45. Aibyleen.
(+18)
Para cuándo me desperté, Sebastián no estaba en la cama y eso no me sorprendió, supuse que estaba en casa de sus padres. Lo comprobé en cuanto leí la nota que me había dejado en la mesita de noche:
«Te veías tan linda que no quise despertarte.
Duerme todo lo que quieras mientras estoy en la casa de mis padres, yo volveré cuando despiertes.
Sebastián».
Sonreí como una boba y fui directamente al baño para darme una larga ducha. Tenía un sueño terrible, me sentía cansada y no supe que se debía muy bien, pero se lo atribuí al hecho de que aquí eran las once de la mañana y en Nueva York cerca de las cuatro de la madrugada. A estas horas, yo estaría durmiendo.
Cuando salí de la ducha me dediqué a cepillarme los dientes, y de pronto, sin darme cuenta, cuando escupí sobre el lavamanos, una enorme mancha de sangre llamó mi atención. Enjuagué mi boca con rapidez y revisé mis encías en el espejo, y la hemorragia parecía no querer detenerse.
¡Dios, ¿por qué me pasa esto a mí?! ¡Ahg!
Con rapidez busqué en mi bolso el pequeño paquete de algodón que siempre llevaba conmigo a sabiendas que esto podía ocurrir en cualquier momento. Tomando una cantidad considerable de algodón la presioné contra las encías y, mordiendo parte del mismo, cerré la boca con fuerza.
Cerré los ojos y conté hasta diez mientras respiraba profundamente por la nariz. Odiaba con todas mis fuerzas que esto sucediera, es más, quería gritar de la frustración, pero no podía con un algodón repleto de sangre dentro de la boca.
Sabía lo que estaba pasándome, pero decidí ignorarlo por ahora, no tenía caso amargarme la vida. Suspiré y esperé pacientemente como unos treinta minutos a qué la dichosa hemorragia se detuviera. Cuando lo hizo, me saqué el algodón de la boca y lo envolví perfectamente en papel higiénico antes de desecharlo.
Me ardían los labios y el interior de mi boca tenía ese sabor metálico que tanto me disgustaba. Antes de pasara otro suceso desafortunado en el baño me apresuré a salir, busqué en mi maleta que estaba abierta a un lado de la cama y rebusqué algo que ponerme.
Saqué unos joggers azules y un top de mangas largas color gris, hacía un frío insoportable por lo que me puse unos calcetines de lana blancos y me vestí con rapidez.
Me tomé un vaso de agua helada, ignorando el hecho de que me dolieron los dientes como nunca, pero alivió el malestar en mi boca totalmente. Me sentí mejor una vez que me recosté un rato, luego de media hora más pedí el desayuno para mí y cuando terminé de comer volví a cepillarme los dientes, esta vez, las cosas no se salieron de control.
Estaba aburrida, pero me sentía lo suficientemente agotada como para salir a dar una vuelta. Ya conocía Rusia, había estado en Moscú un par de veces, pero el trabajo no me dejaba recorrerla como se merecía. Por suerte había traído un libro conmigo, así que pasé el rato leyendo a la espera de mi novio.
Supuse que hoy y al estar a solas, Sebastián y sus padres tendrían esa charla a corazón abierto que tanto necesitaban. Sebas quería mucho a sus papás, eso lo sabía y, a pesar de ser un hombre tan cerrado con respecto a sus sentimientos, el los adoraba con todo su corazón y está situación lo tenía bastante preocupado.
—¿Peach? —me sobresalté en la cama al escuchar la voz Sebastián.
—Aquí estoy —me senté en la cama y crucé mis piernas.
Al ingresar a la habitación tenía otro semblante, lucía sereno y más contento. Me gustó mucho verlo así. Con una sonrisa, se acercó a mí y besó mis labios con premura.
—Hola, preciosa —musitó dándome otro beso.
—Hola, amor —acaricié su mejilla.
No se sentó junto a mí en la cama, en cambio dejó su teléfono y la tarjeta de la habitación sobre la mesita de noche, caminó hacia el pequeño sofá de la habitación y tomó asiento en él.
—¿Todo bien? —cuestioné impaciente, mordiéndome el labio inferior.
—Perfectamente —asintió, soltando un suspiro—. Al parecer, todo marcha mejor de lo que pensé al principio —desvía sus ojos de mí un segundo, divagando internamente—. La quimio está ayudando bastante por lo que se ve, él está bien.
—¿En serio? —me levanté de un salto y caminé hacia él, quien asintió en respuesta con una pequeña y bonita sonrisa—. ¡Eso es increíble, mi amor!
Prácticamente me lancé sobre él, sentándome a horcajadas sobre su regazo. Presioné mis labios contra los suyos y sus manos fueron a mi cintura.
—Te dije que todo estaría bien, ¿o no? —sujeté su rostro.
—Sí, lo dijiste —sonreí y lo besé de nuevo.
—Es una noticia estupenda —sonreí, me senté en sus piernas y dejé mis manos en sus hombros—. Para tu padre debe ser un respiro, sé lo que siente quedarse sin fuerzas y aun así aferrarse a ellas —suspiré y sonreí con melancolía—. Es todo un guerrero.
Sus manos subieron a mis mejillas y me acariciaron con suavidad.
—Tú eres una guerrera —musita con intensidad, mirándome de la misma manera.
Sonreí con los sentimientos a flor de piel y me incliné hacia adelante para juntar nuestros labios en un tierno beso. Entrelazo mis manos en su cuello y me derrito entre sus brazos. Sus manos pasan de mi cintura a mis caderas, apretando levemente hasta llegar a mi trasero y presionarme contra su entrepierna.
Me besa y toma posesión de mis labios, explorando las profundidades de mi boca con su lengua, encendiendo mi cuerpo cual cerilla de fósforo sobre asfalto caliente. Me domina en su totalidad, me impregna de su aroma y cubre todos mis sentidos con su esencia.
Dios, es que no puedo.
—Eso de que vinieras conmigo fue una buena idea —murmuró bajando sus labios por mi cuello.
—Y querías dejarme en Nueva York —me rio cuando aprieta mi cintura.
—Jamás podría dejarte —sus palabras tenían demasiado significado, y era un peso con el que estaba dispuesta a cargar.
Lo amaba, así que estaría dispuesta a luchar por nosotros.
Suspiré y me mordí el labio inferior cuando sus manos llegaron al dobladillo de mi top, con una sonrisa carnal me quitó la prenda y sus pupilas se dilataron ante la falta de sujetador. Solté una risita cuando su mano se pegó a mi espalda y me acercó a él, se prendió a mi pezón y succionó con fuerza.
—Sebas... ¡Ah! —dejé caer la cabeza hacia atrás. Su lengua se enroscó alrededor de mi pezón y vi estrellas cuando lo mordió levemente.
—Podría hacerte venir así, ¿mmh? —su respiración daba de lleno contra la protuberancia de mi pecho, erizándolo y excitándome.
—Estoy segura de que sí —metí mis dedos en su pelo y cerré los ojos cuando volvió a tirar de mi piel con delicadeza.
—He cometido muchos errores, peach —dice, raspando el montículo de carne con sus dientes, solté un grito ahogado ante lo bien que eso se sintió—. Pero el peor de todos fue no hacerte mía con ese vestido rosa puesto.
—Pensé... que quieras romperlo —jadeé y entreabrí los labios en busca de aire.
—Creo que cambié de opinión —bajó su mano por mi abdomen y hasta meterla en el interior de mi pantalón seguido de las bragas. Sus dedos se presionaron contra mi botón de placer y mis ojos se cerraron con fuerza.
—¡Oh por Dios! —presionó dos dedos contra mis clítoris, pero estaba tan húmeda que resbalaron con facilidad hasta estar dentro de mí.
Mis caderas se mueven con vida propia contra su mano, sus dedos comienzan a embestirme con suavidad y la habitación se inunda de mis gemidos que no son para nada controlados. Aprieto mis manos en sus hombros y beso sus labios lentamente, siguiendo con el ritmo pausado de mi cuerpo moviéndose contra él.
—Sebastián —gimo con fuerza cuando su pulgar roza ligeramente mi clítoris y dos dedos se vuelven tres.
—¿Te gusta eso? —cuestiona contra mis labios.
—¡Sí! Santo Dios —grito, mi cuerpo se estremece y las embestidas aceleran—. Sebastián, por favor, por favor —ni siquiera sé que le estoy pidiendo, solo quiero que siga—. Sí, no pares... ¡Ah!
—No te imaginas lo bien que se siente tenerte así —musita, mirándome a los ojos. Una de sus manos sostiene mi espalda mientras que con la otra me lleva a la cima—. No sabes cuánto significa para mí que confíes de esta manera.
—Siempre serás tú —digo, controlando el temblor en mi voz—. Siempre vas a ser tú.
Me besa, rudo y fuerte. Me embiste sin contemplación. Mi cuerpo entero vibró y se retorció sobre el suyo.
—Te amo —suspira contra mi boca y entonces exploto a su alrededor.
Mis ojos se cierran con tanta fuerza que logro ver destellos de colores en mis párpados cerrados, suelto un largo gemido y apoyo mi frente contra la suya una vez que logro controlarme.
—Yo te amo a ti —le digo de vuelta con la respiración agitada. Me da una sonrisa socarrona y vuelve a besarme—. Eso fue increíble.
—Y aún no terminamos.
Me empuja fuera de regazo y no tengo más remedio que ponerme de pie, tengo las piernas temblorosas, pero aún así logro sostenerme. Sus manos tiran de la cinturilla de mi jogger y los baja por mis piernas, junto con las bragas y los calcetines al mismo tiempo. Me deja desnuda ante sus ojos lujuriosos y en vez de incomodarme, me excita demasiado.
Todo en él es excitante.
Acaricia mis caderas suavemente con sus dedos, trazando una línea recta por todo mi vientre. Mi cuerpo tiembla ligeramente y muerdo mi labio inferior para no gemir cuando presiona un beso a un lado de mi ombligo, en dónde se encuentra un hematoma.
—Preciosa —susurra, deja otro beso cerca del hueso de mi cadera—, perfecta —un beso en mi vientre, cierro los ojos—, y única.
Jadeo sin contenerme y muerdo mi labio inferior, el placer me despierta de mi letargo y suspiro cuando se quita la camisa. Sus manos tiran de mí y veo sus intenciones de tenderme sobre el sofá, pero detengo sus movimientos.
Sus ojos me miran confundidos, pero solo espera a ver qué estoy por hacer. Mi inclino hacia adelante y presiono nuestros labios en un tierno beso. Beso su mejilla, su mandíbula y bajo hasta su cuello. Sebastián tiene una obsesión con ese tipo de perfumes masculinos que tienen un olor fuerte, tanto así que consigue marearme, pero me encanta.
Desplazo mis labios desde su cuello hasta su pecho, dejando leves besos que lo hacen suspirar. Arrastro mi boca al par de mis dedos por su fuerte y marcado abdomen, me arrodillo en el suelo frente a él y llevo mis manos al botón de sus jeans.
—Peach...
—Déjame —le pido en un susurro persuasivo que logra convencerlo.
Desabroché el botón y bajé su bragueta, enganché mis dedos al elástico de su bóxer y lo bajé lentamente dejando libre su miembro erecto. Tragué con fuerza al saber lo que estaba apunto de hacer, la primera y última vez fue hace meses y no lo había vuelto a repetir.
No porque no quisiera, sino más bien porque Sebastián siempre se llevaba toda mi estabilidad. Cuando estaba por darme cuenta, ya había tenido como mínimo tres orgasmos y estaba dormida sobre su pecho.
Remojé mis labios y cerré mis manos alrededor de su erección con delicadeza, ejerciendo presión poco a poco. Sentí como suspiró, cerró sus ojos y dejó caer la cabeza para atrás contra el respaldo del sofá. Aquello fue un incentivo y con una sonrisa, cerré mis labios sobre la cabeza de su miembro. Soltó un siseo y su mano voló a mi cabeza cuando lo llevé al interior de mi boca.
Lo adentré todo lo más profundo que pude, y cuando ascendí, enrollé mi lengua alrededor que logró estremecerlo. Okey, con que eso le gusta. Tomé una lenta respiración antes de volver a mi tarea, metiéndolo hasta la mitad en mi boca, porque sencillamente no tenía caso forzarme más. Moví mis manos al compás de mis succiones y su respiración se volvió literalmente superficial.
Esta vez, sus manos fueron a mi cabello y empujó con suavidad al interior de mi boca, cerré los ojos con fuerza y después pasé levemente mis dientes por su miembro.
—Mierda, Aiby —no me alarmé ante su gruñido, pues sabía que era de placer—. Vas a matarme.
Sonreí inconscientemente y tracé círculos con mi lengua sobre su cabeza, ejerciendo la presión suficientemente justa con mis manos.
Antes de que pudiera hacer algo más, alejó mis manos de él y se levantó tirando de mí con él. Sus manos se cerrar alrededor de mi rostro y me besó con fiereza, adentrando su lengua en mi boca sin falta.
—Te gusta volverme loco, ¿eh? —sonreí al recordar sus palabras aquella noche en Los Ángeles.
—Es mi especialidad —susurré cerca de sus labios.
Nos fundimos en un beso fiero que hace hervir mi sangre, la temperatura sube y el cariño esparce su perfume por el aire. La lujuria y el deseo emergen de lo más profundo de nuestros cuerpos y aquello que llamamos amor nos envuelve.
Sus manos me manejan a su antojo y con facilidad, me da la vuelta y me pone de rodillas sobre el sofá. Instintivamente apoyo mis brazos sobre uno de los cojines y dejo caer mi frente sobre los mismos.
—Levanta el trasero —me ordena y eso hago, sus manos sujetan mis caderas y me acomoda en cuatro.
Lo escucho quitarse la ropa, pero mantengo mis ojos cerrados y los labios entreabiertos para poder respirar mejor. Sebastián se pega a mí y sin previo aviso se introduce en mi interior, ahogo un gemido fuerte mordiéndome el dorso de la mano.
—Jamás voy a cansarme de esto —gruñe y yo grito cuando su mano se estrella contra mi trasero, pero se apresura a amasar mi nalga derecha para que el picor disminuya.
—Oh, Sebastián —muerdo mi dedo con fuerza y arqueo la espalda para comenzar a contonear mis caderas e ir a su encuentro.
Aprieta mi cintura, mi cadera y mi trasero. Me embiste lentamente pero profundo, erizándome completamente y manteniéndome en una línea invisible entre el placer y la inconsciencia.
Oh, santísima madre de la papaya.
Se siente tan bien que no me puedo quejar, pero... ¿Quién podría quejarse?
—¿Vas a venirte otra vez? —murmura con voz contenida, rodeando mi cintura con su mano hasta llegar al epicentro de mi cuerpo y encontrar mi clítoris.
—Sí... Dios mío, sí —muerdo mi labio inferior y gimo su nombre incontables veces cuando comienza a embestirme con más fuerza—. Sebastián, por favor...
—Hazlo entonces.
Nuestros cuerpos se mueven en sincronía y mi interior lo aprieta con fuerza, solo dos estocadas de su parte y mi cuerpo se sacude. Un grito queda atrapado en mi garganta cuando me deshago alrededor de él.
Mis ojos se cierran y mi corazón palpita desquiciado dentro de mí pecho, siento que estoy flotando y aún paso de la inconsciencia, pero logró sentir cuando Sebastián sale de mi interior y me da la vuelta. Me tiende sobre el sofá, sin poder abrir los ojos siento sus manos abrir mis piernas y su cuerpo acomodándose sobre el mío.
—Sebastián —me arqueo contra él cuando irrumpe dentro de mí sin previo aviso—. Dios mío...
Esta vez no es brusco, se mueve lento y suave. Nuestros labios se unen y mis piernas rodean su cintura por instinto. Me aferro a su espalda y le devuelvo el beso con la misma intensidad de siempre. Todo se siente tan perfecto cuando estamos así, de alguna manera, tener esta clase de conexión es increíble.
Levanto un poco mis caderas y ambos comenzamos a mecernos a un ritmo devastadoramente lento, nos miramos a los ojos y nos amamos sin palabras.
Nunca creí decir esto, no luego de tantas caídas, pero estar enamorado y ser correspondido es lo mejor del mundo.
Estoy hipersensible, por esa razón comienzo a estremecerme con un nuevo y aún más potente orgasmo. Las lágrimas comienzan a salir de mis ojos de todo el placer que soy capaz de experimentar, su lengua y la mía se juntaron segundos después, el beso se hacía interminable y era demasiado intenso como para que yo pudiera sobrellevarlo.
Sebastián soltó un gruñido sobre mí boca y sus músculos se tensaron cuando se dejó ir dentro de mí. Solté un pesado suspiro y cerré mis ojos.
—Otra vez —susurré, prácticamente muerta del cansancio—, eso fue increíble.
Sebas se ríe y presiona sus suaves labios contra los míos.
—Te amo —dice, mirándome con sus ojos de tormenta.
—Yo te amo más.
Amarlos infinitamente es mi pasión, ya dije.
¿Qué les pareció el capítulo de hoy?
¿Opiniones?
Ayer no estuve por aquí debido a que me sentí súper mal al enterarme de fallecimiento de una de mis escritoras favoritas. La primera historia que leí fue "Miradas azucaradas" y desde entonces amé a esa mujer con todo mi corazón.
¡Vuela alto, mi ZelaBrambille ! 🙌🏻🤍
¡Voten y comenten mucho!
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