44. Sebastián.
Era obvio que Roxanne McCain no esperaba visitas, no a mí, especialmente. Su rostro, su expresión de asombro y la tensión que emanaba de su cuerpo era tan fuerte que me lo decía.
Traga forzado, veo en su mirada la indecisión entre sí preguntarme o reclamarme el hecho de estar aquí sin avisarle. La conozco, sé lo que significa esa mirada.
—¿Aiby? —cuestiona mirando hacia la rubia junto a mí—. ¿La pequeña Aiby?
—Hola, Roxanne —sonríe mi novia, luciendo igual de tierna que siempre.
—¡Cariño, pero que sorpresa! —la abraza a ella primero—. Qué bueno verte, no sabes lo feliz que estaba cuando supe que estaban juntos —dice emocionada, mirándome de reojo con algo de recelo. Mientras, yo me contengo de no explotar en este mismo instante—. Pasen, estamos aquí afuera con este frío tan insoportable.
Compruebo que la casa sigue igual que antes, no ha cambiado nada.
—Qué alegría que estén aquí —dice, emboza una sonrisa y se acerca a mí para abrazarme—. Ay, mi niño. No sabes cuánto te extrañé.
—Yo también, mamá —froté su espalda, ella soltó un suspiro y se alejó.
—Dios, no saben lo entusiasmada que estoy con su relación, estuvimos a punto de ir a verlos, pero ya saben que los inconvenientes nunca faltan...
—Ya lo sé todo —digo interrumpiéndola, se queda paralizada y por segunda vez y desvía sus ojos de mí.
Su respiración se vuelve superficial y sus ojos se llenan de lágrimas.
—Rox, ¿me prestas el baño? —pregunta Aiby rompiendo el silencio—. Ha sido un viaje largo.
—Sí, cielo —responde—. Usa el que está bajo la escalera.
—Claro, gracias —medio sonríe.
Sus ojos azules se encuentran con los míos y articula con los labios un respira que no me ayuda para nada. Simplemente asiento, ella suspira y se aleja hacia donde le indicó mi madre segundos atrás.
—¿Qué es lo que sabes? —susurra.
—Lo que me han estado ocultando Dios sabe desde cuándo —espeto, ella cierra los ojos—. ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿Cuándo papá muriera?
—Sebas, cariño, no es lo que...
—¿No es lo que pienso? —siseo en su dirección—. ¿Cómo carajos no es lo que pienso? Por el amor de Dios, mamá. Papá tiene cáncer, ¿cuándo demonios me lo iban a decir?
—Sebastián —buscó mis ojos—, tienes que dejar que te explique cómo son las cosas.
—A eso vine, Roxanne —me crucé de brazos—. ¿Qué es lo que tiene papá? Y quiero la verdad completa, porque no me iré de aquí hasta que lo sepa todo.
Mordió su labio inferior y terminó asintiendo.
—Bien —suspira—, te lo diré. Pero tienes que calmarte.
—No tienes una idea de lo que estoy haciendo para contenerme, madre.
—Lo sé, es por eso que te lo digo —me sonríe, se seca una lágrima y toma una lenta respiración—. A Marcus le diagnosticaron cáncer de hueso primario en junio del año pasado.
Mentalmente saco las cuentas, entonces todo comienza a caer en su lugar.
—Por eso se marcharon —afirmé.
—Sí, lo de la luna de miel fue una excusa fácil para que no te resistieras —admite, baja mira unos segundos antes de volver a mirarme con una expresión de culpabilidad en su rostro—. No queríamos que te preocuparas, eso es todo.
—¿Y crees que no estoy preocupado ahora? —cuestiono con molestia, suspiro ante su expresión—. ¿Cómo está?
—Ha pasado tiempo, Sebastián y quiero que confíes en nosotros —lleva sus manos a mis brazos—. Tu padre está mejor de lo que crees.
Mi ceño se frunció ante sus palabras. ¿Está mejor de lo que creo? Tiene cáncer, ¿cómo puede estar mejor?
—¿Dónde está?
—No quiere estar en el hospital, dice que huele a blanqueador —se ríe—. Está arriba, en la habitación del fondo.
—Iré a verlo —esquivándola, camino hacia las escaleras.
—¿Sebas? —me detuve a mitad de camino, me mostró una leve sonrisa—. Escúchalo, sabes que siempre tiene algo que decir.
Asentí, procesando eso y ella tenía razón, de alguna manera, él debe tener una explicación para esto. Suspiro y continúo mi camino escaleras arriba, en el pasillo hay demasiado silencio y eso solo logra incomodarme. Esto de pedir explicaciones no es lo mismo, y darlas, bueno... Desde que cumplí los quince años no le debo explicaciones a nadie.
Me quedo de pie frente a la puerta, debatiéndome internamente mientras mi mano se cierra alrededor del pomo. Enterarme de esta noticia fue un balde de agua fría, sin embargo, estar aquí y no saber lo puedo encontrarme al otro lado de la puerta es, sin lugar a dudas, lo más escalofriante.
Lleno mis pulmones de oxígeno y abro la puerta sin dar más vueltas, creí que sería catastrófico, pero me lleve una sorpresa.
Marcus McCain estaba sentado en la cama, vistiendo un pijama azul y con un libro en sus manos. Sentí como la presión dejó mi cuerpo es cuánto lo vi, porque no me esperaba esto para nada.
Sus ojos dejan el libro y se topan con los míos, igual de grises y tranquilos que los míos.
—Vaya, imaginé muchas cosas en cuanto tocaron el timbre, pero jamás me esperé esto —dijo con una sonrisa divertida.
—Te ves fatal —mentí.
Se veía igual que siempre, un poco más delgado sin lugar a dudas, pero estaba igual. Seguía siendo mi padre, después de todo.
—La edad, Sebastián —suspira, señala la silla junto a la cama y yo no dudo en hacer camino hacia la misma—. La edad es compleja.
—Ya veo —tomo asiento, y apoyo mis codos sobre mis rodillas.
—¿Estás aquí por lo que pienso? —cuestiona.
—Estoy aquí por lo que piensas —asentí, bajé la cabeza y negué—. No tiene caso discutir, lo sabes y yo lo sé. Sin embargo, justo ahora me encantaría que me dijeras por qué no me avisaste que esto estaba sucediendo.
Emboza media sonrisa y los recuerdos me invaden. Él no fue el padre más cariñoso de todos, pero siempre estuvo ahí para mí, aún y cuando yo no quería necesitarlo.
—Al grano, como siempre.
—No veo lo divertido en darle vueltas al asunto.
—Veo que estás molesto —murmura.
—Estoy furioso, pero sigo esperando esa explicación —expreso.
—¿Desde cuándo cambiaron los papeles entre nosotros? —ladea el rostro y me observa con diversión.
—Desde que te volviste un viejo, papá.
Se ríe y yo no puedo evitar sentirme aliviado.
—Bueno, supongo que tu madre te ha dicho algo, ¿no? —asiento.
—Dijo que no querían que me preocupara.
—Exacto —asiente—. Sebastián, te conozco perfectamente y si te decíamos, estarías aquí y no al pendiente de la empresa.
—¿Estás escuchándote? —suelto un bufido, ni siquiera puedo creerlo—. Eres más importante que una maldita empresa, papá.
—Escúchame —me pide, suspiro y le doy toda mi atención—. Hijo, las cosas pasan por algo, solo debemos aprender a sobrellevarlo. Esto me ocurrió a mí, yo tengo que sobrevivir con ello. Tú estás empezando tu vida, no tenía caso alarmarte por cosas que no te corresponden.
—Soy tu hijo —replico.
—Y porque eres mi hijo es que no quiero que dejes de lado tus responsabilidades para cuidarme —sacudo la cabeza sin comprender del todo su punto, aunque tuviera razón en cierta parte—. Tu madre está conmigo, ella sabe perfectamente que hacer.
—¿Y yo que? —jamás en mi vida me había sentido tan impotente, ni siquiera cuando tuve que dejar mi carrera—. ¿No puedo estar presente? ¿Solo iban a llamarme cuando estuvieras en un ataúd? ¿No tengo de derecho a estar contigo tampoco?
—Sebastián...
—No me jodas, papá —espeto—. Ni siquiera sé si estás muriendo, ni siquiera... Mierda —apoyo mi rostro entre mis manos.
Esto era tan difícil, podía sentir la sangre espesa entre mis venas. No me di cuenta de la presión que sentía hasta que la primera lágrima cayó, pero la sequé de mi rostro con rapidez. No tenía caso, de alguna manera, no era culpa de nadie.
—Sebastián, mírame —me negué a hacerlo, suficiente tenía con escucharlo—. Es la ley de la vida, en algún momento todos vamos a morir.
No. No. No. No. No.
La palabra se repetía en mi cabeza constantemente, no quería aceptar lo que estaba escuchando. Siempre tenía el control de todo lo que pasaba en mi vida, estaba al tanto de cada cosa que se movía o no a mí alrededor. Esto, simplemente no era de mi dominio, se me salía de las manos absolutamente.
—Pero, para tu mala suerte, hijo mío —dijo, suspiré y me armé de valor para verlo. Una sonrisa maliciosa estaba plasmada en su rostro—, no voy a morir. Al menos, no todavía.
—¿A qué te refieres? —fruncí el entrecejo.
—A que el tratamiento está funcionando mucho mejor de lo que esperamos —dijo con tranquilidad, como si estuviéramos hablando de negocios—. Resulta que no soy tan débil como pensé.
—Quiero hablar con tu doctor, si no te importa —musité, pero, de alguna manera lo haría.
—¿Acaso no te fías de mí? —arquea una ceja.
—Me enseñaste a qué no podía confiar en nadie más que en mí mismo —le recuerdo.
—Bueno, al menos le pusiste atención a algo —reí, sin poder creer que podía hacerlo en una situación como esta.
—¿Me prometes que no morirás? —soné como el niño de diez años que corría desesperado a mitad de la noche a la habitación de sus padres cuando tenía una pesadilla.
—Prometo no morirme —asintió—. No hasta que me des un nieto, al menos.
—Eso si lo veo un poco difícil —me tensé rápidamente ante la mención del tema.
Hijos. Mierda, apenas y comenzaba a idear un plan para pedirle a Aibyleen que se mudase conmigo. Los hijos son otra cuestión.
—No te creas, es más fácil de lo que crees —soltó, dejándome totalmente confundido y cuando quise contradecirlo, la puerta se abrió—. Pero mira nada más, tenemos una rubia en casa.
Aibyleen venía con mi madre, la rubia mostró una sonrisa tímida antes de acercarse a mí, mientras que la pelinegra se acercaba a mi padre.
—Es un gusto verlo de nuevo, señor McCain —dijo mi novia, sentándose en mi regazo segundos más tarde.
—El gusto es mío, la última vez que te vi tenías el cabello corto —recordó—. ¿Qué tal la familia? ¿Y tu hermano?
—Mis padres están bien, papá sigue trabajando y mamá lo regaña todo el tiempo porque no quiere tomarse unas vacaciones —comenta, paso mis manos por su cintura en un intento por acercarla más a mí—. Y Demián pues, igual que su hijo, lo dejaré a su imaginación.
—No lo dudo —se ríe, toma la mano de mi madre y la manera en la que se miran es que como si no existiera nada más que ellos dos en el mundo—. Cuando nos enteramos que estaban juntos no fue una sorpresa, es más, estábamos esperando a que sucediera.
—Papá, por favor —advertí en voz baja.
—¿De verdad? —mi novia sonríe en grande, mirándome de reojo—. ¿Por qué lo dice?
—Bueno, conozco a mi hijo y cuando llegó a casa luego de las vacaciones que pasó con tu familia, supe casi de inmediato que estaba enamorado.
—Dios —cierro los ojos, extasiado con todo esto.
—Tranquilo, cariño, todos pasamos por eso alguna vez —comenta mi madre con una sonrisa—. Bueno, ya que están aquí, ¿se van a quedar con nosotros?
—Oh, bueno —murmura Aibyleen—. Nosotros pasamos por el hotel antes de venir aquí.
—¿Un hotel? Tenemos demasiado espacio aquí, Sebastián —comunicó mi padre.
—Papá, por favor —le pedí—. Necesito espacio.
—Okey, okey —levantó sus manos en sinónimo de paz y concluyó en tono conciliador—. Deben estar cansados y por eso no los obligaremos a quedarse a cenar, pero mañana los quiero aquí sin falta.
—No habrá problema con eso, señor McCain —responde la rubia con una sonrisa que me dice que no tendré más opciones.
[...]
Esa noche pasó más tranquila de lo que imaginé, conseguí dormir que fue lo importante y el dolor de cabeza disminuyó considerablemente luego de la plática con mis padres. El hecho de que me dijeran que Marcus estaba fuera de peligro alivianó el estrés de una manera que jamás imaginé, sin embargo, no descansaría hasta hablar con su médico.
Otro tema era Aiby, quien había pasado algo inquieta durante varias horas. Según ella, era normal el dolor en su cuerpo debido al cansancio por el viaje, que no debía preocuparme y aunque no quería creerle, lo hice.
—Me haré un tatuaje —susurró a eso de las doce de la noche.
—¿Un tatuaje? —pregunté algo sorprendido.
—Ujum —tenía los ojos cerrados y apenas y podía hablar.
—¿En dónde?
—No lo sé, aún debo pensarlo.
—¿Qué te vas a tatuar?
—Un melocotón —suspiró y eso me hizo sonreír.
Cuando quise preguntarle otra cosa, ya se había dormido.
La mañana siguiente me desperté temprano, dispuesto a ir a casa de mis padres para averiguar el nombre de su doctor a cargo. No desperté a Aibyleen, sabiendo que el jet lag le estaba pasando factura, así que la dejé descansar.
Para mí sorpresa, una vez llegué a la casa Adams me encontré con un doctor que para nada tenía aspecto de doctor. Era rubio, como de unos que, ¿veintidós? Era un niño, ¿cómo carajos podía ser doctor?
—¿Es en serio, mamá? —le pregunté mientras veía como el niñito examinaba a mi padre.
—Para tú sorpresa, sí —asintió la pelinegra, entrelazando su brazo con el mío—. Vinimos aquí en cuanto supimos de su existencia y lo bueno que era en su trabajo.
—¿Cuántos años tiene?
—Veintiséis —susurra—. Es el mejor en su rango.
—¿Cómo puede ser el mejor a esa edad?
—¿Y que tiene? Tú tienes veintiocho, casi veintinueve y fuiste el mejor corredor de Fórmula 1 en el mundo, el Golden Boy del siglo veintiuno y ahora eres el director de una de las empresas de exportaciones más importante de los Estados Unidos —enumeró con rapidez—. La edad no tiene nada que ver.
—Es diferente —bufé, listo para hacerla enojar.
—¿Por qué?
—Porque soy yo —me dio un leve golpe en el pecho.
—Dios, eres de lo más arrogante —espetó con los dientes apretados, sacándome una sonrisa—. Dr. Harrison, dígale a mi hijo que su padre no se va a morir, por favor.
El tipo escondió una sonrisa y le quitó el tensiómetro a mi padre.
—El osteosarcoma es el cáncer de hueso más común —comenzó—, por lo que tiene muchos tratamientos y es uno de los más fáciles de detectar y combatir. Siempre que se descubra a tiempo —dice, se acerca a nosotros—. La cirugía es el tratamiento habitual, ya que se puede extirpar todo el tumor con márgenes negativos, cosa que ya hicimos y salió mejor de lo que esperábamos.
—¿Qué pasa con el resto del tratamiento? —cuestioné.
—Estamos haciendo quimioterapia con nuevos fármacos que están haciendo maravillas en el organismo del Marcus, entonces tenemos más probabilidades de que el cáncer desaparezca por completo en los siguientes dos meses —comenta, asiento—. En el último mes ha estado actuando muy rápido, y si sigue de esa manera, la evolución de su padre será exitosa.
—Eso espero.
Al parecer, el niñito si era bueno en su trabajo.
—¿Ves? —dijo mi padre con una sonrisa tranquilizadora—. Te dije que no me voy a morir hasta ver a una niñita rubia de ojos grises corriendo por mi casa.
—Creo que la quimio afecta tu cerebro —le dije sin tener ánimos de hablar de aquello.
Era demasiado pronto.
—Bueno, si nos disculpan, debemos proceder con las terapias —murmuró el rubio.
—Perfecto —asintió mi madre—. Nos vemos más tarde, querido.
Me despedí de mi padre con un simple asentimiento y junto con mi madre salimos de la habitación.
—No hemos tenido tiempo para hablar —dice mientras caminamos por el pasillo.
—¿Qué quieres saber?
—De Aiby y de ti —sonreí.
—Ella es estupenda, una maravilla sin lugar a dudas —su sonrisa vino a mí cabeza y me estremecí—. Aibyleen me hace ver las cosas diferentes, como sí, de alguna manera, la vida tuviera sentido por primera vez.
Detuvo su andar al pie de la escalera, subió su mano a mi mejilla y sonrió con amor.
—Ay, cielo. Puedo ver un cambio en ti, uno realmente bueno —garantiza—. Me alegra que la luz haya llegado a tu vida, McCain, ahora es tu turno de iluminar a alguien más.
Es que Sebas es un amor, y desde que está con Aibyleen... ¡Uff! Ni se diga.
Ese hombre merece que le hagan un monumento.
¿Quien necesita un Sebas en su vida?
¿Qué les parece el papá y la mamá Sebas? ¿No son un amor?
¡Voten y comenten mucho!
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