39. Sebastián.
Molesta. Celosa. Callada.
Esas cosas juntas en una sola persona no eran para nada buenas, y mucho menos si se trataba de mi preciosa novia. Hace veinte minutos había llegado a mi oficina de sorpresa, conoció a April, la misma se marchó y la rubia sigue sin musitar palabra alguna.
No necesita decirme nada para que yo sepa que está molesta como el infierno, sin embargo, necesito que me hable, que me diga por qué demonios está tan callada.
Suspiré al verla sentada en el sofá, mirándose las uñas como si fuera lo más interesante del mundo. Caminé hacia el escritorio y descolgué el teléfono.
—¿Señor?
—Puedes irte a casa, Dayra —le dije.
—¿Seguro? ¿No necesita nada más?
—Seguro, tranquila.
—Está bien, gracias, señor —dijo—. Que pase buena noche.
Ojalá.
—Igual —colgué.
Volví a mirarla, caminé hacia el otro extremo del escritorio y me apoyé contra el mismo. La observé detenidamente, dándome cuenta que no me había percatado de su vestimenta en cuanto entró. Tenía puesto uno de esos shorts demasiado cortos que a ella tanto le gusta, la camiseta de los Yankees abierta dejando ver el top negro sin mangas que cubría su torso.
—No sabía que te gustaba el béisbol —intenté buscar conversación con ella, necesitaba escucharla hablar.
—Papá nos llevaba a Demián y a mí de pequeños —musitó en voz baja, aún sin mirarme—. Tenía boletos para esta tarde.
—¿Por qué no me dijiste?
—¿Qué caso tiene? Ni siquiera te gusta —se encogió de hombros, con el ceño fruncido.
—Habría ido solo por el simple hecho de que te hacía ilusión —le recordé, ella bufó entre dientes.
—No importa, sabes que no te voy a obligar a hacer cosas que no quieras.
Cerré los ojos y le pedí al cielo que me diera paciencia, porque con ella la perdía con rapidez.
—¿Vas a decirme que te molesta? —frunció el ceño ante mi pregunta.
—No me molesta nada —espetó mirándome.
Embocé media sonrisa y caminé hacia ella.
—Eres mala mentirosa, peach —me senté a su lado en el sofá, ella se cruzó de brazos y desvió la mirada. Busqué su mano, entrelacé nuestros dedos aún y cuando la rubia testaruda se hacía la difícil—. Habla conmigo.
Suspiró, cerró los ojos unos segundos y se mordió el labio inferior.
—Estabas trabajando —susurró, más para ella que para mí.
—Sí, eso hacia —acaricié el dorso de su mano.
—Y tienes una compañera de trabajo —volvió a decir de la misma manera.
—Sí.
—Es bonita...
—Okey, terminaremos con esto de una vez —solté, enojando de repente, no sabía si con ella o conmigo—. Mírame.
—No —negó rotundamente.
—Mírame, Aibyleen que no lo repetiré de nuevo.
Arrugó la nariz como cada vez que le daba órdenes, era tan terca que ni siquiera podía hacer algo por las buenas. Me miró de mala manera, sin embargo, no era algo nuevo para mí. Llevé mi mano a su mejilla, sus párpados revolotearon ante la caricia y seguí haciendo círculos con el pulgar sobre su pómulo, sabiendo que, de tal manera, podría calmar a la fiera.
—Pueden ponerme a todas las mujeres del mundo en una fila, Aibyleen —le susurré—. A todas. Aun así, seguiré eligiéndote a ti —cerró los ojos y suspiró otra vez—. Esto tiene que detenerse, porque no, no te voy a dejar por cualquier mujer que se me atraviese.
—Dios —soltó ella, sin verlo venir, se apretó a mí costado y enterró su rostro en mi cuello, cubriéndose el mismo con las manos—, me estoy comportando como una maniática, ¿verdad?
—Sí, eres una loca neurótica —me reí de ella, estrechando mis brazos a su alrededor—. Pero eres la loca que quiero en mi vida.
Se quejó como si algo le doliera, pero supe que estaba en su fase de drama, entonces la dejé ser.
—Es que hemos estado tan lejos que... —se interrumpió ella misma, se alejó unos centímetros y me observó a los ojos. Se veía triste, desconsolada—. Yo creí que...
—Preciosa —sujeté su rostro entre mis manos—, estamos ocupados y eso está bien. El trabajo es importante, para ti y para mí, lo sé. Pero eso no dice que algo esté mal entre nosotros, porque te quiero y eso no podrá cambiarlo ni mil kilómetros de distancia.
Se abalanzó sobre mí y presionó sus gruesos labios contra los míos, sosteniendo mi rostro entre sus delicadas manos.
—Perdón, no debí actuar así, es que...
—Shhh —pasé su cabello detrás de su oreja—, todo está bien.
Enredó sus brazos alrededor de mi cuello y me abrazó con todas sus fuerzas, tiré de su liviano cuerpo hacia el mío hasta tenerla en mi regazo.
—Te extraño tanto —susurró en mi oído, cerré los ojos y aspiré su aroma profundamente.
—Y yo a ti, preciosa —froté su espalda y maldije mentalmente al recordar que había enviado a Dayra a su casa, pero sabía que un mensaje después de las ocho no sería un abuso.
Tenía una idea en mente, y sinceramente no quería dejarla pasar. Necesitaba a esta mujer todo el fin de semana, y estaba dispuesto a hacerlo realidad.
[...]
—¿Ya estás lista? —le pregunté.
—No, y si sigues preguntándome más me voy a demorar —amenazó mientras se abotonaba la camisa rosada de seda.
—Si llegamos tarde será tu culpa —le dije.
—Ni siquiera sé a dónde vamos.
—Ya te dije —me acerqué a ella y dejé mis manos en su cintura, nuestros ojos se encuentran a través del espejo—, es una sorpresa.
—No me gustan las sorpresas —se quejó.
—Pero las mías sí —besé su mejilla. Apreté su trasero antes de alejarme—. Vamos, date prisa, verás cómo te gustará.
—Veremos.
Frunció el entrecejo y entrelazó nuestras manos en cuanto salimos del departamento, iba preciosa con esos jeans negros que se aferraban a su trasero.
—¿Me dirás al menos si llevo lo necesario? —hizo un puchero y rodeó mi torso con sus brazos.
—Llevas justo lo necesario —pasé su cabello rubio hacia atrás, que estaba más largo y brillante.
—¿En serio me va a gustar?
—Te va a encantar —rocé mis labios contra los suyos mientras sostenía su rostro.
—¿Lo prometes? —susurró con los ojos cerrados.
—Lo prometo.
La sentí elevarse en sobre las puntas de sus pies antes de que pueda besarla.
—Más te vale —y se dio la vuelta, con su caminar de diva salió del ascensor y fue directamente hacia mi auto.
Sonreí y sacudí la cabeza sin poder creer lo que era esta mujer, aún no lo tenía claro, pero algo me decía que completamente normal no era. Entonces me pregunté: ¿De no ser así me gustaría?
En el camino ninguno de los dijo habló demasiado, no tenía caso cuándo el sol estaba brillante y hacia buen clima, lo que me veía a la mar de bien. En cada oportunidad que tenía apreciaba la preciosidad de mi novia, sus mejillas rosadas y sus labios casi rojos.
—Nos vamos a estrellar si me sigues mirando —comentó desinteresadamente.
—Conduzco mejor que tú en tus mejores años, peach —le dije, busqué su mano y entrelacé nuestros dedos—. ¿Olvidas con quién estás hablando?
—El Golden Boy del siglo veintiuno —se ríe, y me observa de modo seductor.
—Exacto.
—Dios, tienes el ego por las nubes —besé el dorso de su mano.
—Tú lo pusiste ahí.
Me regaló una sonrisa y se dedicó a mirar por la ventana el resto del camino, estaba ansioso por ver la reacción que tendría al ver el lugar a donde iríamos. Había pensado mucho en hacer esto, pero la fecha y todo lo ocurrido el día de ayer me orilló a tomar la decisión con rapidez.
—Sebastián —alargó en cuanto el auto se desvió de la autopista hacia los árboles—. ¿Qué se supone que haces?
—Espera —llevé las dos manos al volante cuando el camino rocoso se abrió paso frente a nosotros.
—Dios mío, ¿qué haces? —parecía alarmada, y solo podía sonreír ante su desesperación—. Sebastián.
—Cálmate, mujer —la miré unos segundos—. Cuando veas lo que es todo tu drama quedará en segundo plano.
—Drama. Todo mi drama —bufó y se cruzó de brazos.
—Cierra la boca y mira —señalé fuera del auto una vez que me detuve, ella rodó los ojos y giró hacia la ventana.
—¡Santo Dios! —exclamó al ver la casa, abrió la puerta y se bajó con rapidez, imité sus acciones y bloqueé el auto. Ella estaba maravillada y no podía estar más satisfecho por ello—. ¿Qué hacemos aquí?
Me acerco a ella y saco las llaves de la casa de mi bolsillo.
—¿Tú qué crees? —sacudí el llavero frente a ella, después soltó un grito.
—¡No puede ser! —su cuerpo chocó contra el mío sin que me diera cuenta y sus labios se aplastaron contra los míos—. Eres el mejor, de verdad que sí.
Me quitó las llaves y salió corriendo escaleras arriba. Sonreí al verla tan eufórica, y un sentimiento de felicidad me invadió por completo al darme cuenta de algo.
Su felicidad era mi felicidad.
Caminé hacia la casa y subí las escaleras del porche con lentitud, era de madera, grande y espaciosa. La fachada era de vidrio casi en su totalidad, y la piscina estaba en la parte exterior. Este lugar era una simulación de bosque fuera de la ciudad, un recinto cerrado y privado al que no todo el mundo tiene acceso.
—¿Te gusta? —cuestioné en cuanto entré, Aibyleen estaba embelesaba con el interior de la casa.
—Me encanta —suspiró y se giró a observarme. Me mostró una sonrisa y caminó hacia mí—. Esto es increíble.
—Es nuestra por el fin de semana —atraje su cuerpo al mío.
—¿De verdad? —asentí. Rodeó mi cuello con sus brazos y me besó—. Gracias.
—No tienes que agradecer —acaricié sus mejillas rosadas—. Nos faltaba un tiempo así, cariño, ambos lo sabemos.
—Tienes razón —asintió, sonrió y se apretó más a mí—. Bueno, ya que estamos aquí, comencemos.
—¿Comencemos?
—Oh sí, comencemos.
Y se abalanzó sobre mí, la atrapé por la cintura justo a tiempo que cerraba sus piernas a mi alrededor. Estaba convencido que este sería un buen fin de semana, siempre que ella estuviera conmigo, no necesitaba nada más.
[...]
Suspiré complacido al tenerla entre mis brazos, su cuerpo desnudo estaba tibio junto al mío, su respiración era lenta y pausada que me llenaba de una paz desconocida que no sabía que necesitaba. Estaba cansada, lo sabía, pero aún no se dormía.
—¿Sebas?
—¿Mmh? —apreté mis brazos a su alrededor y besé su cuello.
—¿Cuándo te enamoraste de mí? —susurró.
No tenía que pensar mucho la respuesta.
—Desde que te vi me enamoré de ti —le dije al oído, ella se soltó una risita y se giró un poco para poder observarme.
—No, de verdad —dijo—. ¿Cuándo?
—Te estoy diciendo la verdad —arrugó la nariz.
—¿En serio?
—Completamente —asentí, recordando aquel día—. Demián prácticamente me arrastró a casa de tus padres, según él, Australia era el mejor lugar del mundo y al parecer, no se equivocó —pasé un mechón rebelde detrás de su oreja—. Ese día tenías dos trenzas, un vestido azul cielo e ibas descalza —sonreí cuando cerró los ojos y dejó salir un suspiro—. Tenía en mi mente una imagen de ti que era totalmente errónea. Creí que serías mimada y caprichosa —confesé—. Si eres mimada y caprichosa, pero eres muchas cosas más y eso lo compensa.
—Idiota —achina sus ojos azules.
—Pero me equivoqué completamente, descubrí que eras mucho más allá del rostro y que tu personalidad avasallante y tu desconfianza se debía a otras cosas que no eran de mi comprensión en ese entonces. Me enamoré de ti desde el primer instante en que nuestros ojos se encontraron, y no pude sacarte de mi mente en ningún momento luego de ese día.
Su mano fue a mi mejilla y se quedó varios minutos en silencio, mirándome fijamente.
—Perdón por hacerte esperar tanto —se disculpó, giré mi rostro y besé la palma de su mano.
—No es nada, ni siquiera lo sabías —le tranquilicé, pasando mis dedos por su tersa mejilla—. No te dije nada para no agobiarte.
—Tú también me gustabas, mucho en realidad —confesó, mordiendo una sonrisa—. Pero tenía miedo, ya sabes porque nunca me acerqué. De alguna manera, creía que no podía gustarte si sabías la verdad.
—Porque me dijiste la verdad es que te quiero —musité.
—Ahora lo sé —sonrió.
Aibyleen abrió las puertas de su corazón para mí, no había manera en el mundo para agradecerle ese enorme acto de generosidad.
Amarlos es mi pasión.
¿Opiniones?
Amo leerlos, así que comenten mucho.
¿Les gusta el drama?
Porque quiero causar mucho drama.
¡Los amo!
¡Voten y comenten mucho!
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