4. Sebastián.
Termino de ponerme los guantes negros y no puedo evitar levantar la mirada al espejo que está en una pared cerca de mí. Ha pasado un largo tiempo desde la última vez que utilicé el uniforme de piloto, y creo que hasta a veces olvido que alguna vez fui uno de los mejores corredores de Estados Unidos.
Los recuerdos borrosos del accidente llegan a mi mente, aún no logro olvidar cuando perdí el control del auto y mucho menos las tres vueltas exactas que dio al aire. Pero lo único visible en mi cabeza es la imagen de los paramédicos sacándome del auto, diciéndome que por nada del mundo cerrara los ojos.
«Respira. Todo estará bien, solo tienes que respirar, McCain».
Esa es la única voz que escuché, pero nada estuvo bien después de ello.
Sacudo la cabeza para dejar de pensar eso, no vale la pena malgastar el tiempo recordando el pasado. Se supone que es eso, ¿no? Pasado. Debe quedar atrás.
Tomo el casco rojo y comienzo a avanzar fuera de los vestidores hacia la pista, en dónde Marco y Dawson están esperando por mí.
Miro al cielo, dándome cuenta que el invierno está por comenzar y que el frío será infernal como cada año. Las pocas nubes que hay en el cielo logran ocultar un poco el sol, dejando el día un poco más nublado de lo normal.
—Estábamos hablando justamente de la mina de oro —dice Dawson, observándome a través de sus lentes oscuros. Dawson Thompson es el jefe aquí y también el ingeniero automotriz—. ¿Qué tal, chico de oro?
—Ya no soy el Golden Boy, Daw —le recuerdo, dándole un apretón de manos—. Si no estoy equivocado, Franco Pietro es tu nueva mina de oro.
—Siempre serás el Golden Boy, McCain —Marco palmea mi hombro—. Tenemos el auto listo para ti, es el más veloz.
—Eso está por verse —suelta una carcajada, viéndome caminar hasta el auto y entrar al mismo.
Abro y cierro mis manos, sintiendo la ansiedad recorrerme el cuerpo entero, hace tres meses ya que no me subía a un auto de carreras y se supone que solo son un par de vueltas. Marco se inclina ligeramente en la ventanilla, y sé que me va a dar el sermón de la vida.
—¿Estás seguro de querer hacer esto? —asiento simplemente, me pongo el casco y lo escucho suspirar—. Bien, como acordamos, ¿de acuerdo? —miré la pista delante de mí—. Si sientes algo, mareo, dolor de cabeza o en el brazo, solo me avisas y nos detenemos, ¿está bien? —volví a asentir, escuchando el mismo protocolo de siempre—. Solo concentraré dar dos vueltas, no te presiones, solo es una prueba, no es una carrera, ¿okey?
—Todo en orden, Marco, estoy bien —respondo, pongo las manos alrededor del volante y aprieto con fuerza.
—Perfecto —lo miro por última vez, y veo la petición silenciosa que me hace con la mirada.
Asiento una sola vez en su dirección, levantando el pulgar en aprobación, pidiéndole que no se preocupe.
Es una prueba, no es una carrera real.
No hay más autos en la pista, son pocas las probabilidades de chocar.
Cuento hasta diez mentalmente, llené mis pulmones de oxígeno, sintiendo como el corazón me palpitaba contra las costillas.
Es solo una prueba. Es solo una prueba.
Me preparo, despejo mi mente y acelero a fondo, y salgo a toda velocidad por la pista, dejando la ansiedad a un lado, dándole la bienvenida a esa adrenalina que lograba calmar mis nervios.
[...]
Salgo de la ducha una vez que logro despejar mi cabeza, luego de la ajetreada mañana que tuve necesitaba mi merecido descanso. Abro la maleta que está sobre la cama y rebusco en el interior de la misma, decido encender el televisor para ver qué está pasando en el mundo hoy, no obstante, el noticiero no está siendo transmitido, sino un programa y para mí sorpresa, una rubia que conozco bastante bien aparece sonriendo en la pantalla.
Sin pensarlo dos veces, le subo el volumen.
—Y bien, Aibyleen, dime: ¿Has tenido otras mascotas luego de Flappy? —le pregunta la mujer castaña que la está entrevistando.
—No, en casa de mis padres no, después de aquel suceso decidimos no tener otra mascota, quizás por tristeza, no lo sé —responde ella, luego sonríe—. Pero intenté tener una mascota hace varios años, apenas estaba iniciando mi carrera como modelo, y la cosa es muy graciosa la verdad —suelta una risita y ni siquiera intento reprimir una sonrisa—. Iba caminando por Manhattan y pasé por una tienda de mascotas, en el vitral se encontraban un montón de perritos, pero en el fondo, había un gatito. Era hermoso, si me lo preguntan, de piel tigresa y me enamoré de él. Era pequeñito y peludo, entonces lo adopté.
>> Lo llevé al veterinario, le pusieron sus respectivas vacunas y todo. En fin, me lo llevé a casa, ya que en ese entonces me había mudado con mi hermano. No tuve problemas con el gato las primeras semanas, pero después tuve que viajar a París por la semana de la moda y yo era una de las modelos, y me quedé toda la semana en ese lugar.
—¿Y que ocurrió, entonces?
—Bueno, cuándo volví, el gato me odiaba —soltó a reír, pasándose un mechón rubio detrás de la oreja, luciendo totalmente inocente—. Me rasguñaba, me gruñía, no podía verme. ¡Mi propio gato me odiaba! —sacudió la cabeza—. Entonces me di cuenta de que las mascotas son para las personas que tienen mucho tiempo para ellas, los animalitos necesitan mucho amor y tiempo, y esto último es muy difícil para mí.
—Te entiendo muy bien, el trabajo limita muchas cosas, la más importante es el tiempo —murmuró—. Pero lo intentaste.
—Creo que la intención fue lo importante.
Hace tiempo que no la veía y de verdad que estaba hermosa, tenía una sonrisa en sus labios llenos y la nariz roja, cómo casi siempre. Ella desprendía un aire de ternura que contrastaban de una manera increíble con su personalidad.
—Muchas personas te han descrito como una mujer poderosa, con una personalidad arrolladora y tenaz, eres una joven luchadora, quién a sus veinticinco años ha luchado contra los comentarios de la gente sobre tu trastorno —musitó la mujer, mientras que la rubia la escuchaba atentamente—. ¿Cómo forjaste esta confianza?
—Soy muy atrevida, lo sé —sonríe, entrelaza sus manos—. Muchos conocen mi historia, el trastorno que poseo y todas las dificultades que pasé. Si bien es cierto, tuve el apoyo incondicional de mi familia, ellos siempre estuvieron para en mis peores momentos y estoy completamente agradecida con ellos por eso.
>> Desde los catorce estoy luchando por sobrevivir a este padecimiento, y si alguien tuvo el privilegio de pisotearme en algún momento de mi vida, fue porque se lo permití. Les di el poder a muchas personas para destrozarme, les di las pautas necesarias para que pudieran hacer de mí lo que quisieran, ¿sabes por qué? Porque viví en un cuento de hadas, me sumergí en la típica regla de que: «Si no me aman, no me amo». Hasta que desperté, y me dije a mí misma: «Suficiente. Nadie puede decirte quien eres, que eres, o quién debes ser. Solo tú». Y entonces, solo yo he llevado las riendas de mi vida y después de aquel momento cuando vi todo con claridad, decidí ser la excepción a todas las reglas.
>> Desde que entré a este nuevo mundo no le he dado el poder a nadie más de decirme lo que tengo que hacer y por qué tengo que hacerlo, nadie puede obligarme a ser alguien que no quiero porque así lo quiera y espero que siga siendo de ese modo. Soy quien soy a pesar de mis penas. Soy quien soy gracias a mis caídas. Soy quien soy el día de hoy por todas las veces que me dijeron que no podía y me puse de pie.
—Eso es estupendo, Aibyleen, y mereces un aplauso por pensar así —la rubia sonrió con amabilidad y ese toque de autosuficiencia que ella poseía.
Aibyleen Whittemore era una mujer poderosa, como ya lo había dicho y yo lo sabía, lo había visto muy de cerca.
Demián, aparte de ser mi socio y mano derecha, era mi mejor amigo, desde que estábamos en la universidad nos entendíamos muy bien. Era un gran hombre, honesto y trabajador, era el hermano mayor de la preciosa mujer que sonreía en la TV. Sí, cuando la conocí, Aiby solo tenía diecinueve años y era más hermosa que cualquier otra mujer que hubiera conocido antes.
Y desde que la vi por primera vez, supe que llegaría lejos. Ella tiene esa fuerza que pocos poseen, esas ganas de triunfar y la valentía de salir adelante que a todos nos falta.
Y también recuerdo que no pude sacarla de mi cabeza después de ese día, y creo aún no lo consigo. Su cabello rubio, su sonrisa preciosa y maliciosa, sus ojos azules e impenetrables. Ese aire de inocencia que se confundida con la maldad en su interior, sin lugar a dudas, ella es la meta que tengo bastante lejos.
El teléfono sonó y un mensaje de Marco resaltó en la pantalla.
Franco irá al club con nosotros esta noche, le hará bien hablar contigo, quizás así deje de ser tan imbécil.
Sacudí la cabeza, a ese niño solo le faltaba mano dura.
Estaré ahí, pero Franco es un idiota por naturaleza, debe aprender a defenderse solo. No siempre estarás detrás de él, y tampoco puedes responsabilizarte de sus estupideces.
En algún momento de mi vida yo también fui igual de idiota, solo que el destino no estuvo a mi favor y me enseñó de la peor manera posible que, si no valoras lo que tienes, cuando lo pierdas lo extrañarás.
★★★
¡Holis! Hoy es viernes y el cuerpo lo sabe: Sabe que hoy hay nuevo capítulo.
¿Que les pareció el capítulillo de hoy?
Aquí les dejé un poco de la vida de nuestros Sebas precioso divino.
Cuéntenme que tal va la historia hasta ahora para ustedes.
*Espacio para insertar opiniones aquí*
Los amo infinito.
¡Voten y comenten mucho!
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