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36. Sebastián.

(+18)

Nunca en mi vida había odiado a nadie, pero Stuart Adams se ganó el primer puesto, aunque no existiera una lista. Dios, es que me estaba conteniendo con todas mis malditas fuerzas para no bajar y partirle la cara.

Trataba de no pesar en las asquerosas palabras que había dicho ese infeliz sobre mi novia, entonces me propuse olvidar cada una de ellas.

Aibyleen era la mujer más fuerte que había conocido, pero tenía sus inseguridades muy en el fondo, por más escondidas que estuvieran, lograban a salir a flote en momentos como estos. Ella era una guerrera, pero tenía un punto débil, y era este, que no la aceptaran tal y como era.

Entonces, decidí demostrarle que nada iba a cambiar después del dichoso espectáculo de hoy. Así que, simplemente me recosté con ella en la cama, tal y como quería, ya que no tenía caso volver a bajar.

Aún faltaban veinte minutos para la media noche, y ninguno tenía intenciones de moverse de la cama.

-¿Cuántas novias has tenido? -cuestionó de repente.

Fruncí el ceño al no comprender del todo su duda, pasé mis dedos por su cabello rubio, apretando su cuerpo que estaba prácticamente sobre el mío.

-¿A qué viene la pregunta?

-Bueno, ya sabes que solo he tenido un novio antes de ti -echó la cabeza para atrás para poder verme-, si es que a eso se le puede llamar novio.

Ese tipo era una basura, pero no tenía caso volver al tema.

Pensé mi respuesta un instante, bajé mi mirada a sus ojos.

-¿Incluyéndote? -asintió-. Formalmente, no he tenido ninguna novia, peach.

-¿Ninguna? -arrugó la nariz.

-No.

-Debiste tener novia alguna vez, McCain -sonrió como si no me creyera. Negué, se removió y apoyó su barbilla en mi pecho-. ¿Y las mujeres con las que se te veía?

-No se me vio con muchas mujeres, pero las pocas eran cosa de una sola noche -le di un toque en la nariz, sus ojos se cerraron unos segundos-. Al inicio de mi carrera no tenía tiempo de buscar una novia, después de te conocí -pasé mis dedos por su mejilla suave y rosada-. Toda mi vida cambió apenas te vi.

Remojó sus labios rojos y una sonrisa se formó en los míos. Esta era una sonrisa diferente, una sonrisa de orgullo y suficiencia.

-¿Qué?

-Tú siempre dices que mis comentarios elevan tu ego -embocé una sonrisa antes de que terminara de hablar-, pero tú me acabas de hacer un monumento, McCain.

Se ríe, y su risa es terapéutica. Dios, esta mujer me matará.

-No mereces menos -acaricio su espalda por sobre ese vestido de seda que la hace ver aún más ardiente de lo que ya es.

-¿Ves por qué eres el indicado para mí? -susurra, buscando mis ojos en la oscuridad-. Lo más importante que aprendí es que debo subirme a mi propio pedestal, aún y cuando suene muy egocéntrico. Otro en tu lugar, me hubiese dicho que no era para tanto, tú siempre tratas de mantenerme en lo más alto.

Llevo mis manos a su hermoso rostro, detallo cada aspecto que la hace la mujer más preciosa de todas.

-Eres única, especial y perfecta -le digo a su iris azul cielo, al brillo que envuelve su mirada-. Eres la reina de tu cuento, y no sabes lo afortunado que soy por formar parte de él. ¿Por qué debería bajarte de tu trono?

-Eres el mejor -toma impulso con sus manos y presiona sus labios suaves contra los míos-. No te cambiaría por nada ni nadie, jamás.

Aun no entiendo cómo conseguí estar aquí, con la mujer más perfecta y fuerte que jamás he conocido. Mis sentimientos por Aibyleen son más fuertes de lo que pensé, y estoy completamente seguro de que ella es la mujer de mi vida.

-¿Sabes?, estuve pensando en algo -sus tentadores labios rozan los míos, pintados de ese color carmesí que tan bien le queda.

-¿En qué pensaste? -sujeto su cintura en cuando pasa una de sus piernas sobre mí y se sienta a horcajadas sobre mí regazo.

-Tengo algo en mente, se me acaba de ocurrir, realmente -susurra en un tono seductor que me prende en segundos, sus ojos azules brillan en la penumbra y una sonrisa malvada pinta su exquisita boca-. Es algo así como una fantasía.

-¿Una fantasía sexual? -sonríe inocente, mordiéndose el labio.

-Tal vez -pasa un mechón rebelde detrás de su oreja y se vuelve a cercar a mí.

-Si me cuentas de que se trata -digo, acomodándola sobre mí cuerpo, apresurándola contra la creciente erección dentro de mis pantalones-, tal vez pueda ayudarte.

-¡Ah! Bueno -carraspea, traga con fuerza y sonríe de nuevo-, viendo que este será el inicio más raro de año nuevo que he tenido, me pareció buena idea que ambos, pudiéramos cambiar un poco las cosas.

-¿De qué manera? -paso mis manos por sus piernas, tocando su piel bajo el vestido.

-Me gustaría... -suspira, cierra los ojos cuando aprieto su trasero, sintiendo el contorno de esa marca que me recuerda que me sobrepasé un poco en cuanto al sexo.

-¿Te gustaría...? -sigo subiendo la tela por su cuerpo, acariciando su abdomen en el proceso.

-Podemos cambiar las cosas, y hacer el amor mientras esperamos el año nuevo -suelta en un jadeo en cuanto vuelvo a apretarla contra mí.

Jesús, ella definitivamente es la mujer ideal.

-De acuerdo -sin darle mucho tiempo para procesarlo, me siento con ella aún sobre mí. Suelta un grito ahogado y se ríe finalmente-. Entonces, ¿arriba o abajo?

-¿Qué? ¿Yo?

-Sí, tú -quito su cabello de sus hombros.

-Mmh, ¿arriba? Sí, quiero decir, arriba. Sí.

-No te pongas nerviosa ahora, peach -su dulce aroma me embriaga cuando escondo mi rostro en su cuello, besándole ese punto detrás de la oreja que la hace suspirar-. Eres tan valiente que, esa actitud inocente no es muy creíble.

-Solo tú eres capaz de sacar mi lado pervertido -sonrío sobre su piel, dejando besos húmedos por todo su cuello. Sus manos aprietan mis hombros y después bajan para deshacer los botones de mi camisa.

-No hace falta que me lo digas -muerdo el lóbulo de su oreja, llego al dobladillo de su vestido y comienzo a subirlo por su cuerpo hasta quitárselo por completo.

-Tienes un ego, McCain -se ríe, removiéndose y dándome una mirada amenazadora en cuanto comienza a quitarme la ropa.

-Sé que te gusta -la atraigo hacia mí por la cintura nuevamente, pasando mis dedos por la única tela que cubre su cuerpo.

Sus frágiles manos acunan mi rostro, sus suavemente labios van a los míos y nos sumergimos en nuestra burbuja. Descubro en este instante que ella es esa pieza que faltaba para que mi rompecabezas estuviese completo.

-Ni se te ocurra romperla -susurra sobre mis labios cuando se da cuenta de mis intenciones.

-No lo iba a hacer -sus ojos acusadores me sacan una sonrisa.

-Si no te conociera, te compraría -se remueve otra vez, deshaciéndose ella misma de la prenda-. Ahora, date prisa, ya van a ser las doce.

Se me escapa una risa ante su desesperación.

-Como ordene la jefa -le aseguro, pero no tengo prisa por hacer lo que me pide.

-Está haciendo frío -susurra de repente, cerrando los ojos y dejando caer la cabeza hacia atrás cuando me deslizo en su interior.

-Jamás me cansaré de esto -murmuré sobre sus labios rojos, sintiendo su calidez envolverme por completo.

-Oh santísimo Dios -se muerde el labio inferior y me observa, dándome esa sonrisa malévola que me descontrola-. ¿Crees que... lo logremos?

-¿Llegar justo a tiempo?

-Sí, sí, sí... ¡Oh, Jesús! -suelta en un gemido en cuanto aumento la velocidad-. Sebastián...

-¿Tiempo récord? -entierro mis dedos en su cadera, sus jadeos son mi droga y sus jodidos ojos cristalizados mi maldita perdición.

-No lo sé, McCain... ah -suspira, se echa el cabello hacia un costado-. Tú eres el corredor aquí.

No la dejo seguir discutiendo, nos doy vuelta en la cama y la dejo bajo mi cuerpo, suelta una risita en cuanto sostengo su cintura con firmeza. Sus manos van a mi cuello y sus labios a los míos. Todo se vuelve una carrera contra reloj y sus piernas abrazan mi cintura, nuestros labios no se dan tregua y yo solo me dedico a llevarnos a la cima.

-¡Oh, por favor! -cierra los ojos, se arquea contra mí y mi nombre se convierte en un mantra en sus labios.

-Eres. Jodidamente. Perfecta.

Su mano se entrelaza con la mía y la aprieta, murmura entre gemidos cuanto me necesita y yo le correspondo diciéndole cuanto la quiero.

Somos la mezcla perfecta de descontrol y ternura. Todo es complicado y fácil al mismo tiempo. Una perfecta contradicción que solo nosotros entendemos.

-Sebastián... -sus piernas se tensan a mi alrededor y sus ojos azules brillan de placer.

Bajo mi rostro a su cuello y me pierdo en ella, en su aroma dulce, en su piel suave, en su voz gimiendo mi nombre. Me pregunto cómo carajos la tengo así, mía. No la merezco, ningún hombre en este mundo la merece. Pero soy un maldito egoísta de mierda y la quiero para mí, siempre.

-Eres mía -nuestras narices se rozan justo cuando estamos al límite.

-Sí, toda tuya -asintió con rapidez y sus ojos se cerraron al instante.

La habitación se iluminó cuando el primer fuego artificial rozó el cielo, al mismo tiempo que los dos llegamos a la cima del más grande placer.

-No puede ser -suelta una risita ahogada y no trato de evitar mi sonrisa. Beso el pulso desesperado de su cuello y levanto la mirada para buscar sus ojos-. ¡Lo logramos!

-Estás demente -presionó nuestros labios en un beso casto, salgo de ella y me acuesto a su lado.

Observo sus ojos cerrados, su pecho subir y bajar lentamente mientras trata de regular su respiración.

-¿Sebastián?

-¿Aiby?

-¿Te dormiste?

-No, ¿por qué?

-¿Segundo round?

Sacudo la cabeza sin poder retener la sonrisa.

-¿Qué voy a hacer contigo?

-Alimentarme, quererme y protegerme -murmura, su rostro se gira y nuestros ojos se encuentran-. Mientras tanto, yo me encargaré de fastidiarte todos los días -me sonríe y estira su meñique en mi dirección-. ¿Promesa?

-Promesa.







¡Fin del maratón!

Cuéntenme que les pareció.

Les cuento que: ¡OFICIALMENTE SE ACABÓ LA PRIMERA PARTE!

¿Cuáles son sus expectativas para la segunda parte de esta historia?

Los leo.

¿Amor eterno a Sebastián McCain?

¿Amor eterno a Aibyleen Whittemore?

#SeyleenForever

¡Voten y comenten mucho!

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