41. Aibyleen.
Era miércoles, y la semana iba bastante bien. Creo que el fin de semana con Sebastián fue bastante reconfortante y hasta cierto punto, liberador. Ambos teníamos una presión invisible en los hombros, como si algo estuviera mal entre nosotros, pero resultó ser falso. Todo estaba bien, de hecho, creo que estaba mejor que nunca.
Solo había tenido dos sesiones de fotos el día de hoy, y por lo que se veía, solamente tendría una mañana para cerrar la semana. Descansaría cinco o seis días mientras esperábamos a que el desfile de Gucci para exhibir los vestidos de noche se realizaba.
Me encontraba más tranquila con respecto al trabajo, ahora solo debía sobrevivir a mi cuñada y a sus cambios de humor, junto con la búsqueda de su vestido de novia. La boda se celebraría en tres semanas, y aún no teníamos un vestido para ella.
—¡No me queda nada! —gritó exasperada, dejándose caer junto a mí el sofá color amarillo de la tienda de novias. Tenía puesto un vestido largo gigante, pero que de verdad se le veía fatal—. Estoy horrible.
—El vestido es horrible, Anggele, no tú —le recordé, se cubrió el rostro con las manos y soltó un sollozo—. Cálmate, ya verás cómo consigues uno.
—Pero ninguno me queda —se quejó con pesadez—. Es la panza, lo sé. Jamás creí casarme embarazada y ahora no tengo vestido.
—Hey —me reí—, mírale el lado positivo. Tu bebé estará con ustedes el día más importante, no deberías sentirte mal.
Se secó una lágrima con rabia y asintió.
—Tienes razón —se levantó decidida y fue en búsqueda de su vestido perfecto, ese que encontró cuatro horas después, luego de probarse casi todos los vestidos de la tienda.
Era lindo, de un color marfil muy sutil y sencillo. Corto y que le acentuaba esa bella pancita en donde descansaba mi sobrino.
—¿Algo de tomar? —preguntó la mesera de un mini restaurante en Manhattan.
—Sí, un café frío, por favor —respondí.
—Y una malteada de fresa —dijo Anggele con desgana.
—En un segundo les traeré sus pedidos.
—Gracias —dijimos las dos al unísono, viendo cómo la chica se alejaba—. ¡Ahg! Ya quiero beber café.
—No puedes, estás embarazada —le recuerdo—. Al menos encontraste un vestido, creí que nos quedaríamos a vivir allí por siempre.
—Exagerada —rueda los ojos, reí sacudiendo la cabeza—. En todo caso, eres mi mejor amiga, tienes que estar conmigo siempre.
—Lo sé.
Mi teléfono suena en el interior de mi pequeño bolso y al sacarlo, en nombre de mi adorado novio se marca en la pantalla. Contesto inmediatamente con una sonrisa en mis labios.
—Hola, cariñito mío —digo mimosa, escucho su risa al otro lado de la línea.
—Hola, amor. ¿Dónde estás?
—Con Anggele, estábamos buscando un vestido de novia —comento—. ¿Y tú? ¿Qué haces?
—Trabajando —suelto un bufido ante su tono obvio—. ¿Estás lista para esta noche?
Mi ceño se frunció y me paralicé por completo.
—¿Qué hay esta noche? —susurré.
No estábamos cumpliendo meses de novios, tampoco era su cumpleaños y mucho menos el mío. ¡Dios! Que memoria la mía.
—Nena, por favor —suspira—. ¿En serio lo olvidaste?
—¡¿Olvidé qué?! —me estaba muriendo, la mesera llegó con nuestros pedidos y yo ni siquiera le di las gracias por estar al borde del colapso—. Sebastián.
—Cariño, el trato con los tailandeses se cierra hoy oficialmente —recuerda, pero eso no me revelaba nada. ¿Qué debía recordar? —. Hay una cena.
—Una cena... —no, no lo recordaba.
—Peach...
—¡No me dijiste!
—Si te dije, Aiby.
—No.
—Sí.
—¡Que no!
—Estoy seguro de que sí te dije.
—Yo estoy segura de que no me dijiste —dije soltando una risita.
—Mira, amor, no importa ya, ¿okey? —suspiró y yo me pasé la mano por el rostro—. Quiero que vengas conmigo esta noche, ¿sí?
—¿A qué hora es? —gruñí, molesta conmigo misma y con él.
—A las ocho.
—¡Sebastián! —miro el reloj en mi muñeca—. Son las cuatro de la tarde, ¿cómo...?
—Lo siento, creí que lo sabías —se disculpó.
—En serio, a veces me dan ganas de matarte.
—No puedes vivir sin mí, nena —escuché la burla en su voz.
—¿Estás muy chistosito hoy? —no pude evitar sonreír.
—Pasaré por ti a las siete treinta, ¿está bien?
—Está bien —me mordí el labio inferior—. Te quiero mucho.
—Y yo te quiero más, amor.
Colgué con una sonrisa, y suspiré.
—¿Sebastián? —preguntó Anggele dándole un trago a su malteada.
—Sí, me estaba diciendo que tenemos una cena hoy —gruñí—. ¿Por qué no me lo dijo antes? No tendré tiempo suficiente.
—¿La cena con los tailandeses? —ladeó la cabeza.
—Sí, ¿lo sabías? —ella asintió—. ¿Y por qué no me dijiste?
—¡Creí que sabías! —se defendió.
Crucé mis brazos sobre la mesa y dejé caer mi frente sobre los mismos.
—Esto solo me pasa a mí —lloriqueé.
—Eres la mujer más trágica que conozco —dijo ella, la miré con odio.
—Lo dice la mujer que lloró por Leonardo DiCaprio porque se murió en Titanic —espeto, ella se encogió de hombros.
Jesucristo, ahora solo tenía tres horas para arreglarme superbién, o sea, en qué cabeza cabe, ¿eh? Mataría a Sebastián.
Dios, dame paciencia, porque si me das fuerza lo mato.
—Entonces, la mujer —murmuró ella, le di otro trago a mi café.
—La mujer —suspiré—. En realidad, solo es su compañera de trabajo. Lo será por un mes o dos mínimo, y estoy bien con ello.
—¿Pero...?
—Admito que me puse celosa, ¿bien? —confesé, ella se ríe de mí cara—. Pero, es que debías verla. Dios, era perfecta. Aun así, me molesté, de alguna manera, Sebastián encontró la forma de hacerme ver las cosas.
—Me imagino —dice—. ¿Y qué hiciste?
—Bueno, básicamente lo acepté. Me sentí rara al principio, pero hablé con mi psicóloga y me dijo que todo estaba en mi cabeza y creo que tiene razón —encogiéndome de hombros, sonreí hacia ella—. No tengo por qué prohibirle cosas, es su trabajo, y sé que él no me va a defraudar.
—No si quiere que le corte las pelotas —casi escupo el café, pero terminé riendo.
—Sí, creo que le teme a eso —sacudí la cabeza.
—Olvidemos eso, cuéntame qué tal te fue el fin de semana.
—Fue increíble —bebí de mi café frío y me sentí en las nubes—. Nos hacía falta estar solos, sin ruido y sin gente alrededor.
—Me alegro por ustedes, de verdad —sonríe—. No he obligado a Demián a irnos también porque sé que tendremos luna de miel.
—Pero ganas no te faltan —me reí de su expresión de consternación.
Pensé unos segundos el hecho de que Demián y Anggele se fueran de luna de miel, serían tres semanas en las cuales tendría la casa sola. Bien podría ir al departamento de Sebastián o decirle a él que se quedara conmigo.
Tenía muchas opciones, ya pensaría en algo, ahora debía ingeniármelas para estar perfectamente arreglada para la cena de esta noche.
Sé que lo he dicho tantas veces, pero, gente... ¡Se viene el drama!
Solo diré eso, nada más.
¿Qué les pareció el capítulo?
¡Los leo!
¡Voten y comenten mucho!
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