes, solo hablaron de negocios.
—Me imagino —reí.
Susan destapa una botella de champagne y nos sirve una copa cada una, mientras que le tiende un termo de jugo de naranja a Anggele que se queja diciendo que cuando tenga a su pequeño terremoto se emborrachará hasta el coma etílico. El comentario es tan gracioso que no podemos parar de reír, brindamos por la novia y le deseamos una excelente y última noche de soltera.
—Esto es extraño —suspira Celine junto a mí, luego de darle un trago a su copa—, hace tiempo que no salgo.
—¿Por qué no? —ladeo la cabeza un poco confundida.
—No acostumbro a hacerlo, al menos, no muy seguido —se encoge de hombros—. Siempre suelo hacerlo con mi mejor amiga.
—Este... Mmh, ¿tu esposo no te deja? —cuestiono, algo tímida.
—¿Santiago? No, para nada —se ríe—. Él es quien insiste en que salga a divertirme, que busque más amigas y que la pase bien —suspira y baja la cabeza para mirar sus uñas acrílicas, casi tan largas como las mías—. Estoy acostumbrada a quedarme en casa, y salir después de tanto tiempo es... raro.
Era extraño, no sabía que decirle. La mayoría del tiempo yo estaba de fiesta, desde que estoy con Sebastián, nos quedamos en su departamento y vemos una película. Creo que es el mayor tiempo que he pasado en una casa, y no es tan malo como pensaba.
—Bueno, esto no es tan malo —le digo, sus ojos verdes se encuentran con los míos. Le regalo una sonrisa tranquilizadora—. No somos locas, solo nos gustan las fiestas a lo grande. Tranquila, si te unes al grupo, la pasarás genial.
—Gracias —me sonríe y le devuelvo el gesto con gusto.
Celine me gusta, es callada y un poco arisca, pero se ve que es amable y buena persona. Me agrada, creo que encontré otro pequeño ser al que convertiré en mi amigo.
—Muy bien, la fiesta es una discoteca nueva y tenemos pases VIP —murmura Yenna con malicia, dándonos una pequeña tarjeta negra con letras en neón—. Quisimos hacer algo pequeño porque Anggele está embarazada y no puede hacer muchas locuras.
—Tranquila, Aibyleen hará las locuras por mí —sonríe mirándome.
—Es el deber de toda cuñada —alzo mi copa hacia ella, quien así vez, levanta su termo de jugo.
Ella tenía razón, como buena mejor amiga y futura cuñada, debía ayudarla a cumplir todos sus caprichos antes de la boda, que sería mañana.
En fin, la noche sería una locura, eso ya lo sabía.
Diosa, única, bonita; así es Aibyleen. 🛐
Amarla más parece imposible.
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Quien será esa Celine Goldman y por qué no habrá que olvidarla?
No diré nada.
¡Los amo!
¡Voten y comenten mucho!
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