38. Aibyleen.
Me estaba volviendo loca, literalmente.
Tenía una campaña con Gucci, su nueva línea de vestidos de noche y el montón de desfiles que estaba haciendo con ellos. La publicidad era tremenda, mi cara estaba en varias revistas y más gente parecía conocerme.
La fundación está en marcha, los recursos y donaciones que recibíamos era para morirse y el hecho de que muchas personas estuvieran ayudando y contribuyendo en un proyecto tan hermoso, me llenaba de felicidad.
Puntos a parte de mi lista principal, cuidar a mi cuñada con su preciosa barriguita de siete meses de embarazo, ayudar con los planes de su boda que se encuentra en proceso, y cumplirle todos sus antojos.
El hecho de que Sebastián y Demián estén en un proceso importante con la empresa, me deja a mí de niñera oficial y personal de Anggele Stevenson. La rubia que, sin lugar a dudas era mi alma gemela, me estaba sacando canas verdes con sus antojos, cambios de humor y dramas de embarazada.
—Basta, Angge —la reprendo, quitándole el pote de helado con la cuchara—, terminarás vomitando todo.
—Aiby... —hace un puchero.
Frunzo el ceño, intentando ser dura con ella, pero fallo estrepitosamente.
—Solo dos cucharadas más —le vuelvo a entregar el tarro.
—¡Yupi! —celebra, llevándose una gran cucharada de helado de chocolate a la boca.
—Hasta cuándo, ¿eh? —me rio, subiendo los brazos al cielo pidiendo clemencia—. ¿Hasta cuándo?
—¿Hasta cuándo seas mi niñera? —finge pensar—. Me casaré con tu hermano, y si es toda la vida con él, es toda la vida contigo.
—Te quiero —me acomodo en el sofá y beso su mejilla.
—Yo a ti —observo el televisor pantalla plana mientras se reproduce Titanic.
Desde que comenzó con el embarazo, Anggele tiene una pequeña —enorme— obsesión con las películas románticas. Ya sea que tengan final feliz o triste, también me ha hecho leerle mis libros en voz alta porque según ella, y cito sus palabras: «Me duele la cabeza, Aiby, complace a la madre de tu sobrino». Porque sí, ella y Demián tendrán un hermoso niño.
Hace dos semanas hicimos la revelación del sexo, fiesta de la cual fui la encargada totalmente, y estuvo de lo mejor. Apreciamos en varias revistas y en las redes sociales. Mi pequeño sobrino no ha nacido y ya es famoso.
¿Quién lo diría?
—¿Cómo vas con Sebastián? —cuestiona Anggele de pronto.
—Bien, vamos bien —es todo lo que digo, dejando mis manos sobre mí estómago.
—Uy, eso no suena bien.
—No, en serio —sonrío ante su cara de preocupación—. Vamos bastante bien, de hecho.
—¿Pero...? —suspiré, entrelacé mis dedos.
—No tenemos tiempo, sé que pasamos varias noches junto, pero... —cierro los ojos—. No es lo mismo.
—Entiendo —dejó el helado a un lado y se concentró totalmente en mí—. ¿Y has hablado con él sobre eso?
—No quiero estresarlo más —musito en voz baja.
Esa era otra cuestión, yo no quería asfixiar a Sebastián, me daba pánico tan solo imaginar que se sienta presionado.
—No sé qué consejo darte, mi relación no fue la mejor de todas al principio —dice, mis ojos van a los suyos—. Puedo decirte que todo estará bien y que no te preocupes, o simplemente, decirte que tomes la iniciativa y hagas un plan increíble para que lo secuestres y pasen más tiempo juntos.
Me reí de su rara sugerencia.
—¿Tú crees? —mordí mi uña.
—Sí, será bueno —asiente—. Es más, le diré a Demián que me lleve a algún lugar, me cansé.
Me lo pensé unos segundos y no le vi nada de malo. Quizá ella tenía razón, de esa formar podíamos estar juntos de la manera correcta.
—Está bien, lo haré.
[...]
Esperé hasta el viernes para llevar a cabo mi plan malvado, que no era realmente malvado, debido a que opté por comprar unas entradas para el juego de los Yankees y tenía lugares increíbles.
Fue una odisea conseguirlos, desde hace un montón de tiempo que no asistía a un juego de béisbol, pero lo logré. Tenía mis contactos y bueno, nadie me decía que no.
Estaba entusiasmada, tanto como para vestirme con mi nueva camisa de los Yankees, unos shorts de mezclilla, un top negro y mis mejores tenis. Sabía que la tarde estaría fresca, por lo que no quería llevar tanta ropa.
Mi teléfono sonó cuando terminaba de arreglar mi cabello, ahora naturalmente largo.
—Hola, amor —murmuré apenas puse el altavoz.
—Hola, nena, acabo de ver tu mensaje —dijo distraído, y el sonido de un montón de papeles siendo movidos con rapidez llamó mi atención—. Estoy lleno de trabajo, por eso no te respondí antes.
—No te preocupes, está bien —sonrío.
—¿Qué es lo que pasa? —cuestiona.
—Bueno, yo quería preguntarte algo...
—¿De qué se trata?
—¿Te gusta el béisbol?
—¿El béisbol? No lo sé, nena —oh no—. Nunca me llamó la atención, no sé qué decirte.
Mierda. Mierda. Mierda.
—¿Por qué? —cerré los ojos y me senté en la orilla de la cama.
—No, por nada —me encogí de hombros, ignorando el cosquilleo de desilusión que envolvió mi estómago—. Es que me estaban ofreciendo unos boletos para el juego de hoy, pero mejor no.
—Podemos vernos mañana, ¿te parece?
Fruncí los labios.
—¿Mañana?
—Sí, no creo que logre salir temprano de la oficina —dijo, y entonces un balde de agua fría cayó sobre mí.
—Está bien —suspiré, mordí mi labio y jugué con un hilo de mi short.
—Lo siento, amor.
—No, está todo bien —parpadeé para ahuyentar las lágrimas que llenaron mis ojos sin mi consentimiento.
—Debo colgar, peach —dijo—. Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí, lo sé. Yo también te quiero.
—Nos vemos.
—Adiós.
No sé quién colgó, pero apenas lo hicimos, me dejé caer de espaldas a la cama. Me mordí el labio y solté un gruñido. ¡Dios! ¿Tan difícil es tener una tarde linda con mi novio? Ya no aguanto más, estoy al borde.
Volví a tomar el teléfono y marqué el número de Brady.
—¡Mi estrella preciosa! —exclamó apenas contestó.
—Hola, bebé.
—Oh, ¿y ese tono? —quiso saber.
—Me acabo de despertar —mentí y puse un brazo sobre mis ojos—. Te llamaba para decirte algo.
—¿Qué es?
—Tengo dos boletos en taquilla para el juego de los Yankees —expliqué con rapidez—, puedes usarlos con tu novio nuevo si te apetece, están a mi nombre.
—¿Un juego de béisbol? Creí que te gustaba.
—Y lo hace, pero estoy cansada y quiero dormir —omití la parte en dónde mi novio me decía que odiaba el béisbol y que no me atreví a decirle que tenía entradas.
—¿Estás segura?
—Sí, sí. Obvio sí —me apresuré a decirle—. Puedes usarlas, tranquilo.
—Está bien —murmuró no muy convencido, pero aceptó finalmente—. Gracias, cariño. Besos.
—Igual, nos vemos.
Colgué y volví a gruñir.
—¿Aiby? —me llamó la voz de Anggele, seguido de dos golpes en la puerta.
—¿Qué? Entra —dije, aún con los ojos cerrados.
—Saldré con Erika a ver unas cosas para la boda... ¿Qué te pasa?
—No saldré con Sebastián.
—¿Qué? ¿Por qué? —el colchón se hundió y ella me quitó el brazo de la cara—. ¿Qué pasó?
—No le gusta el béisbol, y no quise decirle que tenía boletos —gruñí entre dientes.
—Oh —suspiró—. Entonces, ¿quieres venir conmigo? Casi son las seis, podemos ir a cenar.
—No, estoy aburrida y no quiero arruinarte la tarde —llevé mi mano a su vientre abultado y lo acaricié.
—No me gusta verte así —hizo un puchero, se cruzó de brazos. A mí tampoco me gustaba sentirme así, pero... ¿Qué se podía hacer? —. ¡Ya sé!
—¿Qué?
—Vamos, te llevaré a la empresa y así podrás ir a secuestrar directamente desde la oficina —aplaudió como niña pequeña y se ríe—. Vamos, Erika vendrá por mí y ella te dejará en la empresa.
Fruncí el ceño, no lo veía conveniente, ya que Sebastián aún tenía que trabajar hasta tarde. Pero, podía hacerle compañía, de alguna manera, sería como pasar tiempo juntos.
—Está bien —acepté.
—Vamos.
[...]
Erika, la amiga de Anggele desde la escuela, fue muy amable en dejarme justo en la puerta de la empresa. Anggele me deseó suerte como si estuviera a punto de participar en la copa del mundo, cosa que me causó gracia en realidad.
No me había cambiado de ropa, lo único que hice fue dejar la gorra de los Yankees en casa, no quería parecer una aficionada loca. La noche estaba cayendo, casi eran las seis con treinta minutos, entonces supuse que Sebastián podría estar desocupándose.
Cuando entré al edificio, varias posaron su mirada en mí y no era para menos, hace algún tiempo que no pisaba este lugar. No necesité pase de visitante porque el jefe de seguridad ya me conocía, entonces pude subir al ascensor sin tanto protocolo.
Mientras el elevador se movía, un vacío inundó mi estómago. No sabía si eran nervios o terror totalmente, quizás no debí venir así, tal vez debí llamarlo...
—Ya basta —me susurré a mí misma—. Estás actuando como una loca. Cálmate ya.
Inhalé profundamente y solté todo el aire por la boca cuando el ascensor se detuvo y abrió sus puertas. Lo primero que vi al salir fue a Dayra detrás de su escritorio, sus ojos se sorprendieron al verme y me regaló una amplia sonrisa.
—Señorita Aibyleen, que bueno verla.
—Lo mismo digo, Dayra —sonreí de vuelta—. ¿Cómo has estado?
—Excelente —asintió formalmente—. ¿Y usted?
—Muy bien —jugué con mis dedos unos segundos, observándola.
Dayra era hermosa, con su cabello castaño y con ojos grandes y verdes. No era muy alta, pero tampoco muy pequeña. Su complexión delgada era compensada con buenos atributos, y me sorprendía el hecho de que aún estuviera soltera. Según dice Sebastián.
—¿Sebastián está aquí?
—Sí, pero está...
—Voy a entrar —le dije con una sonrisa, sin dejarla terminar.
Sacudí mi cabello y mis pies me llevaron hasta la puerta de la oficina, mis dedos se engancharon al pomo de la puerta y lo giraron con rapidez. Estuve a un segundo de hablar con la misma algarabía y felicidad con la siempre le habla, solo que me detuve en seco en cuento observé la escena.
Primero lo vi a él sentado en su silla. Después vi a la mujer desconocida sentada en una silla junto a él. Digamos que la escena no era para nada comprometedora, pero estaba segurísima de que la cercanía era demasiada como para estar revisando unos simples papeles.
Mi mandíbula se apretó y mi mano libre también, pero recordé lo ocurrido hace casi diez meses. Ese horrible malentendido que casi me aleja por completo de Sebastián, así que traté de tranquilizarme, sin embargo, no quería estar ahí.
Hice el amago de cerrar la puerta, pero creo que él notó mi presencia, porque escuché su voz llamarme—: ¿Aiby?
No puede ser. No puede ser.
Cerré los ojos con fuerza cuando estoy de espaldas, gruñí bajito. Carraspeé y giré otra vez, nuestros ojos se encontraron y sentí un bajón en mi interior.
Dios.
—Pensé que ya habías terminado —dije con un hilo de voz—. Debí llamarte, yo... Mejor nos vemos mañana.
—Aibyleen —su voz fuerte me detuvo otra vez, apreté mis labios y me volví a girar—. No te esperaba.
—Ya me di cuenta —dije entre dientes para mí misma, ni siquiera sé si me escuchó.
Se puso de pie, rodeó el escritorio y me esperó, no tuve más remedio que entrar y acercarme a él.
—No esperaba verte —murmura, pero emboza una pequeña sonrisa que me deja idiota, pero me aferro al enojo.
—Quise darte una sorpresa —me crucé de brazos y alcé una de mis cejas, demostrando mi disconformidad—. No sabía que estabas tan ocupado.
Su cabeza se ladeó un poco y casi vi los cables en su cerebro conectarse, pareció darse cuenta de mi molestia, entonces suspiró.
—Tenía trabajo —responde.
—De hecho —habló por primera vez la mujer, y eso me enfureció aún más. La miré sin saber por qué carajos se entrometió en nuestra conversación—, ya terminamos, solo estábamos planteando el final de un proyecto.
No respondí, simplemente me mantuve con mi postura de desconfianza.
La mujer se puso de pie, y la percibí alta, con buen cuerpo y hermosa. La condenada era la mujer perfecta, lo supe de inmediato.
—April es la mediadora de la empresa de Tailandia —murmuró Sebas, poniendo su mano en mi cintura—, estamos trabajando para el cierre del contrato. April, esta es mi novia.
—April, es un placer —ella también rodeó el escritorio y tendió su mano en mi dirección en cuanto estuvo frente a mí.
—Aibyleen —fue todo lo que dije, estrechando su mano con recelo.
Ella me mostró una sonrisa, sin embargo, no me gustó lo que vi en sus ojos. Burla. Había algo en ella que no me gustaba, ignorando el hecho de que estaba celosa.
—Bueno, ya es bastante tarde —musitó viendo el reloj en su muñeca—. Creo que es hora de irse a casa.
¿Hasta ahora te das cuenta?, pensé.
Recogió su bolso y su abrigo, antes de volverse hacia nosotros.
—¿Seguimos el lunes? —cuestionó hacia mi novio.
—Seguro.
—Fue un gusto conocerte... —se interrumpió ella misma, frunciendo el entrecejo—, Aibyleen.
—Lo mismo digo —dije sin expresión, ella sonrió.
—Buenas noches.
Y se marchó, dejándome un mal sabor de boca y montón de sensaciones para nada buenas. Ahora, debía lidiar con la rabia y los celos, y enfrentarme a mi novio y tratar de no matarlo en el intento.
★★★
¡El drama es mi vida!
Opiniones del capítulo de hoy.
¿Habrá peleita de pareja o no?
¡Que arda Troya!
¡Voten y comenten mucho!
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