40. Aibyleen.
(+18)
Me desperté cuando el sol picaba en mi espalda, me removí entre las sábanas y supe casi de inmediato que Sebas no estaba en la cama, de estarlo, lo tendría abrazándome o fastidiándome, cualquier opción. Me quité el cabello de la cara con un poco de pesadez, levanté la cabeza y detallé la habitación.
Está aturdida y desenfocada, ayer cuando llegamos a la casa lo único que hicimos fue tener sexo y comer, estaba cansadísima. A eso de las diez estábamos cenando algo que preparamos entre los dos con las cosas que había en el refrigerador, después, seguimos con la faena. Nos dormimos cerca de las dos de la madrugada, o solo yo dormí. ¿Quién podría saberlo?
Dejé caer mi cabeza contra la almohada otra vez soltando un suspiro, sentía el cuerpo entumecido, pero debía levantarme porque también quería hacer pis.
Dios, ayúdame que me muero.
Cuando me di la vuelta observé el pequeño trozo de papel que descansaba en el espacio vacío de la cama. Estiré el brazo y lo tomé, acercándolo mucho a mi rostro para poder verlo.
«Verte dormir es mi nuevo pasatiempo favorito, he descubierto un montón de cosas desde que me propuse observarte cada noche. Tienes razón, eres un universo perfecto que se complementa con un millón de galaxias. Jamás me cansaré de decirte lo hermosa y única que eres.
Me fascinas.
Feliz cumple mes número seis, peach.
Sebastián».
Sonreí como idiota al leer la nota, la llevé a mi pecho y suspiré como una adolescente enamorada. Dios, ese hombre era todo lo que me importaba en este planeta. Estaba tan enamorada de él que apenas y podía respirar.
Pero, ¿cómo no enamorarse? Era Sebastián McCain, el Golden Boy del siglo veintiuno.
Me reí y me levanté de la cama decidida en encontrar a mi novio, primero hice una visita rápida al baño para descargar la vejiga y cepillarme los dientes. Me cubrí con la camisa azul de Sebastián y salí en su búsqueda.
No lo encontré en sala, pero no tuve que dar tantas vueltas porque lo divisé en la piscina. Me mordí el labio inferior y salí con rapidez hacia el porche. Observé todo a mi alrededor y no pude retener la sonrisa. El color verde de los árboles realmente me estaba haciendo feliz.
—Creí que seguías dormida —escuché su voz detrás de mí, pero no asusté, me giré y sonreí aún más al ver sus ojos grises.
—Estoy segura de que ya dormí suficiente —levanté la barbilla mientras caminaba para después sentarme en la orilla de la piscina. Metí mis pies en el agua que, para mí sorpresa, no estaba tan fría—. Yo creí que aún seguías durmiendo.
—No quise despertarte —nadó hasta donde yo estaba, acariciando suavemente mis piernas en cuando se acercó lo suficiente—, pero si me quedaba en la cama contigo, ten por seguro que lo hubiera hecho.
—Pervertido —lo acusé, pasando mis dedos por su cabello negro, ahora húmedo.
—Ven.
—No —lo detuve cuando intentó tomar mi mano.
—¿A qué le tienes miedo?
—A ahogarme —dije obvia, él bufó y me tendió su mano—. Sebastián...
—¿Confías en mí? —sus ojos brillaron y yo asentí como idiota.
—Es difícil decirte que no cuando me pones esa cara —repetí sus palabras, esas que me dijo hace algún tiempo.
—No dejaré que te ahogues —prometió.
Asentí resignada, ignorando la sonrisa en su rostro. Sus manos fueron a mi cintura y me llevó con él al interior, la piscina no era tan honda a mi parecer, podía tocar el suelo con la punta de mis pies. Sin embargo, Sebastián seguía siendo más alto que yo, por lo que me sostuvo contra su pecho haciéndome quedar casi a su altura.
—No es tan malo, ¿verdad? —cuestionó con una sonrisa, rodé los ojos y negué.
—No, no es tan malo.
Nadie podía juzgarme, si había entrado a una piscina, el problema era meter la cabeza bajo el agua por mucho tiempo. Me aterraba, pero estar entre sus brazos en hacía sentir segura, como siempre.
Nuestros ojos se encontraron y me sentí desfallecer ante la intensidad de su mirada gris, sus pupilas se dilataron y mi cuerpo entero vibró en consecuencia. De pronto, nos estábamos besando como si el mundo estuviera a punto de acabarse.
Pasé mis manos por sus hombros hasta anclarlas en su cuello, besándole con desesperación y apretándome contra él todo lo que podía. De un momento a otro, sus brazos hicieron presión en mi cuerpo y nos sumergió bajo el agua. No me asusté, de hecho, solo me concentré en la presión de sus labios contra los míos. Solo fueron unos segundos, después salimos de nuevo a la superficie y sus manos echaron mi cabello hacia atrás para seguir besándome.
Sentir que estaba en una nube, sería poco, definitivamente tenerlo así era inexplicable.
—Déjame hacerte mía —sus dedos se engancharon en el primer botón de la camisa que cubría mi cuerpo.
—Creí que ya era tuya —jadeé cuando siguió con el siguiente y último botón que había abrochado.
—Tienes razón —me sonrió con suficiencia y me besó con ímpetu.
Me terminó de quitar la tela completamente mojada del cuerpo y la aventó fuera de la piscina, ahora me tenía completamente desnuda y a su merced. Acarició mi cintura con lentitud bajo el agua y subió por mi torso hasta cubrir mis pechos con sus manos. Solté un gemido y eché la cabeza hacia un lado para darle acceso a su boca cuando comenzó a besar mi cuello.
Pellizcó mis pezones erguidos con sus dedos y un gemido más audible salió de mi boca, mis manos temblorosas fueron al cordón del short deportivo que lo cubría y de un solo tirón lo bajé por sus caderas. No llevaba bóxer y eso me facilitó la tarea de dejarlo desnudo frente a mí.
Su boca volvió a la mía y esta vez comenzó a besarme lentamente, acariciando mi cuerpo con ternura, apretando mi cadera y mi trasero cuando tuvo oportunidad. Me impulsó con sus manos e hizo que envolviera su cintura con mis piernas.
Mi espalda se pegó al borde la piscina y solté un jadeo cuando sus dedos encontraron mi botón de placer bajo el agua.
—¿A qué se debe esto? —cerré los ojos—. ¿Es el agua o soy yo?
—Eres tú —garanticé con voz queda, demasiado ida para ser normal.
Atribuí mi estado de aturdimiento al hecho de que estaba recién despierta.
—Es bueno saber eso —me besó.
—Mmh —llevé mis manos a su cuello para atraerlo hacia mi boca.
Me tensé rápidamente cuando sentí la presión de su miembro en mi entrada, rompí el beso para respirar cuando se deslizó en mi interior con suavidad. Pasé mis uñas por su espalda y gemí al sentirlo dentro de mí.
—Sebas —gemí con los ojos cerrados.
—Jamás me cansaré de repetirlo —suspiró pesadamente muy cerca de mis labios—, eres lo mejor que existe.
¡Dios mío, que no puede ser tan perfecto!
Las sensaciones era algo que jamás había experimentado, completamente diferente a lo que he vivido a lo largo de los años y no podía de la excitación. Jamás en mi vida imaginé estar teniendo sexo en una piscina y soltando gemidos que son irreprimibles al aire libre.
Definitivamente, estoy loca.
Me mordí el labio inferior y cerré los ojos ante la exquisita sensación que me producía el vaivén de sus caderas contra las mías. Su boca baja a mi cuello y chupa mi piel con fuerza, pasando su lengua después para aliviar la presión.
—Sebastián —busqué sus ojos grises, observando sus pupilas dilatadas y el deseo brillando en su mirada.
—Eres tan dulce —murmuró con la respiración agitada, nuestras narices se rozaron y mi pulso se disparó al mil por ciento—, tan hermosa, tan perfecta.
—Dame más —le pedí, cegada por el placer, necesitada de él y de todo lo que era capaz de hacerme—. Más rápido, más fuerte, más...
Sus labios se presionaron contra los míos cortándome la respiración y comenzó a arremeter contra mí sin contemplaciones. Sí, sin lugar a dudas él tenía razón: era una escandalosa.
—Vas a volverme loco —musitó contra mis labios entreabiertos, mirándome fijamente y con demasiada intensidad.
—Sebas... —jadeo, el pelinegro emboza una sonrisa arrogante y se hunde en mi interior con una fuerza abismal que me obliga a poner los ojos en blanco.
Estaba tan cerca, podía rozar el orgasmo con los dedos y él lo sabía, así que aumentó la velocidad de sus embestidas, como si aquello fuera posible. Los músculos de su espalda se tensaron y yo lo apreté en mi interior cuando comencé a temblar.
Dos fuertes estocadas más y soltó un gruñido cuando se corrió dentro de mí, llevándome con él al mismísimo éxtasis.
Solté un jadeo de cansancio, dejé caer mi frente entre su cuello y su hombro respirando entrecortado. Agradecí estar entre sus brazos en ese momento, porque de lo contrario, ya estaría en el suelo.
—¿Estás bien? —susurró, podía sentir su agitación en conjunto con la mía.
—Eso fue increíble —respondí, pude percibir su sonrisa y después sentí como presionó un beso sobre mi mejilla mientras acariciaba mi cabello—. Feliz cumple mes número seis, cariñito mío.
Ambos soltamos una risa y lo siguiente que supe fue que caí rendida entre sus brazos otra vez.
[...]
Estaba muerta de calor, pero eso no me importaba, no cuando estaba en los brazos de mi novio. Necesitaba algo que me refrescara la garganta y es por ello que estaba devorando un tarro enorme de helado de fresa.
Sentía los dedos de Sebastián jugando distraídamente con la tira de mi bikini blanco mientras tecleaba algo en su teléfono.
—¿En serio estás trabajando? —reproché con la boca llena de helado.
—No, es Demián —responde, pasando su mano libre ahora por mi abdomen—. Se le perdió un correo.
—Cavernícola —rodé los ojos.
Picoteé el helado con la cuchara como si lo odiara con toda mi alma.
—¿Trabajarás con esa mujer todo el tiempo? —espeté entonces, porque había llegado eso mi mente y no quería posponer más la conversación.
Lo sentí suspirar y entonces giré mi rostro un poco hacia él.
—¿No habíamos hablado de eso ya? —sus ojos grises parecían exasperados.
—No, y quiero saber —murmuré.
Suspiró otra vez.
—April se quedará un mes o dos máximo —dijo, asentí y lo dejé continuar—. Se encargará del papeleo extra en la oficina, estará trabajando conmigo hasta que se cierre el contrato por completo.
Fruncí el ceño y bajé la mirada. Ese plan no me gustaba, pero era su trabajo, yo no podía entrometerme.
—Eso es todo —elevó mi barbilla y miró mis ojos—. Confía en mí.
—Confío en ti —respondí automáticamente sin pensarlo.
Confiaba en él, aparte de mi familia, Sebastián se había ganado un lugar importante en mi vida y en mi corazón.
—Entonces, deja de quemarte las neuronas —me quitó la cuchara y embarró mis labios de helado.
Me arrebató un beso enloquecedor, pero solo fue eso, un beso.
Solté una risita y le quité la cucharilla de nuevo. Él se sumergió de nuevo en su teléfono y yo en mis pensamientos. Decidí no darle tantas vueltas al asunto, ya había hablado con mi psicóloga al respecto y ella me dijo que debía dar el beneficio de la duda, que no me matara pensando en cosas que solo pasaban en mi cabeza.
Opté por hacerle caso y silenciar la voz molesta en mi cabeza, Sebastián me quería a mí y eso era lo único que importaba. No me iba a defraudar, yo lo sabía y tenía que convencerme de eso.
Cerré el helado y lo dejé en el suelo a un lado de la tumbona dónde nos encontrábamos. Me dejé caer sobre su pecho y suspiré, mirando los árboles a nuestro alrededor.
Sus brazos me rodean desde atrás y su rostro bajó a mi cuello.
—Extrañaba tenerte así —su respiración me hizo cerrar los ojos.
—¿En bikini? —me burlé, sonrió sobre mi piel.
—Luego de eso —besó el lóbulo de mi oreja y me estremecí—. No quiero que te sientas como si te dejo de lado por el trabajo.
—Sé que es culpa de Demián, no te preocupes —sonreí y él ahogó una risa en mi cuello—. No siento que me dejas de lado, Sebastián —me giré, observé sus ojos grises y suspiré al ver que se sentía mal por algo. Con algo de su ayuda tomé impulso y me senté a horcajadas sobre él—. Tú eres el que debería pensar que te dejo de lado.
—Tú nunca me has dejado de lado —pasó sus manos por mi cintura, yo llevo las mías a su rostro.
—Entonces, tú tampoco —le sonreí—. El trabajo está pesado, muy pesado. Ambos lo sabemos y bueno, debemos aceptarlo —me encogí de hombros—. No importa, buscaremos la forma. Mira que me quedo varias noches contigo y ahora estamos aquí, siempre hay una manera.
Sus manos su subieron a mi rostro y acarició mis mejillas suavemente antes de bajarme hacia sus labios. Suspiré y dejé que me besara lentamente, entreabrí mis labios y recibí su lengua en una lenta caricia junto a la mía. El beso tierno se transformó a uno completamente pasional y hambriento.
—Eres tan dulce que me dan ganas de comerte —dijo sobre mí boca y yo solté un gemido.
—Entonces hazlo —dije cuando me presioné contra su entrepierna, sintiendo como se iba poniendo duro debajo de mí.
Los dos gemimos al mismo tiempo y nos fundimos en otro beso, sus manos comenzaron a acariciar mi cuerpo con lentitud y me retorcí sobre él, restregándome sobre su erección.
—¿Desde cuándo tienes cosquillas en estos momentos? —consulta mientras se deshace de la parte superior de mi bikini.
—No son cosquillas —repliqué, gimiendo cuando sus labios se cerraron alrededor de uno de mis pezones—. Estoy caliente.
—Ya me he dado cuenta —se concentró en torturar mis pechos sin descanso.
Chupó, lamió y mordió. Sin parar. Sentía que estaba viendo estrellas.
—Sebastián —separé su rostro de mis pechos y besé sus labios—, te quiero dentro de mí.
—No tienes que decir más —murmuró antes de besarme.
Llevé mis manos a las tiras del bikini para quedar desnuda sobre él, sus ojos llamearon de deseo y no pude sentirme más satisfecha con eso. Mordí mi labio inferior y después tiré de su short deportivo hacia abajo, despojándolo de la prenda.
Mi incliné un poco hacia adelante y ubiqué su miembro en mi entrada, me sujeté de sus hombros y bajé. Solté un sonoro gemido y eché la cabeza hacia atrás, sintiéndolo totalmente en mi interior. Sebastián soltó un gruñido y apretó mi trasero con fuerza, guiando los movimientos de mis caderas con suavidad y se sentía tan preciso y correcto.
—¿Qué cosas me haces, peach? —suspiré sobre su boca y sonreí, pasando mis dedos por su cabello.
—Lo mismo que haces tú a mí —su boca marcó el contorno de mi barbilla y mi mandíbula hasta darme un leve mordisco en el cuello.
—¿Y qué es lo que te hago? —trazó con su lengua mi clavícula y después besó mi hombro, bajando ágilmente hacia mi pecho de nuevo.
—Volverme loca —jadeé ante la calidez de su boca contra mi pezón, lamiendo y tirando de él exquisitamente hasta que me puso a temblar.
—¿Te he dicho hoy cuánto me importas? —levantó sus caderas y me embistió sin que me diera cuenta, haciéndome gritar.
—No, no lo has hecho... ¡Ah! —me mordí el labio inferior.
—Eres lo más importante en mi vida —aseguró, apretando mi trasero y acelerando el ritmo de mi cuerpo sobre el suyo.
—¿Te he dicho yo cuánto te quiero? —cuestioné, aferrándome a sus brazos, pasando mi lengua por sus labios.
—No, creo que no —sonríe con arrogancia y me aprieta contra él con fuerza.
—Te quiero —afirmé, mirando sus hermosos ojos grises, diciéndole con mi mirada todo lo que no podía expresar con palabras—. Te quiero y te querré siempre.
¡Me encantan!
¿Y a ustedes?
Definitivamente, mi pareja loca favorita, son estos dos.
¿Qué les pareció?
¡Voten y comenten mucho!
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