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42. Aibyleen.

Jamás en mi vida me había visto tan bien. Bueno, yo siempre me veo bien, pero hoy, justo ahora... Oh santísimo Dios, hoy me veía espectacular.

En alguna parte de mi enorme closet encontré un vestido rosa pálido de tirantes finos, los cuales estaban adornados de pedrería. Tenía un escote recto, pero simulaba un leve corazón, justo a la cintura y holgado por debajo de la rodilla, con una abertura desde el muslo.

Era único, perfecto y despampanante. Sí, realmente hermoso.

Aproveché que mi cabello estaba lo suficientemente largo como para hacerme unas ondas gruesas, me hice un maquillaje sencillo, dejando mis labios con un leve tono rosa.

Le sonreí a mi reflejo, sintiéndome orgullosa de lo que había logrado en menos de tres horas.

—¿Aiby? —dos toques en la puerta y Angge aparece por la misma—. ¿Estás lista? Wow, estás hermosa.

—¿Yo? Mírate —se veía radiante con su vestido azul ceñido al cuerpo, revelando esa preciosa barriguita—. Estás divina.

—¿Sí verdad? —parece incrédula, pero le resta importancia con un ademán con la mano—. Bueno, vamos. Sebastián está abajo y yo me iré con Demián.

—Vamos.

Me guindo la tira de mi pequeño bolso dorado que va a jugo con mis tacones en el hombro, y salí de la habitación siguiéndole los pasos a mi cuñada, quién bajó las escaleras con lentitud y algo de mi ayuda.

—Iré con Demián, debe estar estresado porque no he salido —y se apresura a salir de la casa.

Suelto una risita y tecleo un mensaje a Brady diciéndole que lo más probable es que nos veamos a las diez de la mañana.

—Mierda —levanté la mirada para encontrarme con Sebastián al pie de la puerta, su rostro asombrado me da ternura y risa al mismo tiempo.

—¿Qué pasa? —cuestiono guardando el teléfono y caminando hacia él.

—Estás preciosa —susurra cuando estoy de pie a centímetros de él—. Devastadoramente preciosa.

—Gracias —le regalé una sonrisa, después lo detallé a él. Tenía un traje negro, incluyendo la camisa con los primeros botones desabrochados—. Tú también estás devastadoramente precioso.

Sus manos fueron a mi rostro y acarició suavemente mis mejillas antes de dejar un pequeño beso en mis labios. Suspiré y sonreí sobre sus labios, embriagada con su exquisito perfume.

—Vámonos antes de que te arranque ese vestido —espetó contra mis labios, negué rotundamente, pasando mis dedos por su perfecto rostro.

—No, ni se te ocurra —eché la cabeza para atrás cuando intentó besarme de nuevo—. Mi vestido es demasiado lindo como para que lo rompas, no.

—Ya lo arrancaré después —aseguró, besándome castamente.

—Ay, McCain, cada día me sorprendes más —le di una palmadita en el pecho y salí de la casa seguida de él, siendo receptora de su mirada sobre mi trasero.

Había aprendido a conocer a Sebastián, y tenía claro que él no podía resistirse a mí, ni a mí trasero.

El trayecto fue ameno y reconfortante, hablamos sobre las posibilidades que tenía mi pobre vestido de terminar hecho trizas a qué yo pudiera conservarlo. Era divertido y tierno estar así con él, entonces me di cuenta que había mucha más confianza entre nosotros luego de ese fin de semana.

El lugar al que llegamos era una especie de terreno para fiestas, o algo así. Había una pequeña cabaña, muy linda y pequeña. Sí, doblemente pequeña. Pero a lo lejos podía divisar personas, luces, mesas y música. Sin darme cuenta, Sebastián estaba abriendo mi puerta, le sonreí agradecida y bajé para después reunirme con él.

Me ofreció su brazo y gustosa lo acepté, nos encaminamos hacia el interior del lugar y las miradas no tardaron en caer sobre nosotros.

—La pareja de oro ha llegado —susurré hacia él, vislumbré una media sonrisa.

—¿Así nos llaman?

—Así nos llaman —asentí.

Admiré la decoración en negro y plateado que resplandecía por todo el lugar, todo estaba realmente bien organizado y muy pulcro. Quien quiera que haya organizado esta fiesta, se merece un premio.

—Te lo dije —murmuró Sebastián.

—¿Qué?

—Eres lo más encantador de esta noche —lo miré de reojo—. Todas las miradas están sobre ti.

—No es algo nuevo —levanté la barbilla con suficiencia y él sonrió.

—¿Quién es la que tiene el ego grande ahora? —me reí, estaba a punto de decirle otra cosa, pero un señor vestido elegante y una mujer castaña con un vestido largo de color turquesa se nos acercaron— Brentson.

—Sebastián, que bueno tenerte aquí —el hombre apretó la mano de mi novio—. ¿Quién es esta jovencita tan linda?

—Phil, ella es Aibyleen Whittemore, mi novia.

—Es un gusto conocerlo —sonreí dándole un apretón de manos.

—Es placer es todo mío. Esta es Hanna, mi esposa.

—Que honor conocerlos al fin, Phil me ha dicho cosas muy buenas de ti y de Demián —dijo ella, sonreí orgullosa.

—Veo que ya conocieron al gran McCain —dijo una voz femenina que me hizo arder las entrañas.

Enfundada en un vestido negro, corto y apretado a sus curvas, el cabello suelto y con ojos bien maquillados. Así llegó April Scott a la cena, y yo quería arrancarle los ojos por ver a mi novio como si fuera un pedazo de carne.

—Te dije, es muy bueno en su trabajo —comentó hacía Phil, quién creo que era su jefe.

—Estoy convencido de ello.

—Se hace lo que se puede —el brazo de Sebastián esquivó mi mano y rodeó mi cintura.

—Vengan por aquí, nuestra mesa nos espera.

Eso hicimos, en la mesa ya se encontraba Demián y Anggele, lo que hizo que me relajara bastante. No podía evitar mi incomodidad, pero si la disimulé bastante bien, el único que pareció notarlo fue mi novio, quién me sonríe ligeramente, gesto que le devuelvo de inmediato y el mismo se intensifica cuando su mano toma la mía por debajo de la mesa.

Pasó media hora entre conversación relacionadas con el cierre del trato y la apertura de la nueva empresa. Anggele me miraba cada tanto y sabía que estaba muerta de hambre por los mensajes que me enviaba, y me olvidé por completo de la tensión en mi cuerpo.

—Entonces, Aibyleen —dice Hanna, llamando mi atención—, cuéntanos, ¿qué se siente ser modelo profesional?

—Es fabuloso, si me lo preguntas directamente a mí —murmuro con una sonrisa—. Tener influencia en este medio es muy productivo, si se utiliza de una buena manera.

—Debe ser increíble, ¿cierto? —intervino April, con la misma sonrisa burlona que al parecer, era su punto fuerte.

—Lo es —asentí.

—Tener toda esa atención... —dice de nuevo, comienzo a hervir de la rabia—, debe ser raro. Pero eso es lo que se obtiene, ¿no? —ladea la cabeza—. Digo, cuando muestras tu padecimiento... vendes, ¿verdad?

—¿Vendo? —arrugué el entrecejo—. ¿Qué se supone que vendo? ¿Medicamentos? —la mano de Sebastián apretó la mía por debajo de la mesa. April estuvo a un segundo de responder, pero no la dejé—. ¡Oh! Te refieres a que si lo hago para que me tengan lastima, ¿verdad?

—No, no es a lo que...

—No, no lo hago por eso —negué, apoyé mi codo sobre la mesa—. Aunque a veces se malinterpreta, creo. Pero no, no busco generar lastima —apoyé mi barbilla sobre mi puño y sonreí—. Al contrario, busco que la gente sienta empatía, cosa que falta mucho en este mundo.

>> ¿Has visto todo lo que sucede? Gente que se cree demasiado solo por tener dinero, por tener una clase social alta, por ser bonitos, por acceder a cosas que otros no pueden. Eso me frustra realmente. Y, a veces siento que no hago suficiente por el mundo.

>> ¿Sabes cuántas personas hay en el mundo? Miles de millones, y dentro de esa cifra, ¿qué somos? Solo un ser humano más. No necesito mostrar mi padecimiento para vender, sino para promover un valor que hemos perdido. La empatía es algo que necesitamos con urgencia, y cada día me doy cuenta de ello. ¿De qué sirve ser gigante si quiero pisotear al pequeño? Empatía. Necesitamos ponernos en los zapatos del otro.

Para cuándo terminé de expresarme el rostro de April era un poema, chistoso y colérico. Supe casi de inmediato que la había dejado sin palabras, como comúnmente hago.

Ella quería pisotearme con sus comentarios, que buena suerte la mía al ser una camioneta todoterreno.

—Vaya, tienes una mente poderosa —hizo saber Phil con una expresión de asombro—. Te ganaste el premio mayor, Sebastián.

Sonreí ante sus palabras y me sentí complacida en cuanto mi novio se inclinó para besar mi mejilla.

—Entonces, es en serio eso que dicen por ahí —murmuró Phil—: Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer.

—No lo sé, Phil —respondió Sebastián mirándome a los ojos—. Aibyleen nunca ha estado detrás de mí, de hecho, siempre ha ido al frente.

[...]

Mi labial sigue intacto, pero decido retocarlo un poco, acomodo mi vestido y arreglo los mechones rubios que caen a los lados de mi cara. La noche seguía pasando amenas y tranquila, de cierta manera, había sido buena idea eso de asistir a la cena.

La puerta del baño se abre y unos tacones resuenan con fuerza, por el espejo logro divisar que se trata de April. La morena se detiene junto a mí y comienza a revisar su maquillaje también.

—Lamento si te incomodé allá en la mesa —dice, mi ceño se frunció un poco, pero embocé una sonrisa.

—Tranquila, no te preocupes —juego con un mechón de mi cabello mientras la miro de reojo—. Muy poca gente logra incomodarme.

—Eres bastante prepotente, ¿sabes? —su tono despectivo me hace soltar una risita.

—No, la prepotencia y la seguridad con cosas completamente diferentes —murmuro—. Y no, no soy prepotente, solo sé darme mi lugar —ladeo la cabeza y la observo desde mi altura con una expresión angelical—. Y porque sé darme mi lugar, te recuerdo que Sebastián es mi novio, por si en algún momento llegas a olvidarlo —miro mis uñas unos segundos antes de mirarla a ella—. Que seas su compañera de trabajo temporalmente no te da privilegios de ningún tipo, así que aleja tus asquerosas garras de mi novio si no quieres que te las arranque.

—¿Me estás amenazando? —arquea una de sus perfectas cejas y da un paso en mi dirección.

—Oh no, no —negué con una sonrisa burlona—. El que actúa no amenaza, simplemente tómalo como un consejo —le guiño un ojo—. Soy muy pacífica, no me gustan los conflictos. Pero, si te mentes con lo que es mío, lo peor de mí sale a flote.

Me gustó mucho el modo en el que me miró, como si supiera que estaba caminando por terreno peligroso. Tomé mi bolso y suspiré.

—Fue lindo charlar contigo, me agradas —sonreí como niña buena—. Que tengas bonita noche.

Me di la vuelta y con mi caminar de diva inalcanzable salí del baño, embozando una sonrisa satisfecha. Si bien, no quería hacerla sentir mal, tenía que dejarle los puntos claros. Quizás sonará posesivo de mi parte, pero Sebastián era mío y no iba a perderlo por cualquier persona.

Pegué un respingo en mi lugar cuando una mano tiró de mi brazo, después choqué suavemente contra un cuerpo más grande que el mío. Unos ojos grises y una sonrisa encantadora me dieron la bienvenida.

—¿En dónde estabas? —pasó sus manos por mi cintura—. Te he estado buscando por todas partes.

—Mataba dos pájaros de un tiro —rodeé su cuello con mis brazos.

—¿Cuáles son esos dos pájaros? —me acercó a su pecho.

—Primero; mi pobre vejiga no aguantaba una copa más, así que ese es el primer pajarito —asintió—. Y el segundo; bueno, alejé a las moscas que rondaban mi pastel.

—¿Qué...? —miró por sobre mi cabeza y de reojo vi cómo April también salía del baño. Los ojos de mi novio volvieron a los míos y yo puse mi expresión de angelito recién caído del cielo—. Aibyleen, ¿qué has estado haciendo?

—¿Yo? —me hice la inocente.

Peach... —afianzó su agarre en mi espalda baja y achinó sus ojos. No parecía molesto, solo divertido y curioso—. ¿Qué fue lo que hiciste?

—Nada —su mirada me atropelló, metafóricamente—. Bueno, quizás solo le dije que tuviera cuidado y le dejé claro a quien le perteneces.

—¿A quién le pertenezco? —la sonrisa que me dio hizo que mis mejillas se pusieran rojas—. Y yo que pensaba que me comportaba como un cavernícola cuando algún imbécil te miraba.

—No te burles de mí —lo señalé.

—Eres una maravilla, preciosa —bajó sus labios a los míos.

En medio de un suspiro le devolví el beso, tan embelesada y con la misma intensidad. Sabíamos que estábamos en público, y solo por eso mantuvimos las manos en terreno familiar. Dejó un último beso en mis labios y me observó a los ojos.

—¿Te quedas conmigo hoy? —cuestionó, pasando sus dedos por mi hombro, sobre el hematoma que abarcaba parte de mi pecho.

—Tú solo quieres romper mi vestido, bobo —me crucé se brazos y él beso mi sien.

—¿Desde cuándo me conoces tanto? —sonreí.

—¿Sebastián? —una voz desconocida nos hizo separarnos, una señora de unos cuarenta y algo nos sonreía amablemente—. Pequeño, que bueno verte.

—Clara, no pensé encontrarte aquí —dijo Sebas—. Ella es mi novia, Aibyleen. Nena, ella es Clara, la mejor amiga de mi madre.

—Que niña tan linda —dije ella, con una sonrisa maternal.

—Gracias, es un gusto conocerla —le devolví el gesto.

—Estuve hablando con tu madre en estos días, creí que no vendrías —comunicó Clara—. Sé que están pasando por momentos difíciles, pero todo se va a solucionar —el brazo de Sebastián se tensó alrededor de mi cintura y mi cuerpo entero hizo acopio de sus acciones—. En serio lamento lo del cáncer de tu padre.

Entonces, fue como si un balde de agua cayera sobre nosotros. Yo quedé estática, pero intenté controlar mis facciones para no demostrar nada, mientras que los dedos de Sebastián temblaron sobre mí cadera.

Dios. Dios. Dios.

Sí, es un asunto muy delicado —dijo él, y escuché como trataba de retener la rabia en su tono de voz. Apretó la mandíbula y soltó un suspiro pesado—. Fue placer verte, Clara.

Lo mismo digo, cielo.

Su brazo me suelta y se aleja de mí, trago con fuerza e intento procesar lo que ha pasado. ¿Sebastián lo sabía? Y si así era, ¿por qué no me había dicho? Pero, su actitud no me decía nada.

—Es un tema difícil —suspiró la mujer.

—Nadie sabe cómo lidiar con algo así, ¿verdad? —me muerdo el labio inferior, después le dediqué una sonrisa tensa—. Fue un gusto conocerla.

—Claro, cariño, espero verte pronto.

Me despedí una vez más y me giré para ir en busca de mi novio, a quien no veía por ninguna parte. El corazón me palpitaba fuertemente dentro del pecho y me estaba desesperando, duré varios minutos buscándolo, pero no lograba dar con él.

En algún momento, me encontré con Anggele en medio del montón de personas.

—¿Has visto a Sebastián? —le pregunté con un tono desesperante.

—No, no lo he visto —frunció el ceño—. ¿Por qué? ¿Sucede algo?

—No, no lo sé... —sacudí la cabeza sin saber que decir realmente, divisé a Demián caminar hacia nosotras—. Espera... ¿Has visto a Sebastián? —le pregunté a mi hermano una vez que lo tuve de frente.

—Sí —asintió, contuve la respiración ante su expresión de horror.

—¿Tú sabías lo de...? —dejé la pregunta inconclusa, no sabiendo cómo decirlo en voz alta.

—No, pero esto no pinta bien —murmura.

—Demián —solté un jadeo—. ¿Hablaste con él?

—Monosílabos —respondió, y supe de inmediato que solo le dijo lo necesario.

—¿Ahora qué...?

—Está en el estacionamiento, ve y trata de alcanzarlo —dijo interrumpiéndome y asentí frenéticamente. Besó mi frente y me dejó ir.

Caminé con rapidez fue del enorme jardín, ignorando la mirada de los presentes. Justamente ahora, me importaba un demonio lucir como una loca, así que apresuré el paso. Siguiendo el camino por el que habíamos entrado casi tres horas antes, lo veo a lo lejos caminar hacia el auto y mis pies se mueven lo más rápido posible con tal de alcanzarlo.

—¿Sebas? —musito en voz baja cuando llego al auto, él solo me mira de reojo y desbloquea las puertas.

Sin decir una sola palabra, sube al auto y me apresuro a hacer lo mismo. Lo escucho soltar un pesado suspiro y se pone el cinturón, hago lo mismo y en completo silencio, el Audi comienza a moverse.

Me mordí el labio inferior con fuerza y retorcí mis dedos entre sí, no sabía qué hacer o que decir, nunca había sido buena dando consuelo. Me estaba comenzando a dar ansiedad, y la sensación incrementaba cuando veía a Sebastián apretar el volante hasta dejar sus nudillos blancos.

Tragué con fuerza y me aclaré la garganta antes de preguntarle en un susurro—: ¿Tú lo sabías?

Apretó la mandíbula y negó simplemente, sin decir absolutamente nada.

No lo obligué ni lo presioné, sabía lo que se sentía tener algo atorado en la garganta y no tener palabras para expresarlo. Se trataba de su padre, quien tenía cáncer... Un escalofrío recorrió mi columna vertebral y me estremecí sin darme cuenta. El silencio se prolongó durante todo el trayecto, él seguía igual de serio que al principio y yo no podía ponerme aún más inquieta.

Cuando llegamos al edificio y bajamos del auto, fuimos directamente al ascensor, en dónde nos sumergimos aún más en el mismo silencio tétrico de hace unos minutos. La tensión se podía cortar con un cuchillo y yo tenía un nudo en la garganta, no sabía qué hacer o que decirle.

¿Qué se supone que se le dice a una persona en estos momentos? ¿Perdón? ¿Todo estará bien? ¡¿Qué?!

Hicimos nuestro camino hacia su departamento, él ingresó primero, dejándome la tarea de cerrar la puerta. Aventó las llaves sobre la mesa del recibidor, se quitó el saco y lo dejó sobre el sofá antes de acercarse a la mesa de cristal en un rincón de la sala. Destapó la botella de Jack Daniels y se sirvió un trago que le dio la bienvenida la siguiente.

¿Qué carajos estaba haciendo?

—No creo que el alcohol solucioné algo, Sebastián —murmuré, dando un paso lejos de la puerta.

—No necesito tus sermones ahora, Aibyleen —su voz fría me hizo dar un respingo, apreté mis manos entrelazadas y suspiré.

—Creo que deberías llamar a tu mamá —musito en voz baja.

—Y yo creo que deberías cerrar la maldita boca de una vez —espetó y sinceramente, sentí como si me dieran un golpe en el estómago.

Lo siguiente que escuché, fue como lanzó el vaso de cristal hacia alguna parte de la sala. El estruendoso sonido me hizo cerrar los ojos y estremecerme.

—Tengo demasiadas cosas en la cabeza, y no quiero lidiar conmigo también —siseó entre dientes, pasándose una mano por el cabello, totalmente exasperado.

—Sé que estás molesto, y tienes motivos para estarlo —expresé, aun mirando su espalda—. Pero eso no te da el derecho de pagar tu rabia conmigo, porque yo no te he hecho absolutamente nada.

—Necesito silencio —pidió—. Por favor, Aibyleen.

Sentí mi corazón palpitar bastante fuerte, y las lágrimas picar en mis ojos.

—¿Quieres que me quede? —susurré, parpadeando varias veces. Cuando se quedó en silencio, supe cuál era su respuesta. Asentí y me sequé la humedad de mis mejillas con brusquedad—. Está bien, cuando dejes de comportarte como un idiota me buscas, porque estaré esperándote.

Me di la vuelta sin siquiera detenerme cuando susurró mi nombre, salí del departamento y cerré la puerta con más fuerza de la necesaria. Cuando estuve dentro del ascensor pude respirar con tranquilidad, aún y cuando tenía una opresión en el pecho que me hacía sentir mal.

Quizás se sienta defraudado porque sus padres no le dijeron algo tan delicado e importante como eso. Tal vez estaba preocupado y quería pensar con tranquilidad. Aun así, él no tenía por qué ser grosero conmigo, porque yo solo quería ayudarlo.

Estaría para él siempre que me necesitase, pero no soportaría ser su saco de box cuando quisiera desahogarse.






Se los dije: ✨DRAMA✨

Broken heart por mis Sebas, mi bebé precioso. 🥺💔

¿Cuéntenme que les pareció?

Ese enfrentamiento de Aibyleen y April fue se otro mundo.

Una vez más Aiby nos demuestra quien es la reina.

¿Opiniones?

Los leo.

¡Voten y comenten mucho!

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